abrelatas
05.02.2015

Revolución en Atocha

por abrelatas

En estos momentos estoy escribiendo desde la planta alta de Atocha Renfe. Se ha producido un incidente que ha provocado la movilización de diferentes fuerzas del Estado y cuerpos policiales. Todo comenzó cuando un pasajero indignado se dirigió al mostrador de Atención al Cliente. Yo estaba justo al lado preguntando sobre una duda que tenía acerca de la web de Renfe. Escuché como el cliente indignado se quejaba: «Es que yo cambié el billete de ida…¿pero cómo es posible que me anulen el billete de vuelta si solamente cambié el de ida?…Pero mire, si no cojo el tren de las 14h no podré asistir a un acto familiar muy importante para mi…». El hombre se afanaba en vano. Los trabajadores de Renfe, con su cinismo adiestrado, estaban dándole largas y obligándole a que se comprara un billete nuevo. Como era lo mismo que yo tenía que hacer, decidí seguirle.

Quedaban tan solo 10 minutos para las 14h. Lo cierto es que yo estaba muy tranquilo, tenía asumido que no llegaría a tiempo de comprar el billete de las 14h. Además, yo siempre llego con bastante tiempo de sobra a los lugares y no suelo alterarme por cambios, imprevistos o incluso por algunas pequeñas negligencias, que por supuesto toda gran compañía tiene derecho a cometer alguna vez. Pero mi querido amigo estaba bastante nervioso. Aún confiaba en poder comprar el billete de las 14h. Cuando por fin le tocó a él, se produjo la hecatombe. No sólo no le dio tiempo a comprar el billete de las 14h, sino que lo obligaban a cambiarse de cola porque terminaba el turno de la persona que vendía billetes. «Pero oiga…¿ha visto usted esa cola? ¿me está diciendo que en vez de estar el primero para comprar el próximo billete tengo que hacer de nuevo una cola entera porque usted termina su turno?…». El resto de la cola, incluído yo, corrimos la misma suerte que mi querido e indignado amigo.

Nos situamos en una nueva cola. Avanzaba a buen ritmo. Unos 0’0001 km/hora. Mi querido e indignado amigo estuvo un buen rato callado. Me preocupaba. Al rato recibió una llamada. Le explicó a alguien lo sucedido mientras le daba algunos datos para que investigara acerca del proceso de la web de Renfe. «La web de Renfe es una puta mierda y estoy a punto de liarla». Me sorprendió que se quejara de forma tan abrupta puesto que casi no conozco a nadie que tenga problemas con la web de Renfe. Aún así su cabreo era bastante razonable y allí ya llevábamos un buen rato esperando, cada vez hacía más calor y encima nos habían cambiado de cola. Así que decidí echarle una mano. «Oiga…disculpe. No he podido evitar escuchar lo que le ha pasado. El caso es que he tenido una idea que igual podría resultarle interesante. Verá, yo trabajo con nuevos medios e Internet. Es muy probable que usted sea bastante descreído acerca de iniciar un proceso de reclamación: le entiendo. Por eso le propongo que hagamos algo. Le propongo que grabemos un vídeo aquí mismo intentando jalear a la gente para que comparta su indignación». Mi querido e indignado amigo me miró durante unos instantes estupefacto, escrutando qué clase de propuesta absurda acababa de escuchar y de repente contestó: «Adelante».

Antes de iniciar la acción estudiamos el espacio. Había un guarda de seguridad. Ideamos un pequeño sistema para distraerle. Se trataba de pagarle unos euros a varios niños que estaban jugando a las afueras del recinto de venta de billetes para que lo distrajeran, hicieran ruido, etc. Funcionó fácilmente. Un vez hicimos esto, saqué el móvil y comencé a grabar. Mi querido e indignado amigo se dirigió a los allí presentes: «Por favor, permíntame un minuto de atención…quiero que me digan cuántos de ustedes están hartos de esperar». Tensión, la gente se detuvo a escucharle pero casi nadie levantó las manos. «De acuerdo, puede que les parezca raro, pero confíen en mi…¿cuántos de ustedes han tenido o tienen problemas con Renfe y están hartos?». En ese momento observé como el guarda de Seguridad ya había resuelto el conflicto de los niños y se disponía a entrar en la sala. «¡Bloqueen esa puerta por favor y escuchen a este hombre, lo estoy grabando todo!» Grité. En ese momento dos chicos jóvenes pusieron sus carros frente a una de las puertas de cristal que se abre y se cierra automáticamente. Mi querido e indignado amigo continuó «Bloquead las otras dos, será sólo un momento…lo que queremos es grabar nuestra indignación y subirla a Youtube…así que por favor, gritad conmigo: ¡Estamos hartos! ¡Estamos hartos!». La situación estaba complicándose, comenzaban a arremolinarse guardas de seguridad a las afueras, varias de las personas que estaban en los mostradores comenzaron a marcharse, otras llamaban a seguridad por otras vías. «¡Estamos hartos! ¡Estamos hartos!» De repente un grupo de jóvenes comenzó a secundar el grito. Pronto se unió el resto de la sala que jaleaba a coro y con palmas la indignada consigna.

Por fin los guardas de seguridad consiguieron acceder a la sala. Rapidamente se dirigieron a la principal amenaza: era yo. Venían a por mi y mi móvil. Varias personas se interpusieron en su camino y sacaron sus móviles para grabar las posibles represalias que fueran a tener conmigo. De repente me sentía protegido por un séquito de dispositivos móviles velando por mi seguridad y por la equidad del conflicto. La gente seguía gritando aunque ya se mezclaba con un murmullo generalizado. Los guardas de seguridad recularon y se re-agruparon. En ese momento comenzó una extraña negociación. uno de ellos habló: «Por favor, guarden silencio. Aquí hay personas que no tienen la culpa de sus problemas. Hay personas mayores, niños. ¡Guarden la compostura!». Mi querido e indignado amigo se acercó al frente del líder de los guardas de seguridad y mientras las cámaras gritaban, recitó:

«Hasta que no tengamos conciencia de nuestra fuerza, no nos rebelaremos…y hasta después de habernos rebelado, no seremos conscientes.»

Mi cámara quedó confiscada y con ella nació esta ficción que no es más que una cura, una tirita por el inmenso desasosiego que son capaces de llegar a ejercer los grandes e invisibles mecanismos de control, los sistemas infalibles que no contemplan el error y que por tanto no son humanos, las vorágines numéricas que nos azotan en los espacios burocratizados e informatizados. Escribir es remezclar la vida. Así que ahora solo deseo con todas mis fuerzas que llegue alguna persona inteligente, con sentido del humor y con capacidad para cambiar las cosas desde dentro de estos monstruos binarios y lea, re-escriba y por tanto corrija esto para el futuro:

Estamos jodidos.

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