Carolink Fingers
20.05.2012

Autismo cultural

por carolinkfingers

Hay una especie de cultura (en fin, sus objetos, libros, actos, exposiciones…) que, en estos tiempos, se (me) aparece hueca y obsoleta. Admito que siempre estuvo allí. Es la de toda la vida. Es la Cultura: la del Babelia, la de cualquier suplemento cultural (con alguna honrosa excepción). Esa Cultura que nos han dicho que no se potencia ni se infiltra ni se contamina con la realidad y el minuto que lo acoge. Que no es política, por dios, ¡quita, quita!

Eso que acabo de escribir tiene muchos matices. Hace unos meses, un artículo en Babelia, por ejemplo, se preguntaba ¿Deben los intelectuales y creadores expresar sus opiniones públicamente?

La pregunta, para mí, se podría haber expresado en otra forma: ¿Es posible que el intelectual no incida en su realidad y contexto social? Y mi respuesta es que no veo cómo no habría de hacerlo. Cómo podría ausentarse.

Desde hace más de tres décadas (y esto no es post de marketing, apunto que esta idea está ampliamente desarrollada en el libro CT o la Cultura de la Transición, que acaba de editar DeBolsillo/Mondadori y en el cual participo con un texto), en este país la Cultura es un jardín francés, desactivada para dialogar con la sociedad que la acoge y la consume, y así se nos ha dicho que los intelectuales y creadores (siempre “los”) emiten sus productos y son deificados por el Premio, el Suplemento Cultural, la Tertulia Televisiva. La Literatura no debe polemizar sobre los asuntos cotidianos, los problemas de las personas, la política (que es de Ellos, como diría el libro de Bruno Galindo, El Público).

¿Opinaban públicamente los creadores en estas décadas? Sí, por supuesto, siempre lo han hecho. En algún momento de su quehacer se convertían en columnistas de un diario nacional y emitían sus opiniones desde el alto tribunal de su capital simbólico. Diálogo de sordos.

Hay que distinguir, admito, que una cosa es la obra y otra la opinión. Pero que un creador no puede tener la ambición de ausentarse. Se nos pide que entendamos su Obra como Obra, que la juzguemos pura e inmanente, y que no se contamine de la presencia pública de su autor, o con su comportamiento en el mundo. ¿Debe juzgarse la obra de Hemingway a la luz de que era putero? Ah, pues yo creo que sí. ¿Debo leer a Knut Hamsun olvidándome de que simpatizó con el nazismo? Ah, pues yo creo que no. (Los ejemplos se los debo a mis colegas del blog Estado Crítico).

Los críticos literarios/culturales nos hemos visto limitados, pues, en este estrecho margen: sin ser academicistas, sin venir de los departamentos de filología (es mi caso), todo el diálogo con el texto que debía ser la crítica se reducía a las formas, las tendencias (marketing), las marcas generacionales (marketing), el glorioso mercadeo (marketing). Oh, Literatura con mayúsculas, una grande y libre. Es precisamente de esto de lo que hablo en el capítulo que firmo en el libro.

Es por eso que, al descubrir esos estrechos márgenes, al darme cuenta de que tratar de sacar un pie de ellos era recibir una andanada de hostias (póngase: poner en entredicho el valor aquí-y-ahora de una novela sobre los españoles capturados en los campos de concentración nazi, desafecta de verdadero pulso con el drama, plagada de estereotipaciones vacuas), que me fui poniendo a mí misma en un brete, en un caldo de contradicciones entre qué quiero hacer con mi producción intelectual y qué se me permite hacer.

Todo producto cultural está en diálogo con su aquí-y-ahora, lo quiera o no (y mi siguiente dilema, que ya tengo encima, está en esto: sacar el concepto de «producto» de lo cultural, hablar de hechos de la cultura; pero para otro post).

Con todas las contradicciones que pueda implicar, me agarro a un texto del que salen algunas de mis certezas (que son bien pocas):

“Actualmente, por ejemplo, lo ideológico está considerado en general como un factor contaminante que no debe intervenir en el proceso, y ello hasta tal punto que las tres lecturas que hemos tratado de caracterizar al respecto, política, politizada y sectaria, se subsumen y condenan por igual bajo la designación simple de lectura política. Como consecuencia de la ideología hoy dominante, que por su condición de tal se presenta como no-ideología, a modo del “inconsciente colectivo” del que habla el profesor Juan Carlos Rodríguez, el término ideológico se circunscribe a las ideologías antisistema, y más en concreto a aquéllas que se relacionan con la tradición del marxismo revolucionario, originándose así una situación lectora que no deja de ser curiosa en cuanto que las lecturas que se efectúan desde esa ideología dominante jamás son mostradas como lecturas políticas, politizadas o sectarias. Prerrogativas de un poder que, cuando se ve forzado a aceptar que la conciencia del mundo es un aspecto que algún papel cumple en la lectura, se limita a referirse a tal conciencia como fruto de un difuso humanismo del que de forma natural participaría todo lector.” (Constantino Bértolo, La cena de los notables).

Esa es mi forma de leer: el creador parte de unas preconcepciones que ha heredado, aprendido y quizá construido pero siempre a partir de un aprendizaje en la sociedad. El creador emite visiones del mundo. Su producción puede cuestionarse la visión dominante del mundo o no cuestionársela en absoluto, pero en ningún caso es ausente la ideología en el resultado. El lector, el crítico, tiene la función de señalarlas, en cualquier sentido.

Ahora, voy al caso de la cosa, sabiendo que voy a transmitir mensajes mezclados entre Literatura y Opinión. Es decir, aquello que un intelectual emite una vez que ha acumulado cierta cantidad de capital simbólico.

En febrero, el blog Estado Crítico en el que colaboro, emitió su “fallo” de los mejores libros del año. En él, resulto premiado, como mejor “obra poética” de 2011, En la cama con la muerte de Luis Alberto de Cuenca. Para seros sincera, no voté a ninguna de las obras ganadoras este año, salvo a la mejor traducción. Pero así y todo el “acta” la firmamos entre todos.

Luis Alberto de Cuenca ya era un personaje que me resultaba desagradable antes de la portada del diario La Razón (véase). Pero ese día me enfadé. Ya es de risa que un diario como La Razón dedique portadas consecutivas a hablar de algo que supuestamente está muerto o desinflado. Ese día le tocó a los “intelectuales”: todos revelan no entender absolutamente nada de lo que hemos estado haciendo desde hace un año, aunque eso es normal. A mí me duele haber firmado un premio a Luis Alberto de Cuenca. Hablan mis tripas.

El premio ahí está, ahí se va a quedar. Pero yo también voy a invertir mi capital simbólico, no en insultarle a él -eso es lo que ha hecho desde esas declaraciones, bastante inocentillas en realidad, insultarnos a todas las que estamos haciendo algo en las calles-, sino en señalar el hecho. El combate es completamente desigual.

En este país, los intelectuales y creadores no hablaban de su entorno, no se posicionaban sobre los temas de la realidad, no emitían sus opiniones contundentes salvo que se tratara de posicionarse firmes frente al terrorismo. Así ha funcionado la CT. Vamos a matizar: la opinión sí estaba, era siempre la misma. La cohesión vertical así funcionaba. La Democracia participativa, la Transición o la Política obtenían más o menos siempre los mismos debates: ninguno.

La Razón -entre otros- no hace más que coger el testigo de los agentes de creación de realidad que monopolizaban el sentido: ahora bien, la diferencia es abismal. La cohesión es ninguna. No se puede entender más que como un pataleo derechoso en diálogo con nada. Ninguna de estas personas se ha bajado de su estrado en varias décadas. El autismo es total. Pero en realidad me preocupa más otro asunto: invertir capital simbólico en señalar un nuevo enemigo. Las personas. Ya no hay un enémigo identificable, vil y unificador como era ETA. Ahora se necesita a la Razón para que cree, artificiosamente, el enemigo, y el ataque es contra nosotras.

Porque no somos otra cosa. El 15M, sí. Soy crítica cultural y activista del 15M. Persona. Que se posiciona al lado, no en contra. Que está produciendo realidad, de un modo bien distinto.

Mientras estos “intelectuales” nos insultan, nos piden que leamos su Obra como Literatura ausente, pura, cristalina, dictada por la musa. Hacerlo de otro modo es Malo. Es Dañino. Estamos mezclando churras con merinas. Pero desde su poder, ellos, altivos y magnos, han intervenido en el imaginario de otras personas para crear realidad. ¿Qué ganaron los que ahí se dejaron entrevistar? Ah. Más cosas intangibles, supongo. Más alcurnia Cultural.

Bueno, esto ya no es CT (Cultura de la Transición). Quiero decir es que es una artificiosa creación y no recoge ningún consenso. El 15M no da miedo. Ni tampoco tenemos miedo. La Razón es un voluminoso chiste diario.

Mi capital simbólico me alcanza para este blog. El premio de Estado Crítico sigue estando firmado por mí y por los demás “estadistas”. No he leído nada de Luis Alberto de Cuenca y no llegaré a leerlo, me imagino, habiendo tantísima literatura en el mundo que me habla y me apela y dialoga con la realidad y el contexto en el que estoy inserta. En el que ellos y ellas que escriben están insertos. Literatura no autista. literatura con minúsculas, diálogo y fusión y esperma y sangre y bichos con patas. literatura hallada en los contenedores de basura y en las colas del paro y en la vida que se reproduce. literatura de la vida. somos muchos más y no tenemos portadas. pero eso también está cambiando. o no, pero qué nos importa.

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comentarios

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Juanjo dice:

Me gustaría que le echaras un vistazo a esto: http://romiosyne.blogspot.com
Por tu manera de pensar me parece que puede resultar de tu interés. Muchas gracias.

carolinkfingers dice:

Me ha gustado. Me lo tengo que mirar más despacio, pero sí. Gracias.

[…] eventos se repiten, como nuestros premios anuales -no exentos de polémica- que han recibido más difusión que nunca. Y otros, como la reciente semana dedicada a la […]

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