Dedicado a Fina y a Eulalia, mis amigas
Asistimos a una situación, que para algunas personas como yo mismo, resulta insufrible por razones que deben (a veces creo que no) estar en el pensamiento actual. Nos rodean por doquier actuaciones en contra de los derechos humanos, matan a un hombre al grito de «mueran los moros», atentan contra personas alojadas en chabolas miserables que se instalan para poder trabajar en el campo en las peores condiciones, insultan sin ningún pudor a personas por el mero hecho de ser diferentes y lo peor de todos, políticas y políticos que dicen que buscan lo mejor para todos (las todas y les todes no están en su vocabulario) gritan con todas las bocinas que los medios afines les dan, que estamos en peligro moral de perder nuestra patria gracias a las conquistas sobre los derechos de las personas a relacionarse como quieran, con quien quieran dentro de unas normas sencillas de convivencia.
Dentro del paroxismo en el que nos encontramos tenemos que asistir a como algunos jueces o algunas juezas pueden negar los delitos de odio, porque todas tenemos el derecho de la libertad de expresión, libertad que estos que la ejercen de forma dañina, niegan a otras por su color de piel, o por su origen e incluso por sus formas de amar a otra persona.
Tanto llega el asunto a ser preocupante, que en terrenos como nuestros pueblos donde la tolerancia y el respeto por la condición de género se han convertido en una norma de fácil cumplimiento, podemos encontrar agresiones como las recibidas por Eulalia y Fina en mi pueblo, El Viso del Alcor. Dos mujeres que viven sus vidas con iguales agobios materiales que la inmensa mayoría de las familias, que son felices con la felicidad que les pueda rodear, que lloran y no poco con el dolor de pérdidas familiares y de amistades, que trabajan y descansan y están en su mundo de la misma manera que cualquier otra pareja, que se equivocan y aciertan en la misma medida que cualquier otra persona de cualquier condición, en definitiva que pueden ejercer plenamente sus vidas gracias a las luchas de ellas y de otras personas que han conquistados esos derechos durante años, que no queremos recordar, pero que si debemos hacerlo porque las memorias son cortas y se pierden.
Leo con agrado los comentarios masivos de la gente que las conoce y de otra gente que sin conocerlas han visto la necesidad de mostrarle su apoyo. Se lo merecen, por ser personas, pero algunas personas, con buena intención, acompañan su apoyo con comentarios del tipo «porque son buenas personas» «no hacen daño a nadie» «hay que ver con lo buenas que son» como si ello fuera la clave del apoyo y no debe ser así, sencillamente son personas que tienen derecho a ser lo que son, mujeres que han decidido vivir juntas y mostrar su amor sin reparos y que siguen luchando cada día porque ese derecho no sea atacado por los miserables que utilizan sus micrófonos y altavoces para mostrar su odio a todo lo que ellas quieran eliminar de la vida habitual.
Fina y Eulalia no necesitan del paternalismo bienintencionado que las colocan como buenas personas, sencillamente son y ejercen de mujeres comprometidas frente a incomprensiones y maldades sacadas del odio a la diferencia que viene invadiendo cualquier rincón de nuestra tierra.
Malditas las personas que pregonan el odio y lo han convertido en una cuestión normal hasta el punto de que te puedes encontrar a un canalla o una canalla que justifican las palizas o las muertes del diferente por el mero hecho de serlo. Samuel no es un caso aislado, es la punta exagerada de la maldad de las personas que quieren anular al diferente y que pregonan que el bien está de parte de los que quieren imponer sus ideas por encima del derecho de la personas.
Ni un paso atrás en derechos de las personas, de todas las personas sean cuales que sean sus orígenes, sus ideas y sus preferencias en cuanto a sus relaciones y comportamientos dentro del respeto necesario para una convivencia real y sana.