Hacía muchísmo tiempo que no me preguntaba si era necesario o no, si era interesante o no, si llevaría a «algo» o no… ponerle un nombre a la clase.
Hace años me planteron el asunto, pero se trataba solo de eso: «Ponerle nombre», y creo que lo llegué a hacer una vez, ni siquiera me acuerdo, pero no le encontré absolutamente ningún sentido al hecho de ponerle nombre a mi clase…. vamos que yo misma no era capaz de ir más allá del mero hecho de ponerle nombre. Después, dejé de planteármelo.
Hoy vuelve a surgir esa idea en mi mente, no fruto de mi propia instrospección docente, que también, sino infundada tras un estupendo día en el Centro de profesores en un curso impartido por Fernando Hernández Hernández, donde plantea la idea de plantearse un proyecto de curso escolar completo, que esté conectado por multitud de aprendizajes, investigaciones, conexiones, preguntas e interrogantes que ayuden al alumnado a conocerse a sí mismo a través de lo que van aprendiendo y que les ayude igualmente a tomar conciencia del aprender y del proceso que les lleva a aprender.
Todo un proceso que puede, por qué no, comenzar con el hecho de ponerle un nombre a nuestra clase.
Bea, durante tres años mi clase se llamó «La casita de chocolate» Todo partió de uno de los proyectos que estabamos desarrollando en en infantil de tres años. Nuestro proyecto lo hicimos sobre los cuentos. Algunos eran tradicionales y otros menos conocidos de autores actuales. Las profesoras que llevamos a cabo el proyecto hicimos adaptaciones de estos cuentos y le elaboramos una marioneta del personaje. Estas adaptaciones resumidas las lleveban a sus casa y las leían en familia. Esto nos llevó a que los niños y niñas escogieran un cuento representativo para cada clase y la mía fue La casita de chocolate. Durante los tres años que permanecieron en Infantil fuimos decorando la clase con los pasajes del cuento. La puerta de la clase se decoró con una autentica casita de golosinas. Puedes imaginar lo que nos dio de si esta idea. Desde ella trabajamos los conceptos topológicos, la vivivenda, la alimnetación… Y todo por ponerle a la clase el nombre, en este caso de un cuento. Cuando loas madres le preguntaban a sus hijos cual era su clase, siempre decían: la mía es la casita de chocolate