¿«Feminizar la política»? Lo voy a escribir una vez y no más, tan sólo con el fin de situar este texto. La expresión apareció en medio de una de las últimas campañas internas de Podemos, caló más de lo que hubiese deseado, y el eslogan (así me referiré a él a partir de ahora) abrió un debate sobre cuestiones que me apelan y creo que son importantes: por eso escribo esto.
Pero: ¿de qué modo hablamos de esas cuestiones?
Me debatí como gato panza arriba contra el eslogan. Como no aclaremos ciertas cosas, ciertos términos y bases, dije, la expresión no puede más que confundirnos y hasta debilitarnos. Y hacernos chorrear textos de uno y otro signo. No es malo, no, el debate en sí mismo. Pero dispara mi prevención. Me he ido guardando los apuntes tan sólo porque el debate me encontró en los últimos meses de redacción de un libro cuyo tema está íntimamente relacionado –en su origen y desarrollo– con todo esto.
No pretendo en este texto forzar nada ni llegar a conclusión alguna. Busco dialogar con lo aprendido y, sí, quedarme con lo interesante del asunto. Hace ya algunos años, abrí una «investigación», espoleada por el debate que manteníamos entre varias, con mujeres involucradas en luchas feministas y sociales, sobre lo que llamábamos «retaguardias»: fue una manera de enfocar, en breves palabras, a lo que sostiene la política, el activismo y la movilización. Volveré después a esto.
Frente al escenario reciente de asalto institucional y de muchas personas (hombres y mujeres) «novatas» en la política de la representación (clásica), reclamando aquel eslogan, me pregunté qué quería decirse con él. Trato de diseccionar:
Si supiera definir qué es «política»… Dos mil años de tradición y academia dirigida por el orden patriarcal no se pueden subvertir en cien años, pero muchas cosas se han movido de su sitio. Dos tradiciones fundamentales se esconden detrás de la idea (a mi modo de ver, con poca academia):
En cualquiera de esas tradiciones, la política no tiene nada que ver, en absoluto, con la vida: con su reproducción, conservación y cuidado. Con la vida en su sentido más material y tangible.
De eso es de lo que saben las mujeres en todo el planeta, aunque no sepan nada (lo saben todo) de política: de cuidado y preservación de la vida.
Por ello, siguiendo esa estela de intuiciones, hace unos años la noción de «retaguardias» nos fue útil. No incluía ningún término «femenino», no se asignaba a una parte u otra, trataba de sacar al aire la discusión sobre la vida que se ha de cuidar, para sostenerla. Ya sea en el formato de guerra o en el otro, el del teatro de las identidades que tenía lugar en la polis, la vida era algo que se mantenía separado, apartado, naturalizado, dado por hecho, y estigmatizado incluso, de la idea de política. Mantenida por otras.
Con la noción de «retaguardias» (cargada del mismo léxico bélico, pero que valía por igual para nombrar el «hogar» de la contemporaneidad donde se esconden todas las atenciones a lo privado), pretendíamos pensar y practicar una política que incluyese la vida de raíz. La vida así incluida en el nodo tendría que, por fuerza, subvertir algunos órdenes. Tendría que introducir esa vida (sus condiciones de reproducción) en la política y dejarse de separar en «esferas»: ojalá.
Por ello se convirtió en mi tema obsesivo: los ¿cuidados? Sí, entendidos en un sentido amplio, desgajados del enclaustramiento al que se someten en nuestra cultura (en tantas), y entendidos como una función social oculta, de modo interesado. Enfocados esos cuidados –tareas infravaloradas, cotidianas, ineludibles, dadas por hecho– como todo eso que produce la política. La vida, vaya.
Detrás de la sugerencia de Galcerán de hablar de «prácticas feministas» o de «devenir feminista» de la política puede haber muchas cosas rescatables: puede significar privilegiar procesos sobre resultados (el aprendizaje en común, colaborativo y horizontal como primer resultado deseable); puede significar incluir formas no normativas de política: el diálogo sin fines, la cháchara, como herramienta de aprendizaje común; puede querer decir incluir, todo el tiempo, a sujetos y sujetas independientemente de sus capacidades (¿niños? ¿ancianos? ¿diversos funcionales?). Las mujeres en esa política de la representación se han de adaptar al molde del sujeto normativo (el Blanco Burgués Varón Autónomo y Heterosexual en terminología de Amaia Pérez-Orozco). Todo eso, todo ese desorden, podría darse a partir de una concepción radical de lo que nos sostiene, las prácticas de cuidados, como práctica política ineludible; ese es el margen, esa es la grieta. Al menos la que me propuse enfocar, desmenuzar y contemplar desde las prácticas y experiencias de otros y otras.
Centrarme en los «cuidados» desde esta óptica tenía por fuerza que considerar la estructura que asigna esas labores al espacio privado, a lo doméstico, a la parte mujer de la sociedad. Es desde ahí desde donde la parte mujer (nuestras experiencias del norte y del sur, de lo rural y de lo urbano) ha adquirido saberes, experiencia y noción de su valor, no desde ninguna «esencia». Es desde ahí desde donde se pueden forzar las nociones.
Y buscar desde ahí una política «otra», un liderazgo «otro», un saber compartido y unas prácticas que mixtifiquen todo lo anterior.
Si la representación, las cuotas o los contenidos son importantes, donde me detuve a mirar es en las prácticas, las experiencias más o menos azarosas que encontré, de esa interrelación. El camino emprendido para escribir este libro fue de escucha, registro y observación de lo que tenía a mano. Cuándo, dónde y cómo se produce una política que cuide o unos cuidados que se incorporen a lo político. ¿Era posible ver una cosa y la otra juntas? Algunas cosas encontré, claro. No agoto aquí ni agoto allí el tema.
Independientemente del éxito o fracaso de las nociones, muchas cosas se han hecho y se están haciendo (el reciente órdago de la huelga de mujeres no es tema menor): lo que sucede es que cuando insistimos en los palabros se nos escapa lo concreto. Lo concreto es lo que lleva en sí mismo la noción de «cuidados» que, cuando interrelacionamos con la política, llamamos «retaguardias».
En uno de los encuentros de estas últimas semanas con Rita Laura Segato (quien confesó que «feminizar» no le incomodaba, como idea que incorporaba la experiencia y la historia de las mujeres en el devenir del mundo actual) y con Raquel Gutiérrez, Rafaela de Territorio Doméstico nos dijo: «Basta de etiquetas». En su experiencia, tanto debate sobra. Y puede que tenga razón.
Estas mujeres, que se habilitan como sujetos que toman la voz y la acción desde sus contextos situados (el del empleo doméstico y el de las migrantes) tienen demasiado que enseñarnos. Una parte de su experiencia, también, ha sido recogida en el libro. Ese debate inagotable, que espero que se agote en tanto que palabros y nos permita la práctica de una vez, es el de una política que produce realidades sin dejar a ninguna fuera.
Hay mucho que subvertir todavía. Todo esto, me dijo otra de las personas entrevistadas en el libro, hay que entenderlo como una «laborcita de zapa».
Lo que me enseñaron estas mujeres (y bastantes de las personas entrevistadas) es que la política otra se hace, se experimenta, se disfruta, se encarna, se siente, se cuida y se baila. Y es una función del cuerpo, no divorciada de la vida, tan intensa y tan profunda como ésta. Nos falta mucho para desordenarlo todo, pero estamos en ello.
// «Trincheras permanentes» aparecerá en mayo editado por Pepitas de Calabaza //
/// Me he estado guardando estas notas, pero también han tenido lugar a partir de la visita en España de Raquel Gutiérrez y Rita Laura Segato, en el contexto de las presentaciones de sus libros editados por Traficantes de sueños. He aquí una coleccción de enlaces.
La guerra contra las mujeres (de Rita Laura Segato)
Horizontes comuniario-populares (de Raquel Gutiérrez)
Y el montón de artículos que desencadenó el eslogan y la discusión reciente:
Silvia L. Gil: Feminización de la políica
Mª Eugenia R. Palop: Feminizar la política
Gala Pin: Hombres de más 40 años con corbata
Montserrat Galcerán: Feminismo de gestos
Clara Serra: Feminizar la política para una política feminista
Luisa Posada Kubillas: ¿Quién «feminiza la política»?
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Es importante dosificar la reacción, la visceralidad, la rabia. Para mí lo es. Por eso estoy escribiendo. El sábado pasado estaba de turno en la librería y mi compañera Julia me pidió que leyese el artículo de Santiago Alba Rico titulado «¿Terrorismo machista?». Lo comentamos el día entero, tanto lo comentamos que hasta las clientas se metían en nuestra conversación (y en momentos como ese se encuentra el sentido a trabajar un sábado en una librería como la nuestra).
Pasados seis días, hemos podido saber de tres o cuatro muertes más, mujeres asesinadas por parejas o ex parejas. Invierto mi día libre, pues, en responder a su artículo, uno más que trata de señalar qué vale y qué no vale. En el feminismo. Aham.
Dejando de lado que el texto empieza en Úbeda y acaba en Pontevedra, parece que a Alba Rico le molesta algo en especial: que las feministas sobre-semantizamos cuando hablamos de «terrorismo machista» refiriéndonos a los asesinatos de mujeres. Que, al llamarlo «terrorismo» (21 mujeres asesinadas en dos meses de 2017, según contabilidad oficial), incurrimos en una insistencia que «es peligrosa y contraproducente». No sé para quién es peligrosa, y contraproducente sería que no se dejasen ver esos asesinatos, goteo flagrante que sesga vidas de mujeres, día tras día, mes tras mes.
Una cosa buena tiene que a los menores de dieciséis años no los dejen ir solos a los conciertos: madres, padres o tíos postizos se ven obligados a compartir sus «fanatismos» un par de veces al año, a hacer la cola con ellos, a acudir arrastrados por ellos, después de las miles de veces que fueron arrastrados por nosotros a reuniones familiares o de grupos de trabajo aburridísimos. Cuando hoy hemos acudido juntas, con mis hijas de diez y quince años, al primer concierto en Madrid de Melanie Martínez he pensado todo eso, por cuarta o quinta vez, y también que en un par de meses mi hija mayor ya no va a necesitar carabina para disfrutar de la siguiente cantante que le entusiasme y se deje caer por aquí.
La adolescencia es ese lugar tan denostado y temido entre los que andan teniendo hijos –muchos menos hijos y mucho más tarde que antes– como el momento en que ellos se alejan y andan a su bola, y se encabritan a veces y se pierde la comunicación. Se pierde el lenguaje común. En mi particular tránsito en esta nueva fase, junto a las dos, vengo creyendo que más bien se teme ese momento porque nos volvemos comodones. Se escapan porque no queremos aceptar que se hacen autónomos, que toman decisiones, que el mundo exterior, sus relaciones y todo lo que sacan de youtube se convierte en el núcleo central de su vida y nuestras miserables personalidades dejan de estar en los pedestales anteriores. Nuestras experiencias no eran tan valiosas. Y nuestro lenguaje es otro.
mi mamá es fan de pocas cosas.
desde que la conozco, que no es el mismo tiempo en que ella me conoce a mí, mi mamá es fan de bulgari.
no sé qué le gusta de esas señoras de los anuncios, no sé qué delicias le prometen sus frasquitos de diseño. de entre todas las marcas que seducen de vértigo hedonista, mundo que le es ajeno como a la mayoría de nosotras, mi mamá se regala perfumes de bulgari y de nada más.
mi mamá es la mejor poeta viva que conozco en profundidad.
no es muy habilidosa en ningún sentido salvo con las palabras.
y para entender el corazón humano, para eso es muy hábil también.
claro que también hace el mejor cocido del mundo.
nunca se ha pintado la raya de los ojos, jamás lleva colorete y apenas usa cremas porque todas le hacen mal en su piel delicada.
besuquea poco, mi mamá. de niña yo pensaba que no besaba nada de nada, hasta que fui madre lo pensaba.
no se parece en nada a una mujer, joven o mayor, que salga en las revistas “femeninas”, se parece a todas las que conoces, misterio humano que sufre cuando la golpean.
mi mamá es una mujer ácida. ni triste ni risueña en demasía, creo que su estado de ánimo habitual es una coraza de acidez protectora.
y es también sensible a la canción, al verso, al ritmo, al vocablo puesto en su sitio. a menudo canturrea algo a partir de las palabras que han dicho los demás, y mis hijas le riñen: “¡abueeela!”
hay muchas madres en algunas mujeres y hay muchas mujeres en todas las madres.
porque yo la miro a veces de costado, mientras teclea en su ordenador, y me parece que no es mi madre.
y otro día me veo a mí misma, rejuntando notas en cuadernos como éste, mientras me fumo un cigarrillo y la veo a ella en mí, como era cuando yo tenía quince años y tomaba notas a escondidas, robando tiempo a las atenciones que entregaba a los demás.
ahora me mira y resopla cuando me enciendo un cigarrillo delante suyo.
pero pongo mucho cuidado en no llenarla de humo.
sé que no le gusta y que no le gustó que me divorciara, pero me dijo “si es lo que tiene que ser…”
no prende velas a santos, pero cuida a mis hijas en la distancia desde siempre. cuida de mucha gente a pesar de que ya cumplió, como se dice, con todos los deberes, horrenda palabra.
pone cafés con alegría cínica en el bar, cocina tres o cuatro cosas para la cena, lee como una posesa. y tiene un canal de facebook con cinco mil amigos a los que insulta con inteligencia.
mi mamá es fan de bulgari, pero también de gloria fuertes y del buen lomo embuchado, y al correr de los años he tenido que admitir que también ha debido de ser fan de los buenos lametones.
mi mamá ama sobre todas las cosas el pueblo en el que nació y fue niña y joven. Y yo, algo de aquella sensualidad de pinares y jaras he conocido y creo entenderla.
ms grosera, deslenguada, te pone en tu sitio, te sabe escuchar y se emociona cuando toca, nunca admitirá que se ha emocionado mientras se sorbe la moquilla, aplaude cualquier gesto amable y se vuelve niña, corresponde hasta a las vecinas más callosas y no para de inventar versos con los gatos que le han tocado.
a veces la veo dudar sobre su cuerpo, duda sobre su figura redondita que adorna con blusas anchas. a veces la veo preguntarse qué aspecto da al mundo con sus sesenta y siete años, ella de la que yo no creía que se preguntaría jamás eso. a veces sale de ella la coqueta -qué pocas veces la he visto salir-, y no es sólo cuando recita sus poemas, y me enternezco.
entonces salimos a la calle, con o sin perfumar y a menudo del brazo, y acompaso mi paso al suyo, con algo así como orgullo, y no es sólo porque sea mi mamá.
/// — Ni día de la madre ni hostias — Ni fatalismos ni clichés — Tengo muy poco tiempo para escribir pero, entre cocido y lasaña salió este pseudo-poema sobre el personaje real que es mi madre, que contiene a su vez unas cuantas licencias poéticas — Mi madre no está de acuerdo en que la llame «redondita» pero la culpa es de que me hizo escritora ella a su vez — ///
Yo vivo en un bonito piso, con bañera hinchable, balanza de bebé y pomada para el culito, no tiene nada que ver, y la maldición del psicoanálisis «todo queda visto para sentencia antes de los tres años», me la sé de memoria. Me pesa las veinticuatro horas del día y sólo a mí porque el niño es cosa mía. Y me he leído la biblia de las madres modernas, organizadas, higiénicas, que se ocupan de su casa mientras sus hombres en la «oficina», en la fábrica jamás, se titulaba Yo educo a mi hijo, yo, la madre, evidentemente. Más de cuatrocientas páginas, cien mil ejemplares vendidos, todo sobre el «oficio de mamá» (…)
Annie Ernaux, La mujer helada
Está pasando. Estoy dejando de ser “madre” (1). Es un proceso sobrecogedor. Mis hijas crecen. Me necesitan menos cada día. Es aterrador, hermoso, me resista o no. Cada nueva prueba de autonomía es una prueba de independencia para mí. Estoy en proceso de averiguar si es posible eso, dejar de ser «madre». He aquí mis preguntas.
Les quedan unas cuantas aventuras por aprender, puede que me necesiten aún puntualmente, puede que todavía tenga por delante unas doce mil cenas por preparar y mil cuatrocientas lavadoras por tender. Mi papel se ha reducido drásticamente en los últimos meses hasta convertirme en una especie de garante de las condiciones de posibilidad de esta casa. En una “chacha”, vamos. Para algunas personas, desde la parte beneficiada o desde la sufriente, la idea de “madre” se parece bastante a ser “chacha” (2) -y no hay desprecio en la expresión-.
15m. ¿15m? Juntarse. Cuerpos. Cansados. Cuatro años. Preguntas. Experimentamos. Aprendimos. Rompimos. Lo posible.
Llego a casa, enormemente cansada. Es casi la una. Destapo un plato, galletas de avena y plátano que ha cocinado mi hija mayor. Me zampo una con avidez recordando, sintiendo aún la vibracion musculosa en las piernas.
Es jueves y salgo de la librería a la hora del cierre. Mamá hoy ha salido del trabajo tarde, avisó de que no llegaría a dar el beso de buenas noches. En lo que respecta a Sole Parody tengo bula. Ellas son fans y entienden mi fanatismo. La conocen y entienden mi amistad. Una vez, esta noche, me rodearé de cuerpos como hacíamos antaño -no hace tanto tiempo- cada pocas semanas. En cada manifestación. Vengo a bailarlo. Vengo a darlo todo. La hemos bailado a lo largo de cuatro años. La hemos esperado.
Estimada jueza,
Soy Carolina. No me conoce, aunque estuvimos sentadas lado a lado en el acto de campaña de Chamartín. Una de esas activistas que la ha acompañado en la candidatura. Una de ésas que se ha pasado un centenar o dos de horas en asambleas para diseñar lo que ahora es el partido que gobierna Madrid (en minoría). Una que ha puesto amor y ganas en la organización, junto a otros centenares, a las primarias que la llevaron al primer puesto, y a la campaña que realizamos durante dos frenéticas semanas. Una que, también he de decir, no apostaba por “gobernar escuchando” como lema, era más de “mandar obedeciendo”.
No puedo seguir todo lo que usted cuenta a la prensa, pero empiezo a tener la sensación de que -a cuatro días- usted me está gobernando hablando.
¿Y si no hay manera de renunciar al rol de madre?, me pregunto algunos días. Este escrito parte de todos los trabajos que llevo dedicados como madre de dos niñas, de los pensamientos sobre el «ser madre» y los escritos, así como del trabajo teórico-práctico que hacemos en el taller «Desmontando a la madre» en Campus Relatoras.
Dirigirme literariamente a mis hijas es ya un comodín. Pero no invento palabras que no les diría. Hay una discusión en marcha sobre el papel que adoptamos cuando somos madres -al que falta poner aún en evidencia, que ningún discurso feminista ha conseguido desamoldar, y que viene impuesto por dentro y por fuera- y que es, para mí, la piedra de toque de cualquier discusión sobre la maternidad desde el ámbito del feminismo.
Reivindicar los cuidados, sí, a tope, ¿a costa de nosotras otra vez? Esto es mucho más largo de argumentar y a ello he dedicado otros espacios y seguiré dedicando. Este texto sólo pretende ser una fotografía de algunas conversaciones conmigo misma en este minuto (y sobre todo con ellas):
Me acuerdo bien de una conversación con una amiga del colegio. Tendríamos trece o catorce años. Los padres de esta chica eran militantes de un partido y estaba familiarizada con el discurso «político» en casa. Hablábamos de POLÍTICA, palabra a la que yo tenía cierta aversión, como correspondía a nuestra generación masivamente criada en la apoliticidad. «¿Qué sentido tiene la política?», preguntaba aquella que era yo. «¿Qué influencia o poder tiene en nuestras vidas lo que los políticos profesionales hacen?». Yo decía que ninguno, ilusa, y mi amiga zanjó la cuestión con un contundente (me acuerdo tan bien): «Todo. Política es todo». Éramos unas crías.
Tuvieron que pasar casi treinta años para que le diera la razón. Hacernos cargo en común de los asuntos comunes: ésa fue la certeza aprendida hace no demasiado tiempo. A partir del 15M me enteré de que no podíamos seguir mirando para el lado. Nos tocaba ser concientes, cada uno y una desde nuestra particular parcela, de la cuota de responsabilidad en lo «común» que nos tocaba. En elecciones, acciones y discursos. En «hacer con otras».
Yo no soy –era– una activista. A partir de entonces experimenté la potencia de conectarnos, discutir –presencialmente o no–, producir sentidos y saberes y, sobre todo, saltar desde lo individual a lo colectivo. Sumar en la diversidad. Re-conocernos.
En otras ocasiones he contado: cuando las asambleas del 15M se trasladaron a los barrios, supe que quería estar, pero no supe articular palabra ni tomar el micro hasta pasados muchos meses.
El aprendizaje de la pluralidad: es una de las más profundas enseñanzas que he sacado en estos años de la asamblea de barrio. Tras mucho tiempo en la parte exterior del círculo, escuchando y aprendiendo, pude ir entendiendo cómo se conjuga la energía y la inteligencia colectivas, cómo de potente es hablarnos. La asamblea de barrio –en mi caso- ha sido mi pequeña escuela de política. Allí hemos escuchado las razones y la experiencia de la huelga de barrenderos, de boca de los mismos que dejaron de limpiar las calles para defender sus puestos de trabajo, y hemos visto cómo concitaba la simpatía y apoyo de los vecinos; allí hemos escuchado a Libertad en numerosas ocasiones relatar sus condiciones de vida con una escueta jubilación y apegarse a las campañas en marcha, repartiendo periódicos y declarándose republicana; algunos vecinos se organizaron para procurarle conexiones con bancos de alimentos y otros recursos.
Allí, cada dos semanas en nuestro micro abierto, se han acercado vecinos y vecinas que han podido expresar sus quejas (pasados cuatro años aún queda alguno que nos pregunta «¿y esto qué es?» Y se queda): hablan de lo poco que les llega la pensión, de lo largo que se está haciendo el desempleo, de su incomprensión por las obras en las aceras en la avenida que nadie ha pedido, de los impuestos y tasas inasumibles, de la decadencia del mercado del barrio…
¿Y qué hemos podido hacer con ello?
Escucharles. A lo mejor preparar una campaña de panfletos y carteles –contamos con una unidad de propaganda envidiable donde las haya– . A lo mejor ir a la Junta Municipal a dejar un escrito del que nos contestarían algún día –o no–. Organizarnos. Apoyar.
Sabíamos, intuíamos, que se podía hacer más.
Si para «hacer algo más» había que asaltar las instituciones… no sabíamos cómo.
Por ello algunas apostamos a sumarnos, pensando y haciendo municipalismo en el barrio –con la candidatura de Ahora Madrid como medio–.
Pero no de cualquier modo.
Por ellos algunas hemos creído que esto tenía que ser de las vecinas y vecinos –no las 500 que están organizadas y trabajando cual dromedarios, ni siquiera las 30.000 que dejaron sus firmas en apoyo de la candidatura-.
Conseguir una estructura de interlocución fluida y transparente que sea capaz de acoger la diversidad y la inteligencia de todas las personas.
Lograr X concejalías y que éstas a partir del día cero no hiciesen su trabajo aisladas en despachos, rodeadas de asesores, sino en permanente escucha y retroalimentación de la ciudadanía.
Llegar a las Juntas Municipales y no llegar solas, como individuos, y ni siquiera como partido, sino controladas, vigiladas y potenciadas por las vecinas que saben lo que necesitan, lo dialogan, lo debaten, lo trabajan, lo viven.
Tenemos y sufrimos un sistema representativo, el que me hacía decretar cuando era niña que «esos», los «políticos», no me interesaban un pimiento. Podemos cambiar el sentido del todo a esa representación. Eso será, cree la gente de la lista Madrid en Movimiento y creo yo, si existe tras ello una organización vecinal fuerte y activa, si mil, un millón o varios millones de personas permanecen vigilantes.
Madrid en Movimiento tiene personas, claro, no se hace de otro modo una lista para unas primarias. Pero, más allá de esas personas, cuenta con los saberes y experiencias que suman las miles organizadas de toda la urbe, para racionalizar y hacer sostenible la gestión de los asuntos comunes. Eso es: no solas. Madrid en Movimiento no es más que una lista de personas que cree, de forma muy sincera, que nada se puede hacer bien si no se está obedeciendo al común, en el mandato ciudadano.
Voy como una más en la lista de Madrid en Movimiento, algo que para alguien que se enteró de lo que es la «política» hace cuatro años está siendo una experiencia intensa, extraña, desbordante. Alguien a quien nunca se le pasó por la cabeza dejar las retaguardias: alguien que, en todo caso, mientras está en esta arena desconocida del «asalto institucional», no quiere perder de vista todo lo que importa. En todo caso, formo parte de la lista con la confianza –la certeza- de que los que me rodean tienen la misma preocupación: no es llegar «allí» el objetivo, que lo es, sino seguir siendo miles.
Como si fuese un reflejo de aquella vieja conversación con mi amiga del colegio, tuve esta otra con mi hija pequeña, cuando, viéndome salir a reuniones y mover por toda la casa papelotes, borradores y manifiestos, me preguntó:
«Mamá, ¿tú trabajas en Ganemos?» (como se ha llamado hasta hace poco el espacio organizativo de la candidatura Ahora Madrid).
«Bueno, querida, trabajo, sí, como trabajamos tantas otras, somos miles».
«Entonces…» (se quedó pensando), «si ganáis, ¿seréis todas el alcalde de Madrid?»
Ser TODAS el alcalde de Madrid. No se imaginaba ni por asomo mi hija pequeña que ése, exactamente ése, es el espíritu que anima esta lista.
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Coda:
Este artículo se publicó en el proceso de primarias abiertas de Ahora Madrid, aquí.
Y Luis (El Tránsito) me contestó esto a este texto: que a ver si la revolución democrática no dejaba ver el bosque.
Y las primarias se desarrollaron. Voy en la papeleta de Ahora Madrid. Sí, número 62, más retaguardia imposible.
Y ahora estamos en campaña.
Otro febrero más. El día 6 tuve un pensamiento tangencial al que fue aniversario de haber puesto un pie en Santiago de Chile, que tomé como fecha de inicio de mis diez años de matrimonio. Y lo que vino después, dos hijas, tú la mayor ya me pasas en altura. Y en más cosas.
Desde hace ya días temo abrir twitter, encender la tele o abrir un periódico: es el “mes del amor”. Sabréis, y todo bonito, que no llevo bien estar sola. No sola. Sin pareja. No sin pareja. En realidad… Bffff, esto es lo que pasa cuando trato de escribirme. Que toca hacer mucha crítica a la estructura del amor romántico, en la base de dinámicas que acaban en mujeres asesinadas, y en lo que a mí respecta de una concreta que me lleva a creer, de forma soterrada, que no valgo lo que otras que están en una relación.