Cuando uno sale de esa burbuja que es la universidad y se mete de golpe y plumazo en el mundo laboral, se lleva una buena sesión de golpes bajos que le impiden alzar la mirada y enterarse muy bien de todo lo que pasa.
Para los que, además, nos hemos movido por licenciaturas de espíritu social o humanista y hemos creído en determinadas cosas con mayor o menor convicción, las contradicciones resultan tan inquietantes como unas goteras a principios de otoño.
Cuando en la entrevista de trabajo dije sobre mí que tenía un “cierto toque artístico” (imposible ser menos asertivo) el hombre que me hacía las preguntas mostró una chisposa sonrisa ladeada e insistió: “Vamos, ¿que te consideras una persona creativa?” En ese momento intuí que la creatividad a la que él se refería era curiosamente la opuesta a la que yo trataba de describir. Obviamente respondí que sí porque quería ese puesto y, para mí sorpresa, un par de semanas más tarde el trabajo era mío.
En el desarrollo de mi actividad se me encomendó la tarea de retocar los textos de presentación de una empresa inmobiliaria. Se trataba de una amalgama inconexa de términos como sostenibilidad, ética, satisfacción, comodidad y bienestar en las que las palabras resonaban tan vacías como si fuesen dichas en voz alta en un piso sin amueblar. Sostenibilidad-bilidad-bilidad. ¿A qué se referirían con eso de ética? Es complicado redactar un texto que termina en sí mismo; que no se puede apoyar en ningún ejemplo real; que, sencillamente, es mentira.
Pero el mundo de la publicidad generalmente vive de eso, de ofrecer lo que precisamente niega. Todo el mundo sabe que no será feliz comprándose tal o cual producto pero eso es lo que la mayoría de sus anuncios ofrecen. Por lo tanto la experiencia de consumo es frustrante y necesita de más y más consumo para paliar su mono de bienestar.
La segunda vez que mi jefe me relacionó con ese curioso término, la creatividad, fue cuando había que acompañar ese texto de algunas fotos. “Pon tu creatividad en ello”, me dijo. ¿Mi creatividad? No creo que te guste, pensé. Últimamente sólo fotografío ruinas, demoliciones o algún solar yermo y dudo que esto sea lo que buscáis… Así que me puse a profundizar por Fotolia, como me recomendaron en producción, y encontré un mundo tan simple como aparentemente amable de gentes sonrientes, de valores familiares, de chicas “guapas” mostrando un poquitín de carne y de nueva tecnología al servicio de la cultura de masas.
Como suelo hacer cuando busco recursos de este tipo para algo de mi interés, me pasé también por Flickr. Pero si comparamos las imágenes de este portal con las de Fotolia, resulta aterrador el abismo que separa las miradas de los fotógrafos amateurs (de amante) y las de los más comerciales. Paredes desconchadas, construcciones abandonadas y colores mates contrastan con dientes blancos, camisas impecables (sin corbata y un par de botones desabrochados cuando están en casa; con corbata y estrechando la mano en la oficina), relojes ostentosos y rebosante juventud heterosexual-monogámica…
Sean dos mundos irreconciliables o las dos cara de la misma moneda, con tanta contradicción se me ha ocurrido hacer este cutre-montaje en el que una pareja joven consigue que le den una hipoteca para alojarse en una casa deconstruida por el mismísimo Matta-Clark o un matrimonio recién llegado planea con optimismo su futuro en un barrio periférico, en el que sus hijos se formarán como verdaderos chicos de la calle. Una parodia que con el conocido ascenso del Euribor y la baja capacidad adquisitiva, quizás no vaya tan desencaminada.
Fotos de Flickr:
Hasta el 3 de octubre permanecerá abierta la convocatoria para artistas de la tercera edición de Disonancias, un interesante proyecto que combina la creación artística con la innovación empresarial. Dos mundos tradicionalmente alejados que encuentran, en este tipo de propuestas, sorprendentes caminos comunes.
Del mismo modo que las clasificaciones de las cosas son las que nos permiten ordenar y ordenarnos en el mundo, las rupturas de estas mismas divisiones dan lugar a visiones verdaderamente novedosas. En este sentido los análisis que se centran más en lo procesual que en la mera definición de los conceptos, están siendo de gran utilidad para ir más allá del techo al que habían llegado las teorías sociales clásicas.
Desde este punto de vista aunque el mundo del arte y el de la empresa se han percibido históricamente como caminos divergentes y con pocas relaciones en común, es cada vez más frecuente encontrar análisis y críticas que, al tratar a la cultura desde su carácter industrial , encuentran ricas minas de reflexiones que permanecen todavía muy vírgenes. Así también las empresas, en su vital interés por no perder protagonismo en la actual era postmoderna, comienzan a plantear sus estrategias de marketing de un modo mucho más sutil, tratando de apoyarse en el bastón de valores aparentemente bohemios como pueden ser la innovación, la sostenibilidad o la responsabilidad social.
En cualquier caso ambas esferas cobran un sentido amplio de significados si son observados a la inversa. Es decir, el arte como un agente económico o la empresa como un actor social (algo que, paradógicamente, la teoría social crítica siempre ha utilizado como base de sus denuncias)
En este curioso cruce de caminos se consolida con esta tercera edición una de las propuestas más interesantes del panorama cultural estatal, Disonancias. Un proyecto que consiste en que un artista se incorpore durante unos meses a la actividad de una empresa, como integrante de un equipo de trabajo orientado al desarrollo de nuevos productos, a partir de una problemática o necesidad planteada de antemano.
Por lo visto en las anteriores ediciones las expectativas y el entusiasmo son muy altos en el comienzo del proceso, pero como en todas las relaciones humanas al final muchas son las discrepancias y los resultados son más o menos aplaudidos. En este sentido el concepto de Disonancias parece encajar como anillo al dedo a un proyecto que pone en relación dos mundos que en realidad están muy distantes en sus actitudes, lenguajes, formas e intereses pero cuya combinación puede dar interesantes frutos al gestarse en base a esa misma alteridad.
Tras la proliferación en los últimos años de las exposiciones temporales, los conceptos o ideas que están detrás de una muestra evolucionan a pasos agigantados. La figura del comisario se ha convertido en el eje central sobre el que gira la oferta cultural. Como consecuencia se está produciendo un cambio en el modo de acercarse al arte. El curator se ha convertido en el eslabón entre el público y el artista.
El arte contemporáneo ha mutado la relación tradicional que tenía con el espectador y, en la actualidad, las exposiciones se plantean como un objeto en sí mismo, con sus propias tendencias y una trascendencia que, en ocasiones, aparece más relevante que la de las propias obras.
La descontextualización de la obra y del artista es un ejemplo de los recursos utilizados por comisarios. En base a intervenciones que se centran en la relación con el espacio en el que se expone, se producen situaciones tan paradójicas como que los artistas urbanos pasan a exponer en museos, mientras que los creadores más «profesionales», o habitualmente asociados a estos centros, se habitúan a exponer en el espacio público.
En este sentido me ha llamado mucho la atención una situación que se ha vivido recientemente en Vigo, donde dos muestras fotográficas han dado muestras de un mismo hecho pero desde intenciones muy alejadas.
Las fotografías de Manuel Sendón en la Fundación Pedro Barrié de la Maza, en la que se mostraban casas tradicionales gallegas en procesos de deterioro y abandono, no distan demasiado de la propuesta de, por ejemplo, Brian McKee en «Documentos», una exposición comisariada por Rosa Olivares [Rosa Olivares es directora/editora de EXIT] en el MARCO.
Pero el éxito de la primera consiste exactamente en lo que la segunda pretende. Ofrecer una visión que ponga en evidencia procesos históricos y, como en el caso de Sendón, tan contemporáneos como los ligados al éxodo a las ciudades y el consiguiente abandono de un sistema económico.
Curiosamente la obra del artista gallego ha sido muy valorada por su carácter de «archivo» de una época concreta, de una situación clave. Sólo los ojos de un artista pueden centrarse en, precisamente, lo contrario a aquello que la cultura de masas demanda. Ha logrado con sus «Casas Doentes» traer a una urbe gallega un hecho que, para casi todos los que aquí vivimos, es inquietantemente familiar y que nos pone en relación con otro espacio y otro tiempo sorprendentemente cercano y distante a la vez.
Por su parte Rosa Olivares pretende poner en evidencia con «Documentos» ese carácter de la obra como registro o testigo notarial de una época y unas circunstancias. Sostenida en una gran fotografía, la exposición anima mediante textos a que nos acerquemos a ellas desde este planteamiento. Un buen ejemplo de cómo las exposiciones están ganando enteros en estructuras narrativas que invitan a adoptar una mirada sobre las propias miradas.
Curiosamente Sendón se ha desmarcado de cualquier intención de lograr lo que ha logrado, evidenciando la afortunada distancia que existe entre el sentido del proceso de creación y cualquiera de las múltiples interpretaciones que de ella se extraigan.
Para no dejar de dar una valoración de todo esto, la verdad es que si la muestra de Manuel Sendón me ha impactado notablemente, la de Rosa Olivares sí que parece un tanto fría. El mero hecho de racionalizar las obras en el mismo momento en el que son servidas, creo que te distancian un tanto de la propia fotografía, perdiendo quizás cierta capacidad para evocan tantas sensaciones como lo hace una obra presentada de un modo sencillo, claro y directo. Pero no por ello deja de ser un buen planteamiento y habrá que seguir con atención el desarrollo de estos conceptos expositivos.