Ayer, al asistir al cine, tuve la suerte de disfrutar con la película Altamira, son sensaciones agradables que te producen un bienestar porque has aprendido algo que desconocías y porque en realidad ese conocimiento te lleva a unas reflexiones que hacen que tu cerebro permanezca atento a cada detalle para después poder comentar, compartir, valorar y sentir con gente que han hecho lo mismo que tú y que han disfrutado con ello.
Me encantó la película, me quedé con ganas de más. Quizás me hubiese gustado ver, en sueños de algunos de los actores o actrices, cómo era la gente que se suponía que había hecho esas pinturas. Cómo la vida del padre se fue deteriorando, quizás por la tristeza de la imcomprensión de la comunidad científica y de su entorno más inmediato, hasta llegar a su fallecimiento. Cómo aceptó la niña esa enfermedad y pasó a tomar el relevo en las investigaciones.
«El cerebro del niño se configura adaptándose a su ecología social, especialmente al clima emocional proporcionado por las personas más importantes de su entorno» (Goleman)
El cerebro de María, la niña que descubre las pinturas en la cueva de Altamira, estaba imbuido de ciencia, de investigación, de aprendizaje por descubrimiento, del disfrute por aprender, de creer en lo que haces y no en lo que te dicen. María era curiosa, se hacía preguntas, se emocionaba aprendiendo porque su padre se lo presentaba con verdadera emoción y la hacía partícipe de sus descubrimientos, ella y su padre compartían una investigación que realmente los llevaba por el camino del aprendizaje más significativo, ese que te queda en tu poso cultural y que nunca vas a olvidar, ese que no hace falta que memorices porque ya con el contárselo a la gente lo estás memorizando y queda plasmado en tu cerebro ocupando un hueco para siempre.
Es emocionante ver la relación del padre, Marcelino, con la hija, María. Es un verdadero ejemplo de cómo la educación debe ser expandida porque se aprende en cualquier sitio, no solo en los centros educativos, porque «sucede en cualquier momento, en cualquier lugar» (zemos98). María hizo ese descubrimiento porque se le dio la posibilidad de acompañar al padre en las investigaciones de la cueva, de otra forma no hubiese sido posible, su padre creía en ella, no la menospreció ni por el hecho de ser mujer ni por el hecho de ser una niña pequeña (9 años) (situaciones muy frecuentes en la época en que se suceden los hechos, s.XIX).
Marcelino, a pesar de la incomprensión por todos lados de sus hallazgos, se mantenía firme y no disparató sus emociones en contra de aquellos que sí lo ridiculizaron, el científico más cercano y esa eminencia francesa que vino a disculparse a los 20 años, cuando ya Marcelino había fallecido. Él se atrevió a ir a Lisboa, con firmes convicciones de que lo que había descubierto era verdad y que no iba a tener aplausos por esa comunidad de científicos, lo vemos en su voz firme, en su rostro, en sus planteamientos, al espectador lo embauca por completo y lo pone de su lado (Antonio Banderas hace un gran papel). Por contra, tenemos a los otros científicos que no abren sus mentes al entendimiento, que cierran las puertas a las nuevas ideas, que se siguen situando en su zona de confort y no dan validez al hallazgo.
La película me hizo sentir, me emocionó y me hizo, una vez más, comprender que la educación debe beber de este arte porque transmite al alumnado un poder que las aulas no poseen. «El cine, la manifestación artística más importante del s. XX, que forma parte del acerbo cultural y artístico de los pueblos, en nuestra sociedad de la información, de la comunicación y de la imagen, es una herramienta para aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir y aprender a ser: los cuatro pilares de la educación» (Celia Carracedo).
Ideas didácticas, descripciones, opiniones y mucho más podéis ver en este blog http://altamirapelicula.blogspot.com.es/
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