abrelatas
11.10.2012

Teresa

por abrelatas

En el verano de 1999 llegué a Sevilla. Yo era bastante niñato. Con una ingenuidad pasmosa decidí hacer las pruebas para entrar a formar parte del Real Betis. Había sido un jugador de balonmano prometedor pero como futbolista era mediocre. Mis padres, preocupados por esa ingenuidad, decidieron pedirle el favor a Martín y Teresa de que se encargaran de mi. Ellos vivían en una casa grande en Almensilla. Y con ellos estaban Martinito, Teresita y Carmen.

La prueba con el Betis no fue bien. Hacía mucho calor (hablamos de mediados de Agosto en Sevilla). Martín me acompañó y me llevo de vuelta a casa. Esa misma noche me puse enfermo. Me subió la fiebre. Y me sentía muy agotado. Teresa, médico de urgencias, me dijo que probablemente era una deshidratación/insolación.

Tras varios días en cama la fiebre había remitido pero yo seguía encontrándome muy cansado. Mientras Teresa seguía cuidándome de forma muy respetuosa (siempre me trató como un adulto, aunque fuera un niñato, como he dicho antes). Apenas me decía que debía o no hacer. Tan solo conversaba conmigo y me hacía preguntas. Pero Martín se metía conmigo diciendo que estaba amariconado y que lo que pasaba es que era un vago (de hecho me obligó a trabajar cargando piedras de una reforma de la casa con él; lo cuál hice de forma muy esforzada, a pesar de ser de todo).

Pero fue en ese episodio cuando Teresa activó su ojo clínico (ese que tiene cualquier madre pero que se multiplica si se trata de una médico) y consideró que yo tenía algo más. Efectivamente. Tras llevarme al hospital me diagnosticaron una mononucleosis. Perdí muchos kilos y tarde un par de meses en recuperarme. En todo ese tiempo, Teresa ejerció de madre conmigo. Y aprendí de ella muchas cosas.

Aprendí a no tratar a los niños como simples niños. Teresa siempre trató a Carmen, Martinito y Teresita (hoy ya ambos sin diminutivos) con la autoridad de una madre pero con la complicidad de una amiga. Eso lo viví muy de cerca y sé que no es fácil. Aprendí a no ser tan aprensivo. La capacidad de Teresa para no alarmarse con incidentes con sus hijos (e incluso con ella misma) era pasmosa. Yo, que además de un niñato, era un cagado hipocondríaco, viví cerca de ella como era posible afrontar las pequeñas (y las grandes) afecciones de otra forma. Y sobre todo, Teresa me enseñó a querer a los desconocidos. Yo era el hijo de unos amigos. Pero no dejaba de ser un desconocido. Y un niñato. Y Teresa me quiso.  Y me enseñó como han de abrirse las puertas de tu casa a alguien que no apenas conoces. Me enseñó a querer.

Querida Teresa, hace un año que te fuiste y como entonces, la vorágine de la realidad no me permite asimilar qué significa que no estés. La ausencia definitiva es algo que hasta que te marchaste, creo que no había aprendido a sentir. Hoy soy algo menos niñato y en muchos momentos me acuerdo de ti. Qué suerte haberte conocido y qué pena que ya no estés. Te quiero.

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comentarios

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Martin dice:

Gracias Felipe, a ti y a tu hermano Paco, Teresa os tenía un cariño muy especial. Eran sus canarios de Sevilla y os miraba como una madre. Me alegra que para ti Teresa fuera también alguien especial. Un abrazo fuerte.

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