Uno de los proyectos que pretendo llevar adelante -no enumero, que me da rabia- tiene ese tÃtulo: El problema de la vivienda. Como tÃtulo, sé que es poco lÃrico, y menos sugerente. Se trata de un cuento, o un conjunto de cuentos. No lo sabré hasta que lo escriba. Produje varias docenas de frases, hilé dos o tres escenas y creé -medio creé- a seis personajes. No, no necesitan autor, necesitan casa. O, al menos, tres de ellos.
En realidad no. Todos necesitamos casa. Todos debemos tener un lugar donde cobijarnos. Un lugar, dice el saber popular, donde caernos muertos. Si eso fuera tan fácil. La casa es mucho más que eso. La casa es grande, es chica, es humilde, es vieja, es nueva, es de los antepasados, es ostentosa, es primordial, es de chapa, es de lata, es de ladrillo, de madera, de cielo raso o de cartón corrugado. La casa habla de ti, dicen los publicistas. No jodan.
Marca de clase, garantÃa de estatus, prueba de pertenencia, lo ha sido siempre, no hay que engañarse; pero el supuesto derecho, hoy, es un sangrante privilegio. El «tener» y el «no tener» marcan la «diferencia».
Si el poder corrompe, la envidia corroe. Si la casa es un derecho, en un tris se convierte en tu ruina. Si elegimos bailar al son de los expoliadores, especuladores, fabricantes de sueños, hemos de tener claro que el terreno es cenagoso. Tan, tan cenagoso, que sé que no manejo en absoluto las tres o cuatro coordenadas básicas para escribir los cuentos que deseo escribir. Mientras una casa propia es un sueño que ya no sueño, puedo soñar con escribir mis cuentos.
Nuestra verdadera naturaleza es nómada, ni construir ni habitar esta en nuestra esencia más profunda…No tenemos raices tenemos piernas.Coucteau Twins, buena referencia.