Si puedo elegir, elijo la cocina. Pero no para cocinar. Sino para tomar algo y tener una mesa. Y hacerlo. Hacer lo que ella apenas hace. Escribir. Ella hace sudokus y anota los gastos domésticos, lleva la economÃa casera, cuadra ahorros, hace que todo vaya viento en popa. A su viento, a su popa. Se le da muy bien quemar tostadas y dice que no tiene mano para las plantas, sólo consigue sacar adelante dos especies: amor de hombre y la planta del dinero. No le ha ido mal. No le va mal. Yo escribo palabras, ella números. Yo escribo esta historia. La nuestra.
Si puedo elegir, elijo la cocina. Odio cocinar, no sé hacer la compra. Me dedico a engrosar el número de envases contaminantes per cápita que se producen al dÃa en este mundo. Mis bolsas de basura abultan mucho y pesan poco. Uso la cocina para escribir en cuadernos.
Ella tiene un cuarto de baño propio. Su propio aleph de producción cosmética. Ella me enseñó la importancia crucial de la máscara de pestañas, la cera depilatoria, el uso de las pinzas, secador, base de maquillaje. Yo traté de aprender, la observaba. Pero me fascinaba más la persona que entraba que la persona que salÃa de la sala de post-producción. Asà que aprendà a esperarla en la cocina. Y a entretenerme. Luego caminábamos juntas hacia el metro, ella con las palmas de las manos boca arriba y estiradas y el metrobús entre los dedos mientras se le secaba el esmalte de uñas. Yo, leyendo en el vagón con la mochila a la espalda.
Mi madre no es una madre excesivamente cálida, ni sobreprotectora, ni miedosa. Mi madre es despegada, bastante crÃtica y poco dada al sentimentalismo. Me enseñó a desapegarme, a tomar el mundo como mÃo, como de cualquiera, a saltarme algunas normas. El amor de madre no es una vacuna, pero si es un modo de permanencia en medio de la dispersión. No es un pasaporte al bienestar, pero sà puede constituir una suerte de refugio.
Lo que suelen hacer las madres es sostener, proteger, contener, acoger y acompañar. Cuando pueden.
Desde que cumplà los treinta mis amigas empezaron a abandonar nuestra zona de amor comunal para atender y amar a unas criaturas microscópicas que reclamaban toda su atención. Yo los llamo «los ladrones de amigas». Los envidio tanto. Pasar de tener amigas (solo) hijas a tener amigas (además) madres es toda una revolución en el ecosistema de la amistad de la chick-mid-life.
Pero el amor de madre no deberÃa ser patrimonio exclusivo de las madres. MolarÃa aislar la molécula de este amor, el bosón de higgs de la protección, el anticuerpo del cuidado. Desgenerizarlo y descategorizarlo e inocular una epidemia virulenta e indiscriminada de este deseo/posibilidad de acompañar, de estar ahÃ, sin más, sin idealizaciones baratas, simplemente saber que hay cosas que, pese a toda la mudanza, pueden permanecer.
¿Hacemos lo madre?
Cuando pones lo madre en juego (a veces no es más que un «¿y tú qué tal?», un «a mà también», un :»¿y eso por qué te pasa?»: átomos de empatÃa y de escucha) en espacios/lugares y con personas con las que no es habitual hacerlo, notas cómo se tambalean los cimientos de los juegos de poder, la fachada de lo invulnerable y la exigencia de la productividad constante.
Yo, en este momento, necesito compartir protección, generar espacios donde podamos confiar. Y no solo en la intimidad. También en las ciudades y, por supuesto, en los trabajos y los dÃas. Estoy cansada del todos contra todos, del rollo caÃnita, de las suspicacias y del cinismo guayón y exclusivamente auto-protector. La puesta en escena de lo cool se me está caducando, la trama se ha dado la vuelta y cada vez cuesta más seguir con el mismo papel donde parece rezar: «seamos profundos en lo superficial y superficiales en lo profundo»(1).
Y la propuesta no tiene nada que ver con la incondicionalidad o lo acrÃtico o lo ñoño o lo blandengue.
Lo madre puede ser muy violento, puede contener trazas de revolución.
Tiene que ver con hacer caminos secos para cruzar terrenos pantanosos. Con no jodernos los cuerpos y las mentes para seguir un ritmo que no marcamos nosotras. Con hacernos fuertes compartiendo debilidades. Con invitar a la vulnerabilidad a la merienda-cena (2). Con aprender a hacer cosas juntos (3). Con volvernos peligrosos.
Yo tampoco tengo mano para las plantas. Esta mañana volvà a quemar las tostadas y sólo me pinto muy de cuando en cuando. Ah, y hace un rato he hablado con mi madre por skype. Estaba guapÃsima, sin apenas maquillaje: vestida para matar.
*este texto viene de cosas/pensamientos/maneras de hacer nacidas en el trabajo que hicimos aquà este invierno-primavera. cosas que me han acompañado desde entonces y que sólo sé exponer asÃ: con la jodida autoficción de por medio.
(1) esta quote generacional se la marcó Rubén MartÃnez después de una de las sesiones de la segunda residencia. y se quedó tan ancho.
(2) aquà incluyo conclusiones de la ronda de recogida que hicimos el último dÃa: palabras remezcladas de @teclista, @belenmacias y @preescolar.
(3) conste que esto no es nada fácil. a mÃ, al menos, me sale el individualismo rampante. estoy en #copylove training (Cuidados, I)!!
y un video music de TU MADRE para acompañar el post. stop.
Y yo que me he visto retratada…
@pacogonzalez creo que también me vió porque lo «tumbleó» 😉
¡Viva tú, Silvia!
Muy guay Silvia! Como siempre de guay, pero sobre un tema que me toca mucho la fibra. You Know 🙂
[…] que ha venido hablando sobre afectos y agitación es Silvia Nanclares: importante su escrito sobre lo madre. También estarÃa bien que os pasarais por el magnÃfico experimento radiofónico sobre […]
[…] de la economÃa y, sin embargo, absolutamente indispensable para la reproducción social. Y otras desde aquel mayo. La ternura es revolucionaria, que dijo el Che. Nos tocan a una, nos tocan a […]
Y que vengan más! La Autoficción Mola 😀