Carolink Fingers
29.12.2013

Ola k ase, Retaguardias o k ase

por carolinkfingers

Retaguardias: un término bélico. Una idea en formación. Una palabra que reutilizamos. Un espacio de soldados que, luchando, se mantienen vivos.

Llevo toda la vida -quizá desde los 10 y tengo casi 40- soñando que publicaba un libro. Cada década parecía una empresa más complicada. Escribí y dejé a la mitad dos docenas de proyectos, alguno incluso llegó al ochenta por ciento. En algún momento me di por vencida. Un libro no es para mí, me dije. Eso es de burgueses acomodados. El libro es un producto industrial, hay demasiados, se benefician los editores y distribuidores, la cultura es blablabla. Escribir, no he parado de escribir -en este blog-. Está la cuestión del tiempo. El tiempo necesario para dar de mamar a un proyecto en el que se enfrasca una sola con su singularidad y sus miedos, ése es difícil de dar. Pues el tiempo es un factor, el miedo es otro grande. El de la exposición, el del compromiso con una misma: dos más.

En 2009 me divorcié. Gané en independencia, perdí en poder adquisitivo, y también hubo cosas que cambiaron de lugar. Las que parecían necesarias dejaron de serlo, las que estaban más atrás en la escala de valor se elevaron.

En el transcurso de esos primeros tiempos tras el divorcio –mientras tengo que darle la vuelta a las prioridades, descreo de mi escritura, me encierro en un mar de mocos y lágrimas y trato de averiguar cuál es la puerta de salida-, nos sucedió el 15M. Me asomé a mirar y no entendí nada. Pero la bofetada de aire limpio me llegó. Digo limpio, no impoluto, digo distinto. Me asomé con la nariz un poco arriscada porque no comprendía, pero escuché.

Luego –saliendo de a poquito de mi caparazón- aprendí, como muchas otras personas, algunos rudimentos de la participación política. Las calles, las plazas, la palabra eran nuestras, para algunas por primera vez. Al mismo tiempo, constatamos que tal participación no podía ser entendida como antes. Bueno, antes no la conocíamos, pero de algún modo estoy convencida de que las viejas formas no nos sirven. Estoy “convencida”, pero aquí no quiero hablar de convicciones. Se habla de la necesidad de “regeneración democrática” y otras grandes palabras, pero sabemos que no va a haber tal cosa si, en el trayecto, nos olvidamos de las vidas de las personas, de sus condiciones materiales de existencia.

Que sí, que las asambleas, el conflicto, el diálogo, el encuentro son parte necesaria de esta nueva política. Y salir a la calle, y derribar al gobierno. Somos pequeños soñando con lo grande. Todo lo grande se ve sexy. Todo el horizonte de las conquistas por venir se muestran exquisitamente sexys.

Pero muchas personas comenzamos a preguntarnos –y ya, despacito, había salido del tugurio tortuguil en que vivía-: ¿Recambiaremos a las élites y seguiremos como estamos, con otros distintos abajo y arriba? ¿Correremos mucho en todas direcciones inventando una nueva constitución –ese proceso constituyente del que no paramos de hablar- y olvidaremos cómo hemos llegado hasta aquí? Cuando ganemos, ¿nos acordaremos de qué nos sostuvo mientras tanto? En la participación que ensayamos desde las plazas lo sabemos, aunque a menudo se difumine este conocimiento y las grandes palabras épicas nos deslumbren.

Sabemos que no habrá un cambio real sin cuidados. Sin las prácticas del cuidado, las redes que nos han sostenido y alimentado, los gestos que nos permitieron activarnos un día tras otro. Nos hemos ganado la palabra política y a la vez sabemos que ese cambio no será total y cierto mientras no estemos todas y cada una cuidadas por las demás, en lo que ya llamamos Retaguardias. Estas trincheras permanentes.

En las trincheras resistimos. En las trincheras nos guardamos de los golpes. Nadie hace trincheras, ni barricadas, ni se lía parda, nos dicen. Pero están por todas partes, porque si no, no existiría esta resistencia y movilización que algunos consideran blandengue -pero ni caso-. En las “auténticas guerras” tuvo que haber cuidados, quizá no como los que intento enfocar, pero tendrían que alimentarse, quizá hasta guardarse las espaldas. Habría amistad. ¿Habría fiesta alguna vez?

¿Pero es que esto no es una guerra? Faltan bombas. O casas que se derrumban. Pero nos echan de las casas y un montón de familias cada mes pasan a ser de las que no pueden comprar comida o pagar la luz. Faltan bombas, sí, de este lado. Pero tenemos trincheras.

Desde el momento en que me divorcié hasta ahora –pero viene de lejos-, la guerra contra nuestros cuerpos se ha recrudecido. Yo llegué a entender, muy poquito a poco, que mis problemas personales eran verdaderas tonterías al lado de lo que nos estaba sucediendo. Ésta es la historia que quiero contar. La forma en la que me salí de mí para ver un dibujo más grande. El proceso –no sólo mío, de muchos- en que dejamos de entender nuestros problemas como individuales y propios, y pasamos a hacernos cargo de los problemas comunes. Y quiero contar el proceso de escuchar y “entender” algo, de la escucha necesaria de discursos nuevos (formas de decirnos y nombrar), de salirnos de nosotros para recuperar el espacio público. Pero, también, el de no dejar de ser nosotros, cada uno y una, con problemas individuales imposibles de sacarlos afuera.

En ese espacio de la política que tratamos de inventar, las personas no somos soldados con los sentidos atrofiados y el fusil dispuesto, sino piezas carnosas, consistentes y vivas de una multitud. Construimos, renegadas, trincheras, lugares para subsistir. Y esas personas debemos y podemos hacernos cargo unas de otras, en la retaguardia, para que a nadie le desfallezcan las ganas, para que ninguna se quede descolgada para siempre. Eso se hace entendiendo que la épica ha cambiado de bando.

Ésa es la historia que quiero contar. No me detendré casi nada en esa nueva política, porque ya existen otros textos y otros espacios donde se analiza con minuciosidad. Que es súper importante que nos re-enseñemos lo que era la política. Pero esos textos se olvidan a menudo de que quienes están pueden estar porque tienen una red de cuidados (o forman parte de una). Se olvidan de señalar que quienes no están (de cuerpo presente) quizá es porque tienen personas que dependen de ellos o sus vidas requieren otro ritmo, otra temporalidad. Lo que hacemos al cuidar a los que se suman a un espacio cualquiera es permitirles seguir. Lo que hacemos –en lo concreto, en el tiempo- para sostenernos unos a otros es política.

Como en todo lo que nos atañe, es una cuestión de escalas. Las vidas y las fuerzas son finitas y pequeñas. Todo lo que va a importar aquí es pequeño. Algunos dicen que “insignificante, yo prefiero decir que es sólo pequeño. Aunque lo grande sea sexy y lo pequeño a menudo visto como poca cosa. Lo que aquí voy a escribir, durante los próximos meses, con la complicidad de muchas personas que celebran su existencia, reconociendo la importancia de esas mismas redes, en diálogo con espacios que trabajan estos conceptos y personas que los encarnan, es un libro en el que creo por primera vez en mucho tiempo. Son crónicas sobre las prácticas de retaguardia que nos permiten que esas trincheras existan y se queden. Son relatos sobre esas personas que, viviendo en las trincheras permanentes, no son soldados sino inventores de lo que esté por venir, donde ninguna se queda atrás. Las retaguardias son los espacios en los que nos reproducimos, sin los que las “luchas” no se podrían dar. En ellas, he aprendido la importancia material de los afectos, el modo de evitar el aislamiento, la depresión y la soledad.

Tengo dos hijas. La mayor tiene móvil. A veces me manda un whatsapp al salir del instituto, y sabe que la estoy esperando con algún guiso calentito en casa. Ola k ase, le digo, o me dice. Por lo que sea, este meme de la contemporaneidad nos explica. El cariño y el cuidado puede muy bien empezar por un «ola k ase» entre dos, entre una docena, entre cientos. Nos transmitimos cosas con personas que no son nuestra familia y sí lo son.

De lo que quiero hablar -de lo que estoy hablando- es de estas experiencias compartidas por muchas personas. Entonces, para mí, es importante y necesario –aunque sea pequeño- subir el volumen de ese lugar, de la trinchera callada, resistente y aparentemente calma, porque la vivimos y nos la merecemos.

7

comentarios

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Necesitamos ese libro. sin prisas, pero siento que lo necesitamos. y hurra por esta intro. es una fiesta 😉

Ruwen dice:

Que bonito Carol, escribe bonito o k ase?

carolinkfingers dice:

Gracias por vuestros comentarios. Qué calorcito más bueno. Me va a hacer falta.

Juanjo Pina dice:

Bravo, una preciosidad de post. Y sí, bendita locura colectiva la que me llevó, con el 15M, a aprender cómo NO hacer taaaantas cosas 🙂

Bueno, me trajo también a mis actuales compañeros de batalla. No sacamos poco, aunque hizo falta ver mucha basura mental para aprender a reconocerla.

Pablo Navarro dice:

Deseando poder leer todo lo que tienes que contarnos 🙂

Proyectazo para 2014.

Gracias <3

[…] par de meses. Pues ahora me he empeñado en esto de escribir, en fin, lo que he hecho siempre pero con un objetivo y, sea por lo que sea, me da un poco lo mismo (casi) todo. Quisiera decrecer, pero ya no sé qué […]

[…] lo privado y lo colectivo, están las prácticas de “retaguardias” que intento describir en el libro que me propuse (que avanza, a trancas y barrancas, sobre todo a […]

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