¿Qué es aprender, y enseñar? ¿En qué queremos o deberíamos querer convertirnos cuando enseñamos y aprendemos? Y ¿cómo habría que hacerlo?, ¿de qué manera una buena enseñanza llega para quedarse en la mente y el cuerpo de uno? ¿No necesitamos saber, para todo eso, qué somos y qué nos conviene, por tanto, “hacer y padecer”, según decía Sócrates? ¿Empieza la educación por el conócete a ti mismo?, ¿o quizás acaba ahí?, ¿o ambas cosas? Pero ¿hay, en realidad, algo así, algo que por “esencia” somos ya pero a la vez no somos todavía, y que queremos, aunque a la vez no creamos querer, llegar a ser del todo? ¿No es, más bien, que la educación nos inventa, y no que nos descubre? Y, si es que somos ya algo antes de llegar a serlo, ¿qué es eso?: ¿un nudo de deseos dotados de una diestra pero peligrosa sierva, la razón; una soberana voluntad que elige entre los motivos que sus consejeros le presentan; o una inteligencia que busca el conocimiento de lo mejor, y solo hace daño y se hace daño por ignorancia?
A lo largo del diálogo, dos amigos filósofos, antiguo maestro y antiguo alumno, encuentran y discuten varias de las respuestas que al pensamiento se le ocurren ante esas preguntas. De todas quieren quedarse con lo mejor, y no con todo.
Tengo un amigo, hoy eminente Dermatólogo, que decía hace muchos años que no sabía si quería tener hijos porque todo en la vida y en la educación de las personas era cuestionable, hay gente que comemos con cuchara y otras con los dedos, lo que en una civilización se considera mal en otras es un gesto de agradecimiento (por ejemplo el eruptar después de las comidas)… En eso se basa el autor del libro para empezar diciendo que todo acto educativo es una manipulación de los educandos. No nos planteamos en educar la inteligencia para que esa persona pueda decidir, las llenamos de contenidos, a veces inservibles cuando se sale de los ámbitos de la escuela, no se enseña a razonar, con razones, para que no se conviertan en puros adiestramientos, hay que ayudarles a que descubran. Plantearnos qué queremos hacer de la persona debe ser nuestro principal objetivo. Si a un niño se le razona desde sus primeros meses aprenderá a hacer las cosas con el convencimiento de las razones que se le dieron, a ese niño no hará falta darle castigos, desaconsejables cuando la educación se hace de forma razonada.
Me gusta especialmente el capítulo 2 del libro en el que dialogan en el parque con la Cuidadora de un pequeño.
«La base de todo, refiriéndose al acto educativo, es tratar al niño con amor y con cariño, con respeto por sus sentimientos…» «Hace falta una educación sentimental y nuestro trabajo con ellos tiene que partir siempre del respeto, de la confianza y del amor, no del sentimiento de superioridad y la desconfianza»
El educando percibe las expectativas que tengamos sobre su éxito o fracaso, es importante confiar en que se van a desarrollar según su edad, con sus respectivas diferencias y capacidades, pero confiando en que las personas van a hacer el esfuerzo correspondiente para convertirse en la persona adulta que queremos, libre, comprometida, crítica… «Ningún Einstein puede despreciar a ningún Quasimodo»
En el capítulo 4 habla con antiguos alumnos sobre la escuela y una alumna dice: » La escuela debería ser bonita, no parecer una cárcel, como parecen muchos institutos; con colores en las paredes, con cuadros, con plantas, y hasta con animales. Y sin tantas vallas y vigilancia….
Este libro da que pensar, aunque a veces el replantearse tantas cosas nos lleve a no ver salidas. Creo que el autor ha sabido plantear en los docentes que lo leamos la incertidumbre necesaria para querer aprender más e investigar más en cómo educamos y enseñamos en nuestros centros cada día.
[…] Pinche aquí para ver el vídeo […]
Comentario de Juan Antonio Negrete Alcudia en Facebook:
Dolores, muchísimas gracias por tu magnífica reseña y lectura de mi confuso libro. Me alegra que consideres que invita a pensar, porque no podría tener una pretensión mayor. Un abrazo