La Colina de Peralías
12.03.2019

La historia de Carlitos… ¿Mata la escuela la creatividad?

por Dolores Álvarez

(Texto encontrado en el libro «La escuela que quiero» de Mar Romera)

Este cuento tiene múltiples versiones y múltiples orígenes, está contado de muchas maneras y recogido en múltiples blogs dedicados a educación. Aquí lo he adaptado para entender mejor lo que sucede. El protagonista, como no podía ser de otra manera, se llama Carlitos.

Carlitos tenía tres años. Ese mes de septiembre empezaría en el «cole de los mayores». Durante todo el verano había estado preparando su mochila. Su mochila era muy especial, se la había regalado su abuela, era la más grande, la más bonita, estaba decorada con su superhéroe favorito…

Su mamá le había contado las maravillas que encontraría en aquel nuevo cole, muchos amigos y amigas, maestras estupendas, juegos y juguetes… Su padre le explicaba que juntos aprenderían cuentos, bailes y canciones…

En la mochila guardó una caja de rotuladores preciosos, eran rotuladores de punta gorda con purpurina, de esos que pintan fácil y bonito. Se los había traído su tío de un largo viaje, y él en lugar de gastarlos los había guardado en la mochila para poder llevarlos al cole.

Yo nunca entendí, como maestra y como madre, por qué en el cole de infantil se utilizan ceras duras. Ana, una niña de cuatro años, me explicó que ella tampoco lo entendía, me contó que las ceras duras pintan mal. no se ve, cuesta mucho y se resbalan. Ana también pensaba que los rotus de punta gorda son lo mejor. Ana no entendía por qué la maestra se empeñaba en hacer las cosas difíciles y feas.

Seguimos con la mochila de Carlitos. En ella también había guardado un libro con muchas letras y dibujos preciosos, un libro de mayores con muchas páginas, los de cartón piedra ya no le interesaban, esos eran de pequeños, y aunque él no sabía leer podía imaginar perfectamente lo que ponía y en pocos días sabría sin problema. En la mochila también metió un precioso cuaderno de hojas blancas para llenarlo de dibujos y letras bonitas, y una caracola que había encontrado ese verano en la playa y que siempre pensó que tenía poderes y concedía deseos. Cuando su maestra le preguntara sobre cosas divertidas que le habían pasado, él le contaría la historia de la caracola y se la podría enseñar.

Aquella mañana de septiembre, la gran mañana, se levantó pronto. Su mamá le dio una ropa nueva para vestirse que a él no le gustaba mucho, pero era la del cole. Cuando iba a salir de su habitación se fijó en su dinosaurio, con el que dormía cada noche, y lo vio triste sobre la cama deshecha, pensó que si lo dejaba allí estaría solo todo el día y decidió meterlo también en la mochila. Su mamá le había preparado un bocadillo gigante, él nunca se había comido un bocadillo tan grande, pero también lo metió en la mochila. Su abuela estaba en la puerta de la casa, había venido a despedirlo. Su abuela, que en el fondo estaba triste (Carlitos no entendía por qué) le metió en la mochila un paquete de pañuelos de papel…

Con todo esto, y de la mano de su mamá, inició la marcha hacia su nuevo colegio. Estaba lejos de casa. Hicieron el trayecto en coche. El tráfico esa mañana era una locura, todo el mundo parecía tener mucha prisa. Tuvieron que aparcar lejos de la puerta de entrada y al bajarse del coche su madre lo cogió de la mano. Carlitos pensó que más fuerte de lo habitual. Su madre le contaba cosas bonitas, pero su sonrisa era rara, como si no creyera lo que estaba diciendo.

Al entrar en el patio del colegio vieron muchas filas; filas de niños y niñas que esperaban que se abrieran las puertas de sus aulas. Su madre no soltaba su mano y cada poco le repetía:

– Vendré pronto, Carlitos, no te preocupes.

Él no estaba preocupado y solo quería ver su clase, sus juguetes, su maestra, sus nuevos amigos… Sonó una sirena, era desagradable, parecía que había sucedido algo, como cuando en las películas hay que esconderse por la caída de una bomba, y fue entonces cuando un grupo de maestros y maestras abrieron la puerta de sus clases. Carlitos quería soltar la mano de su madre y esta no se lo ponía fácil, lo besaba y le decía:

-¡Todo irá bien!

«Pues claro», pensaba él.

Mientras andaba en la fila iba planeando qué historia le contaría a su seño cuando le preguntara, si la de la caracola o la del caballo que conoció con sus primos… Al entrar en clase, la maestra dijo:

– ¡Cállense! ¡Siéntense!

Carlitos pensó: «yo no he hablado, yo no estoy cansado»… – Es muy importante cerrar la cremallera de la boca -dijo la maestra- Así podremos escuchar.

Carlitos no entendía muy bien qué tenía que ver la boca con las orejas. Entonces pensó: «Ahora nos contará cómo se llama, qué le gusta, historias bonitas…, y nos preguntará por las nuestras»…

La maestra tomó la palabra.

-Al cole no se pueden traer mochilas, las mochilas hay que dejarlas en casa, en el colegio crean muchos conflictos. Tampoco se pueden traer juguetes. Hoy las dejaremos todas al final de la clase.

Carlitos seguía sin entender nada. ¿Cómo iba a dejar su dinosaurio solo dentro de su mochila al final de la clase? ¿Y su caracola? ¿Y su libro y su cuaderno? ¿Y sus rotus de punta gorda con purpurina?… Sin entenderlo lo hizo, aunque a su mano le costó mucho soltar la mochila. Volvió a su silla pensando que ese sería el momento de contar, pero la maestra dijo:

– Hoy vamos a pintar

«¡Bien!», pensó Carlitos. A él le gustaba pintar. Le encantaba pintar coches de carreras, circuitos de alta velocidad. Conocía todas las marcas de coches y sabía pintarlos. Aquel día haría el más bonito de su vida… ¡Si pudiera hacerlo con sus rotus! La maestra repartió folios blancos y ceras duras y dijo:

– Hoy pintaremos flores.

«¡Bien!», pensó Carlitos. Le gustaban las flores, sabía hacer flores coche, flores moto y flores camión… Todo tipo de flores…

Pero la maestra encendió la pizarra digital y mostró en ella una flor mientras decía:

– Hoy haréis todos una flor como esta.

Carlitos miró la flor que mostraba la maestra e imaginó todas las flores que tenía en la cabeza; le gustaban mucho más las suyas, pero las borró y dibujó una como la de la maestra. Aquella maestra no sabía que no existen las margaritas rojas con el tallo verde. Para un niño de tres años sí existen las flores coche, pero no las margaritas rojas con tallo verde. Su cera roja pintaba mal, pero eso tampoco era importante.

De este modo terminó el día. La maestra hizo un montón con todas las flores (iguales) y las guardó en un cajón. ¡Claro!

¿Qué hacer si no con montones de flores iguales que no existen?

No sabía nada de ella, no había contado nada de su caracola, no había juguetes en clase… Esto no era lo que le habían contado.

Cuando llegó su mamá a recogerlo lo abrazó. Emocionada, le preguntó:

– Cariño, ¿qué habéis hecho hoy?

El niño, con algo de tristeza, contestó:

– Nada.

Al día siguiente todo se volvió a repetir, pero sin mochila. El tráfico, el atasco, la fila, la entrada, el silencio, la silla… Él seguía sin contar nada.

Aquel día la maestra dijo:

– Hoy haremos plastilina.

«¡Bien!», pensó Carlitos. Le encantaba la plastilina, podía hacer circuitos y coches de carreras de plastilina. Le encantaba modelar con plastilina de todos los colores a la vez… La maestra añadió:

-¡Esperad! Hoy sacaremos la plastilina roja.

«¡Bien!», pensó Carlitos. Podía hacer coches de carreras de plastilina roja, volcanes, montañas y ríos de plastilina roja… En realidad, lo que más le gustaba era hacerlo con barro y luego pintarlo, pero se apañaría con plastilina roja.

-¡Esperad! -dijo la maestra-. Hoy haremos churritos de plastilina.

¿Churritos? ¡Qué aburrido! Bueno, podía hacer churritos pequeños, medianos, flacos, gordos…

-¡Esperad!- volvió a decir la maestra-. Hoy haremos churritos de plastilina roja como este, todos iguales.

Carlitos miró el churrito que mostraba la maestra. Le gustaban más sus coches, sus volcanes, incluso sus propios churritos, pero los aplastó todos en su imaginación e hizo uno como el de la maestra. El segundo día tampoco había contado nada. Cuando llegó su mamá a recogerlo lo abrazó, y de nuevo le preguntó:

-Cariño, ¿qué habéis hecho hoy?

El niño, con algo de tristeza, contestó:

-Nada

De igual forma que día anteriores llegó el tercero. Y se repitió todo. Ese día el protagonista fue el 1, sí, el número 1, que no era exactamente el número 1, era el dibujo del número 1 que había que repetir mil veces. Cuando la maestra dijo que ese día harían Matemáticas, él pensó en la velocidad a la que corría Fernando Alonso, pensó en las figuras geométricas de los circuitos, pensó…, pero la maestra dijo:

-¡Esperad! Hoy haremos el 1.

Hicieron tantos 1, que Carlitos creyó que la maestra se había equivocado. No habían hecho uno, habían hecho miles, todos iguales, sin salirse de los puntitos… Cuando llegó aquel día su papá a recogerlo, lo abrazó y le preguntó:

– Hola, Carlitos, ¿qué habéis hecho hoy?

El niño, con tristeza, contestó:

– Nada

Al día siguiente se repitió la historia, ese día la protagonista fue la letra A. A Carlitos le interesaba mucho más la C, la C de Carlitos y de coche, pero pintó miles de veces la A. Esperando, y sin salirse de los puntitos.

Para el segundo trimestre Carlitos había aprendido a esperar, a no salirse, a pintar con ceras duras, a callar… Había olvidado la historia del caballo y de la caracola y nunca más llevó su mochila ni su dinosaurio. Llegaba cada día al colegio esperando que terminara. Casi nunca tenía nada que contar y si pasaba algo extraordinario solía ser en el recreo.

Al terminar el curso todo seguía en el mismo sitio. Pero sucedió que al año siguiente su familia tuvo que trasladarse de ciudad por trabajo y a él lo cambiaron de cole. Colegio nuevo otra vez. Llegó septiembre. Carlitos no preparó mochila, no guardó caracolas… Su mamá y su papá lo acompañaron al nuevo cole. Podían ir andando, estaba cerca, no era necesario ir en coche. En aquel lugar todos los niños y niñas iban andando al cole, iban en grupos, jugando, sin adultos… Se cuidaban unos a otros.

Carlitos se quedó en la puerta del cole y decidió buscar él solo, como los demás, su clase. Pensó que sería fácil, que estaría la fila…, pero allí no era así. Todas las clases estaban abiertas, los niños y las niñas salían y entraban, abrazaban a los amigos y a las maestras, no sonó ninguna sirena, había una música de fondo muy agradable… Carlitos no encontraba su clase y eso le hizo sentir algo de miedo… Al final, un niño mayor que pasaba por allí se acercó y le acompañó. Este niño le dijo que estaría allí siempre que lo necesitara. Entró en su clase, buscó una silla vacía (casi nadie estaba sentado) y se sentó. Se sentó y esperó. Entró una maestra, le pareció muy guapa. Todos se acercaron a ella y la abrazaron, era la misma del año anterior, era su seño, la que los acompañaría hasta el final de su etapa infantil.

La seño se sentó con ellos en el suelo. Descubrió que había algunos niños nuevos, como Carlitos, y entonces ella se presentó. Les contó que se llamaba María, que le gustaban mucho los niños, los cuentos de hadas y de aventuras, les contó que le gustaban los libros de poesía, pintar con pincel y también coser. Les contó que cuando cocinaba se lo pasaba muy bien y que le encantaba coleccionar conchas y caracolas; su lugar preferido era el mar. También les dijo que le daban algo de miedo las tormentas y las películas de fantasmas y que cuando sentía miedo se tapaba con su manta preferida. Les habló de su mamá y de sus hermanos…

Los niños contaron también sus aventuras del veranos… Pero Carlitos no tenía historia para contar, no la había preparado y la de la caracola y la del caballo estaban olvidadas… Cuando todos habían hablado, escuchado, reído…, la seño María les dijo:

– Hoy vamos a pintar…

Repartió folios de muchos colores, muchos tipos de pinturas, rotus de punta gorda, pintura de dedos, témpera, acuarelas, ceras blandas, ceras duras… Niños y niñas utilizaban todos los materiales y pintaban. La seño María se acercó a Carlitos:

  • Carlitos, ¿no pintas?
  • Seño, ¿qué pinto?
  • Carlitos, pinta lo que tú quieras pintar.
  • Pero, seño, ¿qué pinto?
  • Carlitos, si yo te digo qué pintas, ¿cómo sabré qué pintó quién?

Carlitos estaba a punto de echarse a llorar cuando cogió un folio blanco, unas ceras duras y pintó. Pintó una flor roja con el tallo verde.

La escuela que conozco y que está en mi entorno se parece más a la segunda que a la primera. Creo que existen ya pocas seños de infantil que no trabajen como María. es una etapa precisamente en la que la innovación se ha instaurado, en la mayoría se trabaja por proyectos y los niños y las niñas son felices aprendiendo.

Pero sí hay detalles en infantil y Primaria que me recuerdan esa primera escuela en la que la maestra dirige totalmente y mata la creatividad del alumnado: todos hacen la misma corbata, el mismo árbol de navidad, el mismo mapa de Andalucía…

Esta anecdótica metáfora creo que debe hacernos reflexionar sobre el aprendizaje y cómo transmitimos pautas al alumnado que pueden estar cerrando puertas a la creatividad del niño o la niña.

 

 

 

 

 

 

 

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