Hola.
Mi nombre es Felipe y trabajo desde hace años en una ONG de gestión cultural. Ahora mismo esa empresa o los detalles asociados al trabajo no son demasiado importantes ni relevantes en relación a lo que estoy a punto de contar.
Todo empezó hace unos años. Recuerdo que estábamos mi compañera de trabajo SofÃa y yo en una inauguración y decidimos ir a hablar con una Roberto MartÃnez: director de la oficina de Innovación y EconomÃa Social de la Junta de AndalucÃa. En ese tipo de contextos es muy importante mostrarse y hablar. Hacerse ver. Pactamos una estrategia: yo le iba a entrar y ella apuntalarÃa el tema. Ella conocÃa mejor que yo los detalles del proyecto del que querÃamos ofrecerle. Seguimos el plan pactado. Pero tras un rato, el señor MartÃnez solo se dirigÃa a mi. Yo estaba muy incómodo puesto que no iba a ser capaz de defender el proyecto como ella. Por otra parte, me parecÃa un gesto feo suplantar el rol de una compañera de trabajo. Pero ella no nos interrumpió y nosotros seguimos la conversación. Al final no conseguimos el proyecto.
Años más tarde, sucedió otra cosa que me llamó poderosamente la atención. DebÃamos ir a una conferencia a Soria para presentar nuestro trabajo. De nuevo, nos repartimos lo que tenÃamos que decir. Fuimos bastante rigurosos en el tiempo de exposición que Ãbamos a dedicar cada uno. Usamos materiales parecidos y el discurso era complementario. Cuando llegó el turno de preguntas…solo me hacÃan preguntas a mi y no a ella. Intenté en varias ocasiones cederle la palabra porque estaba incluso contestando a preguntas que correspondÃan a su parte. Pero ella rehusó hablar.
El último incidente ha sido la clave para entender qué estaba pasando. Recientemente nos contrataron para asesorar a una Fundación. El trabajo era una oportunidad de poner en valor el trabajo y el capital simbólico acumulado durante años en la ONG. Era realmente un premio a todo ese proceso y a todos esos aprendizajes generados gracias a decenas de personas y proyectos con las que hemos colaborado. Iniciamos el proyecto ella y yo, pero dejamos claro que ella serÃa quien lo liderara, puesto que es la persona del equipo con la capacidad analÃtica más holÃstica y profunda. Estábamos muy contentos porque el trabajo era un premio al trabajo colectivo. Pero en la primera reunión sucedió algo increÃble. Tres personas de la Fundación, dos mujeres y un hombre, no se dirigieron en más de dos horas a SofÃa. Al principio ella intervenÃa activamente pero tras un rato, dejó de hacerlo.
Cuando salimos, frustrado y bastante preocupado por el tema, me acerqué y le dije: «SofÃa, lo siento mucho, esto es realmente un problema de machismo…y lo que es peor es que sucede incluso con mujeres y personas que consideramos afines. Intentaré esforzarme porque no vuelva a suceder». Ella me miró fijamente y me dijo: «Felipe, debo confesarte algo…tengo el poder de la invisibilidad». Y asà fui como descubrà que mi compañera de trabajo SofÃa, además de ser una profesional increÃble, tiene un super-poder que yo no tengo: el de volverse invisible. Es una superheroÃna.
Eso o aún hay mucho machismo.
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Aclaración: La persona que aparece en la fotografÃa junto a SofÃa NO tiene nada que ver con la historia que aquà hace referencia, la elección de la imagen es casual y corresponde al contexto habitual de trabajo en el que nos desenvolvemos habitualmente en la no-autoficción.