El tipo cogió su chaqueta, con la señal del perchero de la entrada; llevaba casi un mes colgada a la espera de que hiciera falta. Ya sabes, parece que empieza a bajar las temperaturas y en cualquier momento te va a hacer falta, déjala ahí, que eres muy dejado y seguro que pillas un resfriado por no abrigarte, le dijo su madre, siempre pendiente de todo. Aquel día había empezado a bajar la temperatura y le vino la necesidad de cogerla. Ya era imposible no hacerlo.
De alguna manera era lo que le ocurría en su vida diaria. Siempre había tiempo para todo, para hacer las cosas, al fin y al cabo aquello se arreglaba en tres minutos. Te dije, hijo mío, que tenías un paquete que recoger de la oficina de correos, va a cumplir el plazo y lo van a devolver. No te preocupes, solo son tres minutos, lo hago ya, para que te quedes tranquila. Un día más se le olvidó, hasta que llegaba el momento de que era imposible no hacerlo. Miró el reloj, no puede ser, faltan tres minutos para que cierre correos. No creo que llegue a tiempo. Sin pensarlo corrió hacia ella y por los pelos (el reloj de correos estaba retrasado como siempre) pudo entrar. ¡Uff!, resopló tranquilizándose. Ya estoy dentro y me darán el paquete, digo yo, no vaya a ser que los trabajadores cuando sea su hora en punto, cierren y no atiendan a nadie. No lo creo, sería una canallada, eso no se hace, yo estoy dentro y he llegado a tiempo, justo pero a tiempo. Ensimismado en sus ideas, cuando escuchó la voz del trabajador que le increpaba. ¿Quería algo?, me tengo que ir, es mi hora de salida. Si, disculpe; se echó mano al bolsillo interior de la chaqueta y rebuscó cuidadosamente en la búsqueda del recibo. No puede ser, no está, estoy seguro de haberlo metido anoche, porque se había acordado que hoy era el último día para recoger el paquete. Atónito ante la mirada inquisidora del empleado impaciente, mete sus manos nerviosas por todos los agujeros posibles de la chaqueta, sin resultado. ¡Dios! ¿Que le digo a mi madre ahora? Cabizbajo le pide disculpas al trabajador y sale enfadado, ya no hay solución, era el último momento del último día. No tengo arreglo, murmuró.
Abrió la puerta de su casa con sigilo, para escapar de la pregunta ansiosa de su madre. No sirvió de nada, apareció al fondo del pasillo y sin dejarle justificarse, le espetó, ¿te fijaste que te cambié la chaqueta?, porque la otra tenía una señal feísima del perchero. ¿Siempre hay tiempo?