Carolink Fingers
12.05.2024

El tiempo de la reescritura

por carolinkfingers

Hace exactamente un año, mayo de 2023, acordé con los editores que el libro (Historia general del desayuno) se publicaría en los primeros meses del 2024. Cuando has esperado durante tanto tiempo que alguien crea en tu escritura lo suficiente para darla a edición, esos diez meses me parecían hasta un regalo. Para entonces ya había dado setecientas vueltas a los cuentos y creía que los tenía: con la fecha propuesta tenía un tiempo extra para maniobrar con la colección. ¿Merecía la pena revisar alguno de los relatos? ¿Podía aprovechar ese periodo en profundizar en los temas y clarificar la escritura?

No se trataba solo de la monumental inseguridad que me ha acompañado toda la vida, también de darle el tiempo necesario a la colección hasta que tomara el espesor que yo deseaba, como un guiso de esos que necesitan veinticuatro horas para estar a punto. No sabía cuántas horas, semanas o meses más necesitaba, pero tenía el margen. Del concepto tiempo van alguno de los cuentos que aquí reunimos. *

El cuento que, hace un año, sentía que no cuajaba en el guiso, era Nada funcionando. Con ese título y con su personaje, Gael, quise hacer una distopía fundada en el trabajo, en la automatización y algoritmización del trabajo contemporáneo, y meter en el caldero todas estas ideas: la hiperpresencia del trabajo en nuestras vidas, las vidas puestas al servicio del capitalismo de plataformas, la identidad fundamentada en la pertenencia a algo tan inmaterial y obtuso como una empresa algorítmica, el trabajo contemporáneo como fuente de malestar y enfermedad… **

Gael no es más que uno de esos chicos subidos a bicis de reparto para servir los deseos ajenos, con la salvedad de que inventé otro tipo de parametrización de la vida ligada de manera total a la plataforma, que en la ficción supuestamente organiza una gran cantidad de cuerpos / fuerza de trabajo en una variedad de trabajos subalternos estúpidos, y el tiempo y la disponibilidad de sus «piezas» se combinan sin ningún sentido, de acuerdo a estúpidos algoritmos. Los trabajadores adscritos a esta plataforma han de estar siempre disponibles y acudir a rellenar los huecos de la automatización y el desastre de la tecnificación, sin preguntarse nada, sin importar las consecuencias sobre sus cuerpos, mientras ellos, con su tiempo y sus carreras de un lado a otro, continúan enriqueciendo a alguien en alguna parte. Pero Gael no saben nada de esto, ha construido su identidad y pertenencia en la ciudad, a la que llegó migrante, sobre esta «plataforma» secreta que se beneficia de sus recursos.

La disponibilidad 24/7, las arbitrariedades, la improvisación, la absoluta falta de control sobre el tiempo y el entorno propios, van minando y rompiendo la cabeza del protagonista. Gael siente la cercanía de la enfermedad mental, de la ruptura con lo real, de la pérdida de control… Y saben las diosas que traté de inventarle salidas.

¿Cómo se salva a sí misma una mente rota? ¿Cómo se recupera una mente que no ha conocido la idea de libertad y todo lo que ha aprendido es a acatar órdenes suministradas por un algoritmo al que no le importa una mierda lo que suceda con esa «pieza»? ¿Cómo se arranca une a une misme de la alienación? Troceaba el problema una y otra vez y no encontraba respuestas. Cuanto más hondo quería ir en esa distopía del trabajo, más sentía que fallaba, más falsa me parecía la iniciativa, más fracasaba en el empeño, porque en el mundo del trabajo capitalista no hay distopía que inventar -acordé conmigo misma-, porque todos los horrores han sido ya puestos en práctica en este mundo. ***

Así que Nada funcionando es un cuento fallido al que quiero muchísimo. La cabeza de Gael es mi propia cabeza en algunos de los momentos de la post-pandemia: disociándose y tratando de mantener algunas certezas, dudando de sí misma y recomponiéndose. Probé todo lo posible la escritura de una mente tratando de no disgregarse hasta desaparecer, pero nada de eso estaba funcionando.

«»O te vuelves loco en los primeros diez minutos», se dice con frecuencia, «o te acostumbras a ello». Podría argüirse que aquellos que se acostumbran a ello, de hecho, se vuelven locos. Y aún existe una tercera posibilidad: ni te acostumbras a ello ni te vuelves loco», leí muchos meses más tarde al personaje más interesante de la novela La Zona de Interés. «El trabajo nos hará libres», se leía en aquel portón del campo. Gael tarda catorce años (o casi) en enloquecer a bordo de los trenes que lo llevan a sus tareas. No hay modo de escribir una distopía sobre el trabajo contemporáneo, ni casi sobre ninguna cosa.

En mayo de hace un año, también, se aceleró el deterioro de una persona muy cercana que había vivido por y para el trabajo, y falleció dos meses más tarde. Así que no hubo mucho más tiempo para reescribir.

– – –

* Y también se trataba de pergeñar algo más allá de la moda, de la coyuntura y del ritmo veloz de edición / novedad / caducidad que tiene el mercado literario, pero esto es otro cantar.

** Sin estar ligada al capitalismo de plataformas, todas vivimos esta suerte de instantaneidad, arbitrariedad e inmediatez que se nos inocula desde las plataformas; y todas vivimos durante un tiempo cómo el trabajo era lo único que nos estaba permitido como actividad no criminalizada, no contaminante y no vírica. Como si el trabajo fumigara.

*** Se pueden aportar ejemplos de aquí y ahora en cualquier vertedero, en cualquier fábrica de cualquier producto de uso común, en cualquier esquema productivo y reproductivo del presente, no hace falta inventar nada.

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