País largo como una hebra, entre la cordillera y el océano, sufre de aislamiento natural. Pero, dentro, experimenta un momento de creación musical efervescente que se vive como una sacudida del abotargamiento. Los artistas de esta generación se presentan sin complejos, evolucionan sin pedir permiso y van dejando, en lo que va de década, el poso de un trabajo serio y creativamente goloso. Eso sí, en este reportaje, no hay dos iguales.
Era 1986, duros tiempos para hacer pop en Chile. Uno de los grupos de la época (mitológicos de punta a punta del subcontinente), Los Prisioneros, cerraba con ese tema el recordado ‘Pateando Piedras’ (Emi Odeón Chilena, 1986): ‘Independencia cultural’ es tan lúcida y actual que fascina. En Chile, creativamente, siempre se ha mirado poco, o a destiempo, hacia fuera. Pero aquí vamos a hablar del hoy. La agitación interna que se vive en lo musical merece que nos detengamos a revisar qué, y por qué, y quiénes.
Daniel Riveros, Gepe, ha acaparado recientemente la suficiente atención (siendo bien recibido además en Argentina, México y España) para tener que vérselas con envidias y otras yerbas. Alguien dijo en la prensa que era “el nuevo Víctor Jara” y el eco se amplificó. Puede que no lidere ningún movimiento ideológico pero –salvando las distancias-, él está recorriendo el camino de búsqueda de un lenguaje que todo autor debería seguir. Dice, “yo lo tengo como referente musical, no como figura”. No es el único, voto a bríos. En la senda de la recuperación desacomplejada y recreativa del folk, está el trabajo de Manuel García, con ‘Pánico’ (Alerce, 2005), aliento trovero y una voz que remite inmediatamente a la de Silvio Rodríguez. Cerca, pero sin tocarse, se sitúa Leo Quinteros (telonero de la reciente gira de Dominique A); su cuarto álbum es ‘Los accidentes del futuro’: esquemas pop-rock sesenteros, jugueteo melódico y textos de enorme solidez. Escucharle trae a la memoria grandes nombres del rock y figuras sabias del pop latinoamericano como Charly García.
Ni tanto ni tan calvo
“En Chile hubo un periodo cultural un poco vacío o muy reprimido durante los 70 y 80. En los 90 empezaron a ocurrir cosas. La segunda mitad de los 90 sirvió para crear una plataforma para que la generación más joven, la que empezó a florecer en el 2000, pudiera tener mejores herramientas de creación. A la vez, esa generación quiere sacarse el estigma de arte politizado que tenían la mayoría de las creaciones chilenas”, dice Rodrigo Santis, capo de Quemasucabeza, uno de los sellos que más y mejor agitan allí. Desde Neurotyka, discográfica que anima la escena alternativa desde el 2004, opina Hixaga: “Siempre ha existido una escena independiente, no muy grande, claro, por el tamaño de nuestro mercado. Ahora bien, desde la irrupción de las nuevas tecnologias, las que tienen que ver con la internet social o web 2.0, la escena musical se ha expandido. No creo que sea un momento especial, sino que tanto el público como los mismos artistas, profesionales y aficionados, pueden dar a conocer de manera mas fácil y abierta su trabajo, lo que genera que se produzcan movimientos, intercambios y colaboraciones”. El concepto de autor se ve representado en esta casa por el trabajo de Fernando Milagros, de profesión actor, que se inspira en el country-folk, la intimidad de un Devendra y el eco arrastrado de un Yann Tiersen, sin renunciar a su identidad: ‘Vacaciones en el patio de mi casa’ (Neurotyka) es su debut. Este sello, por su lado, presta atención a otros estilos, como el hip hop de Colectivo Etéreo (maravillosa su ‘Balas y Falos’), integrado por Prospegto Arkano, Menda, Dj Vaskular, Tonossepia y una de las almas más inquietas de Santiago: Dadalú. Rapera porque, dice, en un rap se pueden decir muchas más cosas que en una canción, habla sin tapujos de la creación, de ser mujer y músico en Chile hoy, y su desparpajo da mucha envidia.
Despegando del underground, hay más mujeres de carreras prometedoras. Javiera Mena ya editó su ‘Esquemas Juveniles’ (Índice Virgen) en Argentina y México: coquetea con el tecno-pop, cuenta historias de corazón roto con dulzura y, entre lo frívolo y lo sentimental, está creando una imaginería poderosa. Imprescindible su dúo con Gepe en ‘Sol de invierno’. Francisca Valenzuela, jovencísima debutante con ‘Muérdete la lengua’ (Feria La Oreja, 2007), ha llamado la atención por la frescura de su pop de autor, aunque parece que quiere jugar en otras ligas. El tiempo dictará sentencia.
El Sueño de la Casa Propia encierra un proyecto personal (José Manuel Cerda), desde Valparaíso, con personalidad electrónica y sentimiento lírico. Y mucho más: el pop marciano de Teleradio Donoso (‘Gran Santiago’). Perrosky (‘El ritmo y la calle’), músicos con años de experiencia que hacen un blues-rock con resonancias de The Gun Club o Violent Femmes. Matorral, Guiso, los hermanos Mostro, Familea Miranda o los restos del mejor grupo de fusión, Fulano, reconvertidos en La Media Banda. Pero aquí, ya, estamos “pateando piedras”.
//Este reportaje (junto con la entrevista a Gepe que subí anteriormente) fue publicado en Clone Magazine número 30 enero-febrero 2008. ¿Por qué Chile? Porque es mi debilidad, porque el momento creativo de esta nueva generación es francamente impresionante, porque todo me suena más auténtico, porque sí y por el apoyo y la fe de Pablo Vinuesa//.
Por segunda vez tengo a mi disposición a este audaz, inquieto artista del otro lado del globo, para sonsacarle las respuestas francas que le caracterizan. Gepe –Daniel Riveros-, quien representa a una nueva generación de creadores chilenos sin respeto por nada, se somete a las preguntas de esta periodista-fan (de la peor clase) en una taberna capitalina. Dos suculentos pinchos esperan.
Tras ‘Gepinto’, ¿qué te ha traído ‘Hungría’ (Factoría Autor, 2007), tu segundo disco? Buscaba encontrar un lenguaje que, manteniendo lo que hago, diera un paso más allá en términos de internacionalización… Creo que eso lo logré, este disco ha sido mucho mejor comprendido fuera de Chile.
Te he leído en algún lugar que tú no guardas ningún respeto por las cosas que aprecias… Es que no le tengo miedo a meterle mano a todo. No sé si lo que yo busco es música de autor, pero no me importa mezclar cosas, o hablar sobre un tema que técnicamente no domino, pero lo intuyo. A veces he hecho formas de canciones que alguien me contó que se hacían. Yo me atrevo, perdí el respeto a la academia.
¿Crees que te están entendiendo? Incluso las malas críticas me gustan, los análisis son mucho más objetivos que en Chile, donde saben que tengo un cierto perfil y lo hablan desde ahí. Yo quiero que la música se entienda desde la música y no desde sus referentes.
¿Qué significa crear en Santiago? Es difícil analizar la propia situación, siempre he vivido en el mismo lugar… Aunque creo que estoy en el momento adecuado y en el lugar correcto, como que todo lo que he conseguido dependiera de eso. Uno tiene una especie de talento para algo, pero ese talento se desarrolla en un contexto y una circunstancia… Estoy bien, es de donde soy no más.
Naciste a la música en un grupo de noise-rock (Taller Dejao) y ahora vas de autor e intimista, ¿no echas de menos la electricidad? A mí me gustaba Sonic Youth, y tenía guitarra y hacía ruidos, las tiraba por las escaleras… Volvería a esa parte de investigación, porque a mí me gustan compositores como Olivier Messiaen, Stockhausen, Luigi Nono… La creación de atmósferas. De hecho, donde yo quiero llegar es algo que está en ese mundo, académico-abstracto-filosófico-espiritual –y suelta esto de un solo aliento, sonriendo para dentro-, y en esto muy directo que se llama pop, que se hace en tres minutos treinta, eso es. Creo que hay un modo de llegar al medio, creo que Violeta Parra lo hizo, como volverse abstracta, amorosa, potente, pero en un formato súper claro, “cachai”.
¿Cómo ves la creación musical de tu país? En Chile no tenemos casi ninguna influencia de nosotros mismos, recibimos todo de fuera. Eso ha creado una personalidad mucho más propia; los artistas chilenos son muy distintos unos a otros. Javiera Mena y yo, por ejemplo, no nos influimos musicalmente. Eso no pasa en Brasil u otros países, donde sí se pueden encontrar escuelas. En Chile hay pocos bloques, poca gente, y muchas ideas distintas.
Con esto ya está, Daniel. Ah, ya, excelente -y muerde el bocado.
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Publicado en Clone 30 (enero-febrero 2008), como parte del Informe Indie Chileno.
Entre otras muchas cosas, me echas en cara que no expuse mi amor por ti. Mierda de las cosas que se dan por seguras. Ahora no estás, no te tengo más. Ahora ya no tengo nada que perder y a duras penas puedo hacer que ninguno de estos gestos te toque. La vida real nos mató, por no decir la vida virtual. Jugué juegos peligrosos, jugué con fuego. Descubrí nuevos términos, rompí las reglas, fui más allá de lo permitido y rasgué la confianza, para siempre. Para siempre, mi amor, para siempre. Hubo tantas cosas que pude haber expresado. Hubo pasión, a manos llenas, y planes de futuro, y realidades turbias, y otras hermosas, y amor. Mierda de las cosas que, por desidia, quedan en el limbo de lo no expresado. Canto ahora este dolor aquí. Yo que perdí la voz y las ganas de oirme. Yo que ahora escucho cada canción de amor (mierda de José González, por poner uno) como si hubiese sido escrita para herirme. Canto inofensivamente: público es inocuo. Pero público, y no costumbrista, y no privado, y no rutinario, tenía que haber sido amarte. Yo me dije hace tiempo: éste no es el medio para airear mis problemas personales, aquí sólo las cuitas de trabajo. Pero hace semanas que no puedo trabajar porque me engancha la pena -antes, mezclada de incertidumbre, ahora de triste certeza. Desabroché el compromiso, me escurrí por las fisuras. Mierda de acciones, cobardes y crueles, mierda de palabras que odio tanto como mis acciones. Desenredo aquí lo enfermo que tengo dentro, y no pido perdón por el exhibicionismo emocional. A la mierda con todo eso. Ya no te tengo, qué me importa. Estoy mirando dentro de las costillas de la soledad y el silencio para encontrar materiales con que hacerme un abrigo: el invierno es largo, el luto nuevo, el dolor amargo, la calvicie pronunciada, la farsa ciega, los juanetes quejosos, los vicios afincados, la debilidad vieja, el amor silente, cercenado. Traje la guadaña otra vez y se quedó sin manos, se quedó sin piernas, se quedó sin lengua, sin alma, sin piso, sin asidero alguno. Me perdí, cómo tanto. Yo te traje aquí y luego te empujé a un lado. No me duele nada porque ya no tengo cuerpo. Mierda de canciones. Todo se puede leer al revés y al derecho No voy a callarme ahora porque ya maté todo, de un solo golpe. Te perdí. A qué llorar ahora. Tú a tu vida y yo a la mía. Pero es que tú eres eso: mi vida.
No soy capaz de mantener un solo proyecto al tiempo y mi desorganización cobra factura. Cámara de las Maravillas nació como otra cosa, un repositorio de belleza y gracia, un lugar donde coleccionar todo lo que ayuda a olvidar la fealdad del mundo, a curar la melancolía. Después apareció el Coleccionista y sustrajo para sí todo el mérito (y el trabajo) de mantener la Cámara. Tuvo días buenos, y tuvo días malos. Es un inconstante, como yo. Ahí se han quedado, para otro día, los relatos en que el Coleccionista perseguirá el retrato de la Condesa Bathory, o el último texto escrito de la suicida Alejandra Pizarnik. Donde fundamentará la melancolía mecánica de las novelas de Gonzalo M. Tavares. O escribirá cartas con destinatarios abiertos, sobre su profundo sentir kierkegaardiano. No está muerto, el Coleccionista se guarda de morir. Sufrir, no sufre. Sabe que el sufrimiento es una quimera de la existencia. Que el perseguidor de belleza tiene una única meta. Es un esteta.
Lo que, como demiurga aquí detrás, no deja de sorprenderme, es que la Cámara reciba visitas (y comentarios, incluso) todos los días, y a veces más visitas que este otro blog, cuando no consigo juntar un rato de conciencia tranquila desde el pasado mes de mayo, para darle aliento al pobre, al bobo, al inseguro y triste Coleccionista.
Publicada en Go Magazine (diciembre 2007)
«Porvenir»
Iban Zaldua
Lengua de Trapo
“Y ten en cuenta que sigue habiendo personas que están en contra de la inmortalidad, aunque sean ricos”: prácticamente, la frase que cierra el libro, la conclusión de “diecisiete cuentos casi políticos”, como se apellida el volumen que acabo de soltar sobre la mesilla. Ahí se va a quedar: sus pocas páginas esconden juegos intelectuales, guiños literarios, ideas complejas y desacomplejadas, apuntes teóricos sin pretensiones pero con intensa mala leche. La trama interna de esta literatura “pagada de sí misma” (orgullosa de serlo) no es sencilla ni evidente. A Zaldua le va la marcha (y lleva tiempo gritándolo a los cuatro vientos): en lugar de adscribirse a la tibia margen de los “apolíticos”, de los que “no tienen mensaje que dar”, él se posiciona. Su mensaje no es frontal e ideológico, sino lateral y sinestésico; no uno incontestable: quiere expresarse al tiempo que invita al diálogo sobre algo que está más allá (o más acá) de lo político. Algo tan intensamente cínico como preguntarse por la esencia del ser en el tiempo (sí, heideggerismo). En el interior de estos cuentos (sin excepción, brillantes) hay una “apertura conclusiva”: no hacen más que plantear preguntas de lo más capciosas: cuánto estás dispuesto a dar a cambio de obtener una vida mejor (¡ay, los eslóganes!); cuánto de inmoral hay en el destino, en negarlo, o en contradecirlo; cuánto importa la verdadera felicidad y cuánto arriesgarías por ella. La respuesta, si la hay, está en un libro muy parecido a éste.
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Prometo: carta abierta a Iban Zaldua. No caben ciertas cosas en 1500 cc, y ésta no es de mis críticas más brillantes.
Escribiendo: reportaje sobre el indie chileno.
Escuchando: Sylvain Chauveau y Felicia Atkinson.
Amando: a Jorge Vergara, sin resquicio.
Quién me iba a decir a mí que alguna vez iba a ver publicado mi nombre en una de las revistas más prestigiosas y admiradas que existen. Cahiers du Cinéma, en su edición España, lleva este mes de diciembre (número 7) un artículo salido de esta fábrica.
Las carambolas suceden. Llevo tres años en Flickr. He conocido a muchos contactos, y a veces he conocido a las personas detrás de los contactos. Así sucedió con Luís – Una cierta mirada. Él es alcalaíno, de los de verdad (mientras que yo sólo vivo aquí y trato de sacarle partido). Dirige el Festival Alcine y la sección cinematográfica de las actividades culturales desde la Fundación Colegio del Rey.
Él me puso en contacto con Cahiers. Sin conocerme de nada, han confiado en mí, y en la página 47 (dos tercios de la misma para ser exactos) está la crónica de lo que pude ver en Alcine: mi nombre al lado de firmas como las de Carlos Reviriego o Carlos F. Heredero. Cuánto tocayo.
Eso me trae a la cabeza una anécdota: hace muchos años, traté de hacer pinitos en un diario sevillano, donde solía publicar un profesor de la facultad de Ciencias de la Comunicación y crítico eminentísimo, especializado en música en el cine: Carlos Colón. Colón me daba clases y yo repetía a diario que me recordaba (lejanamente) a mi padre. Aquel textito (creo que un repaso a la agenda musical de un olvidadísimo fin de semana) salió firmado como Carolina Colón.
Lo digo así, con todas las letras. Si a Gepe, como me dijo una vez hijotonto, hay que partirle la guitarrita en la cabeza, la guitarrita quiero ser yo.
He improvisado esta crónica en last.fm.
No es que sea muy brillante, es lo que es. Mis fotos, en flickr, como siempre.
Voy a transgredir un rosario de reglas autoimpuestas en este blog, a saber:
– no hablar de mi vida personal
– no dejarme llevar por impulsos
– no improvisar posts estúpidos que la blogosfera ya está saturada de idiotas
– no publicar nada que no guarden dentro necesidad, libertad y osadía crítica
Pero Gepe, mi adorado Gepe, toca el martes 4 en Clamores, en Madrid. Quienes me quieran ver soltar el río magdaleniense deben ir hasta allá. Una persona me ha dejado un comentario muy cariñoso en mi otro blog, en mi pobre y triste Cámara de las Maravillas: alguien va a escuchar a Gepe gracias al artículo publicado en Rock de Lux 256. En el otro lado del globo, se comenta dicho artículo, en un sitio chileno, y mi nombre resuena allá donde empezó mi historia de corazón roto. Gepe, ese músico infinito, que canta pa ti y pa mí, acaba de publicar este video de la canción Samoriseva. «Lo hiciste todo al tiro / y un espacio se perdió». Mañana entrevisto a Gepe, mi adorado Gepe, de nuevo, en la misma taberna donde lo conocí hace un mes. No he preparado la entrevista y me temo que todo va a ir mal. Mi vida se desintegra y no hay nada firme bajo mis pies. Me siento como la vaca del vídeo. No es para esto que tengo blog, pero qué coño.
Cuentos de horror cósmico cotidiano. Cualquiera sabe qué saldrá. Hasta que pueda volver a escribir como dios manda.
El pasado sábado 17 de noviembre tocaron los de Birmingham en Madrid. Contado con mis ojos y las puntas de mis dedos: crónica del concierto en mtv.es, y galería de fotos.