Mi infancia son recuerdos de Gerena, donde nací y viví hasta los trece años.
Recuerdo el olor a matanza que se producía cada semana en la misma calle, cuando Gertrudis mataba un cerdo y la sesada era para mí, es lo que me daba mi madre para suplir la falta de pescado. Olor intenso cuando la abulaga empezaba a arder (Planta de la familia de las Papilionáceas, como de un metro de altura, espinosa, con hojas lisas terminadas en púas y flores amarillas. Las puntas tiernas gustan al ganado. El resto de la planta se machaca, aplastando las espinas, para darlo en pienso), cuando la piel del cochino se quemaba olía a chicharrones; ese día el espectáculo estaba asegurado en la calle, todos los niños nos poníamos alrededor, dependiendo de la dirección del viento.
Recuerdo la fuente de ensaladilla de mi madre que la hacía siempre que había una fiesta. Empezaba haciendo la mayonesa, en un plato y con un tenedor, nunca se le cortaba y eso tenía un sabor espectacular. Siempre la hacía para el santo, Navidad, Semana Santa… en aquella época no se celebraban los cumpleaños como ahora, era más el día del Santo. En Semana Santa la hacía porque su hermandad (la de arriba, la virgen de la Soledad) pasaba por nuestra casa y entraban los hermanos a tomar algo, recuerdo esa mesa en el salón repleta de viandas.
Recuerdo el cine, en verano con los veladores en el ambigú y en invierno en la parte cerrada. A mi padre le encantaba el cine y todos los domingos íbamos los cuatro a ver la película que ponían. Mi madre la mayoría de las veces se quedaba dormida porque ella decía que en el cine sólo contaban tonterías; después ella se aficionó a las novelas y eso decía que le gustaba porque era la vida real, esto fue después de morir mi padre porque él no hubiese aguantado el ver una novela. Yo también me quedaba dormida y recuerdo con amargura la subida a casa, andando y muerta de sueño.
Recuerdo los días de Reyes Magos. Mis padres nos ponían regalos pero los que con más ilusión esperábamos eran los de mis padrinos, Catalina y Manuel, ellos se esmeraban y nos sorprendían cada año. Recuerdo con mucho cariño el año que me regaló el muñeco negro, el que aún conservo, eso hizo sensación entre mis amigas. Ese mismo año mi madre me vistió un moisés con otro muñeco. Ese muñeco negro participó en muchas exposiciones, mi madre lo vestía, según la ocasión y era una preciosidad. mi segundo nombre es en honor a ella, mi madrina, porque en esa época era costumbre poner el nombre del padre o de la madre, según el sexo y de segundo el nombre del padrino o la madrina, así lo hicieron con mi hermano y conmigo.
Recuerdo las partidas de ajedrez que echaba con mi hermano, a la hora de la siesta, cada uno en una cama, él siempre me ganaba, como era más grande… En aquella época, casi como ahora, los niños jugaban con los niños y las niñas con las niñas.
Recuerdo el campo, la dehesa, la piedra cortá que nos servía de cunita y en la que pasábamos largas horas jugando. Los paseos por la dehesa con mis amigas eran para comer bellotas y disfrutar de lo que teníamos a mano. un día mi hermano y yo nos fuimos con unos amigos a coger garbanzos y algodón al campo, no le dijimos nada a mis padres y cuando nos encontraron nos encerraron en el cuarto durante toda la tarde, menudo susto se llevaron.
Recuerdo las visitas a casa de mi abuela Felisa que vivía con mi tío Antonio en una casa con muchos escalones y que daba a dos calles. Las visitas a casa de mi abuela Lola, que siempre me daba dos reales y me los gastaba en los futbolines y alguna que otra vez en algún cigarro de matalahuva.
Recuerdo a mi tía Plácida, que vivía con nosotros y nos daba vino dulce con la yema de un huevo, nos hacía siempre dulces para merendar y ella era la cocinera oficial de la casa, especialmente buenos estaban sus flanes y los restos que dejaba en el cacharro para que lo apurásemos calentitos. Era muy alta y siempre muy bien peinada, le gustaban los vestidos cortos y siempre muy pendiente de los niños.
Recuerdo los días de fiesta (la feria) en los que mi abuela Felisa se ponía unos geranios en el moño y montaba una caseta con mi tío Antonio. Un año se montó con su amigo Juanito Botica en un burro y se pasearon por todo el recinto, hacían los dos muy buenas ligas.
Recuerdo cómo mi madre lavaba, en el lavadero de la casa que le llamábamos»los latones», en un lebrillo grande, que aún conservo, hervía la ropa en una gran fogón y después la ponía a solear en unas piedras que ella tenía siempre muy limpias. No tuvimos lavadora hasta que llegamos a Sevilla.
Recuerdo el gallinero, siempre con gallinas andaluzas y americanas, yo iba a coger los huevos y muchas veces me los «cucaba» por el camino, es decir, le hacía un pequeño agujerito por ambas extremidades y absorbiendo me bebía el huevo entero. Mi tía Plácida echaba los huevos en el soberao y salían los pollitos a los 21 días.
Recuerdo a mi padre, siempre leyendo o haciendo cuentas, sentado en su sillón, que también conservo, los demás estábamos sentados en sillas, incluida mi madre, y los domingos escuchando la radio por el fútbol, por la noche y al medio día siempre escuchábamos las noticias «el parte». La tele no la tuvimos hasta que llegamos a Sevilla.
Recuerdo las tertulias de la calle en verano, tomando el fresco, con mi tata, su madre y algún que otro vecino. los días que metían la paja en el molino de enfrente de mi casa no podíamos salir porque el polvillo hacía que te picara todo el cuerpo, en las ventanas y debajo de las puertas se ponían sábanas para que no entraran en la casa.
Recuerdo algunos nacimientos, especialmente el de mi primo Paco y el de José, el primer hijo de mi tata. Lo primero que hacían, las mujeres con la matrona, era poner agua a hervir, recopilar todos los trapos que hubiera y poner alucema en la estufa, para que la casa oliera bien y perfumara la ropa del recién nacido.
Recuerdo el saúco y la lila que había en el corral, con las flores del saúco nos hacíamos collares y con los ramos de las lilas perfumaba mi madre toda la casa.
Recuerdo los caracoles que cogíamos en el corral cuando llovía y salíamos con mi padre, con una linterna a cogerlos. Después mi madre los ponía en una cacerola grande con harina a que purgaran toda la noche y al día siguiente nos los comíamos. Eran de los grandes, burgajos.
Estos recuerdos son más o menos hasta los diez años, otro día continuaré, así no se me olvidan. Me faltan las vivencias en la escuela a las que voy a dedicar un artículo especial.
Cuánto estoy disfrutando con tus recuerdos, Dolores. Sigue contándolos, por favor.
Qué bien Loli además de gustarme tu relato he aprendido que la aulaga también se llama abulaga y que al espliego es alhucema. También tuve -en mi caso una muñeca- una negra 🙂
Gracias mil Lola Catalina, me ha encantado!!
Cuantos recuerdos Loly¡ creo que a todos los que estamos por esa quinta nos viene a la memoria esa imagen que tan bien describes, muchos besos!
Lo del burro, José Antonio, te lo puedes imaginar perfectamente. Eran dos personas gorditas y el burro enclenque, mi abuela le decía a Juanito que se echara para delante que no cabía y él, con su gracia, le respondía «Prima, que no puedo, que estoy dando con los cataplines en las orejas del borrico»
Gracias José Luis por tu comentario, ya a nuestra edad hay que remover las historias para que no se echen en el olvido. me gustaría que mis nietos se embebieran de estas vivencias, algunas de ellas hoy imposibles de revivir. Saludos
Masus, gracias por tu comentario. Pues sí, Dolores Catalina tuvo a bien ponerme mi madre, aunque nunca me llamaron así. Nuestros nietos deben conocer nuestra historia y nuestros orígenes. Te invito a contarnos tus vivencias, seguro que muy ricas, en esa tierra tan encantadora en la que tuviste la suerte de nacer. Besos.
Gracias por tu comentario, Miguel. La vivencia en un pueblo marca diferencias y yo no quiero olvidarla. Todo era más fresco, más natural, más sencillo… nuestra educación seguía los cánones de la experiencia que hoy no pueden disfrutar la mayoría de los niños y las niñas. Un abrazo.
Deberías contar lo que decía Juanito Botica a tu abuela Felisa y de esa manera se vería la imagen concreta de los dos en el borrico. Muy bueno y no pares de contar