abrelatas
13.04.2009

La cabaña

por comcinco

Hace poco dije que la edición de vídeo era como jugar al tetris. En realidad la vida es como el tetris. Porque la vida es post.producida continuamente. Lo que hacemos en twitter por ejemplo, es en realidad secuenciar lo que vivimos. Lo sintetizamos. Lo narramos. Nos lo contamos los unos a los otros. Hacemos literatura de nosotros mismos. Vivimos en ese bucle perpetuo de tener que ser personajes de nosotros mismos.

Wu Ming 2 nos contaba hace un año que el narrador debe exponer el código fuente de su historia. Es una cuestión de honestidad. Es el paradigma de la transparencia. En la renacida cultura del ensayo-error se debe premiar al historiador que al mismo tiempo meta-relata su proceso de trabajo, que explica cómo y porqué ha contado lo que ha contado.

Esta es mi historia de hoy: estoy sentado en un tren. Voy camino de Madrid desde Sevilla. Entre líneas podéis sentir una contradicción constante en lo que hago: contar historias es generoso, porque se las regalas a otros; pero es egoísta, porque es el alimento de la autoestima. Ese es el tema, esa es la historia. Exorcizo lo que siento a través de lo que cuento. Creo que puede tener sentido para vosotros al mismo tiempo que lo tiene para mi. Te imagino como a un lector invisible. Cuando lo leas seguramente estarás sentado en tu casa o en el trabajo. Sé que me conoces de algo. Sabes que esto ya es un interludio. Un momento previo antes de anunciarte algo. Uno de esos mecanismos que usan los narradores como son las antesalas. Un lugar donde yo me pongo en tu lugar y tú te vas poniendo en el mío. Es algo solemne, de manera que me puedes imaginar mirándote fijamente:

Tengo miedo.

¿Cómo ser honesto con uno mismo? ¿Cómo no ser egoísta? ¿Cómo ser capaz de medir lo justo entre lo que uno siente y lo que sienten los demás? ¿Cómo tomar decisiones en las que haya un equilibrio entre lo individual y lo colectivo? ¿Cómo ejercer la libertad sin menoscavar los intereses de quiénes nos rodean? ¿Qué papel juega lo que contamos de nosotros mismos? ¿Lo que le contamos a los demás acerca de lo que sentimos? ¿Y lo que contamos a otros acerca de lo que otros/otros sienten? ¿Cómo ayudar con nuestras historias a que los otros sean honestos consigo mismos? ¿Cómo contar una historia para ti y para todos los que te leen? Todas esas preguntas, que a su vez tocan a temas tan dispares con creación, empresa, familia, pareja, se me agolpan y emborronan lo que pienso y siento acerca de lo que debo o no debo narrar. Y justo en ese momento pienso en una cabaña que construí cuando era pequeño en mi barrio.

Dijo Pascal que todo lo malo que le había ocurrido en la vida se debía a haber salido de su habitación. Se trata de un pensamiento muy certero, porque, bien mirado, todos los problemas que uno arrastra a lo largo de los años se derivan del hecho de haber abandonado aquella cabaña que un día montó en el jardín cuando era niño. El mito de la cabaña sigue teniendo hoy una fuerza extraordinaria. No hay escritor, artista famoso, político, hombre de negocios o banquero sacudido por el estrés que no sueñe con retirarse durante un tiempo a vivir en una cabaña lejos del mundo. Existen cabañas de muchas clases, según el subconsciente de cada uno; las hay de indio apache, de pastor, de leñador del bosque, de pescador escandinavo, de expedicionario perdido en el desierto, de náufrago en una isla de los mares del sur. Otras adoptan la forma de castillo medieval, con almena o sin almena, recias e inexpugnables. En todos los parques públicos y en los jardines de infancia se montan cabañas para que los niños jueguen a esconderse o a protegerse de unos enemigos imaginarios. Algunas son muy lujosas, pero ninguna se parece a aquella tan maravillosa y rudimentaria que construimos, cuando éramos niños, con cuatro palitroques y una empalizada de cañas en el desván, en el patio o entre las ramas de un árbol. La seguridad que nos daba aquella cabaña se perdió junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desguarecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales. Es evidente que estamos rodeados de basura por todas partes. A cualquier hora del día nunca deja uno de ser agredido por la sucia realidad, por un acto de barbarie o de fanatismo. Pero existen seres privilegiados, que son capaces todavía de montar a cualquier edad aquella cabaña de la niñez en el interior de su espíritu para hacerse imbatibles dentro de ella frente a la adversidad. Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el universo; si en su interior suena Bach la música invadirá también todas las esferas celestes. Este reducto está al alcance de cualquiera. Basta imaginar que es aquella cabaña en la que de niños nos sentíamos tan fuertes.

Y tú ¿eres capaz de imaginar esa cabaña de ayer y narrarla en tus historias de hoy?

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