Vas al teatro. Te cuentan una historia. Enciendes la radio. Te cuentan una historia. Vas al cine. Te cuentan una historia. Ves la televisión. Te cuentan una historia. Abres un vÃdeo de Youtube. Te cuentan una historia. Cada dÃa consumimos cientos de historias. Y tratando de recordar una de las miles (¿millones?) que tenemos almacenadas, pensaba que no hay historia sin remezcla. Porque cada vez que vemos, oÃmos o leemos una historia, no sólo la procesamos de modo que elegimos qué nos importa más de cada una (y por tanto, las estamos editando, en nuestro particular Cinelerra mental), sino que cuando volvemos a contarla es y no es la misma historia. Es nuestra propia versión de la misma: nueva y vieja a la vez. Por tanto y visto asÃ, ¿acaso tiene sentido arrogarse la propiedad de una historia?
Cuando cada persona procesa la historia que ha escuchado, visto o leido, se queda con ella, es por tanto suya…
Creo que tiene sentido arrogarse lo que cada uno le añade.
En algunos casos le llamamos versión, como la que Sinatra hace de «Send in the clowns», versión que pone los pelos de punta de una forma que no consigue el original (como muchas otras en boca de Sinatra, dicho sea de paso).
Otras, como «La Tempestad» de Shakespeare, tienen tantas y tan variadas como irreconocibles fuentes, y una aportación genuina (aunque sea de remezcla y reinterpretación) que bien merecen un nombre propio (no la versión de Shakespeare de tal obra) y una renovada autorÃa.
Elmore James, John Lee Hooker, John Mayall, Jimi Hendrix o ACDC usan en muchas de sus composiciones una simple escala pentatónica de blues y poco, muy poco más. Y, sin embargo, son distinguibles todos ellos entre ellos y con otros intérpretes desde el primer acorde. ¿Son autores? Sin duda.
Creo que el reconocimiento de la autorÃa es legÃtimo.
El otorgar la propiedad en exclusiva es más discutible.
El creer que se ha inventado la rueda es, simplemente, ridÃculo.