Carolink Fingers
23.01.2014

Prestadme un título

por carolinkfingers

Volcar el odio sobre alguien que no seas tú mismo es una ideaca”.

Nos gastamos este tipo de cosas en twitter. Twitter es una algarabía. Si alguna vez has ido de cañas de 300 amigos un domingo por Lavapiés, esto se le parece. Ninguna frase suena completa. Las réplicas se multiplican, entrecruzan y solapan. Cada loco con su tema es probablemente la definición más exacta. He escuchado a muchas personas decir que “no lo comprendían” y “no sabían por dónde empezar”. Leo más de 700 cuentas. En mi rutina de freelance, es una ventanita abierta a los demás pero una en la que yo decido qué quiero escuchar. Es como el café en torno a la máquina en la oficina, donde elijo la compañía –y a veces el tema. Muchas veces sólo escucho. Es divertido y enajenante a un tiempo. Mi rutina –la de muchas personas más- es bastante aislada. A lo largo del día, la “cartera de correos” o la vecina mayor que me encuentro en la escalera pueden ser mis grandes momentos sociales. Y twitter. En las largas mañanas de compromisos laborales y en las largas tardes de tareas en casa, la broma, la reflexión, el activismo o la noticia están por ahí circulando sin descanso, hasta que una tiene ganas de hacerlo parar. Hay ratos en que el ruido molesta. En que no sabes realmente cuál de las cien mil conversaciones es interesante para ti. Cada uno habla de sí mismo y te ofuscas. A menudo los problemas que arrastras no tienen una transcripción compartible y estás callado. Pero en un segundo. Te detienes: te encuentras un mensaje muy breve que dice algo parecido a lo que sientes. Te pone frente a un espejo. Te desnuda.

Realmente el twitter que más me interesa es el que piensa en voz alta. El que no tiene escrúpulos en exponerse. El que ayuda al continuum a centrarse en una observación y pone palabras a sentimientos compartidos. Cualquiera, desde su cuarto propio conectado, de repente ha sido capaz de decir lo que uno no sabía expresar. Cuando estás cierto tiempo contando cosas y compartiendo con avatares de los que no sabes nada, esta conversación interminable es una forma de cuidado colectivo.

@manznana me dice que lo de arriba no se lo acredite a ella (o él) sino a @jotamargen. Se lo robo porque me interesa. Porque estoy pensando en la violencia. Porque es uno de los runrunes que llevo. Uno de los temas de “actualidad”. Pero pensando estos días, muy fuerte, en la violencia que nos hacemos.

Dijeron muchas voces –en twitter y más allá- que los vecinos de Gamonal eran violentos. Para unos, condenable. Para otros, motivo de excitación. Una lucha de las DE VERDAD, desde el punto de vista de los que miraban y vitoreaban la organización barrial que ha parado unas obras que nadie quería allí. Una violencia focalizada sobre mobiliario urbano y poco más.

Un día cualquiera en nuestras vidas cotidianas es mucho más violento que un contenedor quemado. El padre de una amiga se encuentra que, con la enfermedad que le diagnosticaron, no sabe si le van a tratar como él necesita en la seguridad social. El marido de otra fue despedido hace un año con un ere, mil quinientas personas a la calle. El transporte público para la que aún tiene trabajo ha bajado su frecuencia en un 40%, eso es un 40% más de probabilidades de perder el tiempo en los andenes o paradas. La nueva subida en la base de cotización que quieren meter a los autónomos. Las sirenas de diversas policías que cruzan las calles con el solo motivo de recordar su existencia. La mujer que limpia la escalera del portal a la que obligan a cobrar en negro, le faltan diez años para tener edad de jubilarse, ha cotizado veinte en su vida. El vecino ecuatoriano que tiene que esquivar a la pareja de nacionales que pide la documentación en la plaza. La familia de tres hijos que debe dejar a los niños en el servicio que se llama amablemente “al salir de clase”, una guardería para chicos de primaria hasta las ocho de la tarde, porque sus turnos son imposibles.

Ésa es la violencia cotidiana de nuestras vidas. Y hay mucha más. La que nos hacemos queriendo o sin querer. Ésa que arrastramos por dentro. Los que no sabemos ni podemos ser violentos. Los que, quizá y a pesar nuestro, hemos mamado demasiada moral cristiana. Los que no sabemos devolver los desplantes de la pija del autobús que te coloca su bolso de ositos encima sin pedir disculpas ni mirarte a la cara, y después nos llevamos la carga de frustración a casa y la tomamos con nosotros. Los que nos machacamos la autoestima y no somos lo suficientemente “viriles” para este mundo. Los que nos negamos a que todo se convierta en la jungla en que lo quieren convertir y sabemos que la ley del más fuerte no conduce a ningún lado.

Pero nos comemos la violencia, burning on the inside. Y tenemos tantas ganas de devolverla.

Violencia es no llegar a fin de mes. Ése, uno de los lemas que gritamos mucho en los primeros encuentros entre todas, hace ya tiempo, se nos ha quedado desfasado. Un millón ochocientos treinta y dos mil trescientos hogares en los que no hay ningún adulto con empleo. Eso es violencia. Y pienso en qué sucede dentro de esos hogares. Cuántas mujeres recibirán la ira del marido frustrado, y cuántas de nosotras dejaremos de cocinar el puto cocido de domingo porque no hay con qué pagar el gas. Y, además, no los leemos en twitter. Y no sabemos cómo encontrarlos, por más que salgamos a gritarlo. Y nos organizamos de cien mil modos, y aún así no sabemos si los estamos encontrando. Quizá sea idiotez alienante, pero leer que otro tiene las mismas preocupaciones -miedos profundos- y se inventa frases para combatirlas puede ser, puede llegar a ser, una forma de ver la salida.

Bueno, esto es una forma de decirme / decirnos que las ocurrencias también las digamos cuando el móvil está apagado. En la calle. En la cola del pan y en la puerta del colegio. Que volquemos el odio sobre el que se lo merece, pero sobre todo que volquemos los cuidados entre nosotras. Que el miedo cambie de bando -como ya está haciendo- y, mientras, no se quede nadie en el camino.

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comentarios

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Excelente!
Esa violencia contenida debería transformarse en algo positivo alguna vez, verdad?
Sin embargo, a veces pienso que protestar y descargarse sólo sirve para liberar tensiones y regresar agotados (y al parecer satisfechos) a la rutina. Nos quedamos sin fuerzas.
Cuando eramos chicos y había peleas entres nosotros, quien más vociferaba y protestaba y reclamaba, después se comía los mocos. El que estaba decidido no decía nada y aplicaba certero una trompada al que le tenía bronca. No sé, tampoco estoy a favor de la violencia, pero si tus hijos sufren y tu no haces nada es que fracasaste ya no como ser humano, sino como animal, como especie que protege y lucha por la supervivencia.
Me gusta mucho como escribes, trataré de pasar seguido.
Saludos!

[…] fideuás, risottos. Reuniones del grupo de consumo. Subir las actas de algunas asamblea, Escribir un tonto post. Y el trabajo remunerado, que me […]

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