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01.01.2018

María Ramos en el recuerdo

por José Antonio Jiménez Ramos

El uno de enero de 1918 nació María Ramos Moreno en Moguer, el mismo pueblo que vio nacer a Juan Ramón Jiménez 27 años antes. En cualquier caso, en sus recuerdos de niña me decía que la gente del pueblo lo tenían por un poco chaveta, nada que no sea muy distinto a sus distintas estancias en casas de reposo y sanatorios mentales.

Pero el objeto de este artículo no es el escritor, sino mi madre, con motivo de los 100 años que hoy hubiera cumplido si no se hubiera cruzado en su vida un maldito infarto cerebral hace algo más de 20 años.

Era mi madre la única hija de María Moreno Mora y de Antonio Ramos, al que no conoció pues murió en un accidente de caza, cuando ella acababa de nacer. Huérfana en un pueblo de la campiña y rodeada de la familia de su madre, que eran solteros. Esa familia la formaban Antonio y Esperanza, el primero era un buen mozo que realizó un servicio militar en el batallón de gastadores de Ingenieros con tanto mérito y capacidad que fue premiado con un diploma que adorna una parte de mi casa y en el que se le reconoce el derecho a recibir un premio de 25 pesetas. Un gran premio para la época. Ese orgullo lo tenia a gala mi abuela, su hermana y me lo trasmitió a mi. La verdad es que a mi, que no me levanta la música militar, siempre me gustó tenerlo en un sitio bien visible, por respeto a la persona que hizo posible que la vida de mi abuela y de mi madre fuera bastante mejor de la que se le venía encima a una viuda joven y una huérfana de padre dadas las circunstancias de la época.

En efecto mi tío, primero, se trasladó a Sevilla a trabajar en una casa grande (era una expresión muy propia de la clase pobre). En este caso era la casa de los Condes de Aguiar en la que ejerció como mozo de comedor. Esa casa existe aún, es un palacete sito en la Puerta Jerez, con una gran entrada de carruajes, frente a la fuente que centraliza la plaza.

Imagen obtenida del blog de Roberto Paneque

Al poco de trabajar en esa casa, consigue traer a sus dos hermanas a Sevilla junto a mi madre. La otra hermana Esperanza, pizpireta y rociera hasta el tuétano, entra a trabajar en la cocina de la misma casa grande y mi abuela María y su hija quedan al cargo de ellos dos viviendo en una casa de la calle Amparo. Mi madre, una mocita antes del 1936, entra en los talleres de Almacenes Camino. Allí aprende a coser, mucho más tarde, una vez casada, mi madre adquirirá entre sus amistades y conocidas una buena fama de modista concienzuda y buena.

Tras el golpe de Estado franquista del 1936 y después de haber acabado la guerra, mi madre, gracias de nuevo a su tío Antonio, consigue un puesto de cajera en los Almacenes de La Colonial, que estaba frente a la Confitería La Española. Estoy hablando de la calle Tetuán esquina a calle Jovellanos, en pleno centro de Sevilla. En esa confitería trabajaba desde los 11 años un muchacho llamado José Jiménez Tubío. Empezó de botones del Salón de té de la planta alta de la confitería y ya en aquella época era un chaval delgado, algo desgarbilado y muy sevillista. La Española, junto a Ochoa y La Campana eran los tres establecimientos de referencia, pasteles, canapés y comidas distintas  de la gente bien de Sevilla, lugares obligados para los que decían tener y, a veces, no tenían ni para pagar las facturas de sus pedidos permanentes.  Eran gente de nombre y, supuestamente, de dinero. El mantenimiento de esa clientela y una malísima gestión familiar dieron al traste con el establecimiento, que cerró sus puertas en los años 70, trasladándose al Pasaje Manuel Alonso Vicedo para cerrar definitivamente en 1982.

Pues bien la coincidencia física de ambas personas María Ramos y José Jiménez Tubío dio su fruto y en el año 1950 ambos contrajeron matrimonio y, al cabo de algo más de un año vine al mundo como único hijo de ese matrimonio. El parto fue largo y, en palabras, de mi madre, la dejé para no servir más como madre. De alguna manera se cumplía la historia de mi propia madre, hijo único de hija única. Mis padres se fueron a vivir de alquiler a la calle Redes, cerca del Museo de Bellas Artes y durante casi 20 años permanecimos en una casa de vecinos pequeña, solo vivíamos cuatro familias en ella, hasta que nos dieron un piso en el Polígono de San Pablo, ya que aquella casa estaba en ruinas y amenazaba con caerse encima nuestra.

En esta foto estamos toda la familia tal como quedó al cabo de unos años, mi madre por esa época tenía aproximadamente 38 años. Mi padre tres años mas pequeño que ella, mi tía Esperanza a lado de mi padre y mi abuela María de negro riguroso y de por vida. Nunca la vi con una prenda de color. Su viudez quedó marcada a fuego para toda la vida.

Mi madre era una persona de un carácter dulce y, sobre todo, muy guapa, con unas maravillosas manos de la que salían la mayoría de su ropa y la mía propia. Recuerdo que me apuntaron a las Salesianas de San Vicente con tres o cuatro años para empezar mi formación, que era la máxima preocupación de mis padres. Las monjas obligaban a comprar el uniforme en una determinada tienda y mi madre se negó en redondo, con el argumento contundente de que ella hacía el uniforme. Como no la dejaron, me quitó del colegio y me apuntaron en el Colegio Alfonso X El Sabio que estaba en la Plaza del Duque, que por cierto, no tenía uniforme.

Mis padres y yo dando una vuelta por la Feria de Abril en el Prado de San Sebastián. El traje de mi madre fue hecho por ella.

Ya en el Polígono mi madre se tiene que dedicar a ayudar a la economía familiar cosiendo para la calle, para ello se hace de una mesa de comedor extensible, de manera que le sirve para extender las telas que tiene que cortar de manera primorosa. Cose para gente conocida, algunas de la familia, otras, vecinas y también para una de las modistas más renombradas de la época, María Repiso. Lo hace con mucho esfuerzo y mucha dedicación, no es capaz de hacer chapuzas con la ropa, es perfeccionista hasta extremos insospechados. Más adelante tiene que admitir coser para las empresas de confección más barata, que no requiere tanto detenimiento. Lo pasa mal hasta que lo deja, su forma de  ser no se lo permite. En todo ese tiempo cose ropa para gente muy concreta y para ella y, especialmente, el traje de boda de mi mujer, que aún conserva.

Aunque se mantiene bien, sus manos no le siguen, sufre de dolores de tantas puntadas y la artritis reumatoide cada vez mas la aleja de la costura. Lectora pertinaz, dedica mucho tiempo, a seguir a Agatha Cristie y autores de fama y que le llegan a través del Circulo de Lectores. Todo ello va derivando a una senilidad que la deteriora de manera progresiva.

En mi familia, mis hijos y mi mujer siempre, hasta que estuvo con nosotros, celebramos el comienzo de año con el cumpleaños de mi madre. El almuerzo siempre lo preparaba mi madre y la base era Sanjacobos y croquetas de patatas. Siempre en nuestro recuerdo esa comida que seguro le hubiera gustado mucho a nuestra familia ahora más amplia. Mis nietas y mi nieto solo la conocen por fotos y espero que este texto les sirva para conocerla mejor

Mis padres, Benito José, Dolores Peralías, Pedro y Loly

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