La Colina de Peralías
01.06.2012

Buena maestra

por Dolores Álvarez

Sacado de Reflexiones diarias. Recibo diariamente un correo de «Reflexiones diarias» hay días que son muy interesantes y otros que no me aportan mucho, pero merece la pena estar pendiente cada día a lo que escribe este señor. Hoy el título era «Buen Maestro» y yo me he permitido cambiarle el género después de su lectura. Lo pongo tal cual, es muy interesante para reflexionar una vez más sobre la educación, la diversidad del alumnado y la atención que le prestamos.

Un joven concurrió a la escuela durante algún tiempo, los días pasaban y el joven sólo veía crecer dentro suyo una sensación de agobio y extrañeza ante todas las propuestas que se le hicieran. El vínculo con sus docentes se deterioraba día a día, ya sea por la falta de sentido en las ofertas que se le hacían, ya sea por la dificultad enorme que enfrentaba cada vez que se le hablaba “en chino básico” o por lo desconectado que le resultaba el ambiente de la escuela con respecto a su realidad cotidiana.

Un día se cansó de estar encerrado entre esas  cuatro paredes, se cansó de los gestos que muchas veces solo lo humillaban, se cansó de tantas palabras que le auguraban un futuro luminoso que sin embargo  ignoraban la oscuridad de su presente, se cansó también de esas dinámicas que le negaban protagonismo. Entonces salió de la escuela, se colocó los auriculares de su walkman, se dispuso a pasar el tiempo haciendo nada y, aturdido, como herido de muerte en su esperanza, se sentó al costado de la vida…  su vida… a verla morir de a poco.

Ocurrió entonces que pasaron dos altos funcionarios del Ministerio de Educación y comentaron casi al unísono:

― “¡Cuántas personas desaprovechan su tiempo!, en este país donde la igualdad de posibilidades es un hecho, esta gente es una afrenta. Muy mal hace este panorama a nuestra estadísticas”

Y mirando al joven lo recriminaron diciéndole:

― “¡Deja ya de aturdirte!  Buscaremos en algún momento alguna legislación que atienda tu caso pero mientras tanto , como sea, debes regresar a la escuela”

El joven, por supuesto, no escuchaba, pero comprendió por la adustez de sus rostros que lo estaban retando, se recostó sobre la vereda y cerró sus ojos.

Los dos funcionarios prosiguieron su camino rápidamente sin advertir que tras ellos venían tres docentes que acababan de terminar su curso de capacitación sobre problemática socio-educativa en contextos de exclusión.

Al ver al joven y su actitud de abandono, comentó uno de ellos:

― “Típica consecuencia de un sistema educativo que excluye a los jóvenes, no se hace más que replicar las dinámicas típicas del sistema victimizando a las clases marginales” dijo el primero.

― “Así es, la práctica escolar otorga significado a la cultura dominante, aumentando la brecha ante los oprimidos, que abandonan la escuela porque no hallan en ella los valores de su propia cultura popular”, completó el segundo, sin tomarse un respiro (tal era la sobrecarga de ansiedad que le provocaba poder expresar con tanta claridad su comprensión del hecho que observaba)

El tercero, no sólo asistió  a lo dicho, sino que se sintió obligado a agregar:

― “…lo que provoca un deterioro en la autoestima que, a su vez, genera una crisis de identidad… ¡todo un problema complejo colegas!”.

Satisfechos por poder explicar la situación de este joven devenido en objeto de estudio, prosiguieron su marcha.

Al rato, pasó por allí una maestra que casi se tropieza con el cuerpo del muchacho. Venía ensimismada recordando que la directora de la escuela, donde trabajaba doble turno, le había llamado la atención por el atraso en la entrega de sus planificaciones y carpeta didáctica. Además, grave error, no había elaborado las expectativas de logro, concordantes con el Proyecto Curricular, que se desprende del Proyecto Institucional, acordado en reunión con los Padres más lúcidos de la Comunidad Educativa. En la prolija carpeta, donde tan importante documento se guardaba para mostrar al inspector apenas visitara la escuela, sólo faltaba su aporte.

De nada sirvió que dedicara tiempo extra a Ricardito, que, con sus 12 años, se hacía cargo de tres hermanos más pequeños mientras la mamá trabaja de mucama para mantener el hogar. De nada sirvió que entregara un proyecto de trabajo solidario para colaborar junto a sus alumnos con un comedor comunitario que se estaba armando en la Parroquia del barrio.

Su primera reacción, ante el joven tirado en la vereda, fue de perplejidad. Sintió que no tenía una respuesta adecuada para él. Le pasaba esto a menudo; por eso le gustaba ser maestra. La perplejidad la impulsaba a aprender.

Se sentó al lado del joven, le retiró el auricular de la oreja izquierda y se dispuso a escuchar la misma música que él a través de su oído derecho.

El final de la cinta fue la ocasión para que nuestra maestra le extendiera su mano al joven; lo miró en silencio y con un ademán lo invitó a caminar. La sencillez del gesto y la serenidad de la mirada vencieron toda resistencia. Eran muchas las heridas que habían dejado en el alma de aquel joven aquellos que le robaron la ilusión, así que la maestra tuvo que cargarlo sobre su propia esperanza. Comenzó a explicarle cuál era su razón de vivir, los valores que daban sentido a su existencia, bastante complicada por cierto y descubrió la enorme potencia que tenía la pedagogía de la ternura puesta en juego en este encuentro con el joven.

El joven, que había comenzado a caminar con apatía, poco a poco sintió que ardía su corazón al escuchar las palabras de esta maestra. Paulatinamente se alejaron de las calles céntricas y el suburbio los atrapó en un abrazo de sol de tardecita, calles de barro, olorcito a pan caliente y sonidos de encuentro fraterno del pueblo.

Al llegar a una encrucijada de caminos se encontraron con una escuela. La maestra conversó con las autoridades de la misma y les dijo antes de partir:

― “Tengan con él un poco de paciencia  porque su alegría todavía está convaleciente, su esperanza aún está cicatrizando, por lo tanto sus deseos de aprender sólo hablan en voz baja. Enséñenle con ternura, ayúdenlo a descubrir su propio poder, ese que brota de lo hondo y, si algo no entendiera, cuando vuelva yo a pasar se lo explicaré personalmente”.

 

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