A modo de crónica política-personal de estos doce días en Santiago de Chile.
Después de regresar, después de 8 años sin aparecerme y de la idealización que impone la distancia, creo de verdad que Santiago es una ciudad para la gente que ha nacido aquí, que la sufre por accidente biográfico, que se acostumbra a ella porque no le queda otra. Por ello estoy fascinada con ver, después de tanto tiempo, que el número de bicicletas en las calles se ha multiplicado por 100.000.
Santiago es para la gente que ha nacido aquí o para la que está enamorada. Andar en bicicleta es un acto de romanticismo suicida en esta ciudad (como en casi todas) y solo es posible si estás muy muy enamorada de la vida. De la lucha.
No hago más que escuchar y transcribir, abocetar textos, tratando de no proyectarme y sabiendo que no hay más remedio. No soy de Santiago de Chile pero pertenezco aquí un poquito.
Escucho las historias sobre indignaciones recientes. Me gustan y me asustan, porque el lunes y el martes y el domingo una buena parte de la sociedad chilena está dentro de los malls y no parecen muy indignados. La #acampadacorteinglés, también. Mientras, en mis paseos encuentro pintadas, todo el tiempo, que dicen «No más lucro». Será un único comando, serán miles.
Justo frente a la casa donde me alojo, está la que fue sede de campaña de la UDI en las pasadas elecciones municipales (en la comuna de Providencia). El ahora ex alcalde dijo las siguientes palabras, al conocer que le echaba, de 16 años de mandato, una candidata independiente: “Si quieren cambiar a un gerente por una dueña de casa, es cosa de ellos”.
Esa noche, un par de centenares de mujeres llegaron a esta esquina, ataviadas con delantales y escobas, a gritarle al alcalde saliente “asesino, asesino”.
Muchos de los asesinados o desaparecidos en la dictadura de Pinochet, esa que defiende Labbé cuando le ponen un micrófono, pudieron votar en estas elecciones. “Sin certificado de defunción, la mayoría del millar de desaparecidos que dejaron los 17 años de dictadura de Pinochet están legalmente vivos”. Por primera vez el voto en Chile era voluntario, en estas elecciones (hasta ayer era necesario inscribirse y, después, obligatorio acudir a votar). El registro electoral de esta innovación democrática incluía a muchas personas que ya no están.
No es una broma macabra, y la revolución permantene (visto en un cartel que fotografié en una facultad, en una universidad privada) atraviesa a los vivos y a los muertos.
La participación se ha estimado baja y algún que otro diario titulaba, a posteriori, “La democracia se fue a la mierda”. Claro, lo llaman democracia y no lo es, y quizá es solo el síntoma de la crisis de la representación que por aquí conocemos. U otra cosa.
No paro de decir a mis conterturlios que España se está poniendo al nivel neoliberal de Chile, en tres años, lo que le costó un par de décadas y una dictadura a Pinocho. Vale, exagero. También les digo que nunca más aguanten a un español que venga con airecitos de pavo real. Que, si no junta el hombro en la lucha que nos atraviesa, forma parte del club de los expoliadores (de los que ellos conocen bien).
Otro alcalde ha sido motivo de alegría ácida estos días (es más fácil reirse de estos de aquí que de otras). Se levanta la polémica porque, poco antes de las elecciones, se difunde que va a las colas de comedores sociales y otros sitios a regalar dinero en mano a personas sin recursos. El mismo alcalde (evangélico) tiene carteles colgados en la comuna que dicen “Cristo es más grande que tu problema”. Antecedentes para entender lo siguiente.
Una periodista de un matinal habla con el hombre en conexión telefónica y sucede una entrevista que ya de por sí en grandiosa. Pero en realidad todo esto lo cuento para poner esto:
Mi hit de estos doce días.
Por mucho que digan que la lucha estudiantil, que acaparó tantas portadas durante el año pasado, este año se siente floja, aquí están pasando muchas cosas. ¿Que no se ha conseguido nada? pregunto. Hay tres alcaldes del gran Santiago, de la derecha, que han sido desplazados por otros candidatos, quizá no rojísimos, pero al menos ejemplo de otra política. Sí, claro que cambia y se mueve la revolución permantene. Veo una sociedad muy despierta, muy alerta, que no se deja colar cualquier cosa. Como me dijo una conocida estos días, “felizmente reclamona”. Empoderándose, ¿cachai?
Claro que es lo que a mí me gusta ver.
//Otro recorrido posible por ese Santiago que anduve durante dos semanas://
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