Anotado el 4/4/2017 en mi cuaderno
«Impone comenzar a escribir en este cuaderno. Es como si me debiese esforzar en encontrar palabras más verdaderas -además de una mejor caligrafía-. Sólo una cosa para empezar: en treinta días estará publicado el libro que vengo acariciando los últimos cuatro años. En el último tiempo, en estos doce meses, más bien lo tuve que aporrear para que saliese de mí y cobrase vida autónoma. Nada de esto habría sido posible si no me hubiese topado con un editor al que le interesaron las pocas páginas buenas del primer borrador. Hace un año ahora, contestó: “Picoteo aquí y allá y me gusta lo que leo. ¿Cuándo tienes previsto acabarlo?”. Y no tenía ni idea.
»Me atreví entonces a tomar aquellos prejuicios que me habían puesto en marcha, y a perseguir con más firmeza el registro de voces y experiencias que podían desafiarlos. Pude haber sido más ambiciosa, siempre. Pude haber ido más lejos, con más comunidades, sujetos y preguntas.
»Pero, por otro lado, enfoqué el asunto con una urgencia nueva, traté de sistematizar lo que había observado, coleccioné los fragmentos que pude acometer durante los siguientes cuatro meses y, puestos en secuencia, decidí que estaban ahí representadas las partes imprescindibles de un coro, desde el movimiento a lo quieto, desde lo más visible a lo más privado, y desde lo político a los cuidados.
»Así fue como en septiembre consideré que tenía un primer libro. Y entregué. Había dejado fuera muchas cosas: porque los ejemplos que podía recoger se esfumaban o volatilizaban con el paso del tiempo o porque, en mi prisa por concluir en los meses de verano, en los que alejé a mis hijas a cargo de otras personas para poder escribir, no me vi capaz de abordar más.
»He aquí una trampa de este libro: la selección recogida habla de azar, de voluntad, y también habla de impotencia (no pude recoger la historia de María José, por ejemplo, ni la de Fátima).
»Llegado un momento, en ese recorrido productivo e improductivo de reconsiderar los cuidados EN el interior de la política, me encajaba todo activista social y toda persona en trabajos (remunerados o no) de cuidados. Para mí eran potencialmente lo mismo.
»Por eso la colección no podía estar completa sin las personas que encarnan el cuidado en su doble vertiente, de trabajo y de compromiso con los otros…»
8 de abril
«Me sacude progresivamente el pánico (…)
»He de saber que el libro provocará olas y que podrán venir a mi favor o en mi contra».
14 de abril
«Hoy es viernes y me divierto sola… Limpio, escucho música y releo partes del libro. Me congratulo en la colección, y en alguno hallazgos que tienen sentido en la secuencia de capítulos. Hay un temón ahí, hay buenos melones que se van a abrir con la publicación. Sólo he de ser capaz de defenderlo…
»¡Tengo ganas de que se lea!»
15 de abril
«Anoche lloré a moco tendido (…)».
Habiendo leído y comentado libros ajenos durante los últimos quince años, como actividad remunerada a veces y como «activismo» muchas otras, sabía que una vez lanzado el libro dejaba de ser mío. Bienvenida al tobogán de la publicación.
Bienvenida a formar parte de un catálogo exquisito, a presentarte en medio de un montón de autoridades, a dejarte mimar por los editores. Todo un mundo desconocido.
Bienvenida a la era de lo inmediato. Sin sorpresa. Mal que mal, llevo siete u ocho años en twitter. A los medios, de los que formé parte hasta 2012 aproximadamente, a esos sí que no los entiendo. Pero desde hace dos años trabajo como librera, así que esa circunstancia, en un privilegiado lugar, me hace poner mi texto en relativo.
El libro, Trincheras permanentes (Pepitas de calabaza), apareció el 3 de mayo, con el mismo título que le puse hace varias primaveras, todavía en el calor de las movilizaciones recientes.
El día 1, día del trabajador, di mi primera entrevista, me la hizo Peio Riaño en El Español. (La misma amiga que me había regalado el maravilloso cuaderno que estrenaba en abril me hizo la «foto promocional» que ha rulado en las últimas semanas, en su corrala después de un almuerzo-encuentro que no se ha podido repetir después).
Cristina Consuegra, colaboradora en la radio Onda Málaga, se entusiasmó al poco de salir el libro, me hizo esta maravillosa entrevista el viernes siguiente.
Rocío Niebla, en el contexto del sexto aniversario del 15m, me hizo una entrevista pausada y asíncrona para La Marea, que quedó así.
El día 20 de mayo llegó la presentación en Traficantes. No podía haber estado mejor acompañada. Silvia Nanclares, Eva Fernández y Marta Malo son responsables en cierta medida de lo que ha terminado siendo ese libro. Me trataron con excesiva indulgencia, pero sé que no, que hablaban de veras. Todavía me escucho este audio para recordar qué cosas valiosas encuentran en el texto algunas personas muy queridas. Ellas y otras.
Siete días más tarde, comenzaba la Feria del Libro en Madrid. Diecisiete días casi sin interrupción de atender y gestionar caseta. Varias docenas de ejemplares firmados «en el ejercicio de mis funciones». En la nube del trabajo rutinario y veloz, gratificante, a la vez tenía que llevar en los hombros una publicación. De entre todos los títulos, más de cien expuestos en la caseta, el mío. Sólo una vez le dije a alguien que se llevaba el libro que yo era su autora. Situación curiosa.
En esas semanas, algunos medios se interesaron por el libro. Aparte de lo explicitado, tres.
Eudald Esplugà escribió esto para Playground.
Jose Medina me entrevistó en La Mundial de M21 Radio, en un programa muy completo con representantes de asociaciones de empleadas de hogar, y con mi querida Rosa Jiménez, responsable del proyecto La Escalera (no coincidimos, porque José grabó la entrevista con un estupendo café previo a entrar al trabajo).
Elena Marqués y Lola Almeyda (qué casualidad, la segunda es mi madre-la-mejor-poeta-del-mundo) me entrevistaron en su programa La Inopia de Radiópolis.
Aparte, me encontré con un género periodístico desconocido hasta entonces para mí: el artículo que se escribe como glosa de un artículo que trata un libro, sin haber abierto el libro. Me salto el enlace, éste es mi blog.
Pero además estas semanas fueron las de recibir comentarios de generosidad infinita, de quienes se pusieron a leerlo tan pronto como salió.
Reseña de Juan Lara, “Silvicultura radical” (he de decir que ésta me gusta mucho, mucho).
Reseña en Goodreads de Gaelx.
Reseña de Eduardo Irujo en Katakrak.
Las agradezco todas. Y mucha, mucha gente ha mencionado, troceado y citado partes del libro a medida que leía, como Gacela1980 o fmiz.
La librería Cazarabet, a la que no conocía, está en Mas de las Matas (Teruel) y cuida un archivo muy curioso de entrevistas a autores. Pasada la feria, pude contestar a sus preguntas y quedó así.
No agoto el recuento, porque han habido muchos otros comentarios que no tienen forma de reseña, que me han llegado en privado, en mensaje, en comentario al margen, en guasap y telegram. En bendito chismorreo. Me pasa en la librería, al menos una vez por semana, que alguien me comente la lectura. Recibí todas estas muestras desde lectores y lectoras sin creerme realmente que estaban sucediendo, mientras trabajaba y me afanaba. Ser autora es raro.
En las últimas semanas de junio, pude arrancar dos tardes para nuevas presentaciones, en La Otra de Valladolid y en la aldea gala de Móstoles, en Delirio Libros y Cómics (que tiene, de algún modo, protagonismo en el libro). En ambos encuentros pude discutir con gente que recogió este guante, más o menos atinado, y sentía que le apelaba en algún sentido. Me siento muy privilegiada por ellos.
Ah, me pidieron un artículo (a mí, que hace como cuatro años que nadie me pedía una colaboración); y pude vivir de primera mano la experiencia de contar las tesis del libro en un formato de «conferencia», gracias a la invitación de Nacho Moreno para el curso «Regeneración urbanas y arquitecturas vitales sostenibles con perspectiva de género» en el marco de los Cursos de Verano de la Complutense, en El Escorial.
Con todas las dudas, vacilaciones e inseguridades que me son propias (ese síndrome de la impostora que Silvia mencionó, en este contexto, me sobrevenía con creces), llegué ante esa estupenda audiencia y dije: «Mi vocación frustrada es la filosofía» (ojalá lea esto mi profesor del COU, ojalá).
Intenté un tanteo algo más avanzado sobre la relación entre política y cuidados, más allá de lo desarrollado en el texto impreso -sabiendo que, salvo por discursos del feminismo post-operaista y algunas feministas que han desarrollado crítica a la teoría política, poco hay donde agarrarse-, y en el transcurso de la charla propuse:
Nos podemos atener, otra vez, a algunas «verdades no examinadas» a las que vamos a dar la vuelta. Se supone que:
– la política transforma realidades a partir de la acción de los «iguales»;
– la política se realiza dejando lo privado aparte, guardado y no reconocido;
– la política está hecha por seres independientes y autónomos que tienen sus necesidades (de reproducción vital) cubiertas «en otro lado».
Era fácil recambiar los conceptos y ver que:
– los cuidados transforman realidades, produciendo que los sujetos nazcan, crezcan y se desarrollen obteniendo todo lo necesario para actuar en el mundo -pero aquellos sujetos que los proveen están en franca desigualdad de derechos.
– los cuidados se dan y reciben en lo privado, aunque su incidencia es directamente en lo público, produciendo condiciones de posibilidad para que algunos actuén en el mundo; incluso produciendo condiciones para los propios procesos políticos;
– los cuidados se dan entre seres interdependientes que, desde sus prácticas y sus discursos, saben que la atención a las necesidades (a los problemas personales y vulnerabilidades, además de a las cuestiones materiales) forman parte de nuestra interacción social y de nuestro ser (político) en el mundo.
Apuntes para una futura fenomenología de los cuidados, que quizá llegue a componer para 2050.
No voy a decirle a los lectores lo que es o lo que no es el libro. Es el libro que yo quería escribir, en el que me vale por igual la experiencia de un activista a pie de calle de la PAH que la de una mujer de cincuenta que acoge a niños que se encuentran en situación de riesgo. Es un recorrido que tiene una tesis -una que se hizo a medida que se escribía-; es un recorrido feminista que no dice tres veces por página «patriarcado»; y es un recorrido en el que el sujeto que investiga no se puede sustraer y juguetea con su propia vida / experiencia / pensamiento. Es un recorrido que, con aciertos grandes o pequeños, ha confiado en la literatura como herramienta.
Que está en manos de los lectores, de las lectoras. En estas últimas semanas, cuando el agotamiento se sumaba a cierta tristeza por que «el libro» dejase de interesar (ya se me ha pasado), Laura Freixas escribía esto:
Leído: "Trincheras permanentes" de Carolina León. Sobre intersección política/cuidados. Interesante aunque algo deslavazado @pepitaseditora pic.twitter.com/sXcut7aJtW
— LauraFreixas (@LauraFreixas) July 24, 2017
Que yo le agradezco, riéndome.
El recorrido del que hablo -y del que da cuenta el libro- no ha sido sólo escritura. Igual que la política, la economía o la ciencia no la pueden hacer seres autónomos y angelicales que siempre son sostenidos por otras, la escritura tiene una base material. «El cuarto propio» ha significado por ejemplo, en estos cuatro años, seguir criando sola a dos niñas, que hoy son (lo que quieran ser) increíbles; mientras, he cultivado docenas de amistades en un contexto hostil, a la contra de la privatización de nuestros afectos; he sobrevivido escribiendo webs por encargo a 20 euros la pieza; he hecho malabares indecentes de los que todos nos hemos acostumbrado a hacer; he logrado vincularme y trabajar en colectivo, con mayor o menor acierto, en asuntos variados -aunque haya enfocado mal la energía-; me he sumergido en un colectivo que tiene veinte años de existencia y debo hacerme cargo de tantas cosas a la par que aprender y ser humilde en un oficio, dicen, al borde de la extinción (¡pero cuánto nos divertimos vendiendo libros, pardiez! ¡qué edificantes nuestras charlas con la clientela que está tan huérfana de sentidos como nosotros!); a la vez y en este recorrido, toda la energía exterior se hubo de volcar en un «asalto institucional» del que algún día tendremos que reflexionar a lo largo y a lo ancho («porque esto de los cuidados ahí, quizá, no entra»); mientras, apostaba por tratar de aportar un grano de arena a un recambio de valores completo, al que sigo dando vueltas; mientras, he tratado de cuidar a mujeres que, amigas, se han encontrado con acosos personales, porque nuestras instituciones son machistas hasta el tuétano; mientras, lo pensado se nutría de lecturas que realizaba a matacaballo, en la madrugada, sin tiempo para digerir, sin apenas tiempo para anotar; y mientras, mi deslavazada vida proseguía, que no me considero mejor que ninguno de los protagonistas de mi libro; y mientras, el libro conseguía salir. Deforme. Malogrado. Lo amo tal cual es.
Claro que sé que un texto se ha de defender por sí mismo.
Mi vida es deslavazada, dentro de lo que cabe bastante privilegiada. ¡La celebro! ¡He conseguido publicar un libro! ¡No se adscribe a un género, no acepta una etiqueta clara! ¡No va del asalto institucional ni de una alcaldesa retrógrada a la que aupamos entre todas! ¡Y no habla de los representantes, es verdad, porque la política es algo que tenemos que distribuirnos como nos han distribuido la precariedad! ¡Es hijo de la puta precariedad! ¡Y queremos mejores vidas, pero mejores vidas puede querer decir querer menos cosas! Yo no tengo cosas.
Mi vida es deslavazada. Tengo 43 años, una licenciatura que nunca me ha servido para nada, doscientas mil lecturas poco estructuradas y muchas lagunas intelectuales. Una tendencia a lo mental importante, un apasionamiento por la escritura de mis semejantes y una fe en la escritura como vía de conocimiento, con sus imperfecciones, con su deslavazamiento. Y amigas, muchas amigas.
¿Pueden nuestros textos ser mejores que nuestras vidas?
Eso me vengo preguntando estos días. Y ahora apago y me voy.