No es nuevo que en este pueblo, mi lugar de vacaciones cuando era niña, al que vuelvo por unos días siempre en verano, me siento un poco alienígena. Mi madre, que es de aquí, también dice sufrirlo. Somos las que venimos. La permeabilidad que se da entre el lugar, sus habitantes y yo misma debe salir, si es que, de forma espontánea. No forzar. Ellos cambian. Nosotros cambiamos. Aquí estoy cuatro o cinco días al año. Nos reconocemos, a veces no nos impregnamos.
Hace treinta o veintitantos, todo vecino que pasaba por delante de nuestro jardín me hacía el mismo comentario: “Siempre estudiando, esta niña siempre estudiando”. Sólo me aburría soberanamente en la hora de la siesta y leía sin parar todo lo que caía en mis manos. Igual que ahora.
“La sexta regla es: una buena táctica es aquélla con la que tu gente disfruta. Si tu gente no se lo está pasando en grande, algo falla”
Saul Alinsky, Tratado para radicales
Sobre tácticas y estrategias de la movilización, deben de haber docenas de libros publicados, pero confieso que soy una activista con poco recorrido, así que el libro de Alinksy es de lo poco que tengo en el bagaje. Ok, ¿y qué? ¿De qué nos estamos quejando los que efectivamente sí nos movilizamos desde hace dos años? ¡Oh, hay mucha gente que no se suma! ¡Somos tan pocos! Pues Alinsky ofrece trayectorias hacia el empoderamiento de las personas, para que se organicen y lleven a cabo acciones, que dan mucho gustito por resultar prácticas y motivadoras.
Vamos al lío: nos convocamos el jueves 18 para protestar ante las sedes del PP. Nos convocamos, sí. ¿Quiénes? No tengo idea. Nosotras, nosotros. Cuando me entran suspicacias es… bueno, prácticamente nunca, salvo que un partido político del sistema o un sindicato del poder me esté convocando. Durante treinta y siete años no han conseguido convencerme absolutamente de nada y tengo al menos una década de decepciones constantes.
La convocatoria se mueve con carteles como éste y el hashtag en twitter #BarbacoaDestituyente.
Algunos lo han tomado de modo literal.
Tengo la manía del diario desde que tenía 6 años. Me gusta la cerveza helada. A mis 39 años he descubierto que bailar es un vehículo de amor y es de las cosas que me proporcionan más placer -aunque mis rodillas lloren más tarde desconsoladas. He entendido pues el significado último de la expresión «que nos quiten lo bailado». Sufro mucho, siempre estoy sufriendo por cosas, no necesariamente que me pasen a mí. Me muerdo las uñas, pero Sigue leyendo
«… una sociedad formada por personas, «tan inteligentes como sensibles, tan agentes de sus propias vidas como cuidadoras de las de los demás. Si es así, su sexo habrá dejado de ser la variable que determine, al nacer, la posición que ocuparán en la sociedad»
Almudena Hernando, La Fantasía de la individualidad, citado por Elisa G. McCausland en el ensayo «Mis problemas con las Wonderwomen» dentro del libro Radiografías de una explosión (Modernito Books, 2013)
Esta ciudad está cargada de milagros. No es difícil verlos. Es más, cada día es menos difícil ser parte de ellos. Milagros de andar por casa, milagros seglares. Ventanucos perpetrados para mirar más allá de los ahogos cotidianos y obtener un escorzo de las posibilidades que nos esperan, aquí, ahora, mañana, si persistimos, en este cielo en la tierra que nos estamos ganando.
No valen como muestra estadística, ok. Son Pepito y Margarita Cualquiera. Son mis vecinos desde hace un año y medio. Uno siempre guarda cierta ilusión de encontrarse con vecinos majos cuando se muda de piso. Mi cambio además vino motivado, entre otras muchas cosas, por no poder sentirme ni medianamente bien rodeada en donde vivía entonces -un barrio muy bien de Madrid-.
No se elige a los vecinos, como no se elige a la familia, pero peor. Compartimos un patinillo de esos de cuerdas para ropa y máquinas de ascensor. No tengo más narices que encontrármelos cada día cuando cocino el almuerzo o la cena -cocinar es ETA-.
Y me dejan asistir -no se esconden ni hablan más bajo- a sus conversaciones familiares en la cocina. A su felicidad ausente. Hablo de felicidad porque no puedo hablar de disonancia: no es disonante aquello que no reconoce su propia contradicción.
Una invitación del taller de investigación Amar en tiempos hipsters/Sexo hipster: ¿hablamos de las familias de los modernos y modernas? Y contar lo que descubramos en una videoplaylist al final del trayecto que ha recorrido el grupo de investigación del Intermediae-404 School Not Found, como una de las actividades paralelas en La Casa Encendida. Ésta es una versión resumida de esa charla.
¿Puede haber algo menos hipster que la maternidad?, nos preguntamos hace algunas semanas en una de esas conversaciones entre cañas.
En el taller se ha intentado observar críticamente cómo se nos representa el amor, el «post-amor», y queríamos revisar también su continuación: la familia. Porque el relato del Amor romántico terminaba tradicionalmente en el «vivieron felices y comieron perdices», pero no nos contaban cómo cuidaban y criaban de la prole.
Primera aproximación: según Google, no se puede ser moderna+madre+hipster a la vez.
El hipster, hombre-mujer, vive su ficción de ser autónomo, independiente, consumidor de identidades. En ese contexto, es lógico que la madre sea vista por él como un “otro”, un afuera.
«No hay sitio para dos en el cuerpo de la Jovencita«, dicen Tiqqun en Teoría de la Jovencita (Acuarela, 2012). Nuestra jovencita modernona, desenvuelta en las relaciones de lazos débiles y vínculos afectivos volátiles, se hace grande algún día y empieza a echar de menos «reproducirse».
También dicen los franceses: «A menudo, antes de descomponerse de forma desmasiado visible, la Jovencita se casa. La Jovencita no sirve sino para consumir, ocio o trabajo, tanto da«. ¿Y familia?, nos preguntamos. El «descreímiento» y el abrazo de lo maternal parece venir, eso sí, con cierta edad madura:
Hollywood, con películas como Baby Mama (2008), parece estar emitiendo un mensaje: quizá puedes boicotear los planes de vida en pareja, quizá se pueda vivir sin el amor romántico, a cambio de llevar adelante el otro gran proyecto de la mujer: ser madre.
¿Nos encontraremos con una mujer que, al intentar adquirir una nueva identidad, pretende seguir formando parte de un mundo de tendencias y consumo non-stop? ¿Intentará esta madre moderna reflejar hacia el mundo su «identidad» a pesar de tener que cuidar de otras vidas? ¿Cómo hereda esta mujer maternidades del pasado y cómo se enfrenta a la volatilidad de las relaciones del presente? ¿Cómo se casa lo hipster con las dependencias de la vida?
Una de las tesis o intuiciones de esta conferencia nos llevaba a asegurar que la «opción» de la maternidad que se presenta a las mujeres de la treintena avanzada tiene poco que ver con una «opción» y se parece sospechosamente a cumplir una obligación más de la vida (adulta, aunque anexa a identidades post-adolescentes). El largo viaje del feminismo detuvo (o sufrió una reacción) la emancipación de la mujer de la obligación de la crianza para incorporarla en el arsenal de las opciones de consumo. La adquisición de esta nueva identidad (madre, familia) vendrá acompañada de un sinfín de materiales, complementos, adornos, gadgets.
Llevo un cuaderno de notas desde hace treinta y dos años -que, por supuesto, no es un cuaderno, son más de cuarenta. El último de ellos está prácticamente entero dedicado a la última persona especial que conocí. En las narrativas del Amor romántico diríamos que era ese príncipe azul que llevaba tanto esperando.
No, no lo era. Tampoco. Como decía la sevillana, “el amor es un viento que igual viene que va…”. El Amor interrumpe y arrasa lo cotidiano como excepcionalidad, se instala como el núcleo que parece dotar de sentido a todo lo que no lo tiene -desde nuestras horas gastadas en trabajos que detestamos, a los años neblinosos de soltería, a… #pongaaquísumalestar. Mientras está, claro; en pasado, tras la Ruptura, se convierte en otra cosa.
Hola, Mongolia
No sé cómo decíroslo y tiene que ser gracioso. Es que tengo que hablar con vosotros de lo que habéis publicado en la revista como respuesta a alguien que os pedía «lenguaje en femenino». Es lo que tiene, en cuanto te haces famoso, te empiezan a pedir cosas. Que hables de esto, que escribas de aquello, que visibilices aquella injusticia. Lo mal que lo tiene que estar pasando Jordi E, ¿verdad?
Pero lo vuestro es una revista de humor «sin mensaje alguno», claro, qué esperan esos y ésas, sobre todo ésas. Qué desfachetez pediros que escribáis en femenino, si ya decís que sois todos hombres, aunque a mí sinceramente no me cuesta desde que me levanto hasta que me acuesto hablar en masculino. Ah, que es genérico.
“A mis amigos de antes no les resultaba ya nada atractiva, lo notaba en cómo, cuanto más avanzaba la velada, se iban arrimando unos a otros, con lo que al final me encontré sentada ante una miniatura de Tribunal de trasnochadores del sábado con Adidas vintage”
(Lola Lafon, Una fiebre ingobernable, 56)
Ésta es una situación cualquiera, vivida varias veces en los últimos tiempos. Quedas con amigos de los de antes porque te apetece verles, echar unas risas, tomar unas cañas. Te dejas arrastrar a una de sus casas -algunos aún tienen- y te hablas de los últimos cambios laborales de cada uno, de las noticias de hijos o matrimonios… En algún momento, eres tú la que lleva la conversación hacia ese terreno, lo político. “Eso de lo que estás hablando es lo que dicen los de…”… “Es la pelea que vienen haciendo los de…”
Revueltas y desordenadas, las postales que he recibido desde el 15 Zemos98
Esto de un festival aún tiene esa mística de lo presencial. Decimos que no, pero es importante y reinvidicable el aquí y ahora. Aquí estoy viendo a amigos que viven en mi ciudad y hace meses que no consigo ver. Éste es el momento en que Sevilla se convierte, por mucha feria o derby que haya, en un epicentro de confluencia, personas que ya están en la conversación y deciden continuarla de tú a tú, levantar barreras y dialogar. Crisol, ganas, potaje holístico. Pero estamos en una zona de confort al mismo tiempo. Esto, sea como sea, hay que sacarlo de aquí. Confrontarlo con la fábrica (¿existe?), el barrio, el vecindario o el centro social. ¿Cómo lo hacemos? ¿Entiendes tú lo que es #copylove?