Hace muy poco tiempo que hemos puesto en marcha un proyecto precioso que se llama Recordar TV. Con él pretendemos hacer algo aparentemente sencillo: escuchar a nuestros mayores. Digo aparentemente, porque hay varias complejidades que entran en juego en el ejercicio de escuchar: en primer lugar porque dedicarles atención implica desacelerar y aparcar los tiempos en los que nos movemos habitualmente, abandonar la multitarea (ellos suelen representar a la perfección la idea de hipervínculo analógico, por lo que requieren toda nuestra atención) y, especialemente importante, porque requiere de una empatía considerable en donde nuestro sobrevalorado mundo de teclas, hiperconectividad y progreso, queda reducido a un sinfín de nimiedades. En segundo lugar porque ellos, sobre todo ellas, deben recuperar el valor de contar historias como algo de interés para una generación a la que separan montañas. Y esto es una responsabilidad nuestra, como mediadores y deudores de lo que han vivido.
En cualquier caso, reconozco que siento debilidad por ellos y me inspiran una ternura muy instintiva. Probablemente sea fruto de mi educación y sobre todo por la suerte de abuelos con los que he compartido mi vida.
Empecé a escribir esta entrada porque me apetecía dejar aquí las palabras que le dediqué a mi abuelo Paco en el homenaje que le hicieron hace poco en Santa Marta. Supongo que porque me he quedado con las ganas de hacerle un reportaje como Juanlu o Jessi, y porque pienso en él y en mi abuela Mª Jesús a diario. Supongo que porque les echo mucho de menos. Permitidme que os hable de mi abuelo:
Queridos familiares y amigos:
Hace algunos meses, un grupo de vecinas de la zona de la carretera, lideradas por Josefa Jorge Parra, hicieron una petición formal al Ayuntamiento de nuestro pueblo para que una calle llevara el nombre de Francisco Coca Pastor. Pasado el tiempo y las gestiones pertinentes, hoy nos encontramos aquí para inaugurarla. En nombre de mi abuelo y en representación de toda mi familia, queremos mostrar nuestro más sincero agradecimiento a estas personas y a toda la Corporación Municipal de Santa Marta.Antes de proceder al acto de inauguración quiero hablarles de Don Francisco, algo que es imposible hacer sin referirme a él como mi abuelo. Nació en 1918 en Valladolid y vivió toda su juventud en Salamanca; ese acento fuertemente marcado por las jotas y las eses le acompañaría toda su vida. Es increíble las pequeñas cosas que se echan de menos.
El azar y la medicina hicieron que en torno al año 1946 llegara a este pueblo con la intención de quedarse tan sólo para una sustitución. Pero fueron sus pacientes, la vida tranquila de Santa Marta, el cariño al campo y sobre todo el amor, lo que haría de esta tierra su hogar.
Francisco Coca Pastor se dedicó al ejercicio de la medicina durante 40 años. Es cierto que no fui testigo de esos años, se jubiló siendo yo muy pequeña, pero sé que si hoy estamos aquí para honrar su memoria fue por su trato distinguido, su sentido de la justicia y el cariño a cada uno de sus pacientes.
Me divierte imaginar a mi abuelo, guapo, apuesto, con traje y corbata, pasear con su maletín por las calles de Santa Marta. Me gusta pensarlo en blanco y negro, como la estampa de una película antigua, tomando café en el casino o atravesando la calle del medio. Fantaseo con la idea de que los mismos recovecos y rincones que conformaron su rutina diaria, fueron los mismos que más tarde recorrí en mi niñez. Pasar por los lugares por los que él ya pasó es algo que me infunde mucha paz.
Mi abuelo fue médico en una familia de médicos, hermano, padre y abuelo de otros que como él han querido dedicar su vida a hacer la de los demás un poco más fácil. Decía que yo no fui testigo de su profesión, pero reconozco algo de él cuando observo a mi padre. Sin duda, dos hombres aparentemente diferentes pero con algo en común: un trato impecable hacia el paciente. Probablemente ambos recorrieron un camino, el de la medicina, lleno de buenos y no tan buenos momentos, de triunfos y desengaños, marcado por relaciones de confianza, intimidad y respeto. Médicos de familia en un entorno rural sin nada que envidiar a los grandes quirófanos, pasillos de hospital y bullicio urbano. Médicos de familia que conocen el nombre y el apellido de cada uno de sus pacientes. Médicos que sostienen la mano y curan, sobre todo, con la palabra y la escucha.
Recuerdo a mi padre preguntarle, hasta hace bien poco, cuestiones médicas a mi abuelo y ver cómo rascaba su cabeza como si con eso pudiera agitar su memoria para dar un diagnóstico. Recuerdo oír que acertaba. Recuerdo ver a mi hermana Carmen entrar en ese juego cuando decidió seguir sus pasos. También a Paula, mi prima. Recuerdo la mirada orgullosa de mi abuelo al ver su pequeño legado médico.
Pero mi abuelo fue mucho más que un médico. Solía decir “el médico que sólo de medicina sabe, ni medicina sabe”. Hoy levanto la vista y contemplo orgullosa a las muchas personas que lo apreciaban y que hoy han querido acompañarnos, pero sobre todo veo las caras felices de mis tíos, sus hijos: Sofía, Mariluz, Germán, Carlos y Olga, que agarran con nostalgia la calle que les vio crecer. También a mis primos y resto de familiares, a todos nosotros, de alguna manera, nos enseño a mirar el campo como si de un ser vivo se tratara.
Todos coincidimos en la suma alegría que nos produce saber que el nombre de mi abuelo va a permanecer en la memoria de muchos vecinos de Santa Marta gracias a este gesto. Nuestro mayor deseo es que el día de mañana, cuando alguien pregunte al pasar por esta calle quién fue Francisco Coca Pastor, otra persona sepa responderle: Don Francisco fue médico de Santa Marta. Marido, padre y abuelo. Un hombre de mirada inteligente, saber estar y porte caballero. Un señor con un gran sentido de la justicia, paciente e impaciente a partes iguales, protector, miedoso (siempre preocupado de que no nos pasara nada: «llama cuando llegues hija», «no corras con el coche», «no toques el frigorífico con los pies mojados», «cuidado con bañarte en la piscina sin hacer la digestión»…). Cómplice de gestos cotidianos. Le gustaba el gazpacho en verano y la sopa en invierno. Dormir hasta tarde. Se agarraba la cabeza al pensar. Le gustaba el ciclismo y el Real Madrid. Aficionado al campo, a la aceituna y a los pájaros, sobre todo para almorzar. Cariñoso, cabezota y goloso. De manos suaves y uñas impolutas. Oportuno, leal y generoso.
Pero Francisco Coca Pastor, mi abuelo, fue sobre todo Paco en la boca de su esposa, a quien no puedo dejar de recordar en este día y más ahora que se acerca la fecha de su cumpleaños. Mi abuela, Maria Jesús Alonso Florindo, fue la mujer que siempre estuvo a su lado, su anclaje y su gran compañera. Divertida y dicharachera, mi abuela, como tantas y tantas mujeres, fue el verdadero hogar de su familia. Hoy más que nunca somos conscientes del lugar que ambos ocupan en nuestras vidas y la gran responsabilidad que tienen en lo que somos.
No vamos a defraudarlos.
Es precioso. ¿Es lo que leíste en el acto de Sta. Marta, no?
Gracias Sofía por compartirlo. Re-leerlo me ha vuelto a emocionar.
chacha… me has dejado sin palabras, con los ojos rayados y con un nudo en el estómago! y ahora pregunto: no me jodas que leiste esto en el homenaje de tu abuelo? eres una máquina!
Pues… más nietas como estas para recordar a más mayores. Felicidades So, me gusta tanto el post como el discurso =)
No sé por dónde empezar. Lo siento, enhorabuena…. Tu abuelo era tío de mi padre, también médico ya jubilado. Rafael Cabezas Coca. Hace muy poco, y a raiz de la muerte de mi marido contacté con uno de tus primos y me contó su fallecimiento. Iré a esa calle y me sentiré orgullosa.
Es precioso tener estos recuerdos de un abuelo, me ha encantado. Besos
Vaya con tu abuelo y su compañera, que bien lo hiciste Sofía, recordar así es de buena persona y mejor nieta.
Te lo dice un abuelo que desea serlo mucho tiempo.
Un besazo
Siempre me quedará la pena de no haberlos conocido.
pd. Gran texto 🙂