Un intento de poética en tres partes (y las que están por venir).
Parental advisory. No apto para meapilas.
Parte 1. De la crítica del vertido. Corte sin puntada.
Ensayo una nueva forma de hablar. Ejercito una nueva manera para la crítica. Para decir, para producir, para escuchar, para sentir. Tomemos todo como palabras llanas. Sin dobleces. Y la etimología de la “crítica” es: corte, separación. “Crítica” es hermana de “crisis”. La crítica se ejerce hacia dentro tanto como hacia fuera.
Busco deshacerme de las barreras levantadas. Tres son las paredes de mi casa que no quiero: una en mi creatividad, otra en mi lenguaje y una más en la imaginación. Parcelas que no sé cómo, cuándo aparecieron: muros de maleza, quizá, de ejercitar esas facultades poco y mal durante algún tiempo.
Quizá siempre escuché. Años de necesaria investigación. Aprehender, tanto y tan intensamente como aprender. Veo maneras, opciones, sendas a mi alrededor. Estudio modos. Siempre fui buena estudiante. No de las contestonas. De las soñadoras. De las que suspiraban por un buen verso o una irrefutable teoría. Básicamente, si te faltan categorías, no puedes dar la réplica en según qué temas. Hoy es diferente.
Nip/Tuck. Hoy no me callo. No es que lo sepa todo. No, no. Ya sé cuáles son las cosas que no sé, eso es todo. Hoy tengo una guadaña –y no un bisturí- bien afilada para, como la amiga de mi amiga la melancolía, ejercer la crítica, el corte. Usted pasa, usted no pasa.
Bla-bla-bla. Elefant talk, everywhere. Medios de comunicación, gente de la política y del show business –misma cosa-, de la cultura y del deporte. A diario, abren la boca y sueltan. No hay pensamiento previo –Descartes, ¿dónde estás? No hay poética: y poieses es realización, transformar el pensamiento en acción. No hay consecuencias. El vertido es insano, de proporciones pantagruélicas. Asesinaron nuestras conciencias a base de verborrea y baba. Anestesia total. El hambre oblicua e infinita de dotar de contenidos a nuestros mass media tiene a los spokesmen y women trabajando a destajo en el sinsentido. Se aventuran patrañas, órdenes, directrices, amenazas, teorías, reportajes, tendencias, visiones del mundo, obras totémicas, novelas monstruosas, paradigmas culturales, económicos, sociales… Dictados por quién, por qué, desde qué poder. Y, mira, mira más de cerca: con qué tasa de errores, con cuánta irrelevancia o inconsistencia entre forma y contenido. Spread the word, it gives me the creeps.
Como primer paso. No se puede decir de todo, no se puede decir de cualquier manera. Perdemos los referentes, emborronamos los contornos, se desafila la guadaña como inmersa en líquido viscoso y caliente. Hemos de ser pesados, pesados hasta decir ¡basta! La duda infinita, la inquina, el corte. No podemos dejarnos colar tanta mierda con queso. En todos los órdenes. Ejercer la crítica sabia, responsable e implacablemente. ¿No dudáis nunca, sacos de pensamiento débil?
Es que ocurren demasiadas cosas, se dicen y producen demasiadas sandeces. Algo de todo esto nos va a salpicar de mala manera, tarde o temprano.
Busco algo de verdad, ahí fuera. Aquí dentro, busco un modo de expresión, una voz, un estilo. Si alguna vez encuentro alguno, será como en aquel trip en busca de cápsulas lisérgicas en los lavabos más asquerosos de Escocia. Así será.
Hay que pringarse para encontrar algo. Para sacar algo en claro. La guadaña corta y desbroza el infame vertido de contenido incontinente sobre nuestras cabezas. Eso es hacia fuera. Y hacia dentro: está el rotulador. El papel de gramajes tozudos. La luz de interrogatorio, la silla alta y dura y el abismo. Instrumental imprescindible. Dentro / fuera. Nip / tuck. Tú pasas / tú no pasas. Abismo / Más hondo. Quiéreme / Olvídame. Hablar / Callar. No hables si no tienes nada que decir.
Publicada en Go Magazine, julio-agosto 2007
«Amores sicilianos»
Vlady Kociancich
Seix Barral
A un planteamiento y un título como estos, les imaginábamos una base en la tradición de literatura romántica, probablemente un catálogo de formas del desencuentro. Quizá porque hay una mujer en el centro de la trama, y dos hombres: el marido descuidado y frío, y el amigo de toda la vida al que doblegar en pasión amorosa; quizá porque hay un viaje en pos de un escritor –Lampedusa-, una inesperada herencia, islas mediterráneas y volcanes de fondo paisajístico… Pero se reproducen los equívocos, como en una sala de espejos. Porque no podemos obviar que, además, están la muerte, la duda, la culpa, el asesinato por omisión, la traición, la infidelidad, la melancolía de los emigrantes, el sello de desgracia que arrastran los lugares -“el poder de los lugares” en palabras de Kafka. Y, al no ser lo que parece, “Amores sicilianos” se revela inesperadamente como un producto mucho más complejo, con su obsesiva acumulación de capas de sentido, de textos y subtextos; los personajes –Julia, Fenner, Cavani, Osorio- escriben, dejan huellas, actúan siempre como escritores, literalmente. Y, en todos los lugares comunes sobre los que parecía asentarse el libro, hay brechas, profundos intervalos, resquicios abiertos por los que se escurre cualquier posibilidad de certeza, dejando al descubierto la desasosegante trama de conceptos y miradas. El caparazón romántico que lo envolvía todo no es más que una engañifa, un pretexto para escarbar en negruras del alma que poco tienen que ver con el amor.
Este mes -número de julio-agosto- ve la luz un reportaje con mi firma en la revista de la «nueva cultura», Calle 20 (editada por el diario 20 minutos). El tema: el Festival Internacional de Benicàssim y sus actividades extramusicales (Cortos, Teatro, Danza, Moda y Arte). Gracias a que conozco por dentro y por fuera estas actividades desde hace años (trabajé en la oficina de producción por dos temporadas), parecía bastante lícito que me encargara de reseñar lo más destacado de sus programas (excepto en lo referente a la Mustang Fashion Weekend, donde la competencia de Alex Carrasco es mucho mayor).
En general, han salido piezas muy breves y muy directas, que espero capturen la multiplicidad, la locura y el colorido de esas actividades: mucho menos llamativas que el cartel musical, son un complemento imprescindible para su personalidad. Para variar, me he divertido horrores.
Uno de los proyectos que pretendo llevar adelante -no enumero, que me da rabia- tiene ese título: El problema de la vivienda. Como título, sé que es poco lírico, y menos sugerente. Se trata de un cuento, o un conjunto de cuentos. No lo sabré hasta que lo escriba. Produje varias docenas de frases, hilé dos o tres escenas y creé -medio creé- a seis personajes. No, no necesitan autor, necesitan casa. O, al menos, tres de ellos.
En realidad no. Todos necesitamos casa. Todos debemos tener un lugar donde cobijarnos. Un lugar, dice el saber popular, donde caernos muertos. Si eso fuera tan fácil. La casa es mucho más que eso. La casa es grande, es chica, es humilde, es vieja, es nueva, es de los antepasados, es ostentosa, es primordial, es de chapa, es de lata, es de ladrillo, de madera, de cielo raso o de cartón corrugado. La casa habla de ti, dicen los publicistas. No jodan.
Marca de clase, garantía de estatus, prueba de pertenencia, lo ha sido siempre, no hay que engañarse; pero el supuesto derecho, hoy, es un sangrante privilegio. El «tener» y el «no tener» marcan la «diferencia».
Si el poder corrompe, la envidia corroe. Si la casa es un derecho, en un tris se convierte en tu ruina. Si elegimos bailar al son de los expoliadores, especuladores, fabricantes de sueños, hemos de tener claro que el terreno es cenagoso. Tan, tan cenagoso, que sé que no manejo en absoluto las tres o cuatro coordenadas básicas para escribir los cuentos que deseo escribir. Mientras una casa propia es un sueño que ya no sueño, puedo soñar con escribir mis cuentos.
Publicada en Go Magazine (junio 2007).
“Para no olvidar”
Clarice Lispector
Siruela
“Para no olvidar” pertenece a ese género que puede llamarse “libros de escritor”: escritos para sí mismos, sin tenernos en cuenta, quizá ni siquiera se escribieron como tal: compuestos de heterogéneas materias, pueden entrar en la categoría de “libro de editor”. Se llamaba originalmente “Fondo de cajón” –mucho menos sonoro, menos comercial-, y es fácil imaginarse las gavetas de Lispector empachadas de papeles garabateados, de todos los gramajes y tamaños. Sin embargo, ella no nos va a dejar rebuscar en el cajón a nuestro antojo; sólo después de la poda, la censura y la corrección llegarán a nuestras manos unos textos informales sólo en apariencia, sugerentes más que explícitos, testigos de su genuina manía de escribir. Apuntes, recortes, notas, micropoesías, prosas que no caben en ninguna clasificación: lo inacabado y lo impreciso de sus límites deja ver a menudo la tramoya –fina o gruesa, dependiendo del nivel de elaboración- de lo que es conocido como obra “oficial” de Lispector. “Los espejos” o “Perfil de los seres elegidos” son ejemplos de su pasión por la prosa viva, palpitante, que o bien enamora o da asco. “Malestar de un ángel” revela su viso humorístico. Hay “Literatura y justicia” o “Un escalón más arriba”, reflexiones en el interior de su trabajo. Pero todo este libro no valdría un coatí sin los dos textos (en posición central, qué cucos) dedicados a sendos viajes a Brasilia, crónicas de espesura lírica que producen un nuevo complejo: la vergüenza del turista.
“Cavani desconfía de los diarios, se opone al cuaderno que arrastro en mis salidas, lo llama pérdida de material, ficción que aborta en soliloquios narcisistas” (Amores sicilianos, Vlady Kociancich, Seix Barral, p. 53)
Tropiezo con estas frases y me animan. Gatillan el intento de respuesta al interrogante. ¿Qué es lo que hago mal? El asunto, el ISSUE, es un resquemor antiguo. Éste, por ahora, no es un blog “de creación” (y, cuando lo sea, quizá lo avise, quizá no). No es tampoco un “diario”. Lo titulo, ahí al lado, “diario de trabajo”. Formalismo para decirme a mí –a todos- que aquí se trata de esa basta y desnutrida palabreja, el “trabajo” (aunque sigue sin estar muy claro qué es lo que yo llamo trabajo), y no me atrevo a llamarlo “profesión”. Rechazo, con asco, la idea de los diarios publicados. Celebro los diarios de ficción, la farsa y la guasa inverosímil de jugar a la verosimilitud. Celebro el juego en ellos. Pero yo tengo la manía del diario. Sí, el cuaderno que arrastro donde quiera. Un cuaderno simbólico, de aire, de frases sueltas o de instantáneas volátiles. Con él voy cocinando mi discurso (al mismo tiempo que se vuelve rancio e indigesto).
El diario, una vez que se exprime para los otros, deja de ser tal cosa. Es una invención en aras de un material autobiográfico, más o menos soterrado. Mandé al cuerno el anterior carolinkfingers, después de algo más de dos años, porque ya no respondía más a esas normas, porque ya no me dejaba jugar. Era un puto juego. Para interrogarme, para encontrar huellas o pistas o caminos, para desbrozar una realidad que cada día me es más ajena y cada día entiendo menos. ¿Es que, acaso, soy yo la que no sabe jugar?
Escribir es mi única ancla. Trabajo, trabajo escribiendo, escribo para otros tanto como para mí misma, sigo dictados ajenos y me atengo a autodisciplinas –más violadas que las maracas de Machín. Me salí, con asco, de ese narcisismo ensimismado de contarse-uno-mismo; por más que yo intentara recrear las experiencias en versión literaria, no estaba contando con LA MIRADA. Ay, qué ingenuidad la mía. La mirada del otro es la que construye la obra, dice cierta corriente estética. El problema, para mí, es cuando esa mirada pretende construirme, a mí. No puedo evitar sentir EL ASCO cada vez que escribo el pronombre personal, en cualquiera de sus formas. No llegaré al punto –al que otros sí se han visto abocados- de inventarme avatares sin sentido para espantar a los moscardones. Ese intrusismo voyeurista conforma, moldea, pretende leer “tu vida” por mucho que uno ponga “mi trabajo”.
Ok, soy TAN ingenua. Dejé aquello, escondí la cabeza, y aún la escondo. Soy consciente de cuán contenidos son los textos que doy desde entonces. De tanta despersonalización como solicité para mi escritura, me embarqué en la más pura ficción. Todavía podría hacerlo mejor (y no se me ocurre cómo lo hace, este señor, para soportar tanta vigilancia asfixiante; cada palabra de su ficción extraordinaria es leída como espasmo vital de él mismo, qué movidón). Cerré las compuertas, escribí sólo en los cuadernos, dejé de ventilar cada reflexión por miedo. Es un asco. Pero no puedo separarme del diario.
De trabajo, ¿eh?, de trabajo.
La historia del rock es la de un rosario de transgresiones pero, una vez que transgredimos, sólo queda el lugar común. En cambio, abre la puerta a la repetición resignada o a la consciente actualización. Para hacer un disco de versiones, se debe tener esto muy en cuenta o arriesgarse al kitsch más desagradable. Afortunadamente, en “Grandes éxitos de otros” hay una gran dosis de autoconciencia, la más dulce ironía y el humor necesario para que degustemos estas canciones como lo que son: recreaciones sin culpa. Como una buena película muda, cuyo lenguaje ya ha sido superado, sorprenden si nos dejamos sorprender. “El silencio” levantará más de una ampolla, “Electricistas” suena como si se versionara a La Mode (qué gusto ese arañazo cálido en la voz). En general, traen remembranzas de melodías a cuyas ingenuas y escabrosas letras hay que volver a prestar atención: eso es lo grande de estas versiones. En sus voces, “Perdido en mi habitación” o “Como yo te amo” toman un nuevo sentido.
//Reseña publicada en Go Mag (junio 2007) //
Curiosos artesanos. Darle tratamiento humano a tu material de trabajo, hablar de la arcilla o del cuero como si de seres vivos se tratara. Requiere de una larga relación con la materia prima, de un casi enojoso sentido del compromiso y de una imaginación desbordada.
Clarice Lispector en «Cuerpo y alma» (texto incluído en Para no olvidar, Siruela, 2007) holgazanea describiendo una palabra (ese loop imposible), «milagro», en distintos idiomas. Mi fragmento preferido: «The miracle tiene puntas duras de estrella y mucha plata espinosa. Para pasar de palabra a su sentido se destruye en añicos, así como los fuegos artificiales son opacos hasta ser fulgor en el aire de su propia muerte«.
No puedo evitar sentir la punzada. Esa forma de poner en el mismo sintagma formas sensibles y abstracciones pseudofilosóficas me suena.
Mirando alrededor, no queda ni un solo concepto que mantenga los bordes nítidos, definidos y ajustados que tuvieron en otras épocas. Ni las parejas, ni las relaciones, ni el amor, ni el dinero (bueno, éste no ha cambiado tanto, sigue indoblegable e ingobernable), ni el trabajo son lo que fueron. Me guardo de la nostalgia.
Cuando dejé de «trabajar» para quedarme a cuidar de mis hijas, hube de redefinir -a efectos personales, espirituales o psicológicos- lo que yo llamo trabajo. Una redefinición lenta, trabajosa y no siempre obvia. Escribir es lo que he hecho siempre. Aunque jamás he podido plantearme dedicarme a ello. Ganar por ello. Entonces, ¿escribes o no? ¿Eres escritora? Cómo mola.
Kristin Hersh es una estrella. Despide una intensa luz genuinamente americana, hecha de alma oscura e historias agridulces. Escribe e interpreta. Hace aquello que sabe hacer. Siete discos en solitario y una decena a lomos de grupos. En la música desde los catorce. Hoy tiene cuarenta y su nombre forma parte de uno de los capítulos más memorables del indie-rock. Ha pasado por todos los estados de la lucha, hasta afianzarse en el firmamento. Ella puede enseñarte a cantar como una estrella.
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