Leí durante agosto El cuaderno dorado. Como otro verano fue 2666 y otro Q. Subrayo, doblo esquinas. Me dice el editor en la contraportada que es novela sobre la “condición femenina”. Me pone en guardia.
Leo. Encuentro una novela breve partida en trozos (“Mujeres libres”) y cinco cuadernos de colores, incluido el “dorado”. Leo un ajuste de cuentas con la mitad de siglo, con las guerras y el colonialismo, con el partido comunista en la guerra fría y con la experiencia del amor, la amistad y la maternidad: ser mujer en ese momento concreto y lugar particular del mundo (las colonias británicas en África y la propia Gran Bretaña). Leo maneras de ser amigas con otras mujeres, dudas y conflictos sobre la crianza y muchísima dependencia del amor de aquella generación. Avanzo, y voy encontrándome trozos para preservar:
“Retrocedí a mi fase más primitiva de comunismo. ¿Te acuerdas? Cuando una cree que hay que matar a esos hijos de puta” (76)
Uno de los cuadernos de Anna Wulf se dedica a su relación con el Partido Comunista inglés. Entra, sale, no es capaz de estar plenamente identificada con el ideario o con los métodos, al mismo tiempo que desde la Unión Soviética –de donde llega todo- las noticias son tenebrosas y hacen dudar al más convencido.
El tema de militar y no militar es constante. En un momento dado (pg 366), Anna, en una reunión de negocios, piensa:
“Más vale ser comunista, cueste lo que cueste. Es mejor estar en contacto con el mundo que encontrarse tan lejos de la realidad como para poder decir cosas tan estúpidas”,
pero refiere luego un recuerdo de conversación con escritor en Rusia: desde dentro del régimen era simplemente imposible pensar en una falla del régimen, nombrarla. Entre anécdotas de su militancia, los británicos del libro se duelen por ser comunistas y lo son, y en los fragmentos se deja ver la zozobra de esos años.
La protagonista es escritora y discute con compañeros –en su papel de asistente de editor en la editorial militante- sobre el “papel del arte” en el socialismo:
“-No sé qué pensar. Pero empiezo a temer que he estado diciendo tonterías. ¿Te das cuenta de que las únicas razones que damos versan siempre sobre lo mismo: la conciencia individual, la sensibilidad individual?
Es él quien se burla ahora:
-¿Y va a ser la conciencia individual la que produzca tu gozoso arte comunitario, sin egoísmos?” (432)
Hoy día se discuten cosas parecidas. Lo personal versus lo colectivo es una de los muchos temas de discusión que aparecen entre personas activistas que son además, en algún modo, intelectuales o creadores de cualquier tipo. La solución que halla Lessing, aunque fuera de su novela y como añadido posterior, es explicar que no hay nada que sea personal y exclusivo.
“Por fin comprendí que la manera de salir del problema o de resolverlo, el tormento interno de escribir acerca de “problemas personales intrascendentes”, era reconocer que nada es personal, en el sentido de que sólo es personalmente nuestro. Escribir acerca de uno mismo equivale a escribir acerca de los otros, dado que vuestros problemas, dolores, placeres y emociones (y vuestras ideas extraordinarias o notables) no pueden ser únicamente vuestros. La forma de tratar el problema de la subjetividad, ese chocante asunto de estar preocupado por el pequeño individuo, que al mismo tiempo queda cogido en tal explosión de terribles y maravillosas posibilidades, es verlo como un microcosmos y, de esa manera, romper a través de lo personal, de lo subjetivo, convirtiendo lo personal en general, como en verdad siempre hace la vida transformando en algo mucho más amplio una experiencia privada”
Los intelectuales “comprometidos” siguen planteándose estas cuestiones. Nos encontramos en la herencia de un par de siglos de transformaciones hacia las subjetividades, difícilmente vamos a regresar a un pensamiento “común y colectivo” donde estén borradas. Las subjetividades no tienen vuelta atrás. O la tienen, pero habrá que esperar apocalipsis zombies.
Hoy, aquí, a veces tengo la sensación de que hablamos de comunidades como se habla de la idea de «dios».
Pero sigo leyendo.
“Mujeres libres” es una pequeña obra dentro de la obra, con su forma y desarrollo autónomo, que permite a la autora dejar el formato diario y observar a sus personajes desde arriba. En ella, Anna y Molly van dejando pasar los años juntas, ambas madres solas, mujeres autónomas con los hombres a un lado:
“Pensé: quiero acabar con ello. Basta de este asunto de los hombres y las mujeres, de todas las quejas, acusaciones y traiciones. Además, es deshonesto (…). Además, si no voy con cuidado, Molly y yo vamos a rebajarnos a una especie de soltería mancomunada, nos vamos a pasar la vida recordando a tal o cual hombre, cuyo nombre ya habremos olvidado, que dijo aquello tan desconsiderado allá por 1947…” (80)
Desde aquí le digo a Anna, tiene razón, basta ya de ese asunto de los hombres y las mujeres, porque no va por ahí, pero no dejemos ni por un momento de hacer mancomunidades porque nadie va a decir de las mujeres lo que queremos decir entre nosotras. Basta de reunirnos para quejarnos de lo mal que nos va con ellos, porque tenemos otros trabajos.
“Paul dio a luz a Ella, a la ingenua Ella. Destruyó a la experimentada, escéptica y sofisticada Ella, y adormeció una y otra vez su inteligencia –ayudado por ella misma-, haciendo que se quedara flotando en las tinieblas de su amor hacia él, con su ingenuidad, que es otro término para referirse a la espontánea fe creadora. Y cuando la desconfianza de él destruyó a la mujer enamorada, ésta comenzó a pensar por sí misma y luchó por recobrar su ingenuidad”.
Pero está el amor. Oh, el amor. Ahí leía este cuaderno muy actual, para mí que nací hace cuarenta años. Éste es un fragmento de un proyecto de novela dentro de la novela. Un lío. Menos mal que veo a mi alrededor a muchas mujeres viviendo, aprendiendo y experimentando otra subjetividad no dependiente del amor de un hombre –o de una mujer. Pero también veo a tantas otras ligando su valor personal a lo que obtienen en sus relaciones amorosas o sexuales y potenciándose en función de si están o no están con un hombre (aquí lo dejo así).
Dos fragmentos más que me gustaron:
“Michael y yo estábamos de cara a la ventana, yo rodeándole con los brazos por debajo de la chaqueta del pijama, con las rodillas metidas en el hueco de las suyas. Un calor fuerte y reparador emanaba de él hacia mí. Pensé «muy pronto ya no vendrá más. ¿Reconoceré cuando sea la última vez? Quizá sea ésta» Pero parecía imposible unir las dos sensaciones: la de Michael, entre mis brazos, cálido, durmiendo, y el conocimiento de que pronto no estaría allí. Moví la mano hacia arriba, sintiendo en la palma el vello de su pecho, resbaladizo y áspero a la vez. Me causaba un placer intenso”. (410)
Esta sensación de ruptura, en un contexto heterosexual, es amor y podría estar en cualquier otro. Y ésta otra:
“Me embargó una emoción que es corriente en mí, en las mujeres, con respecto a los niños: un sentimiento de intenso triunfo, de que, contra todas las probabilidades, contra la amenaza de la muerte, existe ese ser humano, ese milagro de carne que respira” (411)
Sí, sentir una intensa felicidad por un milagro de carne que respira puede ser una experiencia probablemente poco común a los hombres, pues todavía son las mujeres las que tienen –y cuidan en mayor medida, y por tanto se vinculan- a los hijos. Pero ya cambia.
Los hijos aparecen poco, poquísimo, entre las “mujeres libres” de esta novela larga. Casi lo más llamativo es que aparecen como lagunas o cortapisas para sus relaciones con los hombres. Anna tiene una historia culposa con su hija porque de alguna manera es una barrera para su relación con el tal Michael. Pero aún es más llamativo que él le achaque su “preferencia” por la niña y entre en algo así como competencia. Como si Anna tuviera que elegir entre su dedicación de madre y la que da a su amante.
Amante que se vuelve a casa con otra mujer y, un día, ya no vuelve más.
En el momento en que empecé a leer ya me enojé: “novela sobre la condición femenina” como si fuese una novela sobre quienes sufren un cáncer. Perdonad, editores, pero vale. Lessing, a la que acabo de descubrir y ya me vale, escribe sobre cierto tipo de experiencia condicionada por la mitad del siglo, el mundo “occidental”, el auge del psicoanálisis, el inicio tímido de la “liberación feminista” y la importancia de la experiencia amorosa como centro regulador de la vida y el valor de las mujeres (algo que en buena medida sigue siendo una constante cultural de estos tiempos, a lo que dedicó Eva Illouz un libro que me sigue pareciendo imprescindible). Algunos de esos fenómenos aún se mantienen en formas más o menos acríticas, otros están en crisis y otros están siendo sustituidos, pero son relatos vigentes para una buena parte de las mujeres. No por ser mujeres, sino por serlo en esta sociedad, en este momento, en este largo aullido del siglo xx –que se transforma en xxi, pero tan lentamente.
Mi enojo procede de la palabra “condición”, como si la experiencia de Anna , como si la historia de Marion anulada como persona y tratando de dejar a un marido que no quiere dejar marchar a la que limpia la casa y cuida a sus hijos, como si toda la amalgama de personajes femeninos enfrascados en relaciones turbulentas con hombres que no las aman fuese un asunto de la “condición” de haber nacido mujer.
Como si la literatura que escribe una mujer fuese una especie de anomalía.
Lo que describe y analiza son las dinámicas inscritas en el comportamiento de hombres o de mujeres -vaya, el patriarcado- y no es una “condición” que esté denotada en la naturaleza o arraigada en las hormonas. En el prólogo, diez años posterior a la edición, incluido en este libro de bolsillo que manejé durante mis paseos por Jaén, Sevilla y Huelva, escribe Lessing:
“Esta tentativa mía presuponía que el filtro usado por la mujer para mirar a la vida tiene idéntica validez que el usado por el propio hombre”.
Y de esto hace… varias décadas. Aprendí en este libro más sobre el siglo XX (al menos sobre su mitad) que si me hubiese leído cinco ensayos de historiadores. Pero es como si “literatura” fuese la que se escribiese desde el hecho de ser hombre blanco, occidental y de clase media. Y todo lo demás, “condiciones”. Igual tengo hasta que dar gracias porque le dieron un nobel. Y aunque todo esto suene muy viejuno, el que no se haya leído algo de Lessing hasta ahora que no espere más.
PD: Aquí Adrienne Rich explica qué es eso de la «condición».
[…] que me fui a por El cuaderno dorado; ‘she made my summer’ como se puede ver en la primera foto, atravesando temas […]