«… una sociedad formada por personas, «tan inteligentes como sensibles, tan agentes de sus propias vidas como cuidadoras de las de los demás. Si es asÃ, su sexo habrá dejado de ser la variable que determine, al nacer, la posición que ocuparán en la sociedad»
Almudena Hernando, La FantasÃa de la individualidad, citado por Elisa G. McCausland en el ensayo «Mis problemas con las Wonderwomen» dentro del libro RadiografÃas de una explosión (Modernito Books, 2013)
Esta ciudad está cargada de milagros. No es difÃcil verlos. Es más, cada dÃa es menos difÃcil ser parte de ellos. Milagros de andar por casa, milagros seglares. Ventanucos perpetrados para mirar más allá de los ahogos cotidianos y obtener un escorzo de las posibilidades que nos esperan, aquÃ, ahora, mañana, si persistimos, en este cielo en la tierra que nos estamos ganando.
Perdonadme el lenguaje pseudo-mÃstico. Herético, más bien. Ya hemos acordado que uno de los referentes de nuestras revoluciones está en el principio del mundo moderno, en las experiencias de los anabaptistas en la primera mitad del s. XVI. Podemos mirar más atrás. Un dÃa expliqué a mis hijas la historia detrás de la estatua del ángel caÃdo, en el Retiro madrileño, y una de ellas me dijo: «Ah, es el lÃder del 15M». Puede que sea, como recoge Constantino Bértolo en Libro de huelgas, revueltas y revoluciones, el primer revolucionario. Pero más nos sirven los herejes, por ser una respuesta despiadadamente esperanzada a la negación de futuro.
Hay una necesidad y un florecimiento de lo que sucede, de manera coordinada o espontánea, hay una electricidad que cuesta a veces encender y que otras veces nos recorre enteros, enteras, de los pies a la cabeza, de la cabeza a los pelos, poniéndonos a trabajar. En el mismo siglo de las revueltas anti-papales y anti-luteranas, en el mismo momento en que un grupo de idiotas visionarios decidieron ponerse manos a la obra para crear en la ciudad de Münster su cielo en la tierra, otros fenómenos de extraña potencia recorrÃan a los más pobres y más desposeÃdos de Europa.
Dicen que fue una mujer, Frau Troffea, la que comenzó a bailar de manera fervorosa. No me extraña lo más mÃnimo. No me extraña tampoco que a dÃa de hoy conozcamos el episodio como «la plaga de baile» y que aquello fuera inmediatamente condenado como «un mal». Todo lo que sirve para que las personas, despiertas, anhelantes de librarse de sus grilletes, adquieran fuerza y sentimiento de comunidad, es inmediatamente considerado como enfermedad.
Dicen que 400 personas llegaron a recorrer las calles de Estrasburgo. Quizá fuimos 200, hace unas noches, en Madrid: la mayorÃa mujeres. Bailando a la luna casi llena desde la calle Naranjo hasta el centro de negocios conocido como Azca. Un pÃfano, una trompeta, un timbal, unas palmas, unas voces que improvisaban. «Epidemia, epidemia, epidemia». La epidemia de querer desembarazarnos de las constricciones impuestas por los distintos sistemas opresores, puesta en juego, puesta en acto, derivada por las duras aceras de las calles de Tetuán, escoltada amablemente por una parejita de la policÃa de esta ciudad que no, no se niega a los milagros.
Una, dos, decenas, centenas, habÃamos empezado a seguir a una mujer que bailaba, una Frau Troffea que, esta vez sÃ, tenÃa toda la intención de ser seguida e imitada. Una mujer -¿podrÃa ser cualquier otra cosa?- como catalizador de los deseos insatisfechos, del ansia de sacudirnos grilletes, del ahogo provocado por los desperdicios que las instituciones arrojan sobre nosotras, del amor y el dolor y las emociones que deseamos, llevamos, producimos y a menudo no nos dejan abrazar con toda su intensidad. Catalizadora de la epidemia.
Una epidemia vital.
Ladyfest Madrid, ese milagro que aún no hemos ponderado del todo, invitaba el viernes 21 a recrear la plaga de baile de 1518, junto con el colectivo Chico-Trópico: el pasado alumbra horizontes a veces y, si no, nos sirve para inventarnos un futuro. ¿Bailar sobre la tumba del patriarcado? Y sobre la obscenidad de los centros de transacciones y sus dioses de papel, y sobre la inmundicia de los que nos arrojan leyes restrictivas, y sobre la necedad de los poderosos que agreden y agreden y agreden y agreden y agreden nuestros cuerpos y nuestras posibilidades de imaginar.
Minutos antes de empezar, aún mi pequeñez pacata, de una que ha vivido demasiado tiempo en las penumbras, se preguntaba qué podÃa salir de un grupo de hermosos danzantes por el barrio de Tetuán abajo. Minutos después de salir simplemente el mal de San Vito habÃa hecho presa, y también lo hizo con algunos viandantes, con algún grupo de jóvenes sentados en las plazas, con algunos niños que jugaban alrededor de las mesas de bar en las que sus padres bebÃan. El mal de San Vito, la plaga de baile, nos llevó ululando y danzando hasta uno de los muchos Mordor de nuestra tierra, y allà continuamos inventando qué transformación queremos que haga en nuestras vidas esta «epidemia», que se llama feminismo.
Hay infinidad de milagros sucediendo en la ciudad, está cuajada, está desatada de milagros. Hay a menudo una belleza terrible y odiosa en las cosas que somos capaces de hacer y que de tan terribles no somos capaces de mirar demasiado tiempo. Hay infinidad de milagros y no es difÃcil verlos ni formar parte de ellos. Lo realmente complicado es permanecer dentro de ellos.
[…] existencia. Luego hemos aprendido mucho sobre fiestas en las que reverdecemos, como cuando en las romerÃas se da la bienvenida a la primavera, pero en cualquier momento, en pisos con paredes de pladur, en calles tomadas por los hilillos del […]
Ah! el baile, la danza…la expresión más bella de nuestra capacidad de comunicarnos y disfrutar, por tanto revolucionaria. Estamos secuestradas y nuestros cuerpos también.
Me tomo la libertad de compartir un texto que creo está en la misma estela: http://lesbianazulete.blogspot.com.es/2013/02/una-revolucion-en-silencio_10.html