Muchos de los que me conocen no saben que soy, en realidad, alguien bastante tímido que se lo piensa siete veces antes de entablar una conversación con un desconocido. Algo bastante absurdo cuando se pretende ser periodista (pero siempre dije que yo era periodista sin vocación).
Así, uno de los últimos encargos recibidos me pilló de través cuando me dijeron que debía salir a la calle a interceptar la opinión de la gente. No tres o cuatro, sino cinco opiniones diferentes sobre diez temas diversos. Para sacar cincuenta he pasado cuatro o cinco mañanas con el cámara en el centro de Madrid (a través de las ventiscas, los temporales y las nieves de estas últimas semanas) y he tenido que saltar encima de casi cien personas. O de doscientas, si contamos a todos los que no me dejaron terminar la frase «perdona, buenos días, estamos haciendo una encues…«
Muchos creerán por prejuicio que es el tipo de trabajo que se le encarga a los becarios. Puede ser. Pero sería un error. En estos días he aprendido que para que la gente se detenga contigo un minuto, te deje grabar sus opiniones con una cámara y sacarles una foto hay que echar mano de toda la psicología del mundo. Al cabo de las primeras negativas y de sentirme terriblemente mal por ellas, descubrí que esto era parecido a ligar en un bar. No te acercas a todos los tipos que están solos, sólo a aquellos que en principio parecen tener ganas de entablar. Gran palabra ésa.
En estos días, también por primera vez, me daba lo mismo si la gente hacía o no hacía cosas bonitas. Si sabía pintar con el pie o escribir poemas en braille. No los entrevistaba por hacer cosas especiales, tan sólo por ser especiales. Miraba la cara de una mujer, de un hombre, elegía el tema (tenía diez distintos para recopilar respuestas), los asaltaba, les pedía permiso. En estos días, mis objetivos sólo debían disponer de medio minuto para quedarse conmigo, y detenerles no fue tarea fácil.
Por eso, por la gigantesca amabilidad del gesto de prestar la opinión de uno que vive y lucha a otro que vive y lucha (que eso es un periodista hoy día) y regalarle un poquito de su tiempo, escribo esta entrada hoy y ya me voy a dormir. Espero que ninguno se reconozca en las fotos porque por supuesto no tengo permiso para ello y por eso están en quince píxeles cada uno. No porque no sean importanes, sino porque son súper importantes.
Sin embargo, tras la timidez y la lucha, venía lo más extraño. Cuando terminaba las mañanas de grabación y persecuciones callejeras, decía adiós a mi compañero y me metía al metro rumbo a casa. Me costaba al menos un cuarto de hora darme cuenta de que ya no les necesitaba, de que ya no debía estar escrutando sus rostros en busca de una esperanza de respuesta ni seguir parando a la gente que me cruzaba en el camino.
Y el veneno, sin embargo, ya estaba inoculado. Ahora no puedo parar. Necesito saber los nombres de todos vosotros y lo que pensáis todos vosotros, sin excepción, de todas las cosas.
Leí Invisible por encargo de notodo.com (ahora soy una colaboradora fija de la sección de libros), con la ceja levantada como últimamente me gusta leer. Paul Auster fue un favorito en otros tiempos míos de lectora, más lozanos, pero cuando me he acercado a las últimas novelas del neoyorquino siempre sentía que me estaba tomando un poco el pelo. Repitiendo patrones. Jugando al azar. A mí el azar en la ficción no me interesa nada de nada.
Bien. Ahí va la reseña que hice para notodo, que hoy es portada y se ve así de bonita.
Varios autores
Los Soprano forever
Errata Naturae
Primero la televisión succionó nuestras cabezas; después nos hizo pensar. Tras el reciente Los Simpson y la filosofía (Blackie Libros, 2009), Los Soprano forever es la propuesta de Errata Naturae para homenajear a nuestra serie de culto. Sería (hasta donde llegan mis noticias) el primero de este tipo nacido en una editorial española. ¿Se merece Los Soprano una colección de artículos reflexivos, provistos desde la pasión del fan a la vez que desde el análisis de orientación estética, psicológica y sociológica? ¿Gastar tinta y papel en la creación de David Chase como fenómeno de la nueva televisión, rizo final y dead end del cine negro? ¿Se merece que pensadores de nuestro mundo -audiovisual y real: Ivan de los Ríos, Peter H. Hare, Noël Carrol, Fernando Castro Flórez y otros- engarcen página tras página desentrañando el porqué del éxito de una serie realista sobre un gordo con depresión y tendencia a machacar cabezas, capo de una mafia de suburbio? Escucho vuestras voces: se merece más.
//Publicado en Go Magazine enero 2010//
Palacio Vistalegre (Madrid) 9/12/2009
“Primo Bill: Mi cuarta vez con Editors. Sé que en Birmingham será distinto. Pero se han desleído, como un café con demasiada leche. Ay, dónde se nos han ido. Aquel Tom Smith con tanto por decir, al que la frustración le hacía enorme y le dictaba grandiosos textos de desencanto y rabia. Nos han hecho ir hasta el último lugar del mundo para verlos otra vez (es una droga), pero… la legión de fans que se saben de memoria ‘An End Has A Start’ (2007) ha crecido una barbaridad, y ya no cabemos en las salas tradicionales. Menos mal que el disco nuevo apareció bien mezcladito con las grandiosas ‘The Racing Rats’ o ‘Bones’ (primo, ¿a que está ahí el sonido de ‘October’, por lo menos?). Una torre de sonido se fastidió y pararon (¡inverosímil!). Trataron de recalentar el ambiente, y se guardaron algunas de las mejores para el final (‘Munich’). Pero a mí me subieron a una nube tormetonsa con ‘Open Your Arms’. Quizá, quizá pueda perdonarles. Ellos debería saber que sus fans también son frágiles”.
//Mi primo Bill es real. La última vez que hablé con él, nuestro tema común fue los Editors. La foto con la que ilustro la reseña es del flickr de http://www.flickr.com/photos/u2005/. La reseña está publicada en la sección «Live» de Go Mag – enero 2010//
Me he dado cuenta de que me paso el día escribiendo de los demás. Los artistas, ilustradores, escritores, actores, fotógrafos, cineastas y creadores a los que dedico una parte de mi labor profesional, la de «periodista cultural«.
Y de que necesitaba dedicarme algunas horas a escribirme a mí misma.
Cuando se han dado tantas vueltas por el mundo -y por el mundo laboral- es difícil hacer ver a otros que tienes una experiencia concreta.
He hecho de todo. Aunque no todo ha valido. He dejado fuera de mi relato aquella etapa en la que dirigí un restaurante de un club social junto a mi madre y otras socias, así como la temporada en que di clases particulares a niños desde los 6 a los 18 años. Y les ayudé bastante, me dieron a entender.
Mi verdadera habilidad es salir adelante. Cuando terminé la carrera, sabía que los códigos audiovisuales no me iban a alimentar. En cambio, la comunicación, en un amplio sentido, era mi verdadero ámbito. Entré en internet y no he salido. Por eso sé que sé y puedo dirigir proyectos de comunicación digital y ayudar a las empresas y/o instituciones a que su presencia online sea eficiente, bien considerada por el nuevo prosumidor y coherente con el otro mundo.
Así que vuelvo a dejaros mi vida contada en un par de páginas de word.
En el número 150 (el de ahorita mismo, para inaugurar 2010) de la revista Qué Leer, se puede encontrar la crítica que firma servidora (con su pseudónimo «Carolina León», todo hay que explicarlo) acerca del último volumen de relatos de la catalana Care Santos. Allá por la página treinta y tantos (ver pdf quien lo desee).
Para mí, un estupendo libro que certifica tanto que Care es una narradora breve de alcurnia como que leer libros de cuentos en español, excitantes y deliciosos, es posible. También lo comenté, sin las constricciones de la maqueta, en el blog Estado Crítico.
Cuánto cuesta arrancar el año nuevo. Es como una resaca interminable y, a la vez, la urgencia de abandonar la ociosidad (medio decidida, medio impuesta) y entrar al trapo con todos esos proyectos que han quedado para después de la vuelta de hoja del calendario. Sabiendo que da lo mismo que el mundo gire o no, sabiendo de la inutilidad de todos los esfuerzos, sólo mediante la acción consigo entablar un diálogo decente conmigo, donde no entran a formar parte ni la autocompasión ni la impotencia.
Uno de mis trabajos es hacerme preguntas. Y una de las preguntas que me hago hace mucho tiempo es cómo puede vivir una mujer que ha escrito y cantado algunas de las canciones más hermosas de los últimos veinticinco años, retirada en una vida de madre y ama de casa, desconectada del quehacer musical y guardándose su don para ella misma (y los suyos).
Cierto es que Elizabeth Fraser ha acudido puntualmente a grabar, después de la disolución de Cocteau Twins (1998), cuando el proyecto ofrecido le ha interesado. Así fue como surgió su participación más conocida: Teardrop, de Massive Attack. Siempre que le hablo a alguien de ella, tengo que remitirme a esta canción para que la reconozca. También se acercó a Peter Gabriel (en el disco OVO) y a Yann Tiersen, en dos bellísimas canciones de Les Retrouvailles.
Pero hay que bucear. Es imperativo. Quien crea que sabe algo de la música popular de los 80-90 y no se haya escuchado la discografía de este grupo, está culturalmente cojo. Quizá fue Garlands o Treasure el primer disco de Cocteau Twins que llegó a mis oídos. Realmente no lo recuerdo. Sólo sé que en algún momento de 1989 (después de haber pasado por épocas fanáticas de U2 y The Cure), la música que publicaba el sello 4AD ingresó en mi ADN, y ellos se convirtieron en compañeros inseparables.
Fueron visionarios. Cuasi góticos. Cuasi new age. Absolutamente únicos. Se reinventaron maravillosamente unas diez veces (aquellas remezclas hechas por Seefeel, uno de los eps más brutales que se me ha dado escuchar). Y no hay álbum despreciable en su discografía. Milk and kisses (1996), su «canto del cisne», es perfecto, emotivo, lleno de fuerza y grandiosidad de estudio.
Hace ya tres semanas, me llegó la noticia de que Elizabeth Fraser volvía a la acción. Aparece ahora (ya se puede escuchar y comprar en formato digital, y está disponible en Spotify) un single escrito por ella y dos amigos músicos, de nombre Moses. Había creído, al leer los adelantos, que el regreso de Fraser tenía que ver con la trágica muerte de su amigo Jake Drake-Brockman, quien fuera teclista de Echo and the Bunnymen. No. Estaban preparando el material (Liz, Jake y Damon Reece) y llegaron a grabarlo cuando, en septiembre del año pasado, un accidente en moto se lo llevó por delante. Terminarlo y publicarlo es el auténtico homenaje. Eso es un regreso genuino.
Así que, sacudiéndome la resaca, me entrego por entero a su canción. Escucho el single y sus dos remezclas (a cuál más hermosa) toda la tarde. Primero me pareció una muy sencilla melodía. Pocos juegos vocales. Un ciclo constante, sin demasiado desarrollo.
Pero se me pega a las paredes de los vasos sanguíneos con sólo dos pasadas. Hay que destripar la idea de la belleza con tiento, con magia, con sabiduría. Liz sabe hacer esto y siempre adiviné que la de su ex marido Guthrie era una muy alargada sombra para alguien con su voz.
Mi amiga Liz, la performer de Song to the siren (de Tim Buckley, intuyo que el padre de Jeff, de haber estado vivo, se habría suicidado de nuevo al escuchar una reinterpretación tan deliciosa), el hada cantarina de Alice (en la banda sonora de Stealing Beauty de Bertolucci), la compañera de Robin Guthrie (a mí me interesa lo artístico) en una docena de discos maravillosos, la reinventora de unos Massive Attack que no serían lo mismo sin su voz en Mezzanine…
Más de diez años. Después. Casi cumplo treinta y seis. Ella tiene cuarenta y seis. Siempre me identifiqué muy de cerca con ella. La canto en la intimidad, imitarla me ha enseñado cosas de mi voz que no conocía. Cuando he visto esta imagen, me ha dado un vuelco el corazón.
(Todos los enlaces a la música son de Spotify. Si no tienes una cuenta propia, me sobran invitaciones.)
Mi pequeña aportación a algo que, para mí, tiene menos que ver con la crisis que con la militancia, es este artículo en notodo.com. Lo llamé exilio, ahora lo llamo turismo gratis, depende de quién me lo compre.
No pretende agotar las opciones, ni mucho menos. Sólo servir de guía para no dejar que nos arrastre la marea de la inutilidad (que es como quieren hacernos sentir: si no produces y no tienes dinero para consumir, eres un inútil).
Para todo todo todo lo gratis, está la web www.sindinero.org. Y, como esto es una tendencia, un periodista catalán ya ha puesto en marcha un blog de servicios / espectáculos / oferta cultural gratis en Barcelona. A mí me daba vueltas en la cabeza hacer algo así. Pero lo mío sería narrativo… (deformación de una).
Estos días he terminado Los Soprano forever (una reseña aquí) y en uno de sus artículos puede leerse: «La vida, para quien no la tiene asegurada, es demasiado intensa y corta para atender a esta oferta por entregas. (…) no os dejéis robar una hora, en una hora puede ocurrir algo crucial» (Ignacio Castro Rey).
Es absolutamente verdad (y no). Tanto aquí como en todos los filósofos a los que a veces me atengo (sobre todo en épocas de crisis, y crisis quiere decir etimológicamente cambio, y no hablo de la economía, la filosofía debería ser la receta de la Seguridad Social y menos solomillos de buey para todos, ¡atiborrarse ¿para qué?! ¡bájense de las escaleras mecánicas del hipermercado! ¡huyan a una biblioteca! ¡escuchen en la calle! ¡reflexionen! ¡escriban sus ideas!), está la certeza de que el tiempo es consumido (no sólo hoy, pero especialmente en nuestra época) como una suma de distracciones hacia la muerte, en la que por supuesto nadie piensa. Nadie tiene tiempo de pensar, ocupados como estamos consumiendo distracciones.
Yo sí pienso en la muerte. A diario y sin histeria. Para eso tengo mi calavera, comprada en Disney hace ya tiempo, en época de Halloween (nada menos). Porque sí quiero dar sentido al tiempo que consumo, aunque a veces (muchas veces) me las vea muy oscuras para entregarle sentido, simplemente porque una es mortal y poca cosa y… Pues tomo esos dos conceptos (mortal y poca cosa) y escribo (lo intento) una novela, o algo así.
Yo sí creo que es necesario gastar 86 horas en ver Los Soprano, y algunas otras maravillas del poco espacio que encuentra la maravilla en la producción audiovisual. He gastado muchas horas en ver series de televisión en los últimos años. No están mal gastadas. Ahora, este año que cerramos (¡por fin!) las he usado en otras cosas. Sobre todo en leer. No es mejor ni peor, es el momento. También en estudiar, mirarme dentro, estar con gente que me quiere y a la que quiero. También en jugar con mis hijas, bañarlas, seleccionar los alimentos -sí, yo también compro- y prepararlos para la cena, también en cientos de miles de tareas que no anotamos, que ni siquiera llegan a tener la consideración de tareas, que se hacen, como se levanta uno y se cuela las zapatillas de estar en casa, como se lava uno los dientes, sin pensar, y sin pensar en la muerte sobre todas las cosas.
El tiempo nos come. Me gustaría, algún día, comérmelo a él. Trabajo en ello. Con socavones inmensos en los que me hundo cada poco y, seguidamente, urgente gastar más tiempo para intentar salir de ellos. Pero consumir -música, cine, series, fotografía, exposiciones, encuentros y conferencias, ratos y conversaciones- es la única manera que conozco para después poder producir trabajo, amor, historias.
No se tira el tiempo (no lo tiro yo) que invierto en leer, ver, escuchar, aunque a veces quede huérfano y cojito si no dispongo de otro intervalo necesario para procesar, reflexionar lo consumido, integrarlo dentro.
Y, así y todo, algunas cosas fueron mejor hechas que otras. Casi a punto de poder tomarme unas insólitas vacaciones (de quien no tiene mucho trabajo, pero trabajo más que cualquier condenado a trabajos forzados, Pizarnik dixit), se me antoja escupir un poco de tiempo en estas listas. Mías, y absurdas, pero mías.
Diez libros que no me arrepiento de haber leído en 2009
Zona, Mathias Enard (Belacqua)
El miedo, Gabriel Chevallier (Acantilado)
Matar en Barcelona, Varios (Alpha Decay)
Señales que precederán al fin del mundo, Yuri Herrera (Periférica)
Nueve lunas, Gabriela Wiener (Mondadori)
En Grand Central Station me senté y lloré, Elizabeth Smart (Periférica)
Fin, David Monteagudo (Acantilado)
El fondo del cielo, Rodrigo Fresán (Mondadori)
Papeles inesperados, Julio Cortázar (Alfaguara)
Lo que arraiga en el hueso, Robertson Davies (Libros del Asteroide)
Diez discos que no he comprado pero he escuchado hasta saciarme (gracias, Spotify)
Grizzly Bear – Veckatimest
Animal Collective – Merriweather Post Pavilion
Gossip – Music for Men
Pj Harvey & John Parish – A Woman a Man Walked By
Pram – Dark Island
Hanne Hukkelberg – Blood from a Stone
Robin Guthrie – Carousel
Throwing Muses – House Tornado (no dije que tuvieran que ser del año)
Fennesz – Black Sea
Ryiuchi Sakamoto .- out of noise
Diez maravillosas formas de ocupar el tiempo aquí donde vivo
Mi casa
La biblioteca de La Casa Encendida
La Biblioteca Nacional
El Retiro
La Plaza del 2 de Mayo
Las piscinas municipales en verano
El Palentino o cualquier tugurio grasiento, con mi ex compañera de trabajo
El barrio de Lavapiés
Deambulando por el barrio de las Letras, luego por Sol y la Plaza Mayor, luego por la Plaza de Isabel II y sus inmediaciones. Asomarme al sur desde cierta terraza.
Tu casa
Diez cosas que podía haberme ahorrado
Aquella tarde en que lloré sin saber por qué
Aquella noche en que me dio por llorar agarrada a la almohada y desperté con dermatitis en el párpado, que aún no he podido curarme
Aquella sensación de no merecerme nada de lo que tengo que a veces se me agarra al cuello y me impide respirar
Hacer el ridículo delante de mi mejor amiga (menos mal) y caerme de culo en plena calle
Escribir dos palabras que nadie quiere leer en estos días
Obsesionarme con tantas cosas sin importancia
Disgustos ganados donde nadie debería ganar más que algo de dinero, para continuar subido al carro
Demasiadas veces en que lloré por algo que se rompió en el pasado
Demasiadas veces en que no supe cómo administrar mi potencial y éste se me escapaba por los ojos
El constipado que arrastro desde hace una semana
Diez cosas que he hecho y muy bien hechas
Recoger mis pedacitos, pegarlos uno a uno, abonarme, crecer
Terminar mi primer libro de cuentos, aunque no se vea jamás en ningún lado
Empezar mi primera «novela»
Volver a la radio, con Elena
Dejarme arrastrar a Estado Crítico
Entrevistar a Ryuichi Sakamoto
Escribir docenas de cartas que algún día quemaré
Dejarme llevar a tu casa
Abandonar el lugar en que me machacaban la psique a diario
Marcar el número de teléfono que me dio alguien, en algún lugar que no recuerdo
Un avispado editor de revista musical me envía el disco con el encargo de comentarlo: «Creo que te va a gustar». No sabía que estaba echando carne al lobo hambriento. ¿O sí? Llevo semanas sin toparme con un disco que se me prenda mínimamente a los oídos. No puedo parar de escucharla.
Como un interminable rizo, sus temas y motivos se mueven, sólo en apariencia, sin desplazarse ni un milímetro del primer «tarara ta tara», allá donde comenzó, y da vueltas sobre el eje de una melodía triste y pegadiza, como un estribillo eterno, enreda una y otra vez las notas y las palabras, y tiene ese halo de hermosa canción de desamor (como en aquel With or without you, tan kitsch) y todo sucede como si dos estuviesen jugando a rebozarse en una playa llena de conchas troceadas. Es más grande el kitsch aquí, precisamente por ese ritmo trotón, los sonidos housoides y las ganas que me dan de levantarme de la silla y bailar.
Que le eches a los lobos si se equivoca una sola vez más. Que encontrará una manera de hacer que te quedes. Que por favor le dejes respirar. Que te las arregles para aliviar el dolor. Nada es amable en la canción ni nada hay que no sea absolutamente deleitable. Hermosa como la mejor horterada post-postmoderna.
Can you find a way to ease this pain?
Logan Lynn – Feed Me To The Wolves