DIALOGAR EN CLASE
En ocasiones se nos olvida que dialogar en clase y discutir con el alumnado para llevarlos hacia el descubrimiento de los conocimientos, con razonamientos y argumentaciones que pueden ser contradictorias, es un buen método para hacerlos reaccionar, para salir del aburrimiento, para llevarlos a conductas responsables, para participar de su aprendizaje y para conducirlos por la vía del pensamiento, que de esta manera llegará a encender la vía de un pensamiento crítico (en contraposición de un pensamiento único), un pensamiento autónomo del que se apropia la persona separándose del otro pensamiento al que siempre escuchaba como “la verdad”.
Brenifier en su libro “El Diálogo en clase” nos explica cuáles son los pasos para llevar una discusión en clase y algunas de las técnicas que se pueden utilizar para hacer las clases más dinámicas, prescindiendo de las clases magistrales y el monólogo del profesorado.
Entre ellas: Trabajar un texto grupalmente, corregir colectivamente un trabajo, cuestionar todos juntos una hipótesis, crear conjuntamente una historia, preguntarse mutuamente, preguntar a quien pregunta, corregirse mutuamente… Nos recuerda a Ortega cuando decía que antes de enseñar una determinada disciplina deberíamos provocar en el alumno la curiosidad por aprender esa materia que se quiere aprender.
Los avances de la Neurociencia tratan de demostrar, como dice Mora Teruel que “solo se puede aprender aquello que se ama”, que primero hay que encender la emoción, llevar a métodos y recursos capaces de evocar la curiosidad y después llegaremos al aprendizaje
DIÁLOGOS SOCRÁTICOS
No podemos olvidar en el sentido expuesto anteriormente los “diálogos socráticos” en los que Sócrates dialoga pacientemente con su interlocutor, interpelándolo, confrontándolo, ayudándole a descubrir sus propios pensamientos, prejuicios… en contraposición de los que solo enseñan números, fechas, datos…, basados en la mera transmisión de conocimientos.
En una charla con Agatón (su discípulo) le decía que no era él el que tenía toda la verdad (afirmación que le molestó bastante) que era él mismo el que tenía que ir en busca de su propio saber, el saber no es una copa llena que puede derramarse en otra persona y así la otra adquirir el conocimiento, se trata de un recorrido personal que hay que ir descubriendo y preguntándose cuestiones que nos llevarán al descubrimiento por nosotros mismos.
La presencia de mis alumnos depende estrechamente
de la mía
MAL DE ESCUELA
Es difícil provocar en el alumnado el amor por la materia si el propio profesor o profesora no se identifica con ella, se transmite lo que se ama en el interior, así, sin decirlo, expresamos nuestra actitud ante lo que queremos enseñar, por eso es importante que el profesorado se identifique con aquellos conocimientos que quiere que su alumnado aprenda de forma significativa y que les dure a lo largo de su vida, sin ser conocimientos estancos que olviden después del examen.
Pennac en su Mal de escuela, nos ofrece un relato admirable de la hora de clase: “Si lo que espero es su plena presencia mental, necesito ayudarles a instalarse en mi clase. ¿Los medios de conseguirlo? Eso se aprende sobre todo a la larga y con la práctica. Una sola certeza, la presencia de mis alumnos depende estrechamente de la mía: de mi presencia en la clase entera y en cada individuo en particular, de mi presencia también en mi materia, de mi presencia física, intelectual y mental, durante los cincuenta y cinco minutos que durará mi clase”.
“Solo se puede aprender aquello
que se ama“
LA HORA DE CLASE
Recalcati en su libro “La hora de clase” nos dice “Los verdaderos maestros no son los que nos han llenado la cabeza con un saber preconstituido y, por lo tanto, ya muerto, sino los que han practicado en él algunos agujeros para contribuir a suscitar un nuevo deseo de conocer. Son los que hacen nacer preguntas sin ofrecer respuestas prefabricadas. Es un proceso que no atañe solo al alumno, sino al ser del propio maestro”
Recalcati era en la escuela el niño “cateado”, se negó a consumir el saber como algo insípido, como repetición de algo que decía la maestra. Nos cuenta una anécdota que conserva en su cabeza y que expresa claramente su rechazo a la escuela:
“Niños, decidme, ¿por qué creéis que el fuego es hermoso?”, nos preguntó una vez nuestra maestra milanesa. Cada uno contestó con sus propias palabras: porque está caliente, es de color rojo, en invierno calienta las casas, sirve para cocinar, para hacer hervir el agua, para que los vaqueros se duerman en las praderas, para mantener alejados a los animales peligrosos, para dar luz en la oscuridad, para defendernos de los peligros de la noche. Ninguna respuesta era la correcta…” El fuego es hermoso porque se mueve”… La maestra nos recriminaba con mirada severa y rechazaba asqueada cualquier otro tipo de respuesta que no coincidiera con la suya.
DIALÉCTICA DE LA PALABRA EN LAS ESCUELAS
Concluyendo, si nos dejamos llevar por los libros de texto y no practicamos una actitud de diálogo en clase, el alumnado puede aburrirse porque es difícil acertar siempre con la respuesta verdadera del libro y porque no se siente capaz de aprender todo lo que se le dice de una sola forma, sin hacerlo sentir ni descubrir aquello que debe aprender.
Por otra parte el maestro o la maestra que se aferra al libro no siente lo que está trabajando ya que hay otro que es el que tiene la verdad, el libro, y tampoco el docente ha construido su propio saber, con lo cual esto entra en un círculo sin salida que solo nos llevará al fracaso por parte del alumnado y a la depresión por parte del profesorado.
(Este artículo fue publicado en el Magazine INED21 el día 10/04/2017)