El número de Dunbar es una teoría que dice que el ser humano puede establecer relaciones estables con un máximo de 150 personas. En esta teoría se apoyan numerosos estudios que tratan de analizar la revolución de las redes sociales en Internet. Ya que, curiosamente, pocas veces se cuestiona esta teoría, este artículo es un análisis crítico de los pilares en los que se sostiene este curioso número.
Probablemente el gran éxito de la teoría del número de Dunbar es haber dado una respuesta extremadamente simple a un problema extremadamente complejo.
En pleno auge de las redes sociales en Internet encontrarse una teoría que pone un número (150) a las relaciones sociales que físicamente podemos soportar, es un argumento demasiado tentador para todo aquellos que sospechan que no es posible tener tantos amigos como, según Facebook, tienen algunos.
Sin intentar dar una respuesta a este problema, creo que antes de dar crédito a una teoría como ésta, debemos saber de qué cuentas sale tan magnífico total.
¿EL TAMAÑO IMPORTA?
Según la Wikipedia la teoría del número de Dunbar parte de la base de que el tamaño del neocórtex determina la magnitud de nuestras relaciones sociales. Esta premisa se basa en que el aumento de esta parte del cerebro, cuando pasamos de simios a humanos, tiene relación con la capacidad de éste para aumentar los vínculos sociales.
Como no soy biólogo y no tengo ni idea de evolución partiré de que esta premisa puede ser válida, pero hasta cierto punto. Si bien está claro que hay determinados cambios fisiológicos que dan lugar a cambios socioculturales siempre es muy complicado encontrar relaciones de causa-efecto directas y, mucho más, asegurar que eso del tamaño importa. Recuerda a aquellas teorías que pensaban que los sabios tendrían los cerebros más grandes o que la gente corpulenta es más criminal…
UNA REGLA DE TRES
Si sabemos el tamaño del neocórtex de los simios, el número de relaciones sociales que estos suelen mantener y el tamaño del neocórtex humano, Robin Dunbar cree que el número de relaciones que las personas podemos mantener se despeja como una incógnita X. Pudiendo establecerse un paralelismo matemático entre los simios y nosotros.
Pues bien, según Dunbar: X=150
ERRORES EPISTEMOLÓGICOS ELEMENTALES
Como es obvio que esta lógica cae por su propio peso, el propio Dunbar argumenta esta teoría en base a otras fuentes secundarias. Citando a la Wikipedia:
Dunbar comparó esta predicción con grupos observables de humanos. Comenzando con la asunción de que la neocorteza humana se desarrolló hace alrededor de 250.000 años, buscó dentro de la literatura antropológica y etnográfica para realizar una especie de censo sobre tamaños de grupos sociales en las sociedades nómadas. Dunbar notó que los grupos caían dentro de tres categorías, de 30-50, 100-200, y 500-2500 individuos.
Pues bien, en esta serie de argumentaciones se cometen errores como los siguientes:
1. No tiene sentido remontarse 250.000 años para estudiar un neocórtex que seguimos teniendo en la actualidad.
2. Por muy nómadas que sean, no se pueden extrapolar directamente evidencias de sociedades contemporáneas a sociedades históricas.
3. Puede ser un error tomar como fuentes secundarias documentos antropológicos. Si el etnólogo está estudiando un aspecto de una sociedad, es difícil tener en cuenta otros temas que se refieren a objetos de estudio diferentes.
4. Es complicado establecer relaciones entre el número total de componentes de una tribu y las relaciones estables que mantienen los individuos entre ellos, así como la tipología de estas relaciones.
5. Según estos datos lo que se muestra es una tremenda y lógica heterogeneidad. Por lo que tampoco se sostiene el mitificado 150.
NO SE TRATA DE UN CIENTÍFICO SOCIAL
Si a alguien compete el estudio de las relaciones sociales es a los sociólogos, antropólogos socioculturales, psicólogos sociales, psicólogos, educadores, trabajadores sociales, etc.
Pero Robin Dunbar no forma parte de ninguno de estos grupos y su peso en estas disciplinas es, “hasta donde me alcanza”, nulo.
Aunque se le cita como antropólogo, lo cierto es que puede dar lugar a equívoco no apellidar esta discipline. Por lo que veo en la Wikipedia se trata de biólogo evolucionista que es director del «Institute of Cognitive and Evolutionary Anthropology» de la Universidad de Oxford.
La práctica de la Antropología Social está muy alejada de la de la física y, más detalladamente, la propia Antropología Biológica está tan ligada conceptualmente a la biología como la sociología puede estarlo con la Antropología Social.
Con estos datos creo que se puede afirmar que no estamos hablando de un científico social, sino de un biólogo que, como se indica, está especializado en primates.
Es más, los errores anteriormente citados son bastante frecuentes cuando este tipo de perfiles profesionales estudian lo social.
UNA PREGUNTA CON TRAMPA
Muchas veces más importantes que las respuestas, son las preguntas. En este sentido, aunque no soy un especialista en este tema, considero que tratar de ponerle un número al número total de relaciones sociales es un error en sí mismo.
Cualquier estudio básico de redes, evidencia la disparidad de relación entre diferentes nodos. Por lo tanto considero más útil analizar la cualidad de las relaciones, aunque después se cuantifiquen. Es decir, del tipo de relaciones que mantengamos dependerá en gran medida el número que tengamos de cada una.
Y, como todo en el ser humano, cada persona es un mundo. Por eso aunque tengamos neocórtex similares tendremos relaciones muy dispares. Tranquilos, el tamaño no importa 😉
El paradigma biologicistas es muy contraproducente si se utiliza en CC.SS. y en esto me ratifico.
El problema que intento denunciar es que si se dice que Robin Dunbar es un antropólogo sin más, suele interpretarse que es un científico social y no lo es. Yo no dudo que la neurología o la biología pueden aportar muchas cosas a las ciencias sociales, pero eso no quiere decir que respecto a determinados temas un biólogo tenga el mismo peso para hablar que un científico social. Y viceversa, claro.
Entiendo la multidisclinariedad como la capacidad para combinar saberes que proceden de diferentes disciplinas, no a que, por ejemplo, un arquitecto juegue a ser médico.
Hola Marcos. Entiendo esa frontera entre un médico y un arquitecto. Por supuesto no le encargaría la reforma del edificio de un hospital a un médico (aunque sí contaría con su asesoramiento como usuario). Sin embargo las fronteras entre las disciplinas que estudian «la condición o el comportamiento humanos» (un psicólogo evolutivo o un sociólogo o un antropólogo cultural, por ejemplo) son cada vez más difusas. Sucede lo mismo con la gente que trabaja en aceleradores de partículas (físicos, astrofísicos, matemáticos, etc…) o el audiovisual. ¿Quién nos iba a decir hace 40 años que los mejores directores de cine trabajarían con arquitectos y psicólogos en la creación de videojuegos? ¿Es solo un problema de nomenclatura? ¿No podemos llamar director de cine a un tipo que dirige series de televisión (cuando estas son más cine que el cine)? Si es así comparto que tenemos que empezar a inventar nuevas nomenclaturas para las nuevas disciplinas.
Pero que digas que las aportaciones de un psicólogo evolutivo sean «muy contraproducentes» para las ciencias sociales me parece curioso, por no decir desinformado. Me recuerda al estereotipo del científico loco de los años 30 encerrado en su laboratorio despreciando a todo aquel «intruso» que entrara en su feudo. Que podamos estar o no de acuerdo, en uno u otro grado, con un estudio no debería vetar a toda una disciplina o disciplinas.
Volviendo al audiovisual –ya que esta es la web de los amigos zemeros–, el panorama es cada vez más complejo, más extenso y rico, incluso contradictorio. Si uno quiere «explorar lo audiovisual» ya no basta con ver o saber de pelis (como hace 20 años). Ahora hay que navegar, hay que jugar, hay que producir, hay que ver la tele, participar y abrirse receptivamente. Con las disciplinas que abordan «lo humano» está ocurriendo exactamente lo mismo. La problemática es que es un tema verdaderamente profundo y con implicaciones sociales y políticas muy fuertes. Pero precisamente es eso lo que lo hace tan apasionante y, a menudo, conflictivo.
Hola @yerblues,
Quizás no me esté explicando del todo bien pero, antes de ponernos a poner mil ejemplos más, creo que lo que digo es algo de sentido común. Básicamente creo que no es parte del oficio de biólogo responder a determinadas preguntas y, como tú dices, la antropología precisamente tiene un problema con las nomenclaturas y la interpretación que la gente hace de las mismas, y yo trataba de contextualizar un poco esto en el artículo.
Con lo del paradigma biologicista, no trato de desechar la biología como ciencia, sino que me refiero a que las teorías que trasladan paradigmas propios de las ciencias naturales a las ciencias sociales (como se ha hecho sobre todo en el siglo XIX y principios del XX) dan lugar a errores epistemológicos como los que indico en el caso de Dunbar.
En cualquier caso no pretendo aquí generar una confrontación entre qué es mejor, ni levantar muros. Simplemente creo que hay disciplinas con, por lo menos, más tradición en el estudio de determinados problemas y que considero (es una opinión) que resuelven mejor estos asuntos. Por lo demás, sí que estoy de acuerdo con la necesidad de planteamientos transversales en los que se tengan en cuenta las diferentes aportaciones de cada disciplina. En cualquier caso, es muy complicado discutir poniendo en duda los conceptos en sí.
En este sentido recomendaría la lectura de autores como Eduardo Menéndez que en Antropología de la salud y la enfermedad diferencia perfectamente el planteamiento biologicista del sociocultural. De esta manera se entiende como ambos acercamientos dan lugar a visiones muy diferentes de problemas que tienden a igualarse en la cotidianidad.
Quizás el planteamiento un tanto brusco que hago al rechazar tan meridianamente determinados planteamientos es que el paradigma biologicista tiene, desde mi punto de vista, una posición hegemónica respecto a otras disciplinas que se consideran más humanistas y menos exactas. Y creo que ésta es una de las claves del éxito de la teoría del número de Dunbar.
Marcos, tienes razón en que este no es el momento, ni el lugar, ni la manera de debatir estas cuestiones. Porque tu sentido común difiere de mi sentido común, jeje, y por lo tanto, para llegar mantener un diálogo coherente y constructivo necesitaríamos más tiempo.
Por ejemplo, donde tú ves hegemonía de unos yo veo hegemonía de otros: en tierras españolas o latinoamericanas opino que los «culturalistas» –por llamarlos de alguna manera, a aquellos que piensan que la conducta humana poco o nada tiene que ver con su biología y evolución– son mayoría en facultades, medios de comunicación e instituciones… ¿una cuestión generacional?.
Por otro lado, solo conozco superficialmente a Eduardo Menéndez. Pero su propuesta me parece fantástica, sobretodo porque en medicina es cierto que la hegemonía es del otro bando, y su labor de «equilibrio de fuerzas» está la mar de bien. Siempre y cuando no nos venga con la canción de «cuidado con esos nazis racistas», que tanto daño hacen a cualquier debate. Porque ahí está la «ley» de Godwin: «A medida que se extiende una discusión en internet, la probabilidad de comparar cosas usando a Hitler o a los nazis tiende a uno». Me interesa más que se defiendan tesis, que no atacar o menospreciar las de los «otros».
En cualquier caso, y regresando a Dunbar (y no daré la tabarra más, gracias por tu tiempo y respuestas), ya te he comentado antes que estoy totalmente de acuerdo con tus sospechas, sobre todo con la ambición de «exactitud» de la cifra 150. Sin embargo, sí me parece interesante el debate de si existen límites o no a la interacción social de calidad, que no tanto en dónde poner esos límites (si es que los hubiera). Lo cual se podría aplicar a la multitarea contemporánea, por ejemplo. Sobretodo para poder lidiar con ella de la manera más eficaz.
En cuanto a si Dunbar es un biólogo que juega a ser antropólogo, volvemos a chocar. Es cierto que en España la carrera de Antropología (que en realidad era de dos años a principios de esta década) muy poco tenía que ver con la biología (al contrario, los pocos profes que tuve arremetían a menudo contra ella). Sin embargo, en UK o USA, la disciplina está cada vez más mezclada y, de la misma manera que aquí pueden salir psicólogos más o menos terapeutas o más o menos experimentales, pues lo mismo ocurre allí. Lo cual creo que le autoriza a abordar estas cuestiones. Por otro lado, estoy convencido de que más pronto que tarde, ese «150» será destronado por unos y otros. Esa ha sido la historia de la ciencia reciente, pese a todo: bastante autocrítica, abrazando la inexactitud cada vez más y desmitificadora.
Pues sí, yo estoy de acuerdo con Taburete. No se trata en absoluto de atacar las posturas diferentes pero me parece bastante claro que los argumentos biologicistas calan mucho más en la sociedad y son incuestionados, como si se tratase de una religión.
Por otro lado, sobre el número de Dunbar sólo puedo decir ¿y? ¿Qué más da establecer esa cifra? Mucho más interesante indagar en cómo son las relaciones. Sí, soy una culturalista irredenta.
Bueno, al final lo que nos queda claro es que el número de Dunbar no se sostiene. En eso estamos todos de acuerdo 😉
Pese a que estoy completamente de acuerdo con tus sospechas en relación al «número Dunbar», creo que los párrafos dedicados a «no es un científico social» son un tanto prejuiciosos y también (como le pasa al número de Dumbar) reduccionistas. ¿Por qué los asuntos de los humanos solo pueden estar en manos de las «carreras tradicionalmente sociales»? ¿Por qué seguir levantando muros entre ciencias y letras? Convergencia, multidisciplinariedad, conocimiento compartido. Pensar que nuestras relaciones sociales, nuestras emociones, no tienen nada que ver con la evolución, o nuestra biología, creo que es un error. Tampoco se trata de que tenga que haber una correlación total y absoluta (el viejo debate entre «nature-nurture»), pero disciplinas como la neurociencia o la psicología evolutiva se han desarrollado enormemente en los últimos 20 años (por desgracia lejos de nuestro país). Porque «el tamaño sí que importa», sin embargo que importe no quiere decir que automáticamente «determine» nada, ni juzgue, ni justifique, ni mejore o peore. Como dices, lo importante son las preguntas. Pues dejemos que se las puedan formular las disciplinas que así lo quieran. De la misma manera que me parece igualmente pertinente y acertado dudar de Dunbar.