Carolink Fingers
01.11.2021

Todas las flores se orientan al sol

por carolinkfingers

1.

De entre todas las canciones a las que la cantante Liz Fraser ha puesto voz, hay una que nunca fue oficialmente publicada y sin embargo podemos escuchar. Esa canción cuenta una historia y es la siguiente: circa 1995-1996 Jeff Buckley y Liz grabaron juntos. De esa sesión salió ‘All flowers in time bend towards the sun‘, una toma acústica sin arreglos, en la que se les escucha reír en dos momentos. Ella se ríe, suavemente, al principio de la toma. Al final suenan ambas risas juntas, y un «oh my god» pudoroso.

La canción no debería haberse publicado nunca. Sin embargo está ahí, en varios archivos de youtube con carátulas diversas. El vídeo con más reproducciones –tres millones– presenta una foto archiconocida de Liz en la que no tiene más de veinticinco años, donde originalmente estaba todo su grupo, pero a la izquierda han eliminado al resto y encajado la cara de Jeff en blanco y negro. Ambos lucen insultantemente bellos y jóvenes. Esa imagen es una entelequia para hacer sentir bien a la audiencia: no existen registros de los dos juntos. No existen más que unos pocos testimonios y el archivo de esa canción, que nunca debería haberse publicado.

Liz tendría treinta y tres, Jeff treinta. Se conocieron (¿cómo, cuándo?), se amaron. Se juntaron (¿cómo, cuándo, cuánto tiempo?): al menos el tiempo suficiente para fabricar la composición. El sonido de toma única, medio improvisado, es encantador. La segunda estrofa está sin escribir. La tercera dice tan solo «It’s okey / to be angry / but not to hurt me». Y sube el timbre fuerte en la última frase, a modo de protesta, las cuerdas vibrando.

1995-1996: la ventana temporal que compartieron no fue ancha, pero la canción se publicó mucho más tarde, pasados casi diez años. Para cuando se grabó, no existían las plataformas de uso masivo a las que hoy recurrimos para escuchar música. Parece que se filtró por primera vez en Napster, hoy es fácil encontrarla en youtube tan solo buscando jeff+liz. Me imagino un estudio privado y no más de tres personas asistiendo. Seguramente aquellas personas sí saben quién filtró la grabación. Una de esas esperó mucho tiempo para dejarla volar por el mundo. ¿Con qué motivo? ¿Por qué? Esperar, dejarla volar. ¿Cuál era la decisión correcta?

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23.08.2021

Vacuolas para volver a hacer

por carolinkfingers

«Por su propia seguridad y confort, mire el paisaje y no la pantalla»:
Recogido por Julia Bell en Atención radical

Año tras año, cuando se acerca el verano (que no es sinónimo de vacaciones para todo el mundo ni siempre), suelo sufrir de un agotamiento que describo como «tener el cerebro frito» o «encefalograma plano». Por muchos motivos –y podemos sumar esta vez eso que llaman «fatiga pandémica», pero no es el único factor–, soy poco más que un escombro mental durante las semanas previas a las vacaciones. El efecto que llevo peor es el hecho de no saber articular un pensamiento ordenado, no tener ni una idea coherente que pueda aplicar a mi vida cotidiana, a mi entorno o al presente, no poder prestar una verdadera atención a un solo hilillo de lo que me queda por materia gris. En épocas así renuncio a escribir: durante esos periodos pierdo la única manera que conozco de ordenar un poco el mundo interior, o sea, el mundo.

He visto y leído a muchas de nosotras describir síntomas similares, expresar ansiedad, llegar a problemas de salud mental, con estas u otras palabras. Añadido a las vidas que llevamos, colgadas con pinzas sobre estructuras precarias, el plus de bombardeo mediático, exposición, informaciones inconexas y mensajes aberrantes de odio en el que nos sumergimos –¿por voluntad propia?– en las redes es un factor a sumar.

No se trata de una red, no es una sola plataforma, más bien se trata de cómo hemos instalado en nuestro cotidiano un consumo de gestos, memes, consignas, manifiestos, titulares, vídeos escandalosos, campañas moralizantes, reflexiones interesantes, fragmentos de teorías, debates (que no son tales), y todos y cada uno de ellos reclaman nuestra atención. Porque dichas aplicaciones y redes están diseñadas para ello. Incluso quien no está «en las redes» vive –en las aplicaciones de mensajería– dentro de la «economía de la atención», como la llaman.

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14.10.2018

Nunca vivirás en tierra firme

por carolinkfingers

Lo que mi hijo trans me ha enseñado (esta entrada se trasladó a Ctxt).

 

11.03.2018

Lo que ha pasado va más allá de «nosotras»

por carolinkfingers

Anecdóticamente, el 8 de marzo cumplo años, eso desde que nací. Anecdóticamente (o no), desde hace al menos cinco años he visto cómo la celebración de mi cumpleaños quedaba eclipsada hasta desaparecer ante las movilizaciones en torno a ese día. Hasta el punto de que este jueves tuve que dar un codazo a mis hijxs para que me felicitasen, pero es anecdótico.

Llevo días flotando, como llevamos muchas, pasando de vídeo en vídeo y de artículo en artículo. Sabíamos que estaba por pasar algo gigante pero creo que ninguna se hizo a la idea de lo enorme que iba a ser. De todo lo que iba a arrasar. De todo lo que queda por arrasar.

Llevo días hablando con cada una de mis amigas, de veinte años o de diez o de cuatro, compartiendo una emoción y un sentimiento de pertenencia, una hermandad como nunca he sentido. Ha tenido que pasar este 8 de marzo de 2018 para que se instale en mi disco duro una noción fundamental que, antes difusa, hoy se hace patente, encarnada. Nadie, excepto ellas, han estado ahí sin quiebres ni fisuras durante los últimos años, ante cada caída y tropezón, ante cada duda, ante cada desierto y amenaza.

Nos estamos preguntando cómo se ha convocado (nos lo preguntan incluso ellos), y nos maravillamos por el colofón, sin creernos del todo lo que ha sido el intermedio (hace un año que se configuró la Comisión 8M y se planteó la idea de la huelga, con miles de horas de trabajo implicadas). Unas antes, otras después; unas más transgresoras, otras más contemporizadoras; unas más viejas (herederas y protagonistas indiscutibles de luchas de las que hoy aprendemos), otras más jóvenes, incorporando conceptos y lemas que no saben ni de dónde vienen, porque internet tiene ese don de la ubicuidad y pierde con rapidez la autoría o la mención.

Llevo al menos cinco años discutiendo de feminismo con mi hija mayor. Muchas noches en nuestras cenas, desde sus doce hasta sus diecisete, no ha entendido mis acaloramientos y ha cuestionado mis consignas. Ahora que está a punto de volar en todos los sentidos, estoy aprendiendo yo de ella, de un modo radical. Y me ha obligado a abrir mis nociones de lo que es “feminista”. El día 8, antes de las diez de la mañana, se estaba maquillando y lanzó desde el baño: “¡A la huelga con glamour!”

El mismo tiempo, entre medias, se ha comido todo esto mi hijo pequeño como espectador, al que a veces no dejábamos introducir su cuña. Cinco años menor, hace ocho meses que me dijo que quería ser chico, que lo era, que es hombre y se hace llamar con otro nombre que no le he dado yo. También me ha dicho: “mamá, tú me has dado la base sobre lo que es el feminismo y yo he he hecho mi research sobre las identidades y las posibilidades del género”. Es un chico en su enunciación y lo es acompañándome a esta manifestación multitudinaria, donde nos integramos sin conflicto en el pequeño bloque de las diversidades sexuales y de género que se juntaba con el bloque bollero. Allí quería estar y allí se sintió bien.

Yo soy una mujer cis, heterosexual, nacida en el sur europeo sin marcas raciales legibles, que tuvo oportunidad de estudiar y de formarse y que la aprovechó, pero que se desvivió por sus parejas hombres a pesar de tener algunas nociones de feminismo en los 90, creyendo aquello de que la igualdad ya había sido ganada y que estaba todo fetén; soy una mujer cis que se ha sentido ninguneada y cuestionada en multitud de ocasiones, pero que tiene su peor enemigo dentro de sí misma, por cuanto a menudo cifra su valía en lo que los hombres expresen de su trabajo o su personalidad. Esto, aunque parezca una idiotez, sigue marcando la identidad de millones de mujeres.

Salí el jueves de manifestación con mi madre de 70 años y mi hijo de 12, y lloré todo el tiempo. Me fui a casa y pensé en el sujeto “mujer”.

Llevo varios días pensando que el sujeto “mujer” que se ha construido para llevar a cabo esta movilización es una enorme red de negación de la violencia. Cierro los ojos, me escucho otra vez las canciones de la marcha, y logro hilvanar unas líneas. A todo aquel que todavía se esté preguntando de dónde salió tanta potencia, me gustaría responderle: no es algo espontáneo, es un trabajo que viene de muy atrás, es la construcción de una hermandad que no rechaza y que incluye, es la respuesta a la creación de una red que ha intentado proteger y paliar las violencias que sufrimos, de un lado a otro, de las niñas a las mayores, de lo genérico a lo sexual, de la raza a la clase.

Llevo varios días pensando mucho en ese “nosotras” y en por qué ese “nosotras” ha llegado a convocar movilizaciones en cada plaza y en cada rincón. El sujeto histórico del feminismo son las mujeres, pero estamos trabajando (desde muchos ángulos) en desplazar y rellenar de contenido ese sujeto. Y ese “nosotras” contiene mujeres jóvenes que no han abierto jamás El segundo sexo y a lo mejor han medio leído Teoría King Kong; contiene mujeres que limpian las casas ajenas y rellenan los huecos del cuidado que las educadas y profesionales delegan, para con niños o ancianos; contiene a las mujeres que ya han pasado cincuenta años volcadas en el bienestar de los demás; contiene a las migrantes que sobreviven sin papeles en nuestras ciudades y se enfrentan cada día a una detención; contiene a las que sufren enfermedades crónicas o problemas mentales que están propiciados por nuestra propia organización social competitiva, cifrada en un ideal de sujeto autónomo ficticio que ninguna puede actuar sin fracturas; contiene «a las mujeres con pene y a las mujeres con vagina, hay muchas más mujeres de las que te imaginas». Y ha de contener mucho más.

Llevo varios días pensando, o más bien sintiendo, que nada de lo anterior se puede contener en ese “nosotras” si no se abre y expande y se ubica en un lugar de rechazo a toda violencia. Que, si se ha conseguido algo inaudito este pasado jueves 8, ha tenido que ver con la lectura transversal y política de la vida de las “mujeres” como sujeto de violencia: económica, doméstica, laboral, sexual. Y que ese sujeto incluye a todas aquellas que sufren de ese mismo modo una violencia que se cimenta en un orden patriarcal y capitalista de nuestros cuerpos.

Llevo desde el jueves pensando que no voy a ningún lado, ni me muevo un centímetro, si no se incluye toda violencia. Creo que por ello, el “nosotras” es necesario, siempre y cuando esté así como en esteroides. Y estará bien. Si ese sujeto ha engordado, lo es porque incluye como motivo de protesta la violencia hacia las mujeres racializadas; la violencia por su origen de clase o por su tipo de cuerpo; la violencia sexual de cualquier orden, desde el piropo hasta la agresión o violación; la violencia hacia las que han migrado y sólo encuentran trabajo en el servicio doméstico; la violencia sexual y patriarcal hacia los niños; la violencia hacia las que, de cualquier signo, son asignadas al cuidado de los otros sin ser preguntadas; la violencia que se ejerce hacia sujetos que se salen de los esterotipos, con toda la diversidad de orientaciones sexuales y de género.

Nunca, hasta hoy, me había planteado el sujeto “mujer” central como lo han hecho las feministas clásicas. Creí, en algún punto, que habíamos trascendido esas dicotomías. Pero nos siguen siendo útiles si nos olvidamos de aquella “mujer” normada por el patriarcado que tiene un lugar en la sociedad y una serie de roles asignados. Nos puede ser útil, la categoría, si se trata de un sujeto definido por «nosotras» hacia un NOSOTRAS. Un NOSOTRAS que hay que hacer crecer de forma exponencial, según nos ha enseñado esta movilización.

Sobre la categoría “mujer” sigue existiendo una asignación y un disciplinamiento que nos divide, que nos utiliza y que nos mata, a veces. Lo que tengo claro es que ese sujeto “mujer”, si nos sirve y si puede ser resignificado, no se parece a ninguna mujer de las revistas femeninas y ni siquiera a una de nuestro entorno cercano. Es la suma de todas ellas, de Rihanna y de Martita “la que viene a casa”, de tu icono favorito de la juventud (véase, Siouxsie, Blondie o Cher) y del icono favorito de una teenager (quizá, Soy una pringada o la que quieras). Esa “mujer” es agraciada o no, es una que orina en tus ideales de belleza, es un monstruo de gran envergadura y te cagas del poder que ha reunido en torno suyo; sin atributos físicos definidos, con maquillaje y sin él, con minifalda y con mallas, gorda, flaca, negra y blanca, dotada de una fuerza descomunal, que se revuelve contra toda forma de violencia discriminatoria, y que está presta a levantarse y plantar cara. Esta “monstrua” también está dispuesta a golpear, ya le falta poco para reunir toda su fuerza.

Eso es lo que llevo días pensando.

Y gracias, “mujeres”.

PD. Cada año que pasa cumplo un año más y cada año soy más feminista. Mi madre, invariablemente, me dice al felicitarme «y cómo dolías, jodida». Así con el feminismo que me importa.

02.10.2017

Estado, padre, patriarcado

por carolinkfingers

Me enganché al twitter a las dos de la tarde y, viendo las imágenes de las primeras cargas del día, no pude dejar de recordar lo que le había leído a (creo) Andrea Momoitio, hace unos días: “el Estado español se comporta como el maltratador de manual, como no quieres someterte a mis deseos, te masacro, igual luego volveré a tratarte bien en unos días, a hacerte creer que eres única, igual olvidamos este mal trago juntos” (esto no es una cita textual). Eso ya no va a pasar. Ya está claro que no va a pasar. Si hay un posible paralelismo entre la jornada de hoy y la violencia machista cotidiana, la «maltratada» ha dicho «no aguanto mès».

Me nutro de feministas. De miles, de cualquiera. De voces anónimas y con nombre. Me dicen (@tatebravida) que la comparación la han hecho muchas. Me enseña otro tuit, que equipara el “ir a votar” con el “andar en minifalda”.

https://twitter.com/tatebravida/status/914486901188497408

Todo está conectado. Produce dolor por todos los ángulos, cada patada, cada porrazo, pero vemos meridianamente el paralelismo. Para las que hemos sido socializadas mujeres, al menos hasta hace diez años, la represión era auto-represión. No te vistas, no te muevas, no te insinúes, no salgas, no hables. No votes.

Vengo, además, de pasar un día y medio entre otras veinte mujeres que han organizado un punto de autogestión feminista en las fiestas del barrio en Chamartín: han repartido panfletos, han explicado las posibles estrategias y les han dicho a muchas: «No estás sola». Todo lo que puede pasarte es fruto de una agresión sistémica, y tenemos (hemos de darnos) herramientas. Sistema es patriarcado y sistema es Estado.

Cientos, miles de muchachas muy jóvenes han pasado por delante de nuestra caseta, con sus minifaldas, con sus maquillajes, y nos han preguntado cosas para después seguir divirtiéndose, estableciendo su Estado de (queremos imaginar) tolerancia, respeto, amor mutuo entre sus pares.

Creo que todas estas conexiones quieren decir algo: ellas han (nosotras hemos) aprendido a desmontar el germen de la violencia patriarcal y lo estamos viendo, radiografiado, cartografiando, para poder mirar desde los márgenes y defendernos. Nunca como víctimas, o no sólo como víctimas.

No está todo ganado, se gana cada día en cada batalla. Siempre hay una opresión que señalar, siempre una desigualdad que trabajar. Pero todo el día me sentí como viajando en un Delorean: policía y guardia civil arrastrando a personas por los pelos y por las orejas, que querían votar, y yo mirando esto tras mi pantalla. Era muy back to the past, aunque quisiésemos ir muy rápido al futuro. Luego me sentí, horas después, directamente transportada a hace unos cuantos siglos, cuando una feminista de las respetadas y de las académicas ha argumentado: «El derecho a decidir existe para aquello sobre lo que cabe decidir. Hoy, legalmente, un territorio no puede desvincularse del Estado. Dialeg»

https://twitter.com/AmeliaValcarcel/status/914518233771839488

Es verdad. No es legal. El referéndum no es legal. Ser iguales en derechos tampoco era legal. Reclamar la soberanía sobre nuestros cuerpos tampoco lo era. Cuándo, por la diosa, cuándo se ha conseguido algún cambio social que partiera de la legalidad. Nada de lo que me gusta es legal. Todo es inmoral y engorda. En El Salvador todavía no es legal abortar. En nuestro país no era legal divorciarse hace cuarenta años. El parlamento alemán aprobó hace menos de sesenta días el matrimonio entre personas del mismo sexo. Las comunidades zapatistas y sus instituciones están lejos de ser «legales». El separatismo no es legal, pero reclamar mi soberanía, la de ellos, la de la mujer que todos hemos visto arrastrada por la policía, lo es. Es legítimo al menos. Emily Wilding Davidson fue arrastrada y pisoteada por un caballo por oponerse a lo legal y reclamar lo legítimo.

Hoy hemos visto demasiada, desmedida, represión sobre personas que querían votar sobre su futuro. No me gusta atenerme a la represión como arma de empoderamiento, siempre creo que tiene que ser al revés. No me gusta empezar por las tropelías en las fiestas sobre mujeres y chicas jóvenes para reclamar el derecho sobre nuestros cuerpos, pero a veces es lo que hay. No me gusta empezar por la represión que ha vivido hoy Catalunya (más de 800 heridos) para darle todo el fuste a su batalla. Su batalla ya era legítima porque así lo siente una enorme cantidad de personas, porque el marco del Estado ha sido desbordado por sus demandas y porque ha pretendido silenciarlas a golpes. Juana Rivas ya tenía todos nuestros apoyos y toda la legitimidad antes de que la justicia le quitara a sus hijos. Las conexiones son infinitas porque los razonamientos que unen patriarcado y Estado también lo son. Por eso no podemos creernos a la señora académica que, por muy académica que sea, se ha olvidado de todo lo importante en esta (y supongo que en otras) batalla. Que siga sentada en su silla, nos vamos a dotar de derechos y de mejores condiciones entre todos, entre todas, en la autogestión ciudadana que no sabe de legalidad.

03.08.2017

Celebración

por carolinkfingers

Anotado el 4/4/2017 en mi cuaderno

«Impone comenzar a escribir en este cuaderno. Es como si me debiese esforzar en encontrar palabras más verdaderas -además de una mejor caligrafía-. Sólo una cosa para empezar: en treinta días estará publicado el libro que vengo acariciando los últimos cuatro años. En el último tiempo, en estos doce meses, más bien lo tuve que aporrear para que saliese de mí y cobrase vida autónoma. Nada de esto habría sido posible si no me hubiese topado con un editor al que le interesaron las pocas páginas buenas del primer borrador. Hace un año ahora, contestó: “Picoteo aquí y allá y me gusta lo que leo. ¿Cuándo tienes previsto acabarlo?”. Y no tenía ni idea.

»Me atreví entonces a tomar aquellos prejuicios que me habían puesto en marcha, y a perseguir con más firmeza el registro de voces y experiencias que podían desafiarlos. Pude haber sido más ambiciosa, siempre. Pude haber ido más lejos, con más comunidades, sujetos y preguntas.

»Pero, por otro lado, enfoqué el asunto con una urgencia nueva, traté de sistematizar lo que había observado, coleccioné los fragmentos que pude acometer durante los siguientes cuatro meses y, puestos en secuencia, decidí que estaban ahí representadas las partes imprescindibles de un coro, desde el movimiento a lo quieto, desde lo más visible a lo más privado, y desde lo político a los cuidados.

»Así fue como en septiembre consideré que tenía un primer libro. Y entregué. Había dejado fuera muchas cosas: porque los ejemplos que podía recoger se esfumaban o volatilizaban con el paso del tiempo o porque, en mi prisa por concluir en los meses de verano, en los que alejé a mis hijas a cargo de otras personas para poder escribir, no me vi capaz de abordar más.

»He aquí una trampa de este libro: la selección recogida habla de azar, de voluntad, y también habla de impotencia (no pude recoger la historia de María José, por ejemplo, ni la de Fátima).

»Llegado un momento, en ese recorrido productivo e improductivo de reconsiderar los cuidados EN el interior de la política, me encajaba todo activista social y toda persona en trabajos (remunerados o no) de cuidados. Para mí eran potencialmente lo mismo.

»Por eso la colección no podía estar completa sin las personas que encarnan el cuidado en su doble vertiente, de trabajo y de compromiso con los otros…»

8 de abril

«Me sacude progresivamente el pánico (…)

»He de saber que el libro provocará olas y que podrán venir a mi favor o en mi contra».

14 de abril

«Hoy es viernes y me divierto sola… Limpio, escucho música y releo partes del libro. Me congratulo en la colección, y en alguno hallazgos que tienen sentido en la secuencia de capítulos. Hay un temón ahí, hay buenos melones que se van a abrir con la publicación. Sólo he de ser capaz de defenderlo…

»¡Tengo ganas de que se lea!»

15 de abril

«Anoche lloré a moco tendido (…)».

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30.06.2017

Nolite te bastardes…

por carolinkfingers

No será este el artículo más documentado, ni el más razonado, ni el más equilibrado ni el más ecuánime que te vayas a encontrar sobre el debate de la «gestación subrogada». Quizá sea el más visceral. Y se enciende la mecha en este punto:

A partir de aquí -y a partir de los ríos de bits que estamos consumiendo en torno al tema desde hace meses, intensamente desde el pasado martes-, muchas cuestiones abiertas. Un número incontable de cicatrices, acorde con el de cesáreas que puedo enumerar entre mis conocidas, amigas y en mí misma. Cuerpo. Expropiación. Colecta. Patrimonio. Descendencia. ¿Derecho?

Los debates se pueden explayar en las inmediaciones de la comprensión, de la empatía, del dar satisfacción a una demanda (de mercado) o de, como he leído en varios lugares, tratar de dar marco legal a una realidad que ya está aquí («Aunque no hay cifras oficiales que lo corroboren, algunas asociaciones defensoras de la maternidad subrogada aseguran que en nuestro país anualmente hay ya más niños nacidos mediante esta técnica que recibidos en adopción. Los cifran entre unos 800 o 1.000 al año», dice este artículo en Público: si en 2015 nacieron 420.290 niños en el país, ¿qué alarma social es ésta?).

Vale: el rodillo comenzó a avanzar hace ya un tiempo. Sólo se trata de dar una seguridad jurídica a lo que es un hecho. Dar una oportunidad no onerosa a las parejas (¿siempre y sólo parejas?) que no pueden ser padres/madres con sus propios medios. Más tiempo hace que vivimos en menos metros cuadrados de los que necesita una vida humana, más tiempo hace que los que tuvieron un techo lo perdieron: no veo ninguna urgencia en dar cobertura legal a ninguna de esas realidades.

¡Venga, España, que hay que procrear! De pronto el tema entra en la agenda. Entendiendo que el fenómeno de las parejas infértiles crece y crece (véase una novela sobre el mismo, Quien quiere ser madre de Silvia Nanclares). Entendiendo que muchas van a llegar demasiado tarde a la constatación de que querían tener hijos. Entendiendo que las nuevas familias gays y lesbianas también desean descendencia.

Éste es un debate mortal. No moral. Mortal.

Es un debate de clase.

Es un debate que implica al cuerpo de las mujeres, que nunca ha dejado de ser propiedad de otros, y a los cojones de Girauta.

Es un debate de huevadas que se dan por hechas, por derechas: un supuesto derecho a la reproducción genética y a tener un hijo en el que participa alguno de los implicados (de la pareja, porque todo es en torno al binomio). Al otro lado, invisibles, están los otros cuerpos. De los múltiples artículos que he leído, los párrafos más flacos son los dedicados a ellas, las mujeres gestantes.

Imaginemos un cuerpo que no puede caminar. Imaginemos que todos los señores que están en el parlamento se han quedado sin cuerpo con el que caminar. Van a subrogar la capacidad de caminar, le van a dar entidad de Ley. A partir de ahora, por decreto, personas generosas y altruistas darán largas caminatas para ellos y les obsequiarán con sus relatos, grabaciones, archivos de sonido que testificarán el placer de caminar.

Después desaparecerá la capacidad de comer. También podrán subrogarla, siempre encontrarán almas bellas que les quieran degustar y describir el placer de la comida. Igual el resultado se lo pueden entregar en una caja, con borlas de tafetán.

No se parece. No tiene ni la más mínima comparación. Métete un embrión y llévalo nueve meses. Que no pase nada. No vayas a fumarte un cigarrillo ni a oler el vino. Eso que llevas no es tuyo, más vale que lo entregues entero. Impoluto. Perfecto. Entrégalo. Olvídate. Ya veremos.

Creo que la imagen de arriba resume una buena parte de lo que está en juego en este falso debate: el cuerpo del legislador legisla. El vuestro (nuestro) obedece. Me salto los pormenores del proyecto de ley, que para eso hay gente haciendo análisis con más herramientas de las que poseo, y me enfermo de este vómito oscuro:

De qué mierdas se está hablando.

De qué derecho.

Si ni siquiera hemos podido garantizar que una mujer pueda decidir por su cuerpo hasta este momento, por su capacidad gestante si la posee, por la posibilidad de no proseguir un embarazo no deseado, por su capacidad de decidir cómo quiere que sea su embarazo y su parto cuando se trata de una maternidad deseada; si apenas estamos dando a las adolescentes algunas nociones sobre salud sexual y reproductiva; si ni siquiera hemos sido capaces hasta hoy de garantizar condiciones medianamente dignas para los niños que llegan al mundo (en este país pocos, poquísimos), si les estamos robando su futuro antes incluso de que nazcan, si los estamos entregando a una competencia descomunal por resultados desde que ingresan a la educación infantil, y tienen que estudiar los «colours» y las «shapes» para no quedarse atrás y no se les ocurra dar muestra de alguna necesidad especial, diferenciada, privada, «no disponemos de acompañamiento para los niños con TDAH en este instituto, mejor búsquese un terapeuta», escuché decir hace pocos días en un salón de actos. Si ni siquiera logramos garantizar una vida medianamente digna para los niños que entran a formar parte de nuestra sociedad como hijos de inmigrantes, que se ven relegados a la marginalidad porque no creemos en ellos, porque no los toleramos. De qué estamos hablando si ni siquiera nos creemos a los hijos que sí, efectivamente, nacen sin esa subrogación, y les quitamos los pocos recursos de los que nos habíamos dotado. Mientras se está desmantelando la sanidad pública y la educación y todo es un «verás este cole que aquí no hay morenitos» y «aquí sí que los hacen trabajar en serio desde que tienen tres años».

De qué mierdas estamos hablando.

De un derecho inventado, reservado a una clase. De nacionales. De pudientes. De bienpensantes. De aquellos que tienen los recursos, de aquellos que pagan sus impuestos y hacen crecer la economía. Estamos hablando de volver a patrimonializar a los hijos (porque, si hemos invertido tanta energía y tanto esfuerzo e ilusión, incluso sin la carga económica, en tener un hijo a través del cuerpo de otra persona, será porque lo vamos a considerar algo nuestro, no nuestro para cuidarlo, nuestro para que nos dé alegrías, y si no nos las da, ¿qué pasa entonces?).

¿Te ves a familias de clase obrera, ella limpiando escaleras, él repartiendo mercancía de siete de la mañana a siete de la tarde, solicitando un vientre de alquiler para ser padres?

Pero ¿por qué estamos debatiendo esto en el congreso si esas mujeres que -habiendo sido madres ellas mismas- van a llevar a tu hijo por nueve meses y entregártelo no existen?

Es sumamente interesante el uso de la palabra «altruista». En una sociedad en la que se han vaciado todas las posibilidades de entregar el tiempo, la capacidad o los recursos al bien común, en un entorno de aislamiento individualista y búsqueda de la maximización del interés propio, las mujeres van a ceder durante nueve meses su cuerpo de modo «altruista». Las mujeres: las que cobran en torno a un 20-25% menos, las que ocupan los trabajos de jornadas reducidas y llenan la economía informal. ¿Altruista para sentirse mejor persona? ¿Altruista para colaborar en la felicidad de una familia -que se puede romper siete años más tarde, por no se sabe qué avatar-? ¿Altruista para elevarse sobre la inmundicia humana y ganarse qué cielo? A mí ese altruismo no me suena, sencillamente, más que a enmascarar que tendrá que haber una compensación (¿Cuánto es «suficiente»? Cuando no tienes para llenar la olla noche tras noche, ¿cuánto es «apropiado»? Hay quien vive con 400 al mes, pero queremos 1000 al mes, ¿no? ¿Al menos? ¿No podemos esperar que nueve meses de gestación nos dejen, al menos, 9000 euros? ¿Quién paga mi vida? ¿Quién se va a substraer a ese intercambio? Hablemos de dinero, mierda, este debate está lleno de mierda).

Pero el presente es ahora, y ahora, y ahora. Y esa vida estará en tu cabeza para siempre.

Y si el presente es ahora, y ahora, y ahora, estamos peleando por el nacimiento de vidas (genéticamente altruistas) sin que les podamos garantizar ni la más mínima condición vital.

«Todo el mundo sabe que ni los deseos, ni las frustraciones, dan lugar a derecho alguno», escribía aquí María Eugenia Pallop.

Y mientras tanto, se va normalizando el lenguaje, a fuerza de insistir, que dice que es posible «gestar desinteresadamente el hijo de otros».

Imaginemos más cosas. Es el tiempo de las distopías. Esto lo he contado otras veces. Ciertos hombres abusan de sus hijos. Cuando estos denuncian, no son escuchados, y se niega a priori la veracidad de sus relatos. Si los escucháramos, a ellos, a los hombres, igual hablaban de deseo. Extendiendo el argumento del deseo, igual, con el tiempo, hombres con cierto poder montan un lobby de normalización del deseo hacia los niños. Es nuestro derecho, porque es nuestro deseo.

O, por qué no, un lobby de pegar a las viejas arrugadas porque es nuestro deseo. O de golpear a gays y lesbianas, porque es nuestro deseo. O (esto es historia), de normalizar el acoso a los judíos, quemarles las casas, quitarles los bienes.

Lo que está escondido detrás de este debate  es una concepción privativa de la vida humana, donde unos tienen derechos y otros, simplemente, obedecen, callan, gestan, pierden la voz. Y el cuerpo. Unos, con sus cojones, legislan. Otras ofrecen su vientre en un altruismo que ya me está dando náuseas. Estamos tan, tan lejos de ser dueñas de nuestros cuerpos y destinos, así como tan, tan lejos de saber proveer condiciones de vida dignas a las nuevas vidas más allá del formato familiarista que hace treinta años que implosiona por sí solo, que no me puedo creer que estemos en medio de este debate.

Si estoy mezclando churras con merinas, es que es mi deseo y sobre todo mi oficio, pero no voy a hacer una ley de ello.

 

//Quieres saber más cosas?:
En la historia, ya ha pasado de otros modos: Objetos gestantes//

21.03.2017

Apuntes para un debate inagotable (que espero que se agote para que empecemos a bailar)

por carolinkfingers

¿«Feminizar la política»? Lo voy a escribir una vez y no más, tan sólo con el fin de situar este texto. La expresión apareció en medio de una de las últimas campañas internas de Podemos, caló más de lo que hubiese deseado, y el eslogan (así me referiré a él a partir de ahora) abrió un debate sobre cuestiones que me apelan y creo que son importantes: por eso escribo esto.

Pero: ¿de qué modo hablamos de esas cuestiones?

Me debatí como gato panza arriba contra el eslogan. Como no aclaremos ciertas cosas, ciertos términos y bases, dije, la expresión no puede más que confundirnos y hasta debilitarnos. Y hacernos chorrear textos de uno y otro signo. No es malo, no, el debate en sí mismo. Pero dispara mi prevención. Me he ido guardando los apuntes tan sólo porque el debate me encontró en los últimos meses de redacción de un libro cuyo tema está íntimamente relacionado –en su origen y desarrollo– con todo esto.

No pretendo en este texto forzar nada ni llegar a conclusión alguna. Busco dialogar con lo aprendido y, sí, quedarme con lo interesante del asunto. Hace ya algunos años, abrí una «investigación», espoleada por el debate que manteníamos entre varias, con mujeres involucradas en luchas feministas y sociales, sobre lo que llamábamos «retaguardias»: fue una manera de enfocar, en breves palabras, a lo que sostiene la política, el activismo y la movilización. Volveré después a esto.

Frente al escenario reciente de asalto institucional y de muchas personas (hombres y mujeres) «novatas» en la política de la representación (clásica), reclamando aquel eslogan, me pregunté qué quería decirse con él. Trato de diseccionar:

  • En los motivos, a menudo, parecía decirse algo como «incorporar valores femeninos»: digamos formas, rasgos, comportamientos y saberes asociados culturalmente a lo femenino, y que tradicionalmente han portado las mujeres (escucha, afecto, cuidados, ternura, empatía y no sé cuántas cosas más). Sin una revisión exhaustiva de esto, sin desencajar lo «femenino» de «las mujeres», en el primer recodo del camino, se llega a un renovado esencialismo que se traduce en: «Las mujeres sabéis hacer x o y por naturaleza» o «Podemos aprender de nuestras madres que sabían cuidarnos»; sin revisar ni por un segundo cómo se produjo ese milagro. Las reacciones esencialistas acosan a este lenguaje en torno a lo «femenino».
  • Otros textos en torno al asunto apuntaban al tema de la representación y las cuotas. Batalla no menor, la de las mujeres en la política «institucional» (este tema se puede/debe ampliar a ámbitos activistas heterogéneos, más o menos clásicos). El «asalto» que se lleva perpetrando desde hace un siglo (de la política o de las universidades) es una cuestión que tiene su importancia. Lo que sucede cuando los sujetos no convencionalmente habilitados para esa política (de la institución, del Estado) acceden a ella es que se tienen que adaptar a las formas prescritas («masculinas» en el sentido también de «valores asociados culturalmente»). Esto es lo que contaba Gala Pin en este texto, meridianamente.
    Pero: esto se puede convertir rápidamente, a su vez, en una simple receta: «Añada mujeres y revuelva», nos dijo Raquel Gutiérrez sobre su experiencia en el activismo en países latinoamericanos en la última década y media.
    La representación y las cuotas son un frente (no vale continuar perpetuando un espacio de política que no cuente con la mitad del mundo), pero compartir esa política sin problematizar el espacio y las formas, puede convertirse en «compartir el cincuenta por ciento del infierno» (palabras también de Gutiérrez). Creo que esa expresión define a la perfección la experiencia de muchas mujeres en la política profesional (como también define la experiencia de las mujeres en el mundo de la empresa, por ir algo más lejos).
  • Aquel lema podría querer decir, también, contenidos. Por aquí me empiezo a congratular. Incorporar preocupaciones, temas y reclamos del mundo de las mujeres (de su experiencia situada e histórica) y especialmente reivindicaciones feministas. Leyes que protejan los derechos sobre nuestros cuerpos, que castiguen la violencia y el asesinato machista, el abuso sexual, el abuso infantil, reivindicaciones económicas (sueldos, pensiones, coberturas sanitarias, partidas para investigación): OK. Un mayor número de mujeres en la política puede garantizar una mayor sensibilidad a estos asuntos, que estos contenidos se incorporen de un modo más rotundo sin que se entiendan «de parte». No restaré importancia a todo eso.
  • Pero, en el último eslabón, el que me parece realmente importante, están los procesos y las prácticas. Esto ha de entenderse como un modo de hacer (sentir, pensar, producir y colaborar) «de las mujeres» en razón de sus experiencias, del aprendizaje compartido, y de un pensamiento múltiple feminista que nace directamente de estas. Montserrat Galcerán propuso, hace pocos días en una charla en Traficantes de sueños, hablar de «prácticas feministas» o de un «devenir feminista de la política». Definitivamente, el eslogan no nos vale pero sirve para volver a introducir una reclamación: no es posible seguir separando la política de la vida. La política ha de ser desordenada, como los feminismos han desordenado tantas otras cosas.

Si supiera definir qué es «política»… Dos mil años de tradición y academia dirigida por el orden patriarcal no se pueden subvertir en cien años, pero muchas cosas se han movido de su sitio. Dos tradiciones fundamentales se esconden detrás de la idea (a mi modo de ver, con poca academia):

  • Política como diálogo, desde la polis hasta hoy: asamblea de hombres libres y autosuficientes cuyas necesidades materiales están escondidas y cubiertas en otro lado.
  • Política como enfrentamiento y guerra, habitualmente portada por gobernantes y generales. O todo a la vez.

En cualquiera de esas tradiciones, la política no tiene nada que ver, en absoluto, con la vida: con su reproducción, conservación y cuidado. Con la vida en su sentido más material y tangible.

De eso es de lo que saben las mujeres en todo el planeta, aunque no sepan nada (lo saben todo) de política: de cuidado y preservación de la vida.

Por ello, siguiendo esa estela de intuiciones, hace unos años la noción de «retaguardias» nos fue útil. No incluía ningún término «femenino», no se asignaba a una parte u otra, trataba de sacar al aire la discusión sobre la vida que se ha de cuidar, para sostenerla. Ya sea en el formato de guerra o en el otro, el del teatro de las identidades que tenía lugar en la polis, la vida era algo que se mantenía separado, apartado, naturalizado, dado por hecho, y estigmatizado incluso, de la idea de política. Mantenida por otras.

Con la noción de «retaguardias» (cargada del mismo léxico bélico, pero que valía por igual para nombrar el «hogar» de la contemporaneidad donde se esconden todas las atenciones a lo privado), pretendíamos pensar y practicar una política que incluyese la vida de raíz. La vida así incluida en el nodo tendría que, por fuerza, subvertir algunos órdenes. Tendría que introducir esa vida (sus condiciones de reproducción) en la política y dejarse de separar en «esferas»: ojalá.

Por ello se convirtió en mi tema obsesivo: los ¿cuidados? Sí, entendidos en un sentido amplio, desgajados del enclaustramiento al que se someten en nuestra cultura (en tantas), y entendidos como una función social oculta, de modo interesado. Enfocados esos cuidados tareas infravaloradas, cotidianas, ineludibles, dadas por hecho como todo eso que produce la política. La vida, vaya.

Detrás de la sugerencia de Galcerán de hablar de «prácticas feministas» o de «devenir feminista» de la política puede haber muchas cosas rescatables: puede significar privilegiar procesos sobre resultados (el aprendizaje en común, colaborativo y horizontal como primer resultado deseable); puede significar incluir formas no normativas de política: el diálogo sin fines, la cháchara, como herramienta de aprendizaje común; puede querer decir incluir, todo el tiempo, a sujetos y sujetas independientemente de sus capacidades (¿niños? ¿ancianos? ¿diversos funcionales?). Las mujeres en esa política de la representación se han de adaptar al molde del sujeto normativo (el Blanco Burgués Varón Autónomo y Heterosexual en terminología de Amaia Pérez-Orozco). Todo eso, todo ese desorden, podría darse a partir de una concepción radical de lo que nos sostiene, las prácticas de cuidados, como práctica política ineludible; ese es el margen, esa es la grieta. Al menos la que me propuse enfocar, desmenuzar y contemplar desde las prácticas y experiencias de otros y otras.

Centrarme en los «cuidados» desde esta óptica tenía por fuerza que considerar la estructura que asigna esas labores al espacio privado, a lo doméstico, a la parte mujer de la sociedad. Es desde ahí desde donde la parte mujer (nuestras experiencias del norte y del sur, de lo rural y de lo urbano) ha adquirido saberes, experiencia y noción de su valor, no desde ninguna «esencia». Es desde ahí desde donde se pueden forzar las nociones.

Y buscar desde ahí una política «otra», un liderazgo «otro», un saber compartido y unas prácticas que mixtifiquen todo lo anterior.

Si la representación, las cuotas o los contenidos son importantes, donde me detuve a mirar es en las prácticas, las experiencias más o menos azarosas que encontré, de esa interrelación. El camino emprendido para escribir este libro fue de escucha, registro y observación de lo que tenía a mano. Cuándo, dónde y cómo se produce una política que cuide o unos cuidados que se incorporen a lo político. ¿Era posible ver una cosa y la otra juntas? Algunas cosas encontré, claro. No agoto aquí ni agoto allí el tema.

Independientemente del éxito o fracaso de las nociones, muchas cosas se han hecho y se están haciendo (el reciente órdago de la huelga de mujeres no es tema menor): lo que sucede es que cuando insistimos en los palabros se nos escapa lo concreto. Lo concreto es lo que lleva en sí mismo la noción de «cuidados» que, cuando interrelacionamos con la política, llamamos «retaguardias».

En uno de los encuentros de estas últimas semanas con Rita Laura Segato (quien confesó que «feminizar» no le incomodaba, como idea que incorporaba la experiencia y la historia de las mujeres en el devenir del mundo actual) y con Raquel Gutiérrez, Rafaela de Territorio Doméstico nos dijo: «Basta de etiquetas». En su experiencia, tanto debate sobra. Y puede que tenga razón.

Estas mujeres, que se habilitan como sujetos que toman la voz y la acción desde sus contextos situados (el del empleo doméstico y el de las migrantes) tienen demasiado que enseñarnos. Una parte de su experiencia, también, ha sido recogida en el libro. Ese debate inagotable, que espero que se agote en tanto que palabros y nos permita la práctica de una vez, es el de una política que produce realidades sin dejar a ninguna fuera.

Hay mucho que subvertir todavía. Todo esto, me dijo otra de las personas entrevistadas en el libro, hay que entenderlo como una «laborcita de zapa».

Lo que me enseñaron estas mujeres (y bastantes de las personas entrevistadas) es que la política otra se hace, se experimenta, se disfruta, se encarna, se siente, se cuida y se baila. Y es una función del cuerpo, no divorciada de la vida, tan intensa y tan profunda como ésta. Nos falta mucho para desordenarlo todo, pero estamos en ello.

portada_trincheras

// «Trincheras permanentes» aparecerá en mayo editado por Pepitas de Calabaza //

/// Me he estado guardando estas notas, pero también han tenido lugar a partir de la visita en España de Raquel Gutiérrez y Rita Laura Segato, en el contexto de las presentaciones de sus libros editados por Traficantes de sueños. He aquí una coleccción de enlaces.

La guerra contra las mujeres (de Rita Laura Segato)

Horizontes comuniario-populares (de Raquel Gutiérrez)

Y el montón de artículos que desencadenó el eslogan y la discusión reciente:

Silvia L. Gil: Feminización de la políica

Mª Eugenia R. Palop: Feminizar la política

Gala Pin: Hombres de más 40 años con corbata

Montserrat Galcerán: Feminismo de gestos

Clara Serra: Feminizar la política para una política feminista

Luisa Posada Kubillas: ¿Quién «feminiza la política»?

///

03.03.2017

¿Sobre-semantización? ¿Estamos locas?

por carolinkfingers

Es importante dosificar la reacción, la visceralidad, la rabia. Para mí lo es. Por eso estoy escribiendo. El sábado pasado estaba de turno en la librería y mi compañera Julia me pidió que leyese el artículo de Santiago Alba Rico titulado «¿Terrorismo machista?». Lo comentamos el día entero, tanto lo comentamos que hasta las clientas se metían en nuestra conversación (y en momentos como ese se encuentra el sentido a trabajar un sábado en una librería como la nuestra).

Pasados seis días, hemos podido saber de tres o cuatro muertes más, mujeres asesinadas por parejas o ex parejas. Invierto mi día libre, pues, en responder a su artículo, uno más que trata de señalar qué vale y qué no vale. En el feminismo. Aham.

Dejando de lado que el texto empieza en Úbeda y acaba en Pontevedra, parece que a Alba Rico le molesta algo en especial: que las feministas sobre-semantizamos cuando hablamos de «terrorismo machista» refiriéndonos a los asesinatos de mujeres. Que, al llamarlo «terrorismo» (21 mujeres asesinadas en dos meses de 2017, según contabilidad oficial), incurrimos en una insistencia que «es peligrosa y contraproducente». No sé para quién es peligrosa, y contraproducente sería que no se dejasen ver esos asesinatos, goteo flagrante que sesga vidas de mujeres, día tras día, mes tras mes.

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07.11.2016

Bilingüismo

por carolinkfingers

Una cosa buena tiene que a los menores de dieciséis años no los dejen ir solos a los conciertos: madres, padres o tíos postizos se ven obligados a compartir sus «fanatismos» un par de veces al año, a hacer la cola con ellos, a acudir arrastrados por ellos, después de las miles de veces que fueron arrastrados por nosotros a reuniones familiares o de grupos de trabajo aburridísimos. Cuando hoy hemos acudido juntas, con mis hijas de diez y quince años, al primer concierto en Madrid de Melanie Martínez he pensado todo eso, por cuarta o quinta vez, y también que en un par de meses mi hija mayor ya no va a necesitar carabina para disfrutar de la siguiente cantante que le entusiasme y se deje caer por aquí.

La adolescencia es ese lugar tan denostado y temido entre los que andan teniendo hijos –muchos menos hijos y mucho más tarde que antes– como el momento en que ellos se alejan y andan a su bola, y se encabritan a veces y se pierde la comunicación. Se pierde el lenguaje común. En mi particular tránsito en esta nueva fase, junto a las dos, vengo creyendo que más bien se teme ese momento porque nos volvemos comodones. Se escapan porque no queremos aceptar que se hacen autónomos, que toman decisiones, que el mundo exterior, sus relaciones y todo lo que sacan de youtube se convierte en el núcleo central de su vida y nuestras miserables personalidades dejan de estar en los pedestales anteriores. Nuestras experiencias no eran tan valiosas. Y nuestro lenguaje es otro.

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Acerca de Carolink Fingers
El blog Carolink Fingers está hecho con Wordpress 4.8.12 para ZEMOS98.
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