Querido diario,
No sabÃa en qué me metÃa cuando dije que sà a Elena, a su propuesta de empezar un programa semanal de radio dedicado a la literatura. Y tampoco sabÃa en dónde me metÃa cuando dije sà a su propuesta de organizar unas jornadas. Donde me encuentro cómoda es escondida en un rincón de un parque con un libro, o detrás de la pantalla de mi portátil; no tanto entre gente, nunca dando la cara.
Le dije sà porque de sus ideas es imposible tener dudas y porque la sigo a donde me pida. Entonces, tocaba ser consecuente. No tengo ninguna experiencia en organización de eventos ni gestión cultural y a la vez todos los «eventos» me generan dudas. Sobre todo en lo que a cultura se refiere. Un «evento» suele derivar en algún momento hacia la self-promotion y olvidarse de la autocrÃtica. Un «evento» es una celebración, excusa útil para muchas cosas, pero también puede convertirse en un agujero negro de autocomplacencia.
Querido diario, ya sabes que sospecho de todo, y la «sospecha por cada palabra» es precisamente una de las cosas que rescato del desarrollo de la mesa de ayer, son palabras de Natalia Carrero. Un evento puede convertirse en una «chupada de pollas colectiva» -el argot a veces es lo único que rellena el sentido-. Elena me tranquiliza entonces: con nuestros pocos medios vamos a hablar y debatir aspectos de la literatura que nos interesan, o que vertebran buena parte de nuestros discursos semanales en la radio, queriendo o sin querer, y allá vamos.
Cuando pensaba en esos temas y en cómo nombrarlos, salieron las preguntas solas. Elena siempre dice que como periodista que es no puede parar de preguntar. Yo me considero menos inquisitiva ante las personas, pero no ante las cosas. Esa sospecha, por ejemplo, que te hace pensar cuáles son las estructuras que sostienen en sus brazos cualquier discurso. Incluso el nuestro.
Por ejemplo, no era mi intención hacer otro «evento» en el que se marcara la distinción «lo que escriben los hombres/lo que escriben las mujeres». Es una absoluta gilipollez. Pero es obvio que en el tema de la «voz literaria», unos y otras tienen cosas distintas que contar, el recorrido y el campo de batalla no se presenta del mismo modo. Por eso me empeñé en que esa pregunta la tratásemos el dÃa 8 de marzo. Sin ser explÃcitos y sospechando.
«La literatura tiene la misión de cuestionarse las voces dominantes», dijo Rodrigo Soto, y también que las voces que constituyen el sujeto son múltiples, «subir el volumen a unas voces supone bajárselas a otras»: literatura como polifonÃa, como una orquestación en la que a veces el discurso se pega a lo hegemónico y en otras lo cuestiona. «Ser escritor es ya de por sà ponerse al margen de la sociedad», dice Begoña Huertas. La apertura al discurso marginal, el antihéroe o el personaje débil y enfermizo es una de las constantes de la literatura (nos cita a Balzac y Kafka, Highsmith y Kristoff). Begoña insiste en que se debe subir el volumen en la realidad; los escritores y escritoras abarcan todos los temas y voces, la difusión y recepción es la que hace un corte en la literatura.
Y algunos no encuentran el modo de amplificar sus voces. Sobre la misma, hilando lo que han vertido por separado, se me ocurre preguntarles por la capacidad de esa realidad -ese mercado y ese espacio limitado- para limitar, también, la capacidad de los escritores para imaginar y para amplificar ciertos discursos distintos, nuevos, pequeños, etc. Quise decir: en la vida, la diferencia se paga con la etiqueta de disidencia; ¿la literatura está exenta de eso?
También nos llevó, el debate, a la pregunta derivada: ¿se le da otro tratamiento a la literatura de los «márgenes», a la que cuestiona? Es obvio que sÃ. Natalia brindó: «Si hubiese nacido hombre, no habrÃa tenido necesidad de ser escritora», remezclando palabras de Nadine Gordimer. Su reflexión sobre el «muro de lenguaje establecido» encajó muy bien en el contexto que les habÃamos ofrecido para reflexionar, y en mi (Ãntima, poco compartida) convicción de que las cadenas de la literatura permanecen dentro de la psique del escritor, a menudo, sin que nunca consiga visualizarlas ni, por eso, disolverlas.
«No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente», escribió Woolf. Carrero nos ofreció algunas estrategias para subir el volumen a esas palabras; e ideas para subvertir incluso lo que subyace a toda estructura sintáctica.
Elena lo echó todo, realmente todo, a la parrilla, cuando nos proponÃa incorporar a la «literatura», es decir, «subir el volumen» a todos los discursos que no están considerados como tal por el mercado: las conversaciones de la cola del pan y las anotaciones en las esquinas de los papeles. No sabe Elena, o sÃ, que esa estrategia acabarÃa por arreglar uno de los conflictos que arrastro dentro, la ausencia de voz, los cuarenta cuadernos de trabajo, los dieciocho proyectos abiertos nunca completados. Las cadenas y prisiones de toda persona, de todo sujeto, para alzar su voz y hacerla literaria.
A todo esto, sé que esas «cadenas» también son, por su lado, productoras de gran literatura, y asà está bien, mientras pueda seguir existiendo una zona de combate sostenido. La guerrilla era esto.
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Esta crónica corresponde a la primera de las sesiones de Cuando la ficción estalla en el espacio social, jornadas de radio y debate literario que hemos realizado en Traficantes de Sueños. Algunos de estos apuntes son sus voces, literales, pero las más de las veces son mis interpretaciones de sus voces. Con permiso de copia, recreación, distribución y remezcla.
Combate sostenido o conflicto, no?
Está bien enterarse de rebote de qué era eso de #estallido…