Estoy harta de que salir de casa siempre conlleve gastar. También de que quedarse en casa consista en lo mismo. Estoy harta de que mi «estabilidad» penda de un hilo y de que el equilibrio no sea más que una ilusión, como para tanta gente. Estoy harta de la vuelta al cole, de su demagogia barata, de la disciplina consumista que impone y de la propaganda de docilidad. Estoy harta de que el colegio sea un aparcaniños para muchos de nosotros, que no podríamos dar a nuestros hijos ni remotamente un precario bienestar si no fuese por los colegios, porque sin acudir a un trabajo, sin atender a unas obligaciones, sin limpiar la casa ajena -aunque esta casa sea una empresa de diseño industrial de las maravillas-, no tendríamos con qué poner a la noche un plato de sopa delante de ellos. Estoy harta de la espiral que supone todo esto, de saber que los profesores se parten el lomo y les están recortando en sus exiguos derechos cada curso, cada mes, y de saber que pelean por nuestros hijos lo que no pelea ningún puto administrador de la cosa pública. Estoy harta de sentirme un limón exprimido. Estoy harta de personas que carecen de la más mínima cultura política, de los que lo saben todo, y de los que en una reunión de vecinos o del ampa no saben hablar de otra cosa más que de sí mismos. Estoy harta del clima, que no cuaja. Estoy harta de los que creen que todos, los demás, debemos pensar como ellos, y miran por encima del hombro a quienes defendemos otra política, una que no sabemos cómo es, una que quizá hay que inventarse, pero que no se adscribe a las siglas de nadie. Estoy harta de mí misma cuando hago eso, no escuchar y pensar que los demás están equivocados. Estoy harta de que se nos ningunee a los que acabamos de llegar a la lucha. Estoy harta de que la lucha sea un territorio hostil con horarios imposibles para nosotras que cuidamos. Estoy harta de que no se entienda como un territorio de lucha precisamente el espacio en que cuidamos, el cómo lo hacemos. Estoy harta de que me metan en una clase. Estoy harta del mantra del emprendimiento, y de ofrecer mis hijas al burdo capital y a la disciplina del obrero sin futuro, ya mismo, pasado mañana. Estoy harta de las mujeres de mediana edad, la mía, que te clavan el bolso al sentarse a tu lado en el autobús, un bolso de cien, de mil euros quizá, ni acordarse de una disculpa, y su retahíla subsiguiente para quejarse del deficiente servicio de transporte público, que ellas no saldrán a defender. Estoy harta de esa señora mayor que se queja de que por culpa de nuestras manifestaciones no puede tomar el autobús un día de cada tres, y no sabe esa señora que ella tiene una jubilación que también estamos defendiendo y la de sus hijos y la de sus nietos. Estoy harta de los que preguntan «¿y dónde está el 15M?» para aquella o esta cosa. Estoy harta de que el maldito gobierno aproveche el shock para colarnos todas las reformas ideológicas posibles de control sobre nuestros cuerpos. Estoy harta de que ese tío, y aquel, y aquel, me mire a mí o a mi hija como a pedazos de carne. Estoy harta de que no se entere de que es un pedazo de carne él solito para el capital. Estoy harta de que nos chupen la sangre, diez céntimos más en el pan, cuarenta en el metrobus, cuarenta euros en la factura de la luz, sesenta y cinco en los libros de texto. Estoy harta de que eso se viva con culpa. Estoy harta de que tan pocos seamos capaces de entender que no se trata de quejarnos por lo que nos pasa a uno, a nosotros. Que si pasa en el mundo, también me incumbe a mí. A nosotros.
Estoy harta de sentir que nos incumbe a nosotros pero no a los demás, a tantos de los demás. Estoy harta del verdulero de la esquina, o el ferretero, me da igual, que se da prisa en desvestir a la osa de Prosperidad, una maldita osa que nadie había pedido en el barrio, y que me gusta ver travestida de cualquier cosa, según la ocasión. Estoy harta de que nos pretendan privatizar el espacio público, tanto que sólo podrás pisar las aceras si vas rapidito de una tienda a otra. Estoy harta de no tener suficiente tiempo para mis amigos, para la asamblea, para mis pasiones, para las pasiones de las personas que me importan, para mis hijas, para los hijos de los demás. Estoy harta de la demagogia barata en ciento y un mil temas, en las parrillas informativas de todos los diarios y canales, del ninguneo de lo que hacen las personas que no tienen dinero y tienen superávit de dignidad. Estoy harta de que no se reconozca. De que el clima se diluya. De que nos miren como a idiotas o a alucinados -que quizá somos-. Estoy harta de la policía y su violencia, sexista y toda la demás. Estoy harta de… A veces nos pasan cosas estupendas, y a veces se consiguen cosas maravillosas.
Estoy harta de que los suicidios siempre caigan del lado de nosotras.
¿Y qué me dices de esa sensación de que desde algún sitio elevado, asisten a nuestro peripecias vitales de ratoncitos de laboratorio , y sonríen?
Si afinas el oído casi se puede escuchar «¡Hay que ver cómo aguantan estos pringaos!»
Harta de tantas cosas que hay que mirar hacia adelante y montarse en el carro de las personas que plantean alternativas, las hay. Un saludo
Carolina; tienes una gran habilidad para poner por escrito los pensamientos que uno siente y no sabe como expresar.
Uf, qué bien leerlo y no solo pensarlo. Harta.