El 14 de Junio de 1998, a las 21:23 horas en la ciudad de Utah, un hombre llamado Miguel presenciaba el sexto partido de las finales de la NBA entre los Utah Jazz y los Chicago Bulls. Miguel trabajaba en una empresa de Gestión Cultural y últimamente estaba algo apesadumbrado porque no conseguía dar con la fórmula para que su pequeña empresa funcionara mejor. Pensó que si se iba a la cancha a animar a su equipo para que éstos empataran la eliminatoria con los Bulls a 3, quizás conseguiría desconectar de esa realidad que parecía acosarle noche tras noche y que no le estaba dejando siquiera descansar.
Miguel era de una familia de clase media. En su empresa tenía la suerte de trabajar con 3 amigos y socios, además de contar con una plantilla de 4 trabajadores. Las cosas no les iban mal, pero habían llegado a un punto en el que necesitaban organizarse de otra manera. “¡Que tiempos aquellos del desorden y el caos universitario!”, exclamaba para sí mismo Miguel, que había visto como su negocio había cuadriplicado la cantidad de facturación anual en menos de tres años.
Miguel no era un hombre especialmente pesimista, de hecho cuando se gastó 50 dólares en la entrada del partido de su equipo, confiaba plenamente en que si Byron Russel hacía una buena defensa sobre Jordan y si Malone y Stockton estaban inspirados, nada podría impedir que igualaran la eliminatoria y soñaran con vengar el resultado del año anterior, en el que Chicago había conseguido su quinto anillo en 7 años.
Era curioso cómo Miguel relacionaba sus teorías con respecto al deporte en el ámbito de la empresa. Tras una de las innumerables e inconclusas reuniones en los que trataba con sus socios la cuestión de la organización, de los departamentos, de la comercialización y los planes de viabilidad… decidió escribirles una carta a sus compañeros.
El Quintento titular y la Gestión Cultural, se titulaba su carta. En ella exponía su tesis, sincera y profundamente meditada, de que un equipo necesita un líder, y no por ello deja de ser equipo. Explicaba cómo además existen diferentes líderes: el entrenador es el líder en estrategia, el base es el líder de la distribución del balón, el escolta y los aleros son los líderes en anotación y el pivot es el líder en rebotes. Además, no hay equipo sin banquillo y lo que es mejor, salvo el entrenador y el cuerpo técnico, los jugadores, quienes se baten el cobre partido tras partido, pueden jugar en otros puestos y quizás esa sea la base de un buen equipo, liderazgos distribuidos, profundidad de banquillo, versatilidad, organización, objetivos comunes y ganas de ganar.
Pero para Miguel ninguna de estas premisas invalidaba la necesidad de que un equipo tenga un líder, un referente sobre el que han de girar el resto de elementos. Alguien que pueda estar en todo aunque a veces no esté en nada, alguien con la capacidad de gestionar grandes volúmenes de trabajo, alguien capaz de delegar, capaz de ser líder cuando hace falta y de ser uno más cuando las circunstancias del partido así lo requieren. Miguel no dejaba de escuchar en su cabeza una realidad rotunda que le había comentado uno de sus asesores: “las organizaciones horizontales son las más avanzadas, pero las más estresantes”.
Además empezaba a estar convencido de la teoría que exponía en su carta. Pensaba en formas de explicársele a sus compañeros y no era capaz del todo. A fin de cuentas, lo que iba a proponer era que uno de ellos se convirtiera en ese “líder” y no estaba pensando en él mismo precisamente…
A esas mismas 21:23 horas, a falta de 40 segundos para el final del partido, Chicago iba 86-83 abajo. Tras un tiempo muerto pedido por el entrenador de los Bulls, Jordan anotó una bandeja ante varios defensores de los Jazz, colocando al equipo un punto abajo (86-85). En la nueva posesión de Utah, Malone estaba situado en el poste bajo, defendido por Rodman. Tras recibir Malone el balón, Jordan llegó por detrás, le robó el balón y calmó la posesión subiendo la pelota. Frenó el ataque sobre la línea de tres, sobre la defensa de Bryon Russell.
Tras unos instantes botando pausadamente el balón, Jordan se dispuso a atacar la canasta de Utah, rápidamente perseguido por Russell, quitándoselo de encima con una finta que le mandó unos metros para atrás y resbalándose. Jordan, sin defensa alguna, se levantó por los aires, lanzó y… destrozó todas las teorías sobre los equipos y la organización que tenía Miguel.
La última canasta de Michael Jordan con los Chicago Bulls. Su última ofensa a las leyes de la gravedad y de la lógica dentro de un cancha de baloncesto. El Delta Center en silencio. Y Miguel también.
Mientras su tocayo levantaba los dedos en señal de victoria y era abrazado por el resto de sus compañeros, pisoteando las ilusiones de los aficionados de Utah, Miguel pensaba:
“Bueno… necesitamos un líder, pero ninguno es Michael Jordan, ¿no?”
Es verdad, le toca el culo descaradaente a su adversario.
Cierto: no hay dos michaeljordans…
Muy buen relato de la jugada final del Jazz-Bulls (perdona que me quede en lo accesorio y no profundice en tu sesuda necesidad de encontrar un líder para la empresa)… Sólo te faltó señalar que Jordan (Nobody’s perfect!) hizo falta en su finta, pero como lo hace tan bien, ni lo parece.