Carolink Fingers
12.11.2010

Tercera vía

por carolinkfingers

«La destrución total del sistema basado en el trabajo y en el dinero, y no el logro de la igualdad económica en el seno del sistema masculino, liberará a la mujer del poder masculino»

Saco esto del SCUM Manifesto de Valerie Solanas y trazo un puente hasta Franziska von Reventlow y el artículo que le dediqué bajo esta etiqueta. (No iba yo tan desencaminada).

Lo que más risa me da es que tampoco está lejos de lo que se puede leer en los libros de Esther Vilar, pero eso ellas (dos) no lo saben (y otro día lo explicaré por aquí).

//Esto forma parte de apuntes en pos de algo. Los textos que publique al respecto caerán bajo la etiqueta «la vida sin hombres». La-vida-sin-hombres quiere decir la-vida-sin-la-noción-de-hombre, y que cada cual se rasque donde le pique.//

08.11.2010

Mi alma a cambio de un minuto de comedia

por carolinkfingers


Inmersa en un libro que trata sobre las mutaciones de la comedia, lo que llama la Nueva Comedia -esto no es una reseña-, su lectura despierta en mí viejas cuestiones, porque hace tiempo me pregunto por qué todo lo que escribo resulta tan plúmbeo, tan abotargado, cargado, serio y empantanado. Como lectora/espectadora me gusta reírme, y como escritora sé que infinidad de mensajes llegarían mejor con un poco de risa (con esa píldora, aterradora, que Mary Poppins daba a sus pupilos, hay que joderse), pero ¿qué es la comicidad? Ya no la «Nueva Comedia, ¿dónde está la «vieja comedia», cómo se genera el humor, quién puede ser humorista, es necesario estar en risa constante con uno mismo, es necesario invalidarse como autor, tener ese alter ego cómico bien aceitado para poder seguir viviendo las pequeñas miserias de cada día? ¿Ser yo objeto de humor? Algunas cosas que me suceden en la realidad me dan muchísima tristeza, ¿cómo puedo pretender, por tanto, el efecto contrario en otros, qué puede haber de humorístico en mi biografía? Si pudiera explicar a otros el sinfín de causas de pavor que recorre mis horas en tono de comedia, ¿serviría? Si les explicase que caerme de culo frente a unos amigos al salir de un concierto quizá haya sido mi último -y muy celebrado- gag, ¿quién hoy, en 2010, puede reirse? Pero necesito el humor, quiero deshacerme de las piedras que me arroja la vida, ¿es el humor algo menos pesado que la seriedad? Entonces quiero sacarme de encima este rictus amargado, quiero empezar a tomarme a chiste, igual así habría menos arrugas en mis ojos… Me asalta la evidencia de lo contrario, la risa es ese gesto del que huyen las celebrities porque, dicen, crea profundas “arrugas de expresión”, el hieratismo como última moda. Bien, y del alma, ¿quién suaviza las marcas, cómo leches me desintegro este cálculo encabronado del corazón, con qué disolvente me arranco este tubérculo encostrado que me obliga a no ilusionarme jamás? Es probable que todo se resuma a encontrar un tema. El tema que cada uno lleva dentro. Y ¿cuál es el mío? Puede que la Nueva Comedia se ría de cosas menos graciosas o nos congele la risa en mitad del gesto, es cierto, y eso puede significar que, quizá, el contexto no me es tan adverso, puede que la mutación de la comedia incluya ese tema, mi tema, la melancolía. Caray, que tampoco es tan nuevo, ¿cuántos monólogos van de un tipo o tipa que no sabe cómo enfrentarse al mundo, cuántos diseccionan la inhabilidad del melancólico para las relaciones sociales, cuántos se recrean en la estulticia de su infatigable confrontación con el absurdo? Anda, si puede que no esté tan lejos. Y me acuerdo de más cosas, y es que la risa no me es tan ajena, que una buena parte de mi familia se ha dedicado y se dedica a hacer reir, en el circo, en la televisión, ¿qué tienen ellos que yo no tenga, qué? Un poco de experimentación sensata se impone, anacrónica, pero experimentación: practicar ser graciosa como una andaluza cualquiera -he aquí el chiste del día, andaluza soy-, inventariar al menos una situación cómica cada veinticuatro horas, escribir una minicomedia por día y… ¿después de quinientos días, podré tener el secreto de la risa? Prometo no escribir nunca más cosas desagradables, nunca más os contaré de la precariedad laboral que me acecha, de mi cuenta corriente esquilmada, de mi soledad, de mis tropezones o mis desnucamientos virtuales, nunca más, esta noche no. No esta noche, en que entregaría mi alma a cambio de un minuto de comedia, lo digo muy en serio.

28.10.2010

Código fuente

por carolinkfingers


Abrelatas es el maestro del código fuente. Lo conocí (él a mí no) en el Festival Zemos 98 del 2009. Cantaba con buena voz: «Código fueeeente… La remeeeezcla» y oficiaba de pastor del corta y pega. El festival se celebraba en Sevilla justo en el fin de semana en que yo viajaba a despedir a alguien muy querido. Otra persona querida estaba trabajando, casualmente, allí, y pasé algunas horas de aquel sábado en los actos del Zemos.

Esta mañana recibí un correo: me invitaban a enviar críticas quincenales a un diario sevillano. Sin ánimo oneroso y con honestidad, se decía en ese mail que aquellas colaboraciones serían «gratis, por supuesto».

Sin mentar al pecador, lo envié tal cual a twitter. El ejemplo, de tan extensivo, ya duele.

(Podría explicar aquí que mi primera colaboración periodística sucedió en el mismísimo periódico, hace ahora unos dieciocho años, y todavía estoy esperando cobrarla).

Abrelatas, Felipe, toma el entrecomillado y lo convierte en un microrrelato. En un #microrrelatos12. Esa etiqueta es una de sus muchas experiencias (de las muchas que desarrolla el equipo de Zemos 98) en twitter. Y es un microrrelato que, como le he dicho a él, lo tiene todo en tres palabras: amor, pasión, ambición, venganza.

Muy poquito a poco, estos muchachos salidos de mi misma facultad han ido penetrando el tejido cultural, no ya de la ciudad, sino de todas las redes. Trabajan codo con codo con otros muchos colectivos de creación, activismo y gestión cultural repartidos por el país y el mundo y crean cada año un concepto nuevo, un espacio de conversación e intercambio, que además se desarrolla durante todo el año con blogs, con publicaciones, con un programa de radio.

Estos chicos no paran quietos. El festival 2011, la décimotercera edición, ya tiene nombre y fechas. Deberías reservarte esa semana para pasarla en Sevilla y enterarte de qué es Zemos 98, aunque ni yo a estas alturas lo pueda explicar muy claramente. Es educación, es comunicación, es pasión por el intercambio y la reflexión, por la generación de narrativas para nuestras actividades, por la búsqueda de puntos de anclaje en la contemporaneidad distópica que nos ha tocado experimentar.

Es, en mi propia experiencia, un sueño de trabajo colaborativo. Tengo el honor de contarme hoy, tímidamente, entre las personas que forman parte de sus redes. Porque también he caído.

Y no voy a pedir derechos de autor. El microrrelato, cojonudo, es de Abrelatas.

24.10.2010

Julián Rodríguez

por carolinkfingers

Julián Rodríguez
Tríptico / Santos que yo te pinte
Errata Naturae

En un libro, tres narraciones. En otro, un único texto largo y denso como un río de barro entre maleza. Dos volúmenes aparecidos al mismo tiempo, en los que Rodríguez da luz a material reescrito durante una década. Cuatro historias conectadas de una sutil forma, ajustándose sin tensión. Si el primero se titula, sin engaño, “Tríptico”, contiene precisamente tres historias que hacen las veces, cada una, de planchas de un retablo; en cambio, el efecto que hacen éstas entre sí y con la cuarta quizá no fue premeditado: “Santos que yo te pinte” parece corresponderse con lo que está detrás del azogue en la parte trasera del cuadro, aquello que saldrá rascando la superficie turbia. En el primero, una apabullante condensación semántica, un lenguaje en apariencia poco elaborado, que arrastra fardos de sentido. En el segundo el discurso dispara un monólogo deslavazado, temerario y un punto desequilibrado. Inmerso en él, sin embargo, cualquier lector despierto, esté o no acostumbrado a la densa narrativa del autor, sabrá intuir que ni palabras ni comas están puestas al azar. Y el efecto creado en el imaginario, en la lectura de estos libros que se comunican y trasvasan, es el de una pequeña novela apretadísima sobre el gastado amor y la imposible comunicación. Ya conocemos su habilidad para transcribir el vacío, la zona neutra del lenguaje, la herrumbre existencial. Y en estos dos libritos, menores sólo en tamaño, lo vuelve hacer: bajo la superficie son titanes desmesurados.

//Editado en Go Magazine octubre 2010. Esta semana también ha visto la luz la entrevista que me otorgó Rodríguez para notodo.com, así como la crítica que he escrito para el blog Estado Crítico//

10.10.2010

Puentes de otoño

por carolinkfingers


Todo el tiempo los cruzamos y pocas veces son conscientes de su papel. Casi nunca serán puentes construidos por quienes escribieron esas páginas, en cambio aparecerán sólidos y transitables por quien los encuentra como lector. Mi primera deformación lectora significó no sólo leer un libro, sino recorrerlo preguntándome qué podría contar de él en una crítica. La segunda deformación vino al dedicarme a leer transversalmente, seleccionando qué me quedaba y qué no, qué se venía a vivir conmigo a mi maleta de apuntes, la que algún día crearía los pasajes a mis propias ficciones (y aquí, también podría contar, otro día, las deformaciones escritoras que he sufrido, que no creo que sean en absoluto particulares).

La tercera deformación lectora, la más reciente, ha tenido lugar desde que comenzamos con el programa. Leo los libros cruzándolos entre sí y, por poco que tengan que ver unos con otros, los puentes en mi mente se tienden solos. Se generan conexiones porque ya no sé leer sin pensar a todas horas en próximos guiones. De resultas, lo que leo ya nunca más es un libro aislado, ni se corresponde con la poética interna de un autor, ni siquiera con los temas que, sigilosos, frecuentan escritores de la misma generación… Leo en un libro todos los libros que alguna vez tuve en mis manos y todos los que alguna vez tendré.

Por cuenta de esta coyuntura, o por cuenta de la muy sugestiva entrada en la estación de las lluvias y los sueños barrocos, algunos de los enlaces que hallo son como las pepitas, diminutas, encontradas en el lecho del río, que por sí solas valen en apariencia poco pero señalan la existencia de nuevos cruces, certezas, aproximaciones, ¡yacimientos!, ¡engranajes! Quizá todo lo que trato de encontrar en esos pasajes es la belleza de sentir que no se está tan solo.

Porque íbamos a entrevistar a Isaac Rosa, me sumergí en sus novelas. El país del miedo es pausado, ambiguo y torturante. El personaje central es un varón de clase media y de mediana edad, el ejemplar idóneo para desarrollar toda una teoría del miedo en nuestras sociedades contemporáneas. Los capítulos que no cuentan la peripecia en sí van describiendo lenta y concienzudamente cada una de las zonas de la existencia abocada al miedo: “A menudo piensa en el dolor, pero le falta experiencia”. Es en las páginas 71-72 cuando llega esa enumeración, análisis quirúrgico, del miedo al dolor, y no hace falta ser muy sutil para asumir que como miedo es universal. “Eso le hace pensar en la importancia de la premeditación del dolor”, y nos dice que hay un espacio de la anticipación y la prevención, un trabajo cerebral que recrea el dolor incluso antes de haber recibido el más mínimo estímulo para ello. Recita, con la demora característica en todas las páginas de la novela, procesos psíquicos que acompañan a la tortura y se centra en un método concreto, “la cuchara”.

Regresé entonces a las páginas, recientemente recorridas, de El vano ayer, la segunda novela de Isaac Rosa. En ésta hay un pasaje que no está calcado del que menciono antes, es más bien su reverso. (Páginas 167 y siguientes, no lo tengo aquí para copiar): el narrador ocasional habla en primera persona de las torturas sufridas y en un momento se abstiene de seguir describiendo, “no se puede explicar en palabras…”, cuando llega al momento en que le aplican corriente eléctrica en diferentes partes del cuerpo -dedos de la mano, de los pies, lóbulos de las orejas, testículos-, para llegar a la comparación (cito de memoria, sin exactitud): “… como si una rata te atravesara el recto hasta salirte por la boca.

En general, el arranque del puente enciende luces de corto alcance, porque mi capacidad de asociación es más bien limitada y se puebla de diapositivas medio quemadas, destellos, fotogramas sueltos. Gritos callados en mi cabeza que lanzan sogas para enlazar ideas. Pero la referencia a la que quería llegar estaba aún caliente. En El jardín de los suplicios (Octave Mirbeau, editado a la vez por Impedimenta y Olivo Azul en este año), uno de los episodios más extensos, en formato de diálogo, explora lo que allí se llama la “tortura de la rata”:

– ¿Qué suplicio es ése de la rata?… – preguntó mi amiga- ¿Y cómo es que yo no lo conozco?
– Una obra maestra, milady… ¡Una verdadera obra maestra!… -afirmó con voz retumbante el hombretón, cuyo cuerpo fofo se aplastó más aún sobre la hierba.

(Y… no es de extrañar que sea éste uno de los pasajes que hicieron a su traductor, Lluis Maria Todó, levantarse, dejar la tarea y salir a tomar aire, tal como contó en la entrevista que nos dio con motivo del programa que dedicamos a Mirbeau).

Quise señalárselo a Rosa, pero este puente no llegó a ser cruzado en el directo. Por ello cuento aquí que la descripción de la tortura de la rata está, antes, en Sade (¿dónde no?).

Y todo esto sigue hirviendo a alta temperatura mientras avanzo con ansia por las páginas de El país del miedo. Leo ahora fuera de mis coordenadas espaciales: estoy en otra ciudad, sola y abismada, peripatética, he detenido mis pasos, he buscado huir de las franquicias hosteleras en general, refugiarme de la barbarie turística, y hago un alto en en un bar-cochambre, pero mis oídos no pueden permanecer ajenos al runrún publicitario de la radio encendida:

“Acabe con el dolor, cualquier tipo de dolor, la magnetoterapia le ayuda, si ud. se ha resignado a vivir con el dolor, sepa que hay otra vida… Magnofon le librará del dolor, cualquier tipo de dolor… Utilizada a diario, es un eficaz remedio. Llámenos ahora, sin compromiso, y recibirá dos estuches magnéticos, los émbolos y… ”

Pienso en los émbolos que forman parte de la picana. Recuerdo un libro, Tejas verdes, que compré la última vez que estuve en Chile, el testimonio directo de un escritor –Hernán Valdés– que sufrió detención, cárcel y tortura en el conocido campo de concentración con ese bucólico nombre.

Admito no pensar habitualmente en lo que me da miedo, por temor a la parálisis que de ello devendría. Sigo, por tanto, huyendo hacia adelante para ver si el siguiente pasaje, el próximo puente que sea capaz de construir me lleva a un lugar más seguro. Anoto el nombre de la empresa que vende la solución contra el dolor y un número de teléfono, quién sabe, algún día podría venirme bien, cuando deje de resignarme a vivir en el dolor, que también es vivir en la conciencia. Sabiendo que no hay remedio. Aceptando que la mentira estructurada y organizada de nuestro mundo me obliga a enfrentarme a una realidad absolutamente injusta que, mientras me promete calidad de vida, salvación y ocio moderado, me entrega minuto tras minuto nuevos grilletes para mi tiempo y mis pensamientos. “El mismo que quiere que tengas miedo es el que te protege”, le escuché, pocos días después, a Isaac Rosa.

Me hubiese gustado preguntarle también acerca de la injusticia. Este pasaje:

¿se da cuenta?, el delincuente siempre busca refugio en la casualidad, no en una sino en muchas casualidades encadenadas, y cada nuevo error descubierto es una nueva casualidad, pero que yo sepa nadie ha ido a la cárcel por una casualidad…” (pg. 287, El vano ayer)

me llevó hacia el libro Justicia poética, de Braulio García Jaén (también con él hicimos un programa). Tommouhi y Mounib -quince años uno, hasta que murió el otro-, en la cárcel, tan sólo por la casualidad de parecerse (y nunca tanto, y eso es lo que explica ese bello libro) a los verdaderos autores de una ristra de violaciones. De El vano ayer (hecho con una ingeniería interior que es por fuerza seductora para otros ingenieros de ideas) también podría contar sobre la confusión de personajes reales y de ficción, de cómo Rosa se esfuerza página tras página en recordarnos que lo que leemos es fábula, pero lo que está detrás y muy presente es sufrimiento, vileza, dolor, equívocos, injusticias y exilios de personas reales.

Y, claro, está ese otro programa, hace no demasiado, en que nos preguntamos ¿Dónde van los personajes cuando la novela se acaba? Si son personajes de películas de cine negro, preferentemente clásicas, seguro que están en Sospechosos de David Thomson (Roja y negra, Mondadori, 2010). La pista me la dio un chico de cuyo nombre debería acordarme, participante en el taller de Periodismo gonzo que sucedió durante una semana completa en el Espai Caja Madrid de Barcelona, al que me sumé sólo durante una tarde. Él nos contaba apasionadamente acerca de este libro y, si sé reproducir sus palabras, dijo que las biografías de los personajes de cine negro entraban en esa novela-enciclopedia, mayúscula, abarcadora, apretada, con la nueva historia-vida que el autor les inventaba en esas casi 500 páginas.

Y pocas horas antes, leía la última Qué Leer en una biblioteca. Milo J. Krmpotic entrevistaba a Samantha Schweblin (y no me habría fijado en este pequeño recuadro a no ser por el programa 51, en el que Marcelo Panozzo nos dio los cinco nombres de imprescindibles argentinos según su parecer):

“¿Y a qué le tienes miedo, concretamente?”
“A la muerte, en primerísimo lugar. También a la pérdida y al abandono, que son otras facetas de la misma muerte. En este sentido, siento a la literatura como una suerte de “avanzada”, como cuando en la guerra se enviaba al soldado a inspeccionar qué es lo que ocurría al frente antes de llegar ahí con el batallón completo. De alguna forma, la literatura me permite avanzar hacia todo lo que me aterra y horroriza, y regresar a casa lo más ilesa posible”

La novela más reciente de Rosa también funciona, a su modo, como un exorcismo confiado de los miedos, ciertos y perennes. Lo inquietante de ese libro es que señala todo aquello en lo que, por comodidad, por prisa, por falta de autoexigencia, no solemos pensar. Y recuerdo entonces a la protagonista de Diario de las especies de Claudia Apablaza, ese personaje en busca de pistas de su identidad, que se recluye, aísla y desvanece en los pasillos de “la Biblioteca”, entre otros lectores insomnes, entre otros que tampoco saben ni están preparados ni aciertan a conjurar el modo de enfrentar sus propios miedos.

05.10.2010

Soy español y estoy vivo

por carolinkfingers


Yo no lo tengo nada nada claro, qué suerte para él (Miguel Noguera).

27.09.2010

El país de los hombres que no están

por carolinkfingers


Me urge volver a mis rutinas de quebrar el/los sistema/s. El #mal se enseñorea y me usurpa incluso el tiempo necesario para el acoso y derribo.

Pronto, mucho más sobre La vida sin hombres y otros textos de malfollerío.

(imagen vía reinohueco)

19.09.2010

451 Quieres hacer el favor

por carolinkfingers


Porque hay cultura que simplemente no lo es. Porque todos tenemos fobias y derecho a tenerlas. Porque las imposiciones y el todo vale están pasados de moda. Porque creemos en el espíritu crítico de todo lector -y sobre todo de nuestros oyentes– sin necesidad de que posea una tribuna decadentista en algún suplemento cultural. El prestigio de los libros está en entredicho, a base de avalanzarse sobre nosotros desde las mesas de novedades e insultarnos desde sus estantes en las grandes superficies. Porque no todo merece ser comprado, ni leído, ni conservado.

Nos han dicho que esto suena a 1933.

Lo que creemos de verdad es que basta ya de que muchos vivan a costa de las tragaderas inmensas de la lectura blanda, convertida en un intercambio acrítico de mercancías.

Que la cultura que nos sobra arda. Nosotras no mandamos, sólo proponemos. Es una propuesta lúdica, irónica y simbólica, esto es, un espectáculo más. Pero invitamos a un vinito.

//Edición 27 septiembre: esta noche en www.radiocarcoma.com 21 h. seguimos hablando de hacer arder lo que nos sobra y otras muchas cosas//.

16.09.2010

Hay gente que no tiene sentido del humor

por carolinkfingers

Y que no sabe leer entre líneas. O que no acepta las collejas. O que defiende una peligrosa, envenenadísima corrección política hasta cuando va a cagar. O que simplemente nunca jamás podría entender un rap.

Hay gente de ésa.

Por suerte, me tropiezo más con la otra: hasta el portero de mi edificio es de los otros. Hablamos a menudo, últimamente. De la vivienda, la desproporción del tema «libros de texto«, y poco falta para que hablemos de a dónde van los personajes. Me entrega cada semana dos o tres lindos paquetes de libros. Cada lunes, sobre las siete, me ve salir cargada con el ordenador y me despide: «Que te salga bien el programa». No sé en qué momento le conté que los lunes hago un programa de radio.

Le invitaría a la fiesta de aniversario, y estoy segura de que entendería nuestra perversa propuesta. Pero hay gente que no.

Por ejemplo

Sin Esperanza (Aguirre)

08.09.2010

El mal que nos ocupa

por carolinkfingers

(La foto se la pido prestada a Gaelx)

Hace pocos días escribí que el #mal me había pagado, por fin, un proyecto (100 días de espera para ello). Si reflexiono sobre mis propias palabras, tengo que admitir que en un gran número de casos, es el mal el que me emplea.

Vivo de trabajos de todo tipo en el ámbito de la comunicación digital. Un poco menos, vivo de colaboraciones periodísticas. No formo parte del colectivo de periodistas en paro porque soy periodista de manera colateral -aunque orgullosa. Comencé a trabajar con dieciseis años y no ha parado hasta hoy (van veinte), pero si repaso el historial, realmente nunca he vivido del periodismo (ni cuando llevaba un programa de radio de dos horas diarias ni cuando era becaria en una redacción tipo “guía del ocio”). Quizá por eso esta “crisis del periodismo” (de los moldes económicos que lo sostienen, pero también de los cambios metodológicos y la aceleración desproporcionada en la producción de contenidos) me pilla un poco por fuera; soy espectadora, más que sufridora.

Quizá por eso no me afecta demasiado.

Todos trabajamos para el #mal: lo hacen los músicos que, en cuanto tienen cierto público, fichan por alguna discográfica; lo hacen los artistas que, nada más alcanzar algún renombre, aceptan encargos polémicos de empleadores turbios. Lo hace la empleada de hogar cuando entra a trabajar en casa de cualquiera y ese cualquiera la explota a ella y a doscientas inmigrantes sin papeles a las que obliga a trabajar en sus burdeles.

Todos trabajamos para el #mal y todos podemos seguir haciéndolo sin perder el norte, y aprovechar la más mínima oportunidad para instalar, ahí mismo, la maquinaria derribadora.

Con esto quiero entonar otro tipo de cantos. Como, por ejemplo, que no termino de entender a los cientos -o miles- de periodistas que se han quedado fuera de las redacciones, sin saber cómo reaccionar y tomar el toro por los cuernos (perdonen el lenguaje taurino, tan demodé).

El periodista, en un medio, también trabaja para el #mal.

Casi casi en todos los medios están más allá del «límite del bien». Cada cual dibuje su línea propia.

Cuando digo que me emplea el #mal quiero decir que quien me paga (malamente) las facturas son grandes corporaciones. Como, por supuesto, necesito que las pague alguien (no me puedo permitir el lujo de vivir de patrimonios inexistentes, como mi amiga Franziska von Reventlow), acepto todo tipo de trabajos. Y, tal como sé que mañana o pasado me he de morir, sé que en cualquier empresa que me dé trabajo, encontraré, sin necesidad de rascar:

– condiciones laborales de pena y explotación de su personal
– cero conciencia social
– delitos contra el medio ambiente o los derechos civiles, y muchas cosas más

Pero todos queremos trabajar. A ratos suspiro por un hueco en una redacción. Pero esto no lo tienen siquiera personas mucho más preparadas y curtidas en redacciones que yo. Stop del suspiro. Y sigo con mis proyectos.

Sé que trabajo para el #mal y sigo buscando el modo de hacer cosas para lo contrario. A costa de irme a dormir dos horas más tarde de lo que corresponde. Así que, sin ningún tipo de derecho, pero con el que me da ser de los vuestros, a vosotros, a los periodistas que sí estáis en una redacción, y a aquellos que perdieron su podio y engrosáis las filas del paro, como comunicadores sociales, creo que os puedo pedir algunas cosas:

– No comulgaremos con el #mal: una cosa es que pague las facturas, otra muy distinta que abanderemos su ideario

– Evitaremos en las redacciones escribir de lo que de verdad está pasando si lo que está pasando implica a personas físicas o jurídicas que pagan nuestro salario. Qué importa, tenemos otros medios para contar las historias verdaderas.

– Trabajaremos creyendo en lo que decimos, pero no por ello dejaremos de pensar lo que pensamos. Mantengamos la independencia necesaria para movernos como personas, periodistas que somos, al margen de la corporación, sus intereses y especulaciones, de la irrealidad que se nos pide alimentar.

– En los estrechos márgenes en los que nos podemos mover dentro del #mal, colaremos toda la información valiosa, socialmente importante, que se nos permita.

– Pero jugaremos fuera de esos márgenes y nos quitaremos horas de sueño para contar las cosas como merecen ser contadas.

– Inventaremos proyectos. Actuaremos con iniciativa. Dilapidaremos la herencia paterna en asuntos que eduquen al mundo. No esperaremos que la corporación nos cuide hasta el último día de nuestras vidas. Demasiadas veces hemos visto cómo un trabajador, que pensaba jubilarse tranquilamente en cierta empresa, es despedido sin contemplaciones. Haremos cosas gratis. Haremos cosas por nosotros mismos sin esperar retribución en dinero. ¡Nos autopublicaremos!

– Seremos generosos. Compartiremos lo que sabemos. Algún día la corporación, por esto o por aquello, no nos necesitará más. Ese día pondremos una tienda para coleccionistas de trenes antiguos o un hotel rural, y seguiremos contando lo que de verdad importa.

– El comunicador no puede esperar que ninguna empresa le ponga los medios para difundir su trabajo. El periodista debe esperar poder contar con una tribuna pública coherente y veraz, y hacer honor a ello. Pero si el medio de producción no es del periodista, el periodista no puede garantizar su independencia.

– Dejémosnos ocupar por el #mal, mientras éste resista. Que ya encontraremos otra forma de sobrevivir. Como escribe Milo J. Krmpotic’ en Las tres balas de Boris Bardin: Siempre se conjunga en futuro, el verbo sobrevivir.

«Viva el mal, viva el capital», mira que nos lo repitió veces nuestra amiga…

Acerca de Carolink Fingers
El blog Carolink Fingers está hecho con Wordpress 4.8.12 para ZEMOS98.
Follow

Get every new post on this blog delivered to your Inbox.

Join other followers: