Como esta: recibo la traducción del relato que salió en Periódico Diagonal, que a su vez era una autorremezcla (@abrelatas) -según la Ley de Remezcla-Abrelatas nadie puede decir remezcla sin decir automáticamente después @abrelatas– del relato La vida Londinense que fue publicado en la primera edición de El Sur: instrucciones de Uso y que debe estar saliendo hoy en su (auto)reedición y en castellano de una imprenta de Barcelona (que se llama Imprenta Puresa y yo creà por un momento que se llamaba Imprenta Pureza, pero no, era cosa de los finales en S.A. tan propios de las sociedades anónimas) y que no llegaré a tener en mis manos hasta que vuelva a Madrid. Uf.
Estoy en un Bed and Breakfast de un pueblo de Pennsylvania (el condado de Butler, no, no el condado de la mantequilla), deberÃa estar preparando una especie de lectura que haré mañana. Una Public Lecture, que no es exactamente una lectura pública sino un «encuentro» con una escritora que proviene de un barrio atrapado entre autopistas del suroeste de Madrid que se llama Moratalaz, que es ni más ni menos que otro pico doblado del mundo, como es este County Butler.
Pero, claro, en inglés, todo nos hechiza. De hecho, de eso trata La vida londinense, del hechizo por lo anglosajón con el que nos hemos crÃado, del ascendente poderoso bajo el cual el proyecto de nuestras vidas e ilusiones se ha desenvuelto, ese horizonte. Y que aún persiste. El departamento de español de la Universidad de Slippery Rock espera por su parte el influjo y el ascendente de la escritora working-class europea. El influjo es viceversal y asincrónico. Pues eso.
Porque sólo has de pasar un par de dÃas en EEUU para comprobar que no existe ya tal hechizo y apenas influjo. Y que aún asà el ascendente opera. Que Butler County es igual de bueno, malo y recóndito que Moratalaz. Que Nueva York ya fue, como el futuro, y que todo se está hundiendo. Y que Europa ya no es un faro de nada relacionado con la cultura. Y que seguimos aquà por un rato, a pesar de todo, observándonos las caras y escuchándonos los relatos.
El relato. La traducción. Vale. Vuelvo. Que me mandaron la traducción y me pareció paradójico (y emocionante, tampoco estoy tan de vuelta) leerlo traducido, si no tuviera tantos reparos cotra la expresión , diria «que se cierra el cÃrculo». Los cÃrculos nunca se cierran, sólo colisionan y estallan. Estoy optimista esta tarde.
Bien. La Public Lecture. Que son las ocho y Thom -el traductor y profesor anfitrión- viene a buscarme a las siete y media de mañana por la mañana (si no se rompe la noche, arghh, esta es la Ley Julio Iglesias, que opera con la misma vigencia y regularidad que la Ley Remezcla-Abrelatas) para la primera clase. Me vestiré y maquillaré y perfumaré de guest starring y bajaré hasta la Universidad de la Roca Resbalosa. Resbalaré. Me levantaré. Se me secará la boca y haré muecas y concentraciones que aprendà en el teatro para superarlo. Daré la charla. Leeremos un fragmento del relato traducido. Propondré una dinámica. Escribiremos. Los de Butler County y la de Moratalaz. Unidos por la ley de los post-it, que es la ley que dice que todo lo escrito en un pos-it fluorescente y compartido en un mural de papel pasa a ser de inmediato interesante, por lo anónimo y por lo horizontal.
Me levantaré. Siempre te acabas levantando. Siempre te acabas cayendo. Qué más da. Me dio por ponerme nihilista en el hotel de los Osos Amorosos. Y todo porque no encontré el jugo de gomibayas que me prometieron en La Aldea del Arce, en Moratalaz, allá por los noventa. Un dÃa, sentados en la oscuridad del salón, ese dÃa en que dejamos definitivamente de ver dibujos animados para ver pelÃculas de animación (el que las vea) y pensamos: ¿Quién se ha llevado mi jugo de Gomibayas? Si aquà nunca nadie habló con acento de doblador portorriqueño. Y empezamos a devorar literatura traducida y musiquitas en v.o. O cosas peores e imprescindibles.
Justamente de esa época trata este relato. Quizá nada que ver. En todo caso, en inglés el comienzo suena asÅ
We were born right at the beginning of the end of history. 1975, 1977. We grew up in the ghetto of the end of history, in buildings with low ceilings, houses where the highway served as a defensive wall, separating us from the city and where row after row of cheaply made buildings with minor variations spread out. Each residential tower had an assigned acronym, paper thin walls, terrazzo floors, stuccoed walls, functional kitchens, and every one of the dining rooms had an eye, both a pet and an idol, the chief of the tribe: the TV set, which made all of us a single child who looked through it to the other side while the mechanism worked perfectly. 625 lines of imagination ready to be consumed. We were all trained to serve and be served by capital. To carry out properly the end of history. To follow to the letter the program whereby we would be first a historical children then a historical teenagers, and later a historical young adults and finally free and capitalist men and women. We had to move money, make it then, spend it and then make some more. The project was written down and the project was carried out.
Ah, la flamante traducción es de mi benefactor Thom Daddesio, el hombre más bueno y con la piel más blanca del mundo.
Por cierto, Thom ha venido para echarme una mano con la charla y hemos encontrado el vÃdeo de Mi vida en Seis Palabras que tiene todo y nada que ver con este post. Ahà lo dejo por si os hace autoficcionaros con limitaciones formales. Ahora voy a lavarme la cabeza. Y son las tantitas…