Antes, tenía un diario de trabajo.
Ahora, este diario de trabajo ha construido sus propios temas.
Antes reflexionaba mucho sobre las nociones de trabajo y no trabajo, porque necesitaba encontrar alguna paz en las tensiones interiores que me procuraba ser trabajadora freelance, repartiendo su tiempo productivo en una enorme serie de identidades, entre lo doméstico y lo público.
Antes reflexionaba mucho sobre las nociones de escribir y vivir como cosas enfrentadas. Ahora están un poco más de acuerdo entre ellas. Aunque no dejan de hacerme scratch de cuando en cuando.
Esos fueron los debates internos de una buena parte de la historia de este blog. No es que le importe a nadie, pero se me apetecía empezar así la tercera reencarnación de algo que nunca tuvo una verdadera forma. Este fue siempre un blog sobre mí misma, ostras, no, era para ocultarme a mí misma.
En ambos debates sé ahora que no he llegado (ni llegaré) a ninguna conclusión, pero en cambio he interiorizado ambas dicotomías en sistemas complejos que no se van a resolver jamás mediante las categorías externas, estereotipadas. Y así está bien. Ni mi identidad como trabajadora la dicta mi salario ni mi identidad como escritora la definen mis libros, de los que no hay ninguno.
Otras palabras fetiche se entrometieron en la deriva de este blog y continuaron dibujando obsesiones recurrentes. La melancolía, y su ciencia apócrifa derivada, melancología, es una. Melancolía y obsesión están íntimamente relacionadas, eso lo sabe cualquiera que entienda el mal.
El feminismo es un concepto recientemente incorporado a este blog, aunque aquí se llama, por joder, la-vida-sin-hombres.
Otros temas se entremezclan, y parecen llegar solos, y se me atoran. El alcance de mis intereses es inversamente proporcional a la dedicación que les entrego.
Hace no muchos días un amigo me preguntó por la razón de que Carolink Fingers se llamase Carolink Fingers. Este, además de lo dicho, es un blog de obsesiones. Y una de las fuentes de mi obsesión proviene de la música. Y una de las músicas que me acompaña desde la adolescencia es la del grupo Cocteau Twins. También a ellos he dedicado entradas.
Creo que todo lo que he hecho desde que tengo uso de razón ha sido intentar algo tan bello, tan arrebatador, como lo que hacía Elizabeth Fraser con su voz dentro del grupo (y después también). Creo que todavía no he conseguido hacer nada de eso.
El tiempo de las mujeres, Ignacio Martínez de Pisón (2003); Dónde las mujeres, Álvaro Pombo (1996), sólo son dos títulos de novelas que quizá sean buenas, no lo sé, pero sin duda se reservan la generalización y el «aparte»; ese grupo, los otros, o aquí las otras.
«La vida sin hombres» podría ser más largo: «la vida sin hombres que nos definan y nos digan qué o cómo tenemos que ser las mujeres».
Gracias por pasarte.
a mí me has arrebatado algunas veces con tu rabia y tu lucidez
🙂
Una deriva muy cercana, mucho. Eso sí, en mi caso (no sé si por joder o no) lo llamaría la-vida-sin-mujeres.
Gracias.