Carolink Fingers
12.05.2024

El tiempo de la reescritura

por carolinkfingers

Hace exactamente un año, mayo de 2023, acordé con los editores que el libro (Historia general del desayuno) se publicaría en los primeros meses del 2024. Cuando has esperado durante tanto tiempo que alguien crea en tu escritura lo suficiente para darla a edición, esos diez meses me parecían hasta un regalo. Para entonces ya había dado setecientas vueltas a los cuentos y creía que los tenía: con la fecha propuesta tenía un tiempo extra para maniobrar con la colección. ¿Merecía la pena revisar alguno de los relatos? ¿Podía aprovechar ese periodo en profundizar en los temas y clarificar la escritura?

No se trataba solo de la monumental inseguridad que me ha acompañado toda la vida, también de darle el tiempo necesario a la colección hasta que tomara el espesor que yo deseaba, como un guiso de esos que necesitan veinticuatro horas para estar a punto. No sabía cuántas horas, semanas o meses más necesitaba, pero tenía el margen. Del concepto tiempo van alguno de los cuentos que aquí reunimos. *

El cuento que, hace un año, sentía que no cuajaba en el guiso, era Nada funcionando. Con ese título y con su personaje, Gael, quise hacer una distopía fundada en el trabajo, en la automatización y algoritmización del trabajo contemporáneo, y meter en el caldero todas estas ideas: la hiperpresencia del trabajo en nuestras vidas, las vidas puestas al servicio del capitalismo de plataformas, la identidad fundamentada en la pertenencia a algo tan inmaterial y obtuso como una empresa algorítmica, el trabajo contemporáneo como fuente de malestar y enfermedad… **

Gael no es más que uno de esos chicos subidos a bicis de reparto para servir los deseos ajenos, con la salvedad de que inventé otro tipo de parametrización de la vida ligada de manera total a la plataforma, que en la ficción supuestamente organiza una gran cantidad de cuerpos / fuerza de trabajo en una variedad de trabajos subalternos estúpidos, y el tiempo y la disponibilidad de sus «piezas» se combinan sin ningún sentido, de acuerdo a estúpidos algoritmos. Los trabajadores adscritos a esta plataforma han de estar siempre disponibles y acudir a rellenar los huecos de la automatización y el desastre de la tecnificación, sin preguntarse nada, sin importar las consecuencias sobre sus cuerpos, mientras ellos, con su tiempo y sus carreras de un lado a otro, continúan enriqueciendo a alguien en alguna parte. Pero Gael no saben nada de esto, ha construido su identidad y pertenencia en la ciudad, a la que llegó migrante, sobre esta «plataforma» secreta que se beneficia de sus recursos.

La disponibilidad 24/7, las arbitrariedades, la improvisación, la absoluta falta de control sobre el tiempo y el entorno propios, van minando y rompiendo la cabeza del protagonista. Gael siente la cercanía de la enfermedad mental, de la ruptura con lo real, de la pérdida de control… Y saben las diosas que traté de inventarle salidas.

¿Cómo se salva a sí misma una mente rota? ¿Cómo se recupera una mente que no ha conocido la idea de libertad y todo lo que ha aprendido es a acatar órdenes suministradas por un algoritmo al que no le importa una mierda lo que suceda con esa «pieza»? ¿Cómo se arranca une a une misme de la alienación? Troceaba el problema una y otra vez y no encontraba respuestas. Cuanto más hondo quería ir en esa distopía del trabajo, más sentía que fallaba, más falsa me parecía la iniciativa, más fracasaba en el empeño, porque en el mundo del trabajo capitalista no hay distopía que inventar -acordé conmigo misma-, porque todos los horrores han sido ya puestos en práctica en este mundo. ***

Así que Nada funcionando es un cuento fallido al que quiero muchísimo. La cabeza de Gael es mi propia cabeza en algunos de los momentos de la post-pandemia: disociándose y tratando de mantener algunas certezas, dudando de sí misma y recomponiéndose. Probé todo lo posible la escritura de una mente tratando de no disgregarse hasta desaparecer, pero nada de eso estaba funcionando.

«»O te vuelves loco en los primeros diez minutos», se dice con frecuencia, «o te acostumbras a ello». Podría argüirse que aquellos que se acostumbran a ello, de hecho, se vuelven locos. Y aún existe una tercera posibilidad: ni te acostumbras a ello ni te vuelves loco», leí muchos meses más tarde al personaje más interesante de la novela La Zona de Interés. «El trabajo nos hará libres», se leía en aquel portón del campo. Gael tarda catorce años (o casi) en enloquecer a bordo de los trenes que lo llevan a sus tareas. No hay modo de escribir una distopía sobre el trabajo contemporáneo, ni casi sobre ninguna cosa.

En mayo de hace un año, también, se aceleró el deterioro de una persona muy cercana que había vivido por y para el trabajo, y falleció dos meses más tarde. Así que no hubo mucho más tiempo para reescribir.

– – –

* Y también se trataba de pergeñar algo más allá de la moda, de la coyuntura y del ritmo veloz de edición / novedad / caducidad que tiene el mercado literario, pero esto es otro cantar.

** Sin estar ligada al capitalismo de plataformas, todas vivimos esta suerte de instantaneidad, arbitrariedad e inmediatez que se nos inocula desde las plataformas; y todas vivimos durante un tiempo cómo el trabajo era lo único que nos estaba permitido como actividad no criminalizada, no contaminante y no vírica. Como si el trabajo fumigara.

*** Se pueden aportar ejemplos de aquí y ahora en cualquier vertedero, en cualquier fábrica de cualquier producto de uso común, en cualquier esquema productivo y reproductivo del presente, no hace falta inventar nada.

18.04.2024

Historia general del desayuno (presentación)

por carolinkfingers

Recompongo en este post algunas de las notas que conté / no conté en la presentación del libro en Madrid, el pasado 16 de marzo. En ella me acompañaron Gloria Fortún y Silvia Nanclares.

Mejor que en un libro de relatos, en ningún sitio.
Ya no queda nada sagrado en este mundo, salvo el desayuno.

Historia general del desayuno

Historia general del desayuno es mi primer libro de cuentos en Los Aciertos / Pepitas de Calabaza. He escrito cuentos desde que tengo memoria. Nunca antes los he dado a publicación. La editorial riojana aceptó y acompañó este libro que se ha demorado tres años en la escritura y uno entero en la edición. También hace unos días cumplí cincuenta años.

¿Es el libro de cuentos que soñaba? ¿Son estos los cuentos con los que quería “debutar”?

Historia general del desayuno es el libro que ha salido después de un largo periodo de silencio (podríamos hablar mucho de los silencios): ahí van 140 páginas, después de mucha escritura descartada, persiguiendo mi propia estética. He perseguido mi propia estética con cada cosa que he escrito, en cada cosa que he hecho. Perseguir y elaborar una estética, que es lo mismo que la ética pero en bello, al menos en persecución de lo bello, aunque en nuestra escritura hablemos de lo horrendo y de lo injusto y de lo angustioso y lo inmanejable: a donde queremos llegar es a la belleza. Un poco como les pasa a los cuatro personajes de Plaza Elíptica (el primero de esta colección), que no saben a dónde van.

Podríamos hablar mucho de los silencios. Dejé de escribir cuentos alrededor de 2009, cuando se me rompió el ideal de vida en pareja que creía que me sostenía. Años más tarde en 2020, en el momento pandémico, viví otra especie de silencio: una afasia mental en la que me sentía incapaz de escribir nada, ni la más mínima frasecita de autoayuda en mi diario, ni una mísera reflexión acerca de lo que vivía, ni la lista de la compra… Perdí toda capacidad de generar un texto y el sentido completo de para qué decir… si es que quedaba algo que decir.

Fue gracias a uno de los talleres de Gloria Fortún que volví a este juego. Silvia Nanclares, con la que comparto desde hace décadas las penas y alegrías de escribir, me recomendó que entrase en él y no se equivocaba. Bajo la tutela de Gloria, jugué a los argumentos, a las voces, a las estructuras, a los códigos internos. En aquella época oscura, encontré una determinación y un objetivo concretos con los que volver a escribir: necesitaba regresar a quien había sido yo con diez, con catorce, con veinte años, la que escribía cuentos. Mi hijo me dijo un día de aquellos: “Eres mucho más feliz desde que escribes cuentos”. Luego se fueron amontonando. Algunos pedían salir, mostrarse, tímidos pero confiados. Otros muchos se fueron a un cajón. Alejandro Zambra escribió, hablando de poemas: “Los publico porque están vivos. No sé si son buenos, pero merecen vivir”. Me apropio la cita, la recompongo. Yo no sé si estos cuentos están vivos, pero son buenos.

Volver a la escritura de ficción, después de un larguísimo periodo de silencio, fue volver a preguntarme mientras jugaba: ¿Dónde estoy yo? ¿Qué caracteriza a mi escritura? ¿Cuál es la estética que me define, si es que es alguna, después de destripar más o menos mil libros de cuentos? ¿Por qué los cuentos?

Este libro es una defensa a ultranza del relato breve, del cuento literario contemporáneo. En un cuento puede haber tanto abismo y tanta profundidad como en cualquier novela, y además se da condensado. Se consume en el tiempo en que te tomas el café con galletas. O en el que viajas de un sitio a otro de la ciudad. Engancha, satisface, sin llenar como una comilona dominguera. Llena exactamente lo que un desayuno decentemente preparado. No hay nada que haga mejor o peor a un libro de cuentos en el terreno literario, si es bueno es tan bueno como una novela, cuando esta es buena. Hay tres millones de novelas estúpidas, y algunos no se dejan recomendar un libro de cuentos cuando me piden una lectura para pasar el fin de semana…

presentación del libro 16 de marzo

En las últimas dos décadas –por resumir: criando hijos, divorciada, crisis económica, 15M, asambleas, feminismo, crisis climática, pandemia, envejecer dos décadas–, he aprendido muchas cosas. He aprendido sobre todo a relativizar, en las entrañas. Como persona en este mundo, como creadora de pequeños universitos que querían darse a conocer. Me relativizo todo el tiempo, lo que hago y lo que creo, y también lo que escribo. En la escritura me relativizo más que en ningún lugar, porque es difícil mantener la pulsión por crear en todas estas circunstancias (difícil pero no imposible, se mantiene aquello que se ama); es difícil creer en la propia escritura cuando una forma parte de la hiperproducción cultural: soy lectora, fui periodista, soy librera desde hace diez años. La escritura (y otras formas de creación), en este relativismo que me impongo, en el mundo de la hiperatención desestructurada, es una militancia. Eso quiere decir que, si eres alguien que se relativiza, sigues haciendo lo que amas sin planificación y sin cálculo. Sin esperar regalías. Sin programar ni calcular en el universo de la atención atomizada. Sin ceder tu libertad creativa a un nicho o una tendencia o una oportunidad.

En estas dos décadas a las que aludo, el largo silencio, también leí mucho, por vicio y por oficio; me quedé con todas aquellas que jamás cedieron su libertad creativa, y eso no quiere decir que escriban sin consecuencias, sin peso, sin política o sin agarre en este mundo. Relativizarse es para mí perseguir un agarre más consistente, espeso y complejo en este mundo. Eso, quizá, es mi estética. Lo estoy pensando así.

Al relativizarme, ningún ensimismamiento, ningún abismo creativo es suficiente, las voces de otras y otros siempre están ahí. Me encuentro cruzada por voces, infinitas voces, lo que leí y lo que vi en el centro de salud y en la cola del autobús, lo que creí y lo que otros creen, todas esas voces. El juego de la escritura de ficción es entrar en relativo, impersonarse en otras realidades, experiencias, creencias, mapas de futuro o desesperanza; el juego de la escritura de ficción es relativizar todo lo personal para poder entender al prójimo a través de la escritura.

A las voces hay que rendirles pleitesía. Estamos cruzadas, estamos cruzados, por esas voces. Mi estética, si es que existe, no es mía: Soy todas las que me han contaminado, como dice la cita de Aixa de la Cruz que le puse a uno de estos cuentos.

¿Y qué o quiénes me han contaminado? Este libro es fruto de muchos azares. Nació muy poco a poco, como el redescubrimiento del juego, de la ficción, de la construcción de fábulas. Por eso este es un libro sin “programa” ni “tema”. No hay programa pero adoro las citas de cabecera, esas frases descontextualizadas que robas o tomas prestadas para apuntalar sentidos, crear un marco, incitar una atmósfera. Y, para este libro, se quedaron estas dos que enmarcan lo que quería decir con mis cuentos:

Solo cuando nos aplastan sacamos el mejor jugo.
Bohumil Hrabal

No me digas que queda algo sagrado en alguna parte.
Joy Williams

Sin plan, sin programa, me vi dando literatura a personajes enfrentados a límites, envueltos en distintas crisis. Los personajes que salían de mi cabeza se rebelaban, zarandeaban y sacudían contra las situaciones que los oprimían, los callejones sin salida que se encontraban, casi casi como las planchas de la procesadora de papel de Una soledad demasiado ruidosa de Hrabal. También me vi buscando sentidos –son cuentos que llegaron post-pandemia– y los personajes que nacían buscaban esos sentidos en mi nombre. Buscaban sentidos que los hiciesen permanecer, se aferraban a lo sagrado con diversas estrategias.

Nada en este libro responde a un plan, pero me he preguntado en cada paso, en cada giro de guión, por las implicaciones políticas de cada decisión narrativa, entre ser naranjas aplastadas o encontrar algún sentido de lo sagrado… Miraba a mi alrededor y me decía: puede que no quede nada sagrado en este mundo, por eso me giré hacia lo insignificante, hacia un ritual tan nimio como el desayuno, y esta parecía una metáfora que me servía. Escribí ficciones sobre todo lo que me obsesionaba y contaminaba en ese tiempo –lo sagrado de la libertad, de la crianza, de la defensa y el cuidado de las personas, del derecho a la vivienda, de la necesidad de permanecer atado a lo que amamos aunque eso que amamos nos mate…–. Muchos de estos cuentos fueron “soñados” mientras desayunaba…

Y esa es la estética del libro, que es mucho más amplia mirada en detalle, pero que no me corresponde a mí desentrañar. He querido fuertemente hacer una defensa del cuento como espacio de imaginación primitivo, un formato que me entronca con la niña que fui, la que escuchaba a su padre leyendo algunas, pocas, noches, y la que fue contaminada por la literatura bien pronto; a esa niña la quise poner a jugar con las herramientas disponibles en las manos de otra persona, esta mujer que ha vivido cinco décadas en este mundo, mitad en el XX y mitad en el XXI. Y esto es importante.

Dice una de estas personajes, la voz narradora de Alquimia, que ella “es una mujer del fin del siglo XX” y encuentra ahí una navaja básica para separar lo que conoció de joven con todo lo que ha venido después –entiéndase que algunos personajes se me parecen pero no soy yo jamás–. Alquimia no tiene nombre. No me importa no tener nombre. Volver a encontrar el anhelo sagrado de la fabulación y la invención ha sido mi alquimia para volver a escribir cuentos, para insertar mi navaja en el mundo contemporáneo con el fin de arrancarle historias. Porque, intentando recuperar a la niña que fui, he encontrado algunas cosas sagradas por las que merece la pena seguir escribiendo, peleando, viviendo.

contraportada

17.03.2024

Historia general del desayuno (intro)

por carolinkfingers

Historia general del desayuno

Publica Pepitas Editorial / Los Aciertos Ediciones el 13 de marzo de 2024. Disponible en librerías de todo el Estado.

El 8 de marzo de este mismo año he cumplido cincuenta años. Días después salió a la luz primer libro de cuentos. Debutando a los cincuenta. Feliz como un niño al que no piden nunca bajar del balancín. No subestimar jamás lo que llevas dentro, esa galena mineral de muchas vetas, de muchos pálpitos.

Mejor que en un libro de cuentos, en ningún sitio. 

Un viaje en busca del lugar de las preguntas; una historia general del desayuno; una pandemia de hombres que se caen sin motivo aparente; un poquito de ciencia ficción; una abogada de mujeres humilladas y golpeadas; el tiempo y la mano de obra del futuro, tan presente; las vacaciones en el pueblo de una «profesional liberal»; una camita que bien podría ser una celda; aquella migración a Chile como un descenso a lo más hondo, y escribo oro; un bar en el sur con su propia emisora de radio.

Ya no queda nada sagrado en este mundo, salvo el desayuno… 

En la página de la editorial se puede leer el primero de los relatos. Diez cuentos diez, como en un álbum de rock gótico, cuentos de cinco minutos y de quince, cuentos de varias octavas y timbres dislocados. Cuentos que quieren ser un canto al poder del cuento, la fábula, la historia susurrada o gritada cuando por fin nos juntamos.

01.11.2021

Todas las flores se orientan al sol

por carolinkfingers

1.

De entre todas las canciones a las que la cantante Liz Fraser ha puesto voz, hay una que nunca fue oficialmente publicada y sin embargo podemos escuchar. Esa canción cuenta una historia y es la siguiente: circa 1995-1996 Jeff Buckley y Liz grabaron juntos. De esa sesión salió ‘All flowers in time bend towards the sun‘, una toma acústica sin arreglos, en la que se les escucha reír en dos momentos. Ella se ríe, suavemente, al principio de la toma. Al final suenan ambas risas juntas, y un «oh my god» pudoroso.

La canción no debería haberse publicado nunca. Sin embargo está ahí, en varios archivos de youtube con carátulas diversas. El vídeo con más reproducciones –tres millones– presenta una foto archiconocida de Liz en la que no tiene más de veinticinco años, donde originalmente estaba todo su grupo, pero a la izquierda han eliminado al resto y encajado la cara de Jeff en blanco y negro. Ambos lucen insultantemente bellos y jóvenes. Esa imagen es una entelequia para hacer sentir bien a la audiencia: no existen registros de los dos juntos. No existen más que unos pocos testimonios y el archivo de esa canción, que nunca debería haberse publicado.

Liz tendría treinta y tres, Jeff treinta. Se conocieron (¿cómo, cuándo?), se amaron. Se juntaron (¿cómo, cuándo, cuánto tiempo?): al menos el tiempo suficiente para fabricar la composición. El sonido de toma única, medio improvisado, es encantador. La segunda estrofa está sin escribir. La tercera dice tan solo «It’s okey / to be angry / but not to hurt me». Y sube el timbre fuerte en la última frase, a modo de protesta, las cuerdas vibrando.

1995-1996: la ventana temporal que compartieron no fue ancha, pero la canción se publicó mucho más tarde, pasados casi diez años. Para cuando se grabó, no existían las plataformas de uso masivo a las que hoy recurrimos para escuchar música. Parece que se filtró por primera vez en Napster, hoy es fácil encontrarla en youtube tan solo buscando jeff+liz. Me imagino un estudio privado y no más de tres personas asistiendo. Seguramente aquellas personas sí saben quién filtró la grabación. Una de esas esperó mucho tiempo para dejarla volar por el mundo. ¿Con qué motivo? ¿Por qué? Esperar, dejarla volar. ¿Cuál era la decisión correcta?

Sigue leyendo

23.08.2021

Vacuolas para volver a hacer

por carolinkfingers

«Por su propia seguridad y confort, mire el paisaje y no la pantalla»:
Recogido por Julia Bell en Atención radical

Año tras año, cuando se acerca el verano (que no es sinónimo de vacaciones para todo el mundo ni siempre), suelo sufrir de un agotamiento que describo como «tener el cerebro frito» o «encefalograma plano». Por muchos motivos –y podemos sumar esta vez eso que llaman «fatiga pandémica», pero no es el único factor–, soy poco más que un escombro mental durante las semanas previas a las vacaciones. El efecto que llevo peor es el hecho de no saber articular un pensamiento ordenado, no tener ni una idea coherente que pueda aplicar a mi vida cotidiana, a mi entorno o al presente, no poder prestar una verdadera atención a un solo hilillo de lo que me queda por materia gris. En épocas así renuncio a escribir: durante esos periodos pierdo la única manera que conozco de ordenar un poco el mundo interior, o sea, el mundo.

He visto y leído a muchas de nosotras describir síntomas similares, expresar ansiedad, llegar a problemas de salud mental, con estas u otras palabras. Añadido a las vidas que llevamos, colgadas con pinzas sobre estructuras precarias, el plus de bombardeo mediático, exposición, informaciones inconexas y mensajes aberrantes de odio en el que nos sumergimos –¿por voluntad propia?– en las redes es un factor a sumar.

No se trata de una red, no es una sola plataforma, más bien se trata de cómo hemos instalado en nuestro cotidiano un consumo de gestos, memes, consignas, manifiestos, titulares, vídeos escandalosos, campañas moralizantes, reflexiones interesantes, fragmentos de teorías, debates (que no son tales), y todos y cada uno de ellos reclaman nuestra atención. Porque dichas aplicaciones y redes están diseñadas para ello. Incluso quien no está «en las redes» vive –en las aplicaciones de mensajería– dentro de la «economía de la atención», como la llaman.

Sigue leyendo

14.10.2018

Nunca vivirás en tierra firme

por carolinkfingers

Lo que mi hijo trans me ha enseñado (esta entrada se trasladó a Ctxt).

 

11.03.2018

Lo que ha pasado va más allá de «nosotras»

por carolinkfingers

Anecdóticamente, el 8 de marzo cumplo años, eso desde que nací. Anecdóticamente (o no), desde hace al menos cinco años he visto cómo la celebración de mi cumpleaños quedaba eclipsada hasta desaparecer ante las movilizaciones en torno a ese día. Hasta el punto de que este jueves tuve que dar un codazo a mis hijxs para que me felicitasen, pero es anecdótico.

Llevo días flotando, como llevamos muchas, pasando de vídeo en vídeo y de artículo en artículo. Sabíamos que estaba por pasar algo gigante pero creo que ninguna se hizo a la idea de lo enorme que iba a ser. De todo lo que iba a arrasar. De todo lo que queda por arrasar.

Llevo días hablando con cada una de mis amigas, de veinte años o de diez o de cuatro, compartiendo una emoción y un sentimiento de pertenencia, una hermandad como nunca he sentido. Ha tenido que pasar este 8 de marzo de 2018 para que se instale en mi disco duro una noción fundamental que, antes difusa, hoy se hace patente, encarnada. Nadie, excepto ellas, han estado ahí sin quiebres ni fisuras durante los últimos años, ante cada caída y tropezón, ante cada duda, ante cada desierto y amenaza.

Nos estamos preguntando cómo se ha convocado (nos lo preguntan incluso ellos), y nos maravillamos por el colofón, sin creernos del todo lo que ha sido el intermedio (hace un año que se configuró la Comisión 8M y se planteó la idea de la huelga, con miles de horas de trabajo implicadas). Unas antes, otras después; unas más transgresoras, otras más contemporizadoras; unas más viejas (herederas y protagonistas indiscutibles de luchas de las que hoy aprendemos), otras más jóvenes, incorporando conceptos y lemas que no saben ni de dónde vienen, porque internet tiene ese don de la ubicuidad y pierde con rapidez la autoría o la mención.

Llevo al menos cinco años discutiendo de feminismo con mi hija mayor. Muchas noches en nuestras cenas, desde sus doce hasta sus diecisete, no ha entendido mis acaloramientos y ha cuestionado mis consignas. Ahora que está a punto de volar en todos los sentidos, estoy aprendiendo yo de ella, de un modo radical. Y me ha obligado a abrir mis nociones de lo que es “feminista”. El día 8, antes de las diez de la mañana, se estaba maquillando y lanzó desde el baño: “¡A la huelga con glamour!”

El mismo tiempo, entre medias, se ha comido todo esto mi hijo pequeño como espectador, al que a veces no dejábamos introducir su cuña. Cinco años menor, hace ocho meses que me dijo que quería ser chico, que lo era, que es hombre y se hace llamar con otro nombre que no le he dado yo. También me ha dicho: “mamá, tú me has dado la base sobre lo que es el feminismo y yo he he hecho mi research sobre las identidades y las posibilidades del género”. Es un chico en su enunciación y lo es acompañándome a esta manifestación multitudinaria, donde nos integramos sin conflicto en el pequeño bloque de las diversidades sexuales y de género que se juntaba con el bloque bollero. Allí quería estar y allí se sintió bien.

Yo soy una mujer cis, heterosexual, nacida en el sur europeo sin marcas raciales legibles, que tuvo oportunidad de estudiar y de formarse y que la aprovechó, pero que se desvivió por sus parejas hombres a pesar de tener algunas nociones de feminismo en los 90, creyendo aquello de que la igualdad ya había sido ganada y que estaba todo fetén; soy una mujer cis que se ha sentido ninguneada y cuestionada en multitud de ocasiones, pero que tiene su peor enemigo dentro de sí misma, por cuanto a menudo cifra su valía en lo que los hombres expresen de su trabajo o su personalidad. Esto, aunque parezca una idiotez, sigue marcando la identidad de millones de mujeres.

Salí el jueves de manifestación con mi madre de 70 años y mi hijo de 12, y lloré todo el tiempo. Me fui a casa y pensé en el sujeto “mujer”.

Llevo varios días pensando que el sujeto “mujer” que se ha construido para llevar a cabo esta movilización es una enorme red de negación de la violencia. Cierro los ojos, me escucho otra vez las canciones de la marcha, y logro hilvanar unas líneas. A todo aquel que todavía se esté preguntando de dónde salió tanta potencia, me gustaría responderle: no es algo espontáneo, es un trabajo que viene de muy atrás, es la construcción de una hermandad que no rechaza y que incluye, es la respuesta a la creación de una red que ha intentado proteger y paliar las violencias que sufrimos, de un lado a otro, de las niñas a las mayores, de lo genérico a lo sexual, de la raza a la clase.

Llevo varios días pensando mucho en ese “nosotras” y en por qué ese “nosotras” ha llegado a convocar movilizaciones en cada plaza y en cada rincón. El sujeto histórico del feminismo son las mujeres, pero estamos trabajando (desde muchos ángulos) en desplazar y rellenar de contenido ese sujeto. Y ese “nosotras” contiene mujeres jóvenes que no han abierto jamás El segundo sexo y a lo mejor han medio leído Teoría King Kong; contiene mujeres que limpian las casas ajenas y rellenan los huecos del cuidado que las educadas y profesionales delegan, para con niños o ancianos; contiene a las mujeres que ya han pasado cincuenta años volcadas en el bienestar de los demás; contiene a las migrantes que sobreviven sin papeles en nuestras ciudades y se enfrentan cada día a una detención; contiene a las que sufren enfermedades crónicas o problemas mentales que están propiciados por nuestra propia organización social competitiva, cifrada en un ideal de sujeto autónomo ficticio que ninguna puede actuar sin fracturas; contiene «a las mujeres con pene y a las mujeres con vagina, hay muchas más mujeres de las que te imaginas». Y ha de contener mucho más.

Llevo varios días pensando, o más bien sintiendo, que nada de lo anterior se puede contener en ese “nosotras” si no se abre y expande y se ubica en un lugar de rechazo a toda violencia. Que, si se ha conseguido algo inaudito este pasado jueves 8, ha tenido que ver con la lectura transversal y política de la vida de las “mujeres” como sujeto de violencia: económica, doméstica, laboral, sexual. Y que ese sujeto incluye a todas aquellas que sufren de ese mismo modo una violencia que se cimenta en un orden patriarcal y capitalista de nuestros cuerpos.

Llevo desde el jueves pensando que no voy a ningún lado, ni me muevo un centímetro, si no se incluye toda violencia. Creo que por ello, el “nosotras” es necesario, siempre y cuando esté así como en esteroides. Y estará bien. Si ese sujeto ha engordado, lo es porque incluye como motivo de protesta la violencia hacia las mujeres racializadas; la violencia por su origen de clase o por su tipo de cuerpo; la violencia sexual de cualquier orden, desde el piropo hasta la agresión o violación; la violencia hacia las que han migrado y sólo encuentran trabajo en el servicio doméstico; la violencia sexual y patriarcal hacia los niños; la violencia hacia las que, de cualquier signo, son asignadas al cuidado de los otros sin ser preguntadas; la violencia que se ejerce hacia sujetos que se salen de los esterotipos, con toda la diversidad de orientaciones sexuales y de género.

Nunca, hasta hoy, me había planteado el sujeto “mujer” central como lo han hecho las feministas clásicas. Creí, en algún punto, que habíamos trascendido esas dicotomías. Pero nos siguen siendo útiles si nos olvidamos de aquella “mujer” normada por el patriarcado que tiene un lugar en la sociedad y una serie de roles asignados. Nos puede ser útil, la categoría, si se trata de un sujeto definido por «nosotras» hacia un NOSOTRAS. Un NOSOTRAS que hay que hacer crecer de forma exponencial, según nos ha enseñado esta movilización.

Sobre la categoría “mujer” sigue existiendo una asignación y un disciplinamiento que nos divide, que nos utiliza y que nos mata, a veces. Lo que tengo claro es que ese sujeto “mujer”, si nos sirve y si puede ser resignificado, no se parece a ninguna mujer de las revistas femeninas y ni siquiera a una de nuestro entorno cercano. Es la suma de todas ellas, de Rihanna y de Martita “la que viene a casa”, de tu icono favorito de la juventud (véase, Siouxsie, Blondie o Cher) y del icono favorito de una teenager (quizá, Soy una pringada o la que quieras). Esa “mujer” es agraciada o no, es una que orina en tus ideales de belleza, es un monstruo de gran envergadura y te cagas del poder que ha reunido en torno suyo; sin atributos físicos definidos, con maquillaje y sin él, con minifalda y con mallas, gorda, flaca, negra y blanca, dotada de una fuerza descomunal, que se revuelve contra toda forma de violencia discriminatoria, y que está presta a levantarse y plantar cara. Esta “monstrua” también está dispuesta a golpear, ya le falta poco para reunir toda su fuerza.

Eso es lo que llevo días pensando.

Y gracias, “mujeres”.

PD. Cada año que pasa cumplo un año más y cada año soy más feminista. Mi madre, invariablemente, me dice al felicitarme «y cómo dolías, jodida». Así con el feminismo que me importa.

02.10.2017

Estado, padre, patriarcado

por carolinkfingers

Me enganché al twitter a las dos de la tarde y, viendo las imágenes de las primeras cargas del día, no pude dejar de recordar lo que le había leído a (creo) Andrea Momoitio, hace unos días: “el Estado español se comporta como el maltratador de manual, como no quieres someterte a mis deseos, te masacro, igual luego volveré a tratarte bien en unos días, a hacerte creer que eres única, igual olvidamos este mal trago juntos” (esto no es una cita textual). Eso ya no va a pasar. Ya está claro que no va a pasar. Si hay un posible paralelismo entre la jornada de hoy y la violencia machista cotidiana, la «maltratada» ha dicho «no aguanto mès».

Me nutro de feministas. De miles, de cualquiera. De voces anónimas y con nombre. Me dicen (@tatebravida) que la comparación la han hecho muchas. Me enseña otro tuit, que equipara el “ir a votar” con el “andar en minifalda”.

https://twitter.com/tatebravida/status/914486901188497408

Todo está conectado. Produce dolor por todos los ángulos, cada patada, cada porrazo, pero vemos meridianamente el paralelismo. Para las que hemos sido socializadas mujeres, al menos hasta hace diez años, la represión era auto-represión. No te vistas, no te muevas, no te insinúes, no salgas, no hables. No votes.

Vengo, además, de pasar un día y medio entre otras veinte mujeres que han organizado un punto de autogestión feminista en las fiestas del barrio en Chamartín: han repartido panfletos, han explicado las posibles estrategias y les han dicho a muchas: «No estás sola». Todo lo que puede pasarte es fruto de una agresión sistémica, y tenemos (hemos de darnos) herramientas. Sistema es patriarcado y sistema es Estado.

Cientos, miles de muchachas muy jóvenes han pasado por delante de nuestra caseta, con sus minifaldas, con sus maquillajes, y nos han preguntado cosas para después seguir divirtiéndose, estableciendo su Estado de (queremos imaginar) tolerancia, respeto, amor mutuo entre sus pares.

Creo que todas estas conexiones quieren decir algo: ellas han (nosotras hemos) aprendido a desmontar el germen de la violencia patriarcal y lo estamos viendo, radiografiado, cartografiando, para poder mirar desde los márgenes y defendernos. Nunca como víctimas, o no sólo como víctimas.

No está todo ganado, se gana cada día en cada batalla. Siempre hay una opresión que señalar, siempre una desigualdad que trabajar. Pero todo el día me sentí como viajando en un Delorean: policía y guardia civil arrastrando a personas por los pelos y por las orejas, que querían votar, y yo mirando esto tras mi pantalla. Era muy back to the past, aunque quisiésemos ir muy rápido al futuro. Luego me sentí, horas después, directamente transportada a hace unos cuantos siglos, cuando una feminista de las respetadas y de las académicas ha argumentado: «El derecho a decidir existe para aquello sobre lo que cabe decidir. Hoy, legalmente, un territorio no puede desvincularse del Estado. Dialeg»

https://twitter.com/AmeliaValcarcel/status/914518233771839488

Es verdad. No es legal. El referéndum no es legal. Ser iguales en derechos tampoco era legal. Reclamar la soberanía sobre nuestros cuerpos tampoco lo era. Cuándo, por la diosa, cuándo se ha conseguido algún cambio social que partiera de la legalidad. Nada de lo que me gusta es legal. Todo es inmoral y engorda. En El Salvador todavía no es legal abortar. En nuestro país no era legal divorciarse hace cuarenta años. El parlamento alemán aprobó hace menos de sesenta días el matrimonio entre personas del mismo sexo. Las comunidades zapatistas y sus instituciones están lejos de ser «legales». El separatismo no es legal, pero reclamar mi soberanía, la de ellos, la de la mujer que todos hemos visto arrastrada por la policía, lo es. Es legítimo al menos. Emily Wilding Davidson fue arrastrada y pisoteada por un caballo por oponerse a lo legal y reclamar lo legítimo.

Hoy hemos visto demasiada, desmedida, represión sobre personas que querían votar sobre su futuro. No me gusta atenerme a la represión como arma de empoderamiento, siempre creo que tiene que ser al revés. No me gusta empezar por las tropelías en las fiestas sobre mujeres y chicas jóvenes para reclamar el derecho sobre nuestros cuerpos, pero a veces es lo que hay. No me gusta empezar por la represión que ha vivido hoy Catalunya (más de 800 heridos) para darle todo el fuste a su batalla. Su batalla ya era legítima porque así lo siente una enorme cantidad de personas, porque el marco del Estado ha sido desbordado por sus demandas y porque ha pretendido silenciarlas a golpes. Juana Rivas ya tenía todos nuestros apoyos y toda la legitimidad antes de que la justicia le quitara a sus hijos. Las conexiones son infinitas porque los razonamientos que unen patriarcado y Estado también lo son. Por eso no podemos creernos a la señora académica que, por muy académica que sea, se ha olvidado de todo lo importante en esta (y supongo que en otras) batalla. Que siga sentada en su silla, nos vamos a dotar de derechos y de mejores condiciones entre todos, entre todas, en la autogestión ciudadana que no sabe de legalidad.

03.08.2017

Celebración

por carolinkfingers

Anotado el 4/4/2017 en mi cuaderno

«Impone comenzar a escribir en este cuaderno. Es como si me debiese esforzar en encontrar palabras más verdaderas -además de una mejor caligrafía-. Sólo una cosa para empezar: en treinta días estará publicado el libro que vengo acariciando los últimos cuatro años. En el último tiempo, en estos doce meses, más bien lo tuve que aporrear para que saliese de mí y cobrase vida autónoma. Nada de esto habría sido posible si no me hubiese topado con un editor al que le interesaron las pocas páginas buenas del primer borrador. Hace un año ahora, contestó: “Picoteo aquí y allá y me gusta lo que leo. ¿Cuándo tienes previsto acabarlo?”. Y no tenía ni idea.

»Me atreví entonces a tomar aquellos prejuicios que me habían puesto en marcha, y a perseguir con más firmeza el registro de voces y experiencias que podían desafiarlos. Pude haber sido más ambiciosa, siempre. Pude haber ido más lejos, con más comunidades, sujetos y preguntas.

»Pero, por otro lado, enfoqué el asunto con una urgencia nueva, traté de sistematizar lo que había observado, coleccioné los fragmentos que pude acometer durante los siguientes cuatro meses y, puestos en secuencia, decidí que estaban ahí representadas las partes imprescindibles de un coro, desde el movimiento a lo quieto, desde lo más visible a lo más privado, y desde lo político a los cuidados.

»Así fue como en septiembre consideré que tenía un primer libro. Y entregué. Había dejado fuera muchas cosas: porque los ejemplos que podía recoger se esfumaban o volatilizaban con el paso del tiempo o porque, en mi prisa por concluir en los meses de verano, en los que alejé a mis hijas a cargo de otras personas para poder escribir, no me vi capaz de abordar más.

»He aquí una trampa de este libro: la selección recogida habla de azar, de voluntad, y también habla de impotencia (no pude recoger la historia de María José, por ejemplo, ni la de Fátima).

»Llegado un momento, en ese recorrido productivo e improductivo de reconsiderar los cuidados EN el interior de la política, me encajaba todo activista social y toda persona en trabajos (remunerados o no) de cuidados. Para mí eran potencialmente lo mismo.

»Por eso la colección no podía estar completa sin las personas que encarnan el cuidado en su doble vertiente, de trabajo y de compromiso con los otros…»

8 de abril

«Me sacude progresivamente el pánico (…)

»He de saber que el libro provocará olas y que podrán venir a mi favor o en mi contra».

14 de abril

«Hoy es viernes y me divierto sola… Limpio, escucho música y releo partes del libro. Me congratulo en la colección, y en alguno hallazgos que tienen sentido en la secuencia de capítulos. Hay un temón ahí, hay buenos melones que se van a abrir con la publicación. Sólo he de ser capaz de defenderlo…

»¡Tengo ganas de que se lea!»

15 de abril

«Anoche lloré a moco tendido (…)».

Sigue leyendo

30.06.2017

Nolite te bastardes…

por carolinkfingers

No será este el artículo más documentado, ni el más razonado, ni el más equilibrado ni el más ecuánime que te vayas a encontrar sobre el debate de la «gestación subrogada». Quizá sea el más visceral. Y se enciende la mecha en este punto:

A partir de aquí -y a partir de los ríos de bits que estamos consumiendo en torno al tema desde hace meses, intensamente desde el pasado martes-, muchas cuestiones abiertas. Un número incontable de cicatrices, acorde con el de cesáreas que puedo enumerar entre mis conocidas, amigas y en mí misma. Cuerpo. Expropiación. Colecta. Patrimonio. Descendencia. ¿Derecho?

Los debates se pueden explayar en las inmediaciones de la comprensión, de la empatía, del dar satisfacción a una demanda (de mercado) o de, como he leído en varios lugares, tratar de dar marco legal a una realidad que ya está aquí («Aunque no hay cifras oficiales que lo corroboren, algunas asociaciones defensoras de la maternidad subrogada aseguran que en nuestro país anualmente hay ya más niños nacidos mediante esta técnica que recibidos en adopción. Los cifran entre unos 800 o 1.000 al año», dice este artículo en Público: si en 2015 nacieron 420.290 niños en el país, ¿qué alarma social es ésta?).

Vale: el rodillo comenzó a avanzar hace ya un tiempo. Sólo se trata de dar una seguridad jurídica a lo que es un hecho. Dar una oportunidad no onerosa a las parejas (¿siempre y sólo parejas?) que no pueden ser padres/madres con sus propios medios. Más tiempo hace que vivimos en menos metros cuadrados de los que necesita una vida humana, más tiempo hace que los que tuvieron un techo lo perdieron: no veo ninguna urgencia en dar cobertura legal a ninguna de esas realidades.

¡Venga, España, que hay que procrear! De pronto el tema entra en la agenda. Entendiendo que el fenómeno de las parejas infértiles crece y crece (véase una novela sobre el mismo, Quien quiere ser madre de Silvia Nanclares). Entendiendo que muchas van a llegar demasiado tarde a la constatación de que querían tener hijos. Entendiendo que las nuevas familias gays y lesbianas también desean descendencia.

Éste es un debate mortal. No moral. Mortal.

Es un debate de clase.

Es un debate que implica al cuerpo de las mujeres, que nunca ha dejado de ser propiedad de otros, y a los cojones de Girauta.

Es un debate de huevadas que se dan por hechas, por derechas: un supuesto derecho a la reproducción genética y a tener un hijo en el que participa alguno de los implicados (de la pareja, porque todo es en torno al binomio). Al otro lado, invisibles, están los otros cuerpos. De los múltiples artículos que he leído, los párrafos más flacos son los dedicados a ellas, las mujeres gestantes.

Imaginemos un cuerpo que no puede caminar. Imaginemos que todos los señores que están en el parlamento se han quedado sin cuerpo con el que caminar. Van a subrogar la capacidad de caminar, le van a dar entidad de Ley. A partir de ahora, por decreto, personas generosas y altruistas darán largas caminatas para ellos y les obsequiarán con sus relatos, grabaciones, archivos de sonido que testificarán el placer de caminar.

Después desaparecerá la capacidad de comer. También podrán subrogarla, siempre encontrarán almas bellas que les quieran degustar y describir el placer de la comida. Igual el resultado se lo pueden entregar en una caja, con borlas de tafetán.

No se parece. No tiene ni la más mínima comparación. Métete un embrión y llévalo nueve meses. Que no pase nada. No vayas a fumarte un cigarrillo ni a oler el vino. Eso que llevas no es tuyo, más vale que lo entregues entero. Impoluto. Perfecto. Entrégalo. Olvídate. Ya veremos.

Creo que la imagen de arriba resume una buena parte de lo que está en juego en este falso debate: el cuerpo del legislador legisla. El vuestro (nuestro) obedece. Me salto los pormenores del proyecto de ley, que para eso hay gente haciendo análisis con más herramientas de las que poseo, y me enfermo de este vómito oscuro:

De qué mierdas se está hablando.

De qué derecho.

Si ni siquiera hemos podido garantizar que una mujer pueda decidir por su cuerpo hasta este momento, por su capacidad gestante si la posee, por la posibilidad de no proseguir un embarazo no deseado, por su capacidad de decidir cómo quiere que sea su embarazo y su parto cuando se trata de una maternidad deseada; si apenas estamos dando a las adolescentes algunas nociones sobre salud sexual y reproductiva; si ni siquiera hemos sido capaces hasta hoy de garantizar condiciones medianamente dignas para los niños que llegan al mundo (en este país pocos, poquísimos), si les estamos robando su futuro antes incluso de que nazcan, si los estamos entregando a una competencia descomunal por resultados desde que ingresan a la educación infantil, y tienen que estudiar los «colours» y las «shapes» para no quedarse atrás y no se les ocurra dar muestra de alguna necesidad especial, diferenciada, privada, «no disponemos de acompañamiento para los niños con TDAH en este instituto, mejor búsquese un terapeuta», escuché decir hace pocos días en un salón de actos. Si ni siquiera logramos garantizar una vida medianamente digna para los niños que entran a formar parte de nuestra sociedad como hijos de inmigrantes, que se ven relegados a la marginalidad porque no creemos en ellos, porque no los toleramos. De qué estamos hablando si ni siquiera nos creemos a los hijos que sí, efectivamente, nacen sin esa subrogación, y les quitamos los pocos recursos de los que nos habíamos dotado. Mientras se está desmantelando la sanidad pública y la educación y todo es un «verás este cole que aquí no hay morenitos» y «aquí sí que los hacen trabajar en serio desde que tienen tres años».

De qué mierdas estamos hablando.

De un derecho inventado, reservado a una clase. De nacionales. De pudientes. De bienpensantes. De aquellos que tienen los recursos, de aquellos que pagan sus impuestos y hacen crecer la economía. Estamos hablando de volver a patrimonializar a los hijos (porque, si hemos invertido tanta energía y tanto esfuerzo e ilusión, incluso sin la carga económica, en tener un hijo a través del cuerpo de otra persona, será porque lo vamos a considerar algo nuestro, no nuestro para cuidarlo, nuestro para que nos dé alegrías, y si no nos las da, ¿qué pasa entonces?).

¿Te ves a familias de clase obrera, ella limpiando escaleras, él repartiendo mercancía de siete de la mañana a siete de la tarde, solicitando un vientre de alquiler para ser padres?

Pero ¿por qué estamos debatiendo esto en el congreso si esas mujeres que -habiendo sido madres ellas mismas- van a llevar a tu hijo por nueve meses y entregártelo no existen?

Es sumamente interesante el uso de la palabra «altruista». En una sociedad en la que se han vaciado todas las posibilidades de entregar el tiempo, la capacidad o los recursos al bien común, en un entorno de aislamiento individualista y búsqueda de la maximización del interés propio, las mujeres van a ceder durante nueve meses su cuerpo de modo «altruista». Las mujeres: las que cobran en torno a un 20-25% menos, las que ocupan los trabajos de jornadas reducidas y llenan la economía informal. ¿Altruista para sentirse mejor persona? ¿Altruista para colaborar en la felicidad de una familia -que se puede romper siete años más tarde, por no se sabe qué avatar-? ¿Altruista para elevarse sobre la inmundicia humana y ganarse qué cielo? A mí ese altruismo no me suena, sencillamente, más que a enmascarar que tendrá que haber una compensación (¿Cuánto es «suficiente»? Cuando no tienes para llenar la olla noche tras noche, ¿cuánto es «apropiado»? Hay quien vive con 400 al mes, pero queremos 1000 al mes, ¿no? ¿Al menos? ¿No podemos esperar que nueve meses de gestación nos dejen, al menos, 9000 euros? ¿Quién paga mi vida? ¿Quién se va a substraer a ese intercambio? Hablemos de dinero, mierda, este debate está lleno de mierda).

Pero el presente es ahora, y ahora, y ahora. Y esa vida estará en tu cabeza para siempre.

Y si el presente es ahora, y ahora, y ahora, estamos peleando por el nacimiento de vidas (genéticamente altruistas) sin que les podamos garantizar ni la más mínima condición vital.

«Todo el mundo sabe que ni los deseos, ni las frustraciones, dan lugar a derecho alguno», escribía aquí María Eugenia Pallop.

Y mientras tanto, se va normalizando el lenguaje, a fuerza de insistir, que dice que es posible «gestar desinteresadamente el hijo de otros».

Imaginemos más cosas. Es el tiempo de las distopías. Esto lo he contado otras veces. Ciertos hombres abusan de sus hijos. Cuando estos denuncian, no son escuchados, y se niega a priori la veracidad de sus relatos. Si los escucháramos, a ellos, a los hombres, igual hablaban de deseo. Extendiendo el argumento del deseo, igual, con el tiempo, hombres con cierto poder montan un lobby de normalización del deseo hacia los niños. Es nuestro derecho, porque es nuestro deseo.

O, por qué no, un lobby de pegar a las viejas arrugadas porque es nuestro deseo. O de golpear a gays y lesbianas, porque es nuestro deseo. O (esto es historia), de normalizar el acoso a los judíos, quemarles las casas, quitarles los bienes.

Lo que está escondido detrás de este debate  es una concepción privativa de la vida humana, donde unos tienen derechos y otros, simplemente, obedecen, callan, gestan, pierden la voz. Y el cuerpo. Unos, con sus cojones, legislan. Otras ofrecen su vientre en un altruismo que ya me está dando náuseas. Estamos tan, tan lejos de ser dueñas de nuestros cuerpos y destinos, así como tan, tan lejos de saber proveer condiciones de vida dignas a las nuevas vidas más allá del formato familiarista que hace treinta años que implosiona por sí solo, que no me puedo creer que estemos en medio de este debate.

Si estoy mezclando churras con merinas, es que es mi deseo y sobre todo mi oficio, pero no voy a hacer una ley de ello.

 

//Quieres saber más cosas?:
En la historia, ya ha pasado de otros modos: Objetos gestantes//

Acerca de Carolink Fingers
El blog Carolink Fingers está hecho con Wordpress 4.8.12 para ZEMOS98.
Follow

Get every new post on this blog delivered to your Inbox.

Join other followers: