Isolda
¿Sigues oyéndolos?
Yo ya no los oigo, de lo lejos que están
Brangäne
(Escuchando con atención)
Aún están cerca,
los sonidos llegan claramente.
***
Obertura:
Ayer jueves 19 de septiembre padres, madres, alumnos y profesores volvimos, por enésima vez, a ocupar las calles de Madrid para gritar contra el deterioro de la educación pública, no ya sólo en la Comunidad de Madrid como el año pasado hicimos otras tantas veces, sino ahora ejecutado de manera orquestada en todo el territorio nacional. Una vez más la marea verde invadió el ya tópico recorrido de Neptuno a Sevilla/Sol, en una procesión laica e indignada, alegre y triste a la vez, cantando consignas cargadas de rabia e impotencia, pero a menudo con un agudo sentido del humor, siempre síntoma de inteligencia.
La experiencia del curso pasado fue extrema e intensa (12 jornadas de huelga, encierros, asambleas, etc.). En ella se gestó una respuesta contundente y emocionante por parte de los profesores, que quedó simbolizada por unas inofensivas camisetas verdes y en la que se desafió no sólo a la administración educativa, sino también a unos sindicatos aún con el paso cambiado y que no supieron recoger aquel increíble impulso, ni asumir como propias las nuevas metodologías organizativas aprendidas del movimiento 15M. Todos los que participamos de aquel momento mágico fuimos testigos de una vivencia irrepetible que, por más que mi visión de optimista patológico se empeñe en mantener viva en la memoria, fue desgastándose poco a poco, a fuerza de silencio administrativo, amenazas y represalias indiscriminadas y, el más destructivo de los venenos, un sordo y silencioso desencanto que acabo por calar hasta en los más motivados.
La disyuntiva de este curso se hacía preocupante; los motivos de todas nuestras movilizaciones, lejos de haber mejorado se han acentuado hasta extremos insoportables y, como ya he dicho, se han extendido al resto de comunidades y amenazan con asentarse definitivamente en forma de Ley Orgánica. Pero muy lejos parece quedar ya aquella ilusión, aquel impulso del que ya he hablado, y el curso ha comenzado con una aparente sensación mediática de normalidad.
***
Acto I
Un día antes de esa manifestación, tuvimos una asamblea/almuerzo/encuentro en mi nuevo instituto (he sido desplazado de mi destino definitivo, como otros casi 600 profesores funcionarios de la Comunidad de Madrid, fruto de una falta de previsión brutal en la asignación de cupos de los centros, consecuencia a su vez del aumento de ratio generada por un afán de austeridad mal entendida, injusta, ideológica y mal gestionada). Me costó decidirme a quedarme a aquella asamblea, fundamentalmente por pudor (llevo un mes escaso allí) y, por qué no reconocerlo, anestesiado en cierto modo por ese desánimo narcótico que generan el cansancio y la sensación de derrota. Pero fruto de una decisión de última hora decidí quedarme y fue sin duda la mejor de las opciones que pude elegir. La dinámica de la asamblea quizás no tuviera el ímpetu de las del año pasado, ni tampoco su ingenuidad redentora, ni su incertidumbre ni su esperanza transformadoras, pero frente a esas carencias encontré un ánimo realmente positivo, una especie de madurez de la resistencia, una suerte de empeño por no rendirse, por no callar del todo, por no resignarse. Escuché las propuestas de mis nuevos compañeros y comprobé que esta profesión sigue estando poblada por personas cargadas de AMOR. Sí, amor hacia su trabajo y hacia los beneficiarios del mismo. Leí a un pedagogo decir que el niño sólo puede aprender de alguien a quien quiere; añadiría que un profesor sólo puede enseñar a alguien a quien quiere. Y percibí también un profundo amor y un sentimiento de orgullo hacia el propio sistema público, destinado a un sector de la población que LO NECESITA, como único garante real de la igualdad social de clases; y necesita que ese sistema ofrezca un servicio de calidad, con instalaciones y recursos fruto de la inversión más inteligente y ética que una sociedad puede realizar.
Que este instituto se llame IES Ágora no deja de ser una hermosa y acertada metáfora.
***
Acto II
Compruebo a estas alturas que el libreto de este post ha tomado un camino muy diferente del que me había impulsado a sentarme a escribir en mi nada prolífico blog. Como en las óperas de Wagner, la cosa parece que se está alargando un poco.
Como venía diciendo en la obertura, ayer en la manifestación caminé junto a miles de personas hacia el Ministerio de Educación con varias certezas en mi cabeza, pero con no pocas contradicciones. Tras la toma permanente de la calle por parte los que no podemos comulgar con lo que está pasando no paro de preguntarme una y otra vez ¿para qué? Me cuestiono la vigencia del hecho de manifestarse, o al menos en la forma en la que lo seguimos haciendo. Acciones como #rodeaelcongreso han dado un nuevo impulso a la presencia de las masas disconformes en la calle, y eso es al menos esperanzador. Pero al leer las entrevistas a los detenidos por las acciones del 29S, y aunque generan en mí un enorme sentimiento de indignación que me impulsa a la acción, reconozco a la vez una extraña y preocupante sensación de «insignificancia histórica». Sentirme (sentirnos) una partícula más en el transcurso de los acontecimientos, sentir que una y otra y otra vez nuestras procesiones urbanas son sólo parte del paisaje sociopolítico, anécdotas que el poder tolera y consiente (aunque ahora pretendan ‘modular’) y que alguien comenta mientras sigue tomando su taza de café tras la ventana con doble acristalamiento o que, como en Sábado de Ian McEwan, los manifestantes somos tan sólo una escenografía en 3D, que no dudarán en retratar los publicistas ni las portadas de los dominicales en esa especie de piropo buenista que nos regala condescendiente esta democracia de utilería.
***
Acto III
Hace unos meses, cuando vi Melancholia, me juré y perjuré que escribiría un post sobre la película, que me impactó profundamente y que generó en mi una serie de reflexiones que ahora, con tanta distancia, me cuesta reconstruir con cohrenecia. Pero hoy encuentro la oportunidad de redimir aquella traición a través del (hermoso hasta el extremo) prólogo de Tristan e Isolda de Wagner que enlazo más abajo, pues tanto la asamblea de hace dos días como la manifestación de ayer, han traído a mi memoria una escena de dicha ópera, cuya música servía de omnipresente y poderoso sustento a la película de Lars Von Trier.
En la ópera, y al comienzo del segundo acto, Isolda y su doncella Brangäne quedan junto a la hoguera mientras el Rey Marke y su corte salen de caza nocturna, acompañados del estruendoso sonido de los cuernos de caza. Ambas esperan a que la comitiva esté lo suficientemente lejos como para que Tristán pueda acudir a un encuentro amoroso secreto sin riesgo de ser descubierto. En ese momento, Isolda, impaciente y bajo los efectos de la pócima de amor que ha desatado la pasión inaudita entre ambos, deja de escuchar los cuernos de caza mientras que Bragäne, sobria y dotada de lucidez, le informa de que las trompas siguen sonando aún próximas. Pero Isolda ya no las oye, sólo escucha el crepitar del fuego, el rumor del agua y el susurro del bosque.
El AMOR ha implementado en ella un filtro sonoro que silencia el amenazante ruido de los cuernos de caza, símbolo de todo lo que la oprime, y potencia las frecuencias de los débiles sonidos de la noche, anticipo del amado que está al llegar.
Isolda
(Escuchando con atención)
El miedo preocupado
extravía tu oído.
Lo que te engaña es el sonido
susurrante del follaje,
que el viento mueve riendo.
Brangäne
Lo que a ti te engaña
es tu violento deseo
de oír lo que anhelas,
(Escucha con atención)
Oigo el sonido de las trompas.
Isolda
(Volviendo a escuchar con atención)
No es el sonido de las trompas
lo que suena de un modo tan hermoso.
El agua que de la fuente
suavemente fluye
es lo que causa ese murmullo delicioso.
¿Cómo iba yo a oír ese murmullo
si las trompas siguieran sonando?
La fuente es lo único que me sonríe
en el silencio de la noche.
A quien me aguarda impaciente
en la noche silenciosa,
¿quieres retenerlo lejos de mí,
como si aún sonasen las trompas?
***
Epílogo
Y es ese mismo filtro sonoro el que ha operado en mí estos días, cuyo descubrimiento me ha empujado a compartir estas reflexiones. He conseguido no oír el atronador rugido de la prensa, la ensordecedora fanfarria de amenazas que descienden desde las cumbres europeas, desde los consejos de administración y de ministros, desde la horrible realidad que no niego, que no quiero obviar, pero que, gracias a ese mismo filtro, he conseguido silenciar por unos días. Y he escuchado en cambio el delicado sonido de los ánimos renovados, las carcajadas de la gente de a pie, que se niega a dejarse invadir por el miedo y la desidia, el esperanzador rumor de las iniciativas imaginativas y el orgullo nunca perdido. Sé que este filtro es efímero, pero quizás podamos entrenar nuestros oídos y nuestra escucha (ya sabéis, escuchar es oír pensando), y aprender a enfocar voluntariamente nuestros tímpanos, como hizo Isolda sin querer aquella noche de amor, para extraer y magnificar el sonido de lo hermoso y lo pequeño de entre la fatídica basura acústica que nos envuelve. Quizás ese filtro sea el arma que nos ayude a ganarles la batalla.
Pues a ellos, símbolo de lo que nos oprime, como Isolda, yo ya no los oigo, de lo lejos que están.
*
Ole tú!
Muy bueno Fran.
Gracias, Fran, por compartir en este post ese optimismo patológico que te hace tan grande y por darnos la receta para recuperar las energías para la lucha y la fe en la victoria. Algunos necesitaremos ración doble del filtro sonoro, aquellos a los que el miedo y la desidia ya nos han alcanzado de lleno, pero todo será más fácil mientras siga habiendo gente como tú que nos indique el camino. Un abrazo
Magnífico post. Cuando veo las imágenes a través del servio exterior de TVE, me dan ganas de volver a España aunque sea sólo para participar de las manifestaciones. Mientras defiendo derechos sociales en medio mundo veo como en país los recortan. Parece que hay un entumecimiento general de los sentidos, una analgesia política. Espero que no nos estemos acercando al tercer acto, ahí Tristán estaba herido de muerte y a Isolda no le quedó otra seguir sus pasos. Quizá la colisión del planeta está más cercana de lo que creemos. Mientras sigo por acá, al otro lado del mundo, viendo por televisión, que es como no ver. Como en «Hiroshima mon amour», yo me empeño en decir que lo he visto todo y vosotros/as me decís que no he visto nada. De momento, a falta de ver, escucho el corno inglés al comienzo del acto III:
Tristan
(con voz apagada)
La vieja melodía;
¿quién me despierta?