La Colina de Peralías
13.11.2013

Mi escuela

por Dolores Álvarez

índiceEn Gerena (Sevilla), donde nací y viví hasta los trece años, había dos escuelas, la de niñas y la de niños. La de niñas estaba muy cerca de mi casa y la de niños estaba en el otro extremo del pueblo, cerca del Molino de Viento, pasando la Cantina, enfrente de los Sindicatos, donde trabajaba mi padre. Por eso mi padre era conocido como Benito el del Sindicato y cuando yo tenía que identificarme esa era la referencia que daba «Yo soy la hija de Benito el del Sindicato» y también decía » Soy la hija de Dolores, la gemela de Felisa la de Coral».  Por aquellos años en que mi abuela Felisa tuvo a las gemelas no era nada común los partos gemelares, como ahora, y las conocían en todo el pueblo, eran idénticas, hasta yo misma, ya mayorcita, recuerdo haberlas confundido. Mi tía Coral era un poco más baja que mi madre, pero si las veías separadas no se echaba a ver la diferencia.

Yo entré en la escuela a los seis años, lo propio de los años 50 en los que me estoy situando. De mis primeros momentos no recuerdo nada, creo que me iba sola a la escuela, y por eso no he sufrido ningún trauma, creo que era lo normal en la época. Por aquellos años Gerena tenía unos 5000 habitantes y todo el mundo se conocía, la población estaba muy concentrada y las niñas nos movíamos con facilidad por todo el pueblo y sus campos de alrededor. Creo que ahora los niños no tienen ese sentimiento de libertad para ir al campo, a casa de un amigo… se les protege demasiado y cuando se les suelta se sienten desvalidos.

Mi escuela, la de las niñas, no era muy grande, tendría unas cuatro o cinco clases, un patio delantero y otro trasero, en este último estaban los servicios y la casa de Lole, la portera. Recuerdo que tenía unas ventanas muy grandes y en el patio delantero había una sala, no sé si el despacho de la directora o la biblioteca. Las maestras se sentaban en unas mesas grandes, colocadas encima de una tarima que las aislaba del frío y que hacía que sobre ellas pudieran supervisar toda la clase. La ratio era elevada pero el orden en la clase estaba asegurado, no sé cómo con tanto copiar podíamos estar tan calladas… ¡qué aburrimiento! Las maestras no se acercaban a las mesas de las niñas, éramos nosotras las que, de forma totalmente ordenadas, íbamos a la mesa de la maestra para que nos viera la tarea que estábamos haciendo. Recuerdo aquellos pupitres bipersonales en los que nos sentábamos, con su ranura para que no se cayeran los lápices y los huecos para poner los tinteros. Escribíamos a lápiz y después pasábamos a la plumilla, de los bolígrafos ni se hablaba. Lo malo era cuando echabas un borrón de tinta, teníamos que rasparlo con una cuchilla para que quedara presentable.

No recuerdo exactamente cuándo empecé a leer pero sí tengo en mente aquellos cánticos de la «m» con la «a» «ma» y fotografiados en mi mente están aquellas cartillas que te iban enseñando, esas que te decían «la letra con sangre entra». La forma de enseñar a leer era totalmente silábica y de comprensión había poco. Aprendíamos mecánicamente y poco a poco, con textos muy cortos íbamos comprendiendo textos, creo que a la comprensión nos ayudaba mucho el que nos hacían escribir redacciones y eso ayudaba en el proceso lectoescritor.

Leíamos en alto, por filas, un trocito cada una, yo recuerdo que no me importaba leer en alto, lo que no me gustaba es que me sacaran para hacer un problema de matemáticas, eso no lo soportaba.

Hacíamos muchos copiados y dictados, también hacíamos cuentas, cantábamos las tablas y leíamos en alto lo que venía en la enciclopedia.

Al entrar en el colegio cantábamos el himno e izaban la bandera, todas en filas muy ordenadas y calladas como en misa. Al entrar en clase rezábamos todas las mañanas y por las tardes también, bueno, algunas tardes, por ejemplo las de mayo, eso era lo que hacíamos porque ese mes estaba dedicado a la virgen María.

Alguna que otra vez íbamos al campo y nos llevábamos la merienda en una taleguita muy mona, las bolsas de plástico ni se conocían. En el campo jugábamos a la cuerda y cogíamos flores. Siempre íbamos andando y volvíamos; recuerdo que un día de estos que llegamos de excursión me acosté y no me levanté hasta la mañana siguiente, me imagino que anduvimos mucho y quedé un poco cansada.

En mi escuela la directora era Doña Mercedes, la recuerdo alta y elegante, muy seria y de gran presencia, creo que ella le daba clase a las mayores, yo nunca la tuve, ella fue mi madrina de confirmación.

Mi maestra era doña Teresa, ella era de Ávila, de Piedrahita, era mayor, con pelo blanco y un poquito regordeta, era muy buena, paciente, nunca recuerdo que me castigara ni me riñera por nada. Cuando volvía de su tierra siempre nos traía caramelos. Recuerdo a otra maestra doña Dolores, muy morena, que después me la encontré en un colegio, ya yo de maestra.

Nos amenazaban con la visita del Inspector, estos siempre eran hombres, y preparábamos esas visitas durante muchos días.

El catecismo y la Religión era una de las enseñanzas que más tiempo ocupaban, había que sabérselo de memoria, aunque no supieras lo que decías.

Estos vagos recuerdos son hasta los nueve años, a partir de ahí empezaba una gran diferenciación entre las niñas que íbamos a prepararnos para hacer Ingreso a Bachillerato, lo pongo con mayúsculas para resaltar la importancia que se le daba en la época.

Del grupo grande de niñas nos quedamos cinco o seis que ya llevábamos otro ritmo de estudio y clases diferentes aunque impartidas por los mismos maestros, pero ahí ya nos daban clases también los maestros de los niños, don Francisco, don Federico… Esa historia será ocasión de otra entrada porque eso de hacer los tres primeros años de Bachillerato por libre tiene mucha materia que relatar.

 

 

 

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comentarios

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José Antonio Jiménez Ramos dice:

Vaya con tu memoria, doña Teresa de Avila, por eso querías ponerle Teresa a una hipotética hija. Me ha encantado

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