La Colina de Peralías
29.01.2025

La tercera clase. Pablo Gutiérrez

por Dolores Álvarez

Pablo Gutiérrez en La tercera clase nos muestra un mundo desolador, un barrio imbuido por el mundo de la droga donde imperan las leyes del narcotráfico y en el que la juventud está viviendo las consecuencias más desoladoras de este mundo en el que se entra y no se sabe salir. Los testimonios de los jóvenes muestran con dureza el mundo que viven, el momento que les ha tocado vivir por esa situación que se marca desde el territorio. ¿Qué puede hacer el profesorado? ¿Qué necesitan estos entornos de las instituciones? ¿Lo damos todo por perdido o hay esperanzas?.

Las leyes del narcotráfico se imponen como medio de subsistir en este barrio en el que se han construido unos bloques, tipo gueto, que albergan a gente que solo ven la droga como medio para ganarse la vida; un grupo de chavales viven en ellos y además asisten al mismo instituto y a la misma clase “La tercera clase”.

Guti, Mauri, Aurora, Alberto, Bento, Valme, Aldo, Regla, Nico y muchos otros forman la tercera clase. Hijos y víctimas del lugar que formó sus caracteres, del suelo que pisan y que acaba llenando sus cabezas de ideas, que desembocan en decisiones que borran la palabra «futuro» de su vocabulario. En esta novela coral, Pablo Gutiérrez ajusta cuentas con el mito del narco y construye una historia magnética y necesaria en la narrativa de este país.

Bien conocida por Pablo Gutiérrez la realidad que nos muestra en La tercera clase, hace que los testimonios tanto de los jóvenes como del profesorado alcen la voz coral de la injusticia social que supone que esta población juvenil esté falta de recursos para construirse un futuro cierto.

Los chicos de La Broa nos relatan sus historias de vida y así entrelazadas podemos configurar el mosaico que da pie a la injusticia que viven estas personas fruto del desenlace de un comportamiento social al que se ven llamados a vivir para conservar el estamento de los narcos más grandes; podríamos decir que son el último eslabón que necesitan para que funcione todo este entramado de la droga y sin el cual no tendría salida, son los “inocentes” que caen en el maremágnum que los hace creer “importantes y creidos” porque , de verdad, sin ellos no sería posible el mercado de la distribución y en ellos impera el tener más que el ser.

Los chicos siguen los cánones establecidos en esas familias desestructuradas sin valores que le indiquen un camino. Dice Aurora “…también odiaba a mi madre y a mis hermanos, que no eran mis hermanos de verdad. Mi madre tuvo a Rai con un tío, luego a Aldo y a mí con otros dos, y los tres se largaron. No los culpo, cualquiera habría hecho lo mismo. En realidad, yo no culpo a nadie de ninguna cosa, ni siquiera a Aldo, la culpa no es una máquina del tiempo para volver atrás y no hacer lo que hiciste, la culpa sólo sirve si eres católico, y en La Broa todos éramos hijos del diablo”.

Nos dice Manuel L. Martín Correa en la revista de Redes que la niña Valme, Mauri, Nico, Alberto, Regla y muchos otros forman el coro de voces de la tercera clase, los chicos de La Broa; y son hijos de un espacio geográfico (cualquier ciudad de la desembocadura del Guadalquivir) en una barriada también de tercera clase, que ha ido conformando sus caracteres, a la vez que los convierte en víctimas; porque esa patria de su infancia de coger cangrejos (coñetas) y sus juegos en la playa, va desembocando en una cotidiana ausencia de futuro marcada socialmente por la presencia y protagonismo del narcotráfico: Lo que ocurrió con la niña Valme va de un río, un pueblo orillado y una colmena donde los muchachos se apilan sin propósito… nos dice el narrador convertido en uno más de los personajes y que se autodefine como un profesorcito de clases medias especializado en casos perdidos.

Gutiérrez nos muestra un profesorado quemado, harto de intentarlo con estos jóvenes en los que la educación no está entre sus prioridades. Una de las profesoras nos dice, después de recibir insultos y nadie hacerle caso: “Cómo podría, cómo soportaría nueve meses de combate contra esos canallas que estaban vacíos por dentro, ásperos, igual que las tierras del Peloponeso…En mitad de la algarabía, Valme permanecía allí sentada como un monito, detrás de su pupitre, quizás sentía un poco de lástima de mí, quién sabe lo que pensaba Valme de ninguna cosa”.

En definitiva, un libro para conocer una realidad que desgraciadamente se sigue dando en nuestros pueblos y ciudades, una realidad que pervierte los valores de las personas, más aferradas a lo material porque consideran que en la vida vale más el que más tiene, una triste realidad que hace a los jóvenes querer estar en centros de menores para asegurarse la tranquilidad y el sustento… Dice Bento en una de sus intervenciones: “En el barrio había un padrenuestro: yo no pido perdón, yo no me acuerdo de nada, yo no estuve allí, que llore tu madre y no la mía, amén”.

Me gustaría haber conocido qué tipos de intervenciones sociales y educativas se han llevado a cabo en La Broa, creo que podría ser un excelente referente para el profesorado y agentes sociales que se encuentren en situaciones parecidas.

Puedes ver la reseña completa en El Diario de la Educación, publicada el 29 de enero de 2025.

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