Llevo un par de semanas leyendo con ese placer culpable del reconocimiento un libro llamado Panfleto para seguir viviendo, de un tal Fernando DÃaz (Bruguera, 2007), del cual hablamos en el último programa que hemos realizado en Quieres hacer el favor.
Toda la primera sección del libro contiene un recorrido por una serie de personas que decidieron prenderse fuego a sà mismas, u «oxidarse violentamente», más conocido por «quemarse a lo bonzo».
«El primero fue Thich Quang Duc, un monje budista de la pagoda de Linh-Mu en Hué, se mató prendiéndose fuego en una esquina muy transitada de Saigón, Vietnam». (14)
Eso sucedió el once de junio de mil novecientos sesenta y tres. Escribiendo con letras la fecha completa es como si pudiese dejarla más real y más concreta. Llevo buena parte de la tarde transcribiendo párrafos de varios libros leÃdos estos dÃas, el ejercicio consiste en copiar. Copiar para aprender. Copiar para que las cosas no despasen.
Quemarse a lo bonzo es uno de los temas que tocamos en el último de los programas de Retaguardias (y vanguardias), no como estrategia de lucha, más bien como la última llamada desesperada de quien necesita hacerse oÃr, y además como la excusa para que unos cuantos (periodistas, contadores, tertulianos) se dediquen a hablar de las luchas particulares de un lugar, un paÃs, un pueblo. Esa oxidación violenta, que es mucho más llamativa y noticiosa que la invisible oxidación lenta de las vidas de los que vivimos en cualquiera de los paÃses de esta guerra capitalista.
Tuvimos bastante debate interno (entre Marta, Eva y yo) sobre adentrarnos y cómo adentrarnos en el territorio del suicidio y #quemarsealobonzo, porque cuando queremos hablar de estrategias «micro» para incidir y transformar lo «macro», el suicidio se nos aparecÃa como el gesto de impotencia más grande, todo lo contrario de lo que querÃamos contar en ese programa. Y sin embargo imposible no contarlo.
El libro me lo presta la misma Eva Fernández, que también nos habla de él en el programa.
No sé por qué me gusta ese libro. Porque se caga en la literatura de postÃn, en las palabras bellas que son capaces de crear una onda pero incapaces de provocar un efecto, una verdadera descarga eléctrica; porque el #panfleto es literatura que tiene vergüenza de llamarse asÃ, porque en algún momento la palabra literatura fue secuestrada y utilizada en exclusividad por una serie de personas buenas sin ánimo de molestar, y ése es su lugar ahora, palabras que no joden. Trozos de historias que revuelven un poco, escuecen no más de cinco minutos en la conciencia, despiertan quizá la caridad o la compasión, y al rato se pasa.
#quemarsealobonzo es un tema que me obsesiona desde que nos pusimos a preparar el programa y Eva me pasó ese artÃculo de Germán Labrador, el de las vidas subprime, donde explica la transformación en la forma de contar las historias de vida y cómo se impregna la prensa española de crisis, precariedad, hambre, dolor.
Estas son algunas historias que se contaron en estos meses sobre #quemarsealobonzo en España:
Un hombre en estado muy grave tras quemarse a lo bonzo («los problemas económicos podrÃan ser la causa»).
Una mujer muere tras quemarse a lo bonzo en Barcelona («los Mossos d’Esquadra descartan que haya actuado por motivos económicos»).
Una mujer fallece en Torrelavega tras quemarse a lo bonzo en su bar («Haced lo que queráis porque yo me voy a suicidar»).
Algunas -sin la dedicación que deberÃamos ofrecerle- estamos alerta a las transformaciones que tienen las narrativas de los medios de comunicación sobre las vidas de las personas. Muy poco, muy tÃmidamente, algunas cosas de verdad se empiezan a inmiscuir. Algunas pueden estar criticando la visibilidad mediática de un personaje como Ada Colau. Yo pienso que me hubiese encantado que mi abuela encontrase a una Ada en su deambular vespertino por los canales de TV, hace siete u ocho años.
Mientras tanto, seguimos tratando de incomodar.
Un par de páginas más adelante (de aquella cita), leo:
«Eduardo Miño Pérez, militante del Partido Comunista, se clavó en 2001 un cuchillo en el pecho y luego se roció con bencina que traÃa en un tarro, frente al Palacio de la Moneda otra vez, en Santiago de Chile. En su carta el señor Miño puso: «Hago esta suprema protesta denunciando: 1) A la industria Pizarreño y su holding internacional, por no haber protegido a sus trabajadores y sus familias del veneno del asbesto. 2) A la Mutual de Seguridad, por maltratar a los trabajadores enfermos y engañarlos en cuanto a su salud. 3) A los médicos de la Mutual, por ponerse de parte de la empresa Pizarreño y mentirles a los trabajadores, no declarándoles su enfermedad. 4) A los organismos del gobierno, por no ejercer su responsabilidad fiscalizadora y ayudar a las vÃctimas. Esta forma de protesta, última y terrible, la hago en plena condición fÃsica y mental como una forma de dejar en la conciencia de los culpables el peso de sus culpas criminales. Esta inmolación digna y consecuente la hago extensiva también contra: los grandes empresarios, que son culpables del drama de la cesantÃa, que se traduce en impotencia, hambre y desesperación para miles de chilenos. Contra la guerra imperialista, que masacra a miles de civiles pobres e inocentes para incrementar las ganancias de la industria armamentista y crear la dictadura global. Contra la globalización imperialista hegemonizada por Estados Unidos. Contra el ataque prepotente, artero y cobarde contra la sede del Partido Comunista de Chile. Mi alma, que desborda humanidad, ya no soporta tanta injusticia«. (15)
Eso sucedió el treinta de noviembre de dos mil uno. Lo que pasa no despasa. Lo que sucede es que en 2001 yo estaba viviendo a tres cuadras del Palacio de la Moneda, allÃ, en Santiago de Chile. Lo que sucede es que entonces no tenÃa más que una abstracta sed de justicia que me seguÃa conduciendo del metro Moneda al metro Las Condes para acudir a mis horas de oficina, y de vuelta. Lo que sucede es que Eduardo Miño Pérez se quitó la vida a tres cuadras de donde yo vivÃa y no recuerdo haberlo sabido por los medios de comunicación -aunque lo hayan contado-. Lo he venido a leer en un libro doce años después. Una novela.
Muero de vergüenza por ese hecho.
Una novela. Para algunos, mala novela. Para mÃ, un grito más, un sonido estridente y necesario en la cacofónica canción de los vulnerables, los que antes de prenderse fuego o tirarse por un balcón -en uno de esos suicidios mediáticamente interesantes durante 24 horas- se reúnen con toda su vulnerabilidad, multitud que arde en el combate de la vida, en un cuerpo amorfo y hermoso, una Godzilla ciudadana inmune a las quemaduras, a la oxidación violenta. Resistente, siempre y cuando formemos parte de ella. Esos y esas que, como Eduardo, se suicidaron, ya no pueden.
Carajo, narradores. Narrándola también se forma parte. Lo que pasa no despasa y lo que se cuenta se fija. Un poco más.
muy bueno tu texto. me rechifla el poema, si!
[…] de Miguel, son en esta pieza Eduardo Romanos, Carolina del Olmo, Eva Fernández, Carolina León (importante este post suyo) y Andrés […]
En esta guerra al capitalismo lo más que hacemos es golpearles los nudillos con nuestra cara y salpicarles los zapatos con nuestra sangre.