American Psycho (Bret Easton Ellis)+El cielo protector (Paul Bowles)+Testo Yonqui (Beatriz Preciado)+El deseo según Gilles Deleuze (Maite Larrauri)+107 páginas de Por el camino de Swann (Marcel Proust)
Imaginad a Patrick Bateman en el desierto. 50 años después que Paul y Jane Bowles hubieran huido de la misma 55th St. para iniciar su periplo de escritores exiliados desde la vulgaridad norteamericana hasta el misterio del Sahara.
Sólo puedo imaginarme a Pat Bateman tratando de subir a la duna más alta con sus zapatos italianos relucientes a pesar de la arena, pensando en despedazar con la precisión de un forense a las tres hermanas de la leyenda Té en el Sahara.
Pero después me imagino a Jane Bowles disfrazada de niño bereber seduciendo a Bateman y vengándose de todos sus miedos con él. Encerrándolo en una cobacha de techos bajos en la aldeucha del Sâb, privándole de toda comodidad, haciéndole enfurecer, tratando a Pat Bateman como lo que es, un niñato sumiso que sólo ha llegado hasta el desierto para chupar las babuchas de Jane. Jane paga las facturas, le enciende los cigarrillos, le ofrece tabaco pero jamás le compra un paquete, consigue que el deseo de fumar de Bateman dependa del deseo de fumar de Jane. Jamás responde a sus preguntas directas. Consigue que Pat acabe suplicando que Jane lo sodomice con su dildo prototipo de cuero trenzado africano. Y así. También comparten la crema hidratante.
Después, Jane se hace la indiferente mientras lo pasea por la casbah haciendo valer todo su saber inútil de intelectual que se cree muy importante, ignorado deliberadamente a Pat. Poniendo en juego su desprogramación de código genérico, dispondrá de todos los orificios de Bateman como le dé la gana. No se inmutará ante la irritación de Bateman y moverá la cabeza asintiendo, mientras mira para otro lado y dice: “Sí, sí, sigue, que sí que te estoy escuchando”. Lo tendrá bien a sus pies.
Me imagino también a Jane Bowles saliendo entonces del Sahara, dejando a Bateman con la palabra en la boca. Llegando a Málaga y tratando de desvivirse, no por nadie, sino en general. Tratando de ser una cualquiera, de borrarse “con” el mundo, pintando las paredes de rosa, como la Pantera. Acaba de cumplir 37 años y tal y como lee en el cómic de Alison Bedchel, Fun Home, que alguien le regala en la cena de celebración: “Una sabe que ha alcanzado la madurez cuando comprende que ya no leerá En busca del Tiempo Perdido”. Como entre sus obsesiones está la de parar el tiempo, Jane emprende el proyecto personal al que llama “Leerse el puto tocho de Proust”. Decide leerlo en castellano. Compra el primer tomo, Por el camino de Swann, edición de Alianza, traducción de Pedro Salinas, un poeta al que admira.
Al llegar a la página 107 vuelve a empezar, ya que ha comprendido de golpe dos cosas: 1.- Leer En busca del tiempo perdido genera cosas insólitas. No es sólo lectura. Es algo casi más fuerte que la vida. (Exageración) 2.- Proust pone en evidencia todos los tópicos acerca de la insidiosa definición “Literatura Femenina o de Mujeres”: escribe minuciosamente sobre lo doméstico, morosamente, cursi, se reboza en el detalle, difumina las fronteras entre tiempo y espacio y pone siempre en primer plano lo emocional frente a la épica (Inexistente).
O Marcel era una mujer o algo falla en la categorízación.
En la página 211 de la segunda vuelta, Jane conoce a Virginie, de la que se enamora. Gran historia de amor. Años después, escapándose de su asilo psiquiátrico malagueño y en una separación de las muchas que vive con Despentes, Jane volverá a Nueva York, llegará a una de las fiestas del garito favorito de Bateman, el Nells. Desconcertada, vestida con una bata fresca que le proporcionaron en el psiquiátrico con el logo verde desvaído de la Junta de Andalucía sobreimpreso en la pechera. Alucinando, esnifando coca en los servicios, vistiendo de Martin Marguiela, con el rastro de su última víctima en la ropa. Así encuentra a Bateman, quien meterá a Jane en un taxi y la llevará a casa.
Al llegar al apartamento de Bateman, Jane, mirando el teléfono, le hará una mamada a larga distancia pensando en Virginie. Mientras Bateman finge el orgasmo, Jane se volatiliza y desaparece atravesando el tendido de fibra óptica que cruza subterráneamente el Atlántico Norte hasta personarse en el distrito XIV, barrio de Belleville, ciudad de París.
El desierto es enorme, pero en él nada se pierde. Las cosas aparecen a veces meses más tarde.
Lo mismo pasa en la memoria. Y en la imaginación. Que es la misma cosa.
Algunos Fragmentos de la Pasta Base
“Miró la luna, todavía muy pequeña, pero ya mucho más crecida que la víspera. Y se estremeció un poco, con su bolso sobre el pecho. Le dio un placer momentáneo pensar en ese pequeño mundo oscuro, el bolso con su olor a cuero y a cosméticos, que se interponía entre el aire hostil y su cuerpo. En él nada había cambiado; los mismos objetos se entrechocaban en el mismo caos limitado, y los mismos nombres seguían representando las mismas cosas. Mark Cross, Caron, Helena Rubinstein. “Helena Rubinstein”, dijo en voz alta, y eso la hizo sonreír”.[1]
“Pesas libres y trabajo con el Nautilus me quitan la tensión. Mi cuerpo responde adecuadamente al ejercicio físico. Sin camisa, estudio atentamente mi reflejo en el espejo de encima de los lavabos del vestuario de Xclusive. Los músculos del brazo me arden; tengo el estómago lo más tenso posible; mi pecho es de acero; los pectorales, de duro granito; los ojos, blancos como el hielo. En mi taquilla del vestuario de Xclusive guardo tres vaginas que recientemente les rebané a varias mujeres a las que ataqué la semana pasada. Dos están lavadas y una no. Hay una horquilla sujeta a una de ellas; una cinta azul de Hermès atada alrededor de mi favorita[2]”.
“El resultado de una aplicación colectiva por parte de las biomujeres de estos ejercicios podría tomar la apariencia de una huelga de género, algo que conduciría progresivamente a una reprogramación total del orden social. Se trata de dejar de hacer aquello que tu género prescribe, de abandonar, por ejemplo, los espacios de victimización, del cuidado, de la dulzura, de la seducción, de la disponibilidad, de la escucha, para los que las biomujeres hemos sido farmacopornográficamente programadas desde la infancia[3].”
[1] El cielo protector, Alfaguara, Madrid, 1993.
Publicado por primera vez en 1949.
[2] American Pshyco, Bret Easton Ellis, Anagrama, Barcelona, 1991.
[3] Testo Yonqui, Beatriz Preciado, Espasa, Madrid, 2008.