Con un dinero que tenía ahorrado dio la entrada y firmó las letras necesarias para tener un comedor funcional que, fundamentalmente, tenía una mesa que se abría, toda una novedad de la época, para comer los pocos que éramos en casa; ella, mi padre y yo. La mesa abierta era inmensa y ocupaba todo el salón comedor del piso que nos había correspondido, porque la casa de la calle Redes estaba en ruinas. Todo ello solo tenía un objetivo conseguir, con mucho sufrimiento, que la ropa que cortaba con los patrones del Burda Moden no tuviera el menor defecto, si el tejido era estampado o de cuadros escoceses, se esforzaba hasta el extremo de que las costuras del vestido no se notaran, ya que el estampado o el cuadro lo hacía coincidir de manera que el dibujo no sufría nada, como si la tijera no hubiera rasgado la tela. Esa era mi madre, María o Mariquita Ramos, apreciada por sus vestidos. Una auténtica obra de arte, gracias a que ella era perfecta.