Éste es el primer capítulo de un total de tres en los que realizaré una breve reflexión sobre la relación existente entre los centros culturales y el contenido que muestran. Y surge la pregunta: ¿Se puede afirmar que cuanto más espectacular es el continente de la cultura, menos trascendente es su contenido?
La metonimia es un fenómeno de cambio semántico por el cual se designa una cosa o idea con el nombre de otra, sirviéndose de alguna relación existente entre ambas. De este modo aseguramos, por ejemplo, “comernos un plato” en lugar de las apetitosas lentejas que éste contiene, trasladando el significado del contenido al continente.
Más allá de la lingüística, algo parecido a la metonimia es lo que está ocurriendo con el consumo cultural, en el que parece que muchas veces se “come” el museo en vez de lo que éste contiene.
Esto que podría resultar baladí o un simple juego retórico se está convirtiendo en una fría y dura realidad que da lugar a asociaciones de ideas tan simplistas como eficaces, que evidencian el éxito de proyectos culturales basados en una concepción efectista y próxima a lo que, siguiendo la metáfora alimenticia, se puede denominar como un fast-food cultural. Espacios expositivos conceptualizados para ser vistos desde los medios de comunicación y cuyo uso se limita a servir de telón de fondo para la foto testimonial del turista.
Ejemplos extremos de esta apropiación son las construcciones de Frank Gehry (Guggenheim Bilbao, por ejemplo) que, en palabras de Hall Foster, “más que centros culturales parecen lugares de recepción espectacular, de asombro para el turista. En la Sociedad del Espectáculo Guy Debord definía el espectáculo como el capital acumulado hasta tal punto que se convierte en una imagen. Con Gehry y con otros arquitectos,” continúa Foster, “lo contrario también es cierto: el espectáculo es una imagen acumulada hasta el punto de convertirse en capital”. De este modo no es extraño que la estrategia política en materia de cultura apueste por este tipo de espectaculares construcciones asociadas a una cultura de consumo voraz de imágenes o representaciones.
Siguiendo con las citas (las detallo al final de este texto), José Miguel G.Cortés en su interesante libro “Políticas del Espacio. Arquitectura, Género y Control Social” critica de un modo parecido al arquitecto Santiago Calatrava y su Ciudad de las Artes y las Ciencias. Para ello se apoya primero en la teoría de Baudrillard para definirla como “un monumento –o antimonumento- a la publicidad, porque se propone de inmediato como una demostración anticipada de la operación de la cultura.” Para después rescatar una inquietante sentencia de Lipovetsky: “Cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen que decir, cuánto más se solicita la subjetividad más anónimo y vacío es el efecto. Paradoja reforzada aun más por el hecho de que nadie en el fondo está interesado por esa profusión de expresión, con una excepción importante: el emisor o el propio creador. Esto es precisamente el narcisismo, la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la primacía de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos”.
Bibliografía:
Foster, Hall.: Sacada del texto «Master Builder» publicado en la muy recomendable Brumaria 3.
Foster cita a su vez el clásico título del situacionista Guy Debord, «La Sociedad del Espectáculo«. Pre-Textos 1999.
G. Cortés, José Miguel: Frase extraída del libro «Políticas del Espacio. Arquitectura, Género y Control Social». Obra verdaderamente interesante que aborda transversalmente estas temáticas para vincularlas con el arte contemporáneo. Edita ACTAR 2006.
Cortés cita también a: Lipovetsky, Gilles.: «La era del vacío», Anagrama. 1986.