abrelatas
23.05.2015

Ahora

por abrelatas

Hace unos días Rubén y yo llegábamos de Polonia a Madrid. La conexión para volver a Sevilla era pésima. Un vuelo de Ryanair (esa compañía que practica al extremo el concepto de «miseria calculada»). que llegaba a las doce de la noche a Madrid y como era imposible coger un tren a esa hora, debíamos hacer noche. Retraso. De una hora. Genial, nuestras ilusiones de participar en la FIESTA DE LA DEMOCRACIA se iban al carajo. Por si fuera poco, me escribe Mario y me dice que se habían trasladado a Vallecas.

A las 1:30 llegamos al Hostal Olmedo. Un hostal de una estrella pero con un sistema de videovigilancia que está a medio camino entre Black Mirror y Minory Report. Una voz nos iba indicando donde se encontraba nuestra habitación desde la recepción, que a su vez está EN OTRO EDIFICIO. Decidimos llamar a esa voz Hal. Luego descubrimos que el chico colombiano que llevaba la recepción durante la noche se llamaba Alberto. Bueno, Halberto a partir de ahora.

Teníamos mucha hambre y decidimos irnos a comer algo. No lo sabíamos (porque estábamos algo desubicados) pero el hostal estaba en realidad muy cerca de Sol. Casi nada más acceder a la plaza presenciamos una escena muy desagradable: un grupo de chicos latinoamericanos se peleaba usando entre ellos unas máquinas de estas que generan descargas eléctricas. A Rubén se le quitó el hambre. Un chico que pasaba por el lado dijo en tono jocoso con acento madrileño: «Y luego esta gente votará».

No pude evitar indignarme con el comentario y me acerqué a preguntarle: «¿Y tú a quién vas a votar?». No sé si me lo vería en la cara pero supongo que mi tono ya me delataba que votante del PP no soy. «A Podemos no, desde luego, no quiero que esto se convierta en Venezuela». Tras marcharse, Rubén y yo comentábamos lo increíble que puede llegar a ser la construcción de un relato determinado si tienes muchos medios. Da igual la de veces que cualquier integrante de Podemos pueda explicar, matizar o ampliar qué significa ese estereotipo que se ha creado sobre ellos: a la hora de la verdad, gana el relato simplificado. Gana la construcción de la ficción más veces repetidas. Y quizás ahí haya que reconocer que el poder establecido le ha ganado terreno a Podemos en los últimos meses.

Luego nos pusimos a charlar sobre las personas que están muy implicadas en procesos municipalistas. Rubén me decía que aunque hay personas que entregan su vida de forma muy generosa por una causa común, al final hay algo en el hecho de hacerlo que podría responder a cuestiones inconscientes. Que lo hacen por los demás pero también por ellos mismos. Puede ser, le dije, pero al final estuvimos de acuerdo en que lo relevante ahora mismo esas personas están poniendo en juego su salud, su tiempo, su físico y sus contradicciones para provocar un cambio político. Y aunque luego salga mal, para aquellas personas que no estamos tan implicadas, es algo que yo agradezco muchísimo.

Tras comentar un poco las posibilidades en las distintas ciudades, decidimos irnos a dormir porque estábamos cansados. Ya eran las 2:30 y al menos yo tenía que coger el tren a las 10 de la mañana del día siguiente. Al llegar al hostal me acosté pensando en lo emocionante que es este momento y me daba rabia no estar haciendo el esfuerzo de encontrarme con algunos de esos amigos y amigas que lo están dando todos. Cerré los ojos imaginándome sus cuerpos cansados bailando, sonriendo, esperando a que la ciudadanía de un voto de confianza al cambio. Y de repente sonó el teléfono. Era Guille.

– ¿Dónde estás?

– En…un hostal (le contesté algo aturdido porque ya había empezado a conciliar el sueño).

– Yo estoy camino del Patio.

– Ah, pensaba que estabais en Vallecas, me lo dijo Mario antes.

– Sí, sí. Están todos por allí, pero yo tenía que hacer una cosa. Oye, ¿te vienes al Patio?

– Puff. Tío, me acabo de meter en la cama, pensaba ir a veros pero es que estáis más cerca de Sevilla que del hostal.

– Exagerado. Vente, anda.

– Cabrón. Venga, me visto. ¿Para dónde voy?

– Vente para el Patio.

Muchas son las personas que conozco involucradas en procesos políticos de la denominada «nueva política». Unas pocas no me caen demasiado bien, hay bastantes a las que tengo dosis de cariño  respeto y luego hay unos cuántos a los que quiero y admiro. Guille es una de las personas que están en el último grupo. Tuve la suerte de compartir durante año y medio el blog de Sinsentido Común, donde junto con Silvia hacíamos experimentos de escritura a medio camino entre la política, la ficción, el humor…no salió bien, pero yo disfruté y aprendí muchísimo de ambos. Guille es la persona más imaginativa que conozco. Su capacidad para construir mundos posibles es tan grande y poderosa, que lo he visto ser capaz de construir relatos complejísimos a partir de situaciones muy urgentes y comprometidas. Y me refiero a cualquier contexto: una charla, un taller, un texto, una asamblea, un encuentro, una reunión…Guille siempre es capaz de sintetizar posibles soluciones a problemas del común, generando una historia que a los demás nos gusta, nos compromete, nos seduce.

Cuando llegué al Patio no había nadie. Allí estaba con su mochila y con una cara que denotaba mucho cansancio pero también una cierta satisfacción por haber hecho lo mejor posible. Como de costumbre, nos dimos un abrazo. Cuando nos apartamos del abrazo, lo miré a los ojos y le di las gracias sinceras por lo que nos escribió cuando terminó nuestro Festival. Nos escribió un mensaje por telegram a Sofía y a mi que nos hizo llorar. Como casi siempre era un relato certero y recogía muy bien nuestro estado de ánimo. Su único defecto (que en realidad en el fondo es una virtud) es que ante los halagos y las despedidas responde queriendo pasar al siguiente capítulo. Así que rápidamente, y sin dejar que nos recreáramos demasiado en eso, me llevó con cierta prisa a un lugar cerca del Patio.

Aparentemente parecía un edificio de viviendas como otro cualquiera. Guille llamó al bajo y salió un señor mayor en bata que nos abrió la puerta del portal no sin antes mirar a izquierda y derecha en la calle. Una vez dentró, abrazó a Guille y le dio una llave. El hombre se fue a su casa y Guille me señaló a unas escaleras que daban acceso a la parte baja del edificio.

– Quillo, ¿de qué va esto? (Le dije mitad expectante mitad extrañado).

РQuiero ense̱arte una cosa.

Bajamos la escalera. A priori parecía dar acceso a los aparcamientos del edificio o a una especie de sótano. Llegamos abajo y había pequeño pasillo oscuro. Guille encendió la luz y abrió otra puerta. Cuando la abrió, y antes de poder asomarme, una corriente de aire muy fresca me sacudió levemente la cara. Guille se echó a un lado y a un metro de la puerta extendió su brazo derecho, sonrío y me invitó a pasar.

Hay cosas en la vida que son tan increíbles que no hay fotografía, texto o vídeo que sea capaz de captar lo que uno siente durante un momento. Este fue uno de esos momentos. Al principio no podía creer lo que estaba viendo. Hasta donde mi vista podía alcanzar, mirando de frente, a la izquierda y a la derecha, todo era verde. Todo eran plantas y árboles de diferentes colores y tamaños. Hectáreas verdes. Mientras pisaba incrédulo el césped y me accedía podía ver la cara de satisfacción de Guille por  mi cara de absoluta incredulidad. Por más que miraba no era capaz de reconstruir cómo había sido posible todo aquello que veía así que de los nervios empecé a reírme y a decir en voz alta «Joder, joder, joder».

– Llevamos años trabajando en esto, pero más intensamente en los últimos meses (me dijo Guille).

– Pero tío, ¿cómo es posible?

– Pues…al principio identificamos que en este edificio no se usaba el parking y la gente apenas tenía coche. Es un edificio donde viven principalmente personas mayores algunas de las cuáles tienen problemas de movilidad. Una chica que es ingeniera y que lleva participando en el Patio un par de años nos dijo que había leído e investigado sobre proyectos de huertos urbanos y jardines de interior, así que de forma espontánea organizamos una reunión y vinieron unas 40 personas, entre las cuáles estaban más de la mitad de los vecinos del bloque. Con el paso del tiempo nos enteramos de que otras comunidades cercanas estaban interesadas y algunas arquitectas se interesaron por el proyecto para ver cómo podían conectarse sin riesgo unos parkings con otros y unos sótanos con otros. Y casi sin darnos cuenta, en unos meses había miles de personas trabajando en esto…

Ni siquiera fui capaz de responderle. Estaba tan emocionado con lo que estaba viendo que me dejé llevar paseando y admirando los diferentes tipos de planta, pequeñas plantaciones de tomates y patatas, zonas para niños con columpios…una vez estuve a unos 100 metros de Guille y con los ojos empañados en lagrimas de la belleza que suponía aquello, me giré y le grité:

– ¡Guille! ¿Y cómo se llama todo esto?

Se acercó, llegó hasta mi, me puso la mano sobre el hombro y mientras mirábamos juntos al horizonte me contestó:

– «Ahora. Se llama Ahora».

3

comentarios

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masus dice:

Ay, qué bonito!
(Siento la cursilada pero es lo que me salió)

Gracias infinitas a todas las personas que han -y están- trabajando desinteresadamente para que la vida sea mejor.

[…] aquellos días, sino también creo necesario entender que el PP ha sabido jugar con la carta del relato simplificado y repetido, con el poder de los medios y con el desconocimiento de Twitter, su rapidez y su sarcasmo en una […]

[…] aquellos días, sino también creo necesario entender que el PP ha sabido jugar con la carta del relato simplificado y repetido, con el poder de los medios y con el desconocimiento de Twitter, su rapidez y su sarcasmo en una […]

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